tratado sobre el purgatorio
TRATADO SOBRE EL PURGATORIO
Título: Tratado del Purgatorio
Autor: Santa Catalina de Génova
Título: Tratado del Purgatorio
Autor: Santa Catalina de Génova
Contenido:
Introducción
I CAPITULO. Santa Catalina de Génova, Tratado del Purgatorio Vida de Santa Catalina (1447-1510)
1.1 Obras
1.2 El Tratado del Purgatorio
1.3 Bibliografía
1.4 La presente traducción
1.5 Culpa y pena
1.6 Tratado del Purgatorio
1.7 Experiencia del purgatorio en la tierra
1.8 Almas ajenas a todo, absortas en el amor de Dios
1.9 Contentas de adelantar en la purificación
1.10 Son penas indecibles
1.11 Penas causadas por los pecados
1.12 Son penas de amor 1.13 Infierno
1.14 Penas moderadas por la misericordia de Dios
1.15 Conformidad en el purgatorio con la voluntad de Dios
1.16 El ejemplo del pan único
1.17 El ama que se va al infierno
1.18 El alma que se va al purgatorio
1.19 El alma que se va al cielo
1.20 Importancia del purgatorio
1.21 Conocimientos inexpresables
1.22 El tormento de un amor retardado
1.23 Amor divino que purifica y aniquila
1.24 Purificación pasiva última, obra de Dios
1.25 Imperfección congénita de todo lo humano
1.26 A la vez, gran gozo y gran dolor 1.27 Hasta el último céntimo
1.28 Olvidadas de sí, abandonadas en Dios
1.29 Toda la pena que sea precisa
1.30 Miseria de la ceguera humana ante estas verdades
1.31 Paz y gozo en la purificación
1.32 Yo vivo en la tierra el purgatorio
1.33 Ayuno en el interior
1.34 El exterior en ayuno
1.35 Mundo-cárcel, cuerpo-cadena
1.36 La santa ordenación de Dios
1.37 Síntesis de la doctrina de Santa Catalina
II CAPITULO. Purificación y purgatorio en San Juan de la Cruz Purificación y plena unión con Dios
2.1 Purificaciones activas
2.2 Purificaciones pasivas 2.3 Purificación perfecta en esta vida
2.4 Purgatorio
2.5 Coincidencias y diferencias entre Catalina y Juan
2.6 Las almas del purgatorio interceden por nosotros
2.7 San Francisco de Sales y el Tratado del Purgatorio
III CAPITULO. Catecismo de la Iglesia Católica Los tres estados de la Iglesia
3.1 El purgatorio
3.2 Ayudas a las almas del purgatorio: diversos modos
3.3 oraciones
3.4 sacrificio eucarístico
3.5 indulgencias
3.6 La comunión de los santos
3.7 Citas
3.8 Ésta es la fe de la Iglesia sobre el purgatorio
3.9 Importancia de la fe en el purgatorio
 
Introducción  ¿Pensamos  en el purgatorio?… Mucho menos de lo que convendría a nuestros hermanos  que están en él, y que debieran recibir de nosotros más frecuentes y  mayores ayudas. Y mucho menos de lo que nos convendría a nosotros  mismos, pues guardaríamos nuestra fidelidad al Señor con mucho más  cuidado, si fuéramos conscientes en la fe de que aquello que en este  mundo no hayamos llegado a purificar de nuestros pecados con la ayuda de  la gracia, habrá de ser purificado en nosotros solamente por Dios en la  otra vida, mediante las penas del purgatorio. ¿Pero se cree en el purgatorio?… Cualquiera que va a pasar una temporada  en un país suele interesarse en leer previamente informaciones sobre el  mismo. ¿Cómo es posible, pues, que tantos cristianos muestren tan poco  interés por conocer la misteriosa realidad del purgatorio, estado por el  que probablemente pasarán muchos, antes de gozar plenamente de Dios en  el cielo?… Será que apenas creen en él; pues decir en tema tan grave «ya  nos enteraremos cuando estemos en él» no pasa de ser una burla cínica. ¿Y qué sabemos del purgatorio?… Sabemos poco, pero ese poco tiene  extraordinaria importancia, y podemos conocerlo con la certeza de la fe,  con la fe de la Iglesia católica.  Tres capítulos  Divido en tres capítulos la exposición presente.  -En primer lugar, el Tratado del Purgatorio de Santa Catalina de Génova  será para nosotros un estímulo ciertamente poderoso, que nos ayudará a  penetrar este alto misterio. -Contrastaremos después la doctrina del Tratado con la enseñanza de San  Juan de la Cruz, que coincide con ella, aunque no en todo. -Finalmente, el Catecismo de la Iglesia Católica vendrá a precisarnos  cuál es exactamente nuestra fe sobre el purgatorio.  IR A CONTENIDO  .  .  I CAPITULO  Santa Catalina de Génova Tratado del Purgatorio Vida de Santa Catalina  (1447-1510)  De la noble familia genovesa de los Fieschi, cuna de dos papas y de  varios cardenales y obispos, nació Giacomo, que fue virrey de Nápoles.  De su matrimonio con Francesca di Negro, nació en 1447 Catalina. En la  familia, compuesta de tres hermanos más y de su hermana Limbania, le  llamaban Caterinetta, y con este nombre le recordó la piedad popular de  su patria. Muy precoz en su religiosidad, especialmente en su devoción a la pasión  de Cristo, a los trece años manifiesta Catalina su voluntad de ser  religiosa en el monasterio de Santa María de las Gracias, de Génova, que  ya había acogido a Limbania; pero por su poca edad, no la reciben. Pocos años después, los Fieschi, que eran güelfos, obligan a Catalina a  casarse con el noble gibelino Giuliano Adorno. A sus dieciséis años  inicia así su vida conyugal con un hombre libertino y dilapidador. Los  cinco primeros años son para ella muy dolorosos, pero cuando tiene  veintiuno de edad, por la insistencia de la familia o quizá por ganarse  al marido, va entrando en la frivolidad de aquella vida licenciosa. Ella  misma dice de sí: «Para consolarse de su dura vida, se sumergió en los placeres del mundo,  hasta el punto que en poco tiempo se vio tan abrumada de pecados e  ingratitudes, que se veía sin remedio, sin esperanza de poder salir  nunca de su estado. Y a tanto llegó que no solamente se gozaba en el  pecado, sino que de él se vanagloriaba. Todo su gusto y amor, todo su  afecto y gozo no estaban sino en las cosas terrenas, y las cosas  espirituales le resultaban sumamente amargas, pues tenía cambiado el  gusto del cielo a la tierra» (Diálogo I,6). El 20 de marzo de 1473, cuando Catalina llevaba ya diez años de casada y  tenía veintiséis de edad, la gracia de Dios cambia por completo su  corazón, liberándola de todas las cadenas invisibles que la esclavizaban  al mundo. En ese día, visita a su hermana Limbania en el monasterio, y  le hace confidencia de sus penas e inquietudes. Aquélla le invita a  confesarse con el capellán de la comunidad, y Catalina, de mala gana,  obedece la sugerencia… Apenas arrodillada para confesar sus pecados, un  rayo del amor divino atraviesa su corazón, mostrándole el horror de sus  pecados. Tal es la conmoción sufrida, que, sin terminar la confesión, ha  de ser llevada a casa… «¡Oh, Amor, no más pecados!», repite entre  lágrimas (I,11). Cuatro años de vida purgativa sufre Catalina, haciendo penitencia de sus  pecados con severísimas austeridades y largas oraciones. Pero aún  entonces, como cuenta su biógrafo, el Señor la consuela, sobre todo en  la oración, como en aquella ocasión en que «se sintió atraída a  inclinarse sobre el pecho de su amoroso Señor, y alcanzó a ver un camino  más suave, que descubría innumerables secretos de un amor que, con  frecuentes éxtasis, la consumaba toda. Después fue atraída al costado  del Crucificado, y allí le fue mostrado el sagrado Corazón de Jesús, que  parecía todo él de fuego. Y finalmente fue acercada a la dulcísima y  suave boca de su Señor, y allí le fue dado un beso que la sumergió  entera en aquella dulce divinidad, donde, perdida de sí misma interior y  exteriormente, decía: Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Vita  2). Entre los años 1477 a 1499 (35 a 52 de su edad), Catalina avanza  rápidamente en la vía iluminativa. La comunión eucarística diaria,  entonces poco frecuente, es su fuerza y su alegría. Durante veintitrés  años guarda ayuno absoluto, con excepción de un poco de agua con sal,  durante el tiempo de Adviento y Cuaresma, manteniendo siempre, sin  embargo, una notable vitalidad. Pasa horas enteras en oración extática, y  el fuego interior de su amor por el Señor, según muchos testigos, emana  en forma admirable de su cuerpo. Parece vivir Catalina en medio de un  incendio (Vita 6,37,38). Ya de estos años proceden sus experiencias tan  profundas del estado de las almas en el purgatorio. Este inflamado amor a Dios es el que impulsa a Catalina a trabajar  heroicamente al servicio de los pobres, y sobre todo de los enfermos. Y  otros muchos se encienden en la llama de ese mismo amor, como el notario  Ettore Vernazza, fundador en Génova de la Compañía del Divino Amor  (1497), Tommasina Fieschi o Cattaneo Marabotto, que será su confesor. Su  mismo marido, Giuliano Adorno, aceptando vivir con ella castamente, se  hace terciario franciscano, y ayuda a Catalina en el cuidado de los  enfermos hasta su muerte (1497). Catalina, en el hospital de Pammatone, se entrega al servicio de los  enfermos en los modos más humildes y abnegados, venciendo con su dulzura  la rebeldía o la amargura de los más desgraciados. De ese hospital es  directora algunos años (1490-1496). A partir de 1499, en plena vía unitiva, se multiplican en Catalina los  fenómenos místicos, así como los dolores insoportables de una enfermedad  que parece de origen sobrenatural. Muere, consumada en el amor de Dios,  el 15 de setiembre de 1510, a los sesenta y tres años de edad, y su  cuerpo permanece hasta hoy incorrupto. Es canonizada por Clemente XII en  1737. Y en 1944 Pío XII la constituye patrona secundaria de los  hospitales de Italia.  IR A CONTENIDO  .  .  .  .  1.1 Obras  Al parecer, Santa Catalina no escribió de su mano ninguna de las obras  que se le atribuyen, sino que éstas son recopilaciones hechas por amigos  y discípulos suyos.  De los años 1520-25 parece datar el códice Dx, en el que Ettore  Vernazza, según se cree, escribe o recopila al menos lo s primeros  escritos del Opus cateriniano.  En 1551, partiendo del Dx y amplificando datos y recuerdos, se publica  en Génova el Libro de la Vita mirabile et Dottrina de la Beata  Caterinetta da Genova, nel quale si contiene una utile et catholica  dimostratione et dichiaratione del Purgatorio. Al parecer en esta obra  se unen tres escritos diferentes: Vita e Dottrina, que habría sido  redactado por Cattaneo Marabotto, recogiendo datos autobiográficos de  Catalina, así como sus enseñanzas y actos; Dialogo tra anima, corpo,  amor proprio, spirito, umanità e Dio; y el Trattato del Purgatorio. En  la presentación de esta edición princeps de la Obra cateriniana se dice  que ha sido «recopilada por devotos religiosos», concretamente por «su  confesor y un hijo suyo espiritua l».  En 1743 un devoto de la santa publicó en Padua una nueva edición, en la  que se revisa y actualiza el texto.  IR A CONTENIDO  .  .  1.2 El Tratado del Purgatorio  El redactor de la Vita termina su crónica diciendo que en Catalina se  veía el cielo, una criatura celestial, «cambiada en todo, perdida en  Dios»; y al mismo tiempo el purgatorio, un corazón, consumido en el  fuego del amor de Dios, en un cuerpo «martirizado» (cp.42). En efecto,  la enseñanza de Santa Catalina sobre el purgatorio parte de una  experiencia mística verdaderamente personal. Dios le hizo padecer y  entender las penas de las almas que están el purgatorio con una  extraordinaria clarividencia.  IR A CONTENIDO  .  .  1.3 Bibliografía  Acta Sanctorum, Septembris V, Venezia 1770, 123-195. -Umile da Genova,  L’Opus catharinianum et ses auteurs; étude critique sur la biographie et  les écrits de sainte Catherine de Gênes, en «Revue d’Ascétique et  Mystique» XVI (1935) 351-370; Id., en Dictionnaire de Spiritualité II,2,  290-325. Tratado del Purgatorio, Barcelona, Balmes 1946, que reproduce  la versión «traducida del francés por un presbítero de Reus», publicada  en el libro Vida de Santa Catalina de Génova, Barcelona 1852. -Cassiano  Carpaneto da Langasco, Sommersa nella fontana dell’amore. Santa Caterina  Fieschi Adorno: I, La vita; II, Le opere, Marietti 1987.  IR A CONTENIDO  .  .  1.4 La presente traducción  La antigua traducción aludida del «presbítero de Reus», aunque tiene  buena calidad espiritual, es demasiado libre. Carpaneto (II,94-121) ofrece en su edición dos versiones, en paralelo,  del Tratado del Purgatorio. La primera es el texto del códice Dx, datado  hacia 1520-25, que es el texto más antiguo, el más próximo, pues, a  Santa Catalina. Su italiano tosco y descarnado es conmovedor, pues  parece reflejar todavía los esfuerzos de la mística genovesa para  expresar sus altas visiones; pero resulta a veces de difícil  interpretación, y de más difícil traducción. La segunda versión es la  del texto de la edición paduana de 1743, mucho más correcta con sus  ampliaciones y perífrasis, pero escasamente fiable. Yo por mi parte, al realizar la presente traducción del Trattato del  Purgatorio, he preferido atenerme normalmente al códice Dx. Y solamente  me he refugiado en la versión de 1743 cuando no he hallado modo de  traducir con seguridad el códice primero. En el texto que sigue los subtítulos son míos, y los números que van  dividiendo el escrito son los de la edición de 1743.  IR A CONTENIDO  .  .  1.5 Culpa y pena  Una última observación antes de comenzar la lectura del Tratado del  Purgatorio. Santa Catalina da en él por conocidos los conceptos de culpa  y de penas, y no los explica. Anticiparé, pues, yo aquí por mi cuenta  una breve explicación, que más abajo veremos también enseñada por el  Catecismo de la Iglesia (14721473). En todo pecado hay una culpa que hace caer sobre el pecador dos penas:  una pena ontológica, es decir, una consecuencia dejada por el pecado  como huella negativa en el alma y el cuerpo del pecador, y una pena  jurídica, por la que por justicia se hace acreedor a un castigo. Los  hombres, en efecto, al pecar contraemos muchas culpas, y atraemos sobre  nosotros muchas penas ontológicas, al mismo tiempo que nos hacemos  merecedores de no pocas penas jurídicas, castigos que nos vendrán  impuestos por Dios, por el confesor, por el prójimo o por nosotros  mismos en la mortificación penitencial. El bautismo quita del hombre toda culpa y toda pena jurídica, pero no  elimina la pena ontológica (p.ej., un borracho lujurioso, bautizado,  sigue con su dolencia hepática y venérea). La penitencia, sea en la  ascesis o en el sacramento, borra del cristiano toda culpa, pero no  necesariamente toda pena, ontológica o jurídica; por eso el ministro  impone al penitente una pena, un castigo jurídico, procurando que éste  tenga también sentido medicinal; es decir, que venga a sanar la pena  ontológica, las malas huellas dejadas en la persona por los pecados  cometidos. Pues bien, según esto, el alma que está en el purgatorio ha sido ya  liberada de sus culpas, pero como de ellas no hizo en la tierra una  penitencia suficiente, debe padecer ahora la pena del purgatorio, que  elimine en su ser «toda herrumbre o mancha de pecado», disponiéndole así  para la perfecta y beatífica unión con Dios.  Imaginemos un enamorado, que aunque desea de todo corazón unirse con su  amada, viéndose a sí mismo lleno de miserias en el alma y en el cuerpo,  en forma alguna quiere realizar su unión conyugal en tanto no recupere  una salud perfecta que le haga digno de ella. La misma fuerza del amor  le lleva, pues, sin vacilar, a someterse en una clínica a tratamientos  muy severos y dolorosos, psíquicos y somáticos, con tal de librarse  cuanto antes de todas las miserias personales que hacen la unión indigna  e imposible. Pues bien, después de la muerte, el alma enamorada de  Dios, que todavía ve en sí muchas miserias no purificadas, siente la  necesidad del purificatorio, y a él se somete, agradecida a la  misericordia divina, para disponerse cuanto antes a la perfecta unión  con el Señor.  IR A CONTENIDO  .  .  1.6 Tratado del Purgatorio  Cómo Santa Catalina, por comparación con el fuego divino que sentía en  su corazón y que purificaba su alma, veía interiormente y comprendía  cómo están las almas en el purgatorio, para purificarse antes de poder  ser presentadas ante Dios en la vida celestial [Capítulo 41 del Ms. Dx].  IR A CONTENIDO  .  .  1.7 Experiencia del purgatorio en la tierra  1. Esta alma santa, viviendo todavía en la carne, se encontraba puesta  en el purgatorio del fuego del divino Amor, que la quemaba entera y la  purificaba de cuanto en ella había para purificar, a fin de que, pasando  de esta vida, pudiese ser presentada ante la presencia de su dulce Dios  Amor. Y comprend ía en su alma, por medio de este fuego amoroso, cómo  estaban las almas de los fieles en el lugar del purgatorio para purgar  toda herrumbre y mancha de pecado, que en esta vida no hubiesen purgado. Y así como ella, puesta en el purgatorio amoroso del fuego divino,  estaba unida a ese divino Amor, y contenta de todo aquello que Él en  ella operaba, así entendía acerca de las almas que están en el  purgatorio.  IR A CONTENIDO  .  .  1.8 Almas ajenas a todo, absortas en el amor de Dios  2. Y decía: Las almas que están en el purgatorio, según me parece  entender, no pueden tener otra elección que estar en aquel lugar; y esto  es por la ordenación de Dios, que ha hecho esto justamente. Ellas, reflexionando sobre sí mismas, no pueden decir: «Yo, cometiendo  tales y tales pecados, he merecido estar aquí». Ni pueden decir: «No  quisiera yo haberlos cometido, pues ahora estaría en el 5 Paraíso». Y  tampoco pueden decirse: «Aquéllas salen del purgatorio antes que yo», o  bien «yo saldré antes de aquél». Y es que no pueden tener memoria alguna, en bien o en mal, ni de sí ni  de otros, sino que, por el contrario, tienen un contento tan grande de  estar cumpliendo la ordenación de Dios, y de que Él obre en ellas todo  lo que quiera y como quiera, que no pueden pensar nada de sus cosas. Lo  único que ven es la operación de la bondad divina, que tiene tanta  misericordia del hombre para conducirlo hacia Sí; y nada reparan en sí  mismas, ni de penas ni de bienes. Si en ello pudieran fijarse, no  estarían viviendo en la pura caridad. Por lo demás, tampoco pueden ver a sus compañeras que allí penan por sus  propios pecados. Están lejos de ocuparse en esos pensamientos. Eso  sería una imperfección activa, que no puede darse en aquel lugar, donde  los pecados actuales no son ya posibles. La causa del purgatorio que sufren la conocieron de una sola vez, al  partir de esta vida; y después ya no piensan más en ella, pues otra cosa  sería un apego de propiedad desordenada. 3. Estas almas, viviendo en la caridad, y no pudiendo desviarse de ella  con defectos actuales, por eso ya no pueden querer ni desear otra cosa  que el puro querer de la caridad. Estando en aquel fuego purgatorio,  están en la ordenación divina, que es la pura caridad, y ya no pueden  desviarse de ella en nada, pues ya no pueden actualmente ni pecar ni  merecer.  IR A CONTENIDO  .  .  1.9 Contentas de adelantar en la purificación  4. No creo que sea posible encontrar un contento comparable al de un  alma del purgatorio, como no sea en el que tienen los santos en el  Paraíso. Y este contentamiento crece cada día por el influjo de Dios en  esas almas; es decir, aumentado más y más a medida que se van  consumiendo los impedimentos que se oponen a ese influjo. La herrumbre del pecado es impedimento, y el fuego lo va consumiendo.  Así es como el alma se va abriendo cada vez más al divino influjo. Si  una cosa que está cubierta no puede corresponder a la reverberación del  sol – no por defecto del sol, que continuamente ilumina, sino por la  cobertura que se le opone-, eliminada la cobertura, queda la cosa  descubierta al sol. Y tanto más corresponderá a la irradiació n  luminosa, cuanto más se haya eliminado la cobertura. Pues así sucede con la herrumbre del pecado, que es como la cobertura de  las almas. En el purgatorio se va consumiendo por el fuego, y cuanto  más se consuma, tanto más puede recibir la iluminación del sol  verdadero, que es Dios. Y tanto crece el contento, cuanto más falta la  herrumbre, y se descubre el alma al divino rayo. Lo uno crece y lo otro  disminuye, hasta que se termine el tiempo. Y no es que vaya disminuyendo  la pena; lo que disminuye es el tie mpo de estar sufriéndola. Y por lo que se refiere a la voluntad de esta alma, jamás ella podrá  decir que aquellas penas son penas; hasta tal punto está conforme con la  ordenación de Dios, con la cual esa voluntad se une en pura caridad.  IR A CONTENIDO  .  .  1.10 Son penas indecibles  5. A pesar de lo dicho, sufren estas almas unas penas tan extremas, que  no hay lengua capaz de expresarlas, ni entendimiento alguno las puede  comprender mínimamente, a no ser que Dios lo mostrase por una gracia  especial. Yo creo que a mí la gracia de Dios me lo ha mostrado, aunque  después no sea yo capaz de expresarlo. Y esta visión que me mostró el  Señor nunca más se ha apartado de mi mente. Trataré de explicarlo como  pueda, y me entenderán aquéllos a quienes el Señor se lo dé a entender.  IR A CONTENIDO  .  .  1.11 Penas causadas por los pecados  6. El fundamento de todas las penas es el pecado, sea el original o los  actuales. Dios ha creado el alma pura, simple, limpia de toda mancha de  pecado, con un cierto instinto que le lleva a buscar en Él la felicidad.  Pero el pecado original le aleja de esa inclinación, y más aún cuando  se le añaden los pecados actuales. Y cuanto más se desvía así de Dios,  se va haciendo más maligna, y menos se le comunica Dios.  IR A CONTENIDO  .  .  1.12 Son penas de amor  Toda la bondad que pueda haber en el hombre es por participación de  Dios. Él se comunica a las criaturas irracionales, según su voluntad y  ordenación, y nunca les falta. En cambio, al alma racional se le  comunica más o menos, según la halla purificada del impedimento del  pecado. Por eso, cuando un alma se aproxima al estado de su primera creación,  pura y limpia, aquel instinto beatífico hacia Dios se le va  descubriendo, y se le acrecienta con tanto ímpetu y con tan vehemente  fuego de caridad -el cual la impulsa hacia su último fin- que le parece  algo imposible ser impedida. Y cuanto más contempla ese fin, tanto más  extrema le resulta la pena. 7. Siendo esto así, como las almas del purgatorio no tienen culpa de  pecado alguno, no existe entre ellas y Dios otro impedimento que la pena  del pecado, la cual retarda aquel instinto, y no le deja llegar a  perfección. Pues bien, viendo las almas con absoluta certeza cuánto  importen hasta los más mínimos impedimentos, y entendiendo que a causa  de ellos necesariamente se ve retardado con toda justicia aquel impulso,  de aquí les nace un fuego tan extremo, que viene a ser semejante al del  infierno, pero sin la culpa. Ésta es, la culpa, la que hace maligna la  voluntad de los condenados al infierno, a los cuales Dios no se comunica  con su bondad. Y por eso ellos permanecen en aquella desesperada  voluntad maligna, contrarios a la voluntad de Dios.  IR A CONTENIDO  .  .  1.13 Infierno  8. Aquí se ve claramente que la voluntad perversa enfrentada contra la  voluntad de Dios es la que constituye la culpa y, perseverando esa mala  voluntad, persevera la culpa. Los que están en el infierno han salido de esta vida con la mala  voluntad, y por eso su culpa no ha sido perdonada, ni puede ya serlo,  pues una vez salidos de esta vida, ya no puede cambiarse su voluntad. En  efecto, al salir de esta vida el alma queda fija en el bien o en el  mal, según se encuentra entonces su libre voluntad. Está escrito, Ubi te  invenero, es decir, en la hora de la muerte, según haya voluntad de  pecado o arrepentimiento del pecado, ibi te iudicabo [donde te  encuentre, allí te juzgaré; cf. aprox. Eclesiastés 11,3]. Este juicio es  irrevocable, pues más allá de la muerte ya no hay posibilidad de  cambiar la posición de la libertad, que ha quedado fijada tal como se  hallaba en el momento de la muerte. Los del infierno, habiendo sido hallados en el momento de la muerte con  voluntad de pecado, tienen consigo infinitamente la culpa, y también la  pena. Y la pena que tienen no es tanta como merecerían, pero en todo  caso es pena sin fin. Los del purgatorio, en cambio, tienen solo la  pena, pero como están ya sin culpa, pues les fue cancelada por el  arrepentimiento, tienen una pena finita, y que con el paso del tiempo va  disminuyendo, como ya he dicho. ¡Oh, miseria mayor que toda otra miseria, tanto mayor cuanto más  ignorada por la humana ceguera!  IR A CONTENIDO  .  .  1.14 Penas moderadas por la misericordia de Dios  9. La pena de los condenados no es ya infinita en la cantidad, ya que la  dulce bondad de Dios hace llegar el rayo de su misericordia hasta el  infierno. Es cierto que el hombre, muerto en pecado mortal, merece pena  infinita, y padecerla en tiempo infinito. Pero la misericordia de Dios  ha hecho que sólo sea infinito el tiempo de la pena, y ha limitado la  pena en la cantidad. Podría sin duda haberles aplicado una pena mayor  que aquella que les ha dado. ¡Oh, qué peligroso es el pecado hecho con malicia! El hombre  difícilmente se arrepiente de él, y no arrepintiéndose de él, permanece  en la culpa. Y persevera el hombre en la culpa en tanto persiste en la  voluntad del pecado cometido o de cometerlo.  IR A CONTENIDO  .  .  1.15 Conformidad en el purgatorio con la voluntad de Dios  10. En cambio, las almas del purgatorio tienen su voluntad totalmente  conforme con la voluntad de Dios. Por eso Dios, a esa voluntad conforme,  corresponde con su bondad, y ellas permanecen contentas, en cuanto a la  voluntad, ya que es pur ificada del pecado original y actual. Y en cuanto a la culpa, aquellas almas permanecen tan puras como cuando  Dios las creó, ya que han salido de esta vida arrepentidas de todos los  pecados cometidos, y con voluntad de nunca más cometerlos. Con este  arrepentimiento, Dios perdona inmediatamente la culpa, y así no les  queda sino la herrumbre y la deformidad del pecado, las cuales se  purifican después en el fuego con la pena. Y así, purificadas de toda culpa y unidas a Dios por la voluntad, estas  almas ven a Dios claramente, según el grado en que Él se les manifiesta;  y ven también cuánto importa gozar de Dios, y entienden que las almas  han sido creadas para este fin. Esta conformidad atrae el alma hacia  Dios por instinto natural con tal fuerza, que no pueden expresarse  razones, ni figuras o ejemplos que sean suficientes para decirlo, tal  como la mente siente en efecto y comprende por sentimiento interior. No obstante, yo intentaré con un ejemplo expresar algo de lo que mi  mente entiende.  IR A CONTENIDO  .  .  1.16 El ejemplo del pan único  11. Imaginemos que en todo el mundo no hubiera sino un solo pan;  supongamos que con él hubiese de quitarse el hambre a todos los hombres,  y que éstos, solamente con verlo, quedaran saciados. Pues bien,  habiendo el hombre por naturaleza, cuando está sano, instinto de comer,  si no comiese, y no pudiese 7 enfermar ni morir, tendría cada vez más  hambre; pues el instinto de comer nunca se le quita. Y si el hombre  supiera entonces que sólo aquel pan puede saciarle, al no tenerlo, no  podría quitársele el hambre. Y esto es el infierno que sienten los que tienen hambre, ya que cuanto  más se acercan a este pan sin poder verlo, tanto más se les enciende el  deseo natural; pues éste, por instinto, se dirige a este pan en el que  consiste todo su contentamiento. Y si estuviese cierto de no ver más ese  pan, en eso consistiría el infierno que tienen todas las almas  condenadas, privadas de toda esperanza de nunca jamás ver ese pan, que  es el verdadero Dios Salvador. Las almas del purgatorio, en cambio, padecen esa hambre, porque no ven  el pan que podría saciarles, pero tienen la esperanza de verlo y de  saciarse de él completamente; y así padecen tanta pena cuando de ese pan  no pueden saciarse.  IR A CONTENIDO  .  .  1.17 El alma que se va al infierno  12. Otra cosa que veo claramente es que así como el espíritu limpio y  puro no encuentra otro lugar sino Dios para su reposo, pues para ello ha  sido creado, del mismo modo el alma en pecado no tiene para sí otro  lugar que el infierno, que Dios le ha asignado como su lugar propio. Por  eso, en el instante en que el espíritu se separa de Dios, el alma va a  su lugar correspondiente, sin otra guía que la que tiene la naturaleza  del pecado. Y esto sucede cuando el alma sale del cuerpo en pecado  mortal. Y si el alma en aquel momento no encontrara aquella ordenación que  procede de la justicia de Dios, sufriría un infierno mayor de lo que el  infierno es, por hallarse fuera de aquella ordenación que participa de  la misericordia divina, que no da al alma tanta pena como merece. Y por  eso, no hallando lugar más conveniente, ni de menores males para ella,  se arrojaría allí dentro, como a su lugar propio.  IR A CONTENIDO  .  .  1.18 El alma que se va al purgatorio  13. Así sucede por lo que se refiere al purgatorio. El alma separada del  cuerpo, cuando no se halla en aquella pureza en la que fue creada, vié  ndose con tal impedimento, que no puede quitarse sino por medio del  purgatorio, al punto se arroja en él, y con toda voluntad. Y si no encontrase tal ordenación capaz de quitarle ese impedimento, en  aquel instante se le formaría un infierno peor de lo que es el  purgatorio, viendo ella que no podía unirse, por aquel impedimento, a  Dios, su fin. Este fin le importa tanto que, en comparación de él, el  purgatorio le parece nada, aunque ya se ha dicho que se parece al  infierno.  IR A CONTENIDO  .  .  1.19 El alma que se va al cielo  Y todavía he de decir que, según veo, el paraíso no tiene por parte de  Dios ninguna puerta, sino que allí entra quien allí quiere entrar,  porque Dios es todo misericordia, y se vuelve a nosotros con los brazos  abiertos para recibirnos en su gloria. Y veo también perfectamente que aquella divina esencia es de tal pureza y  claridad, mucho más de lo que el hombre pueda imaginar, que el alma que  en sí tuviera una imperfección que fuera como una mota de polvo, se  arrojaría al punto en mil infiernos, antes de encontrarse ante la  presencia divina con aquella mancha mínima.  Y entendiendo que el purgatorio está precisamente dispuesto para quitar  esa mancha, allí se arrojaría, como ya he dicho, pareciéndole hallar una  gran misericordia, capaz de quitarle ese impedimento.  IR A CONTENIDO  .  .  1.20 Importancia del purgatorio  15. La importancia que tiene el purgatorio es algo que ni lengua humana  puede expresar, ni la mente comprender. Yo veo en él tanta pena como en  el infierno. Y veo, sin embargo, que el alma que se sintiese con tal  mancha, lo recibiría como una misericordia, como ya he dicho, no  teniéndolo en nada, en cierto sentido, en comparación de aquella mancha  que le impide unirse a su amor. Me parece ver que la pena de las almas del purgatorio consiste más en  que ven en sí algo que desagrada a Dios, y que lo han hecho  voluntariamente, contra tanta bondad de Dios, que en cualesquieras otras  penas que allí puedan encontrarse. Y digo esto porque, estando ellas en  gracia, ven la verdadera importancia del impedimento que no les deja  acercarse a Dios.  IR A CONTENIDO  .  .  1.21 Conocimientos inexpresables  16. Y así me ratifico en esto que he podido comprender incluso en esta  vida, la cual me parece de tanta pobreza que toda visión de aquí abajo,  toda palabra, todo sentimiento, toda imaginación, toda justicia, toda 8  verdad, me parece más mentira que verdad. Y de cuanto he logrado decir  me quedo yo más confusa que satisfecha. Pero si no me expreso en  términos mejores, es porque no los encuentro. Todo lo que aquí se ha dicho, en comparación de lo que capta la mente,  es nada. Yo veo una conformidad tan grande de Dios con el alma, que,  cuando Él la ve en aquella pureza en que la creó, le da en cierto modo  atractivo un amor fogoso, que es suficiente para aniquilarla, aunque  ella sea inmortal. Y esto hace que el alma de tal manera se transforme  en el Dios suyo, que no parece sino que sea Dios. Él continuamente la va atrayendo y encendiendo en su fuego, y no le deja  ya nunca, hasta que le haya conducido a aquel su primigenio ser, es  decir, a aquella perfecta pureza en la que fue creada.  IR A CONTENIDO  .  .  1.22 El tormento de un amor retardado  17. Cuando el alma, por visión interior, se ve así atraída por Dios con  tanto fuego de amor, que redunda en su mente, se siente toda derretir en  el calor de aquel amor fogoso de su dulce Dios. Y ve que Dios,  solamente por puro amor, nunca deja de atraerla y llevarla a su total  perfección. Cuando el alma ve esto, mostrándoselo Dios con su luz; cuando encuentra  en sí misma aquel impedimento que no le deja seguir aquella atracción,  aquella mirada unitiva que Dios le ha dirigido para atraerla; y cuando,  con aquella luz que le hace ver lo que importa, se ve retardada para  poder seguir la fuerza atractiva de aquella mirada unitiva, se genera en  ella la pena que sufren los que están en el purgatorio. Y no es que hagan consideración de su pena, aunque en realidad sea  grandísima, sino que estiman sobre todo la oposición que en sí  encuentran contra la voluntad de Dios, al que ven claramente encendido  de un extremado y puro amor hacia ellos. Él les atrae tan fuertemente  con aquella su mirada unitiva, como si no tuviera otra cosa que hacer  sino esto. Por eso el alma que esto ve, si hallase otro purgatorio mayor que el  purgatorio, para poder quitarse más pronto aquel impedimento, allí se  lanzaría dentro, por el ímpetu de aquel amor que hace conformes a Dios y  al alma.  IR A CONTENIDO  .  .  1.23 Amor divino que purifica y aniquila  18. Y veo más todavía. Veo proceder de aquel amor divino hacia el alma  ciertos rayos y fulguraciones ígneas, tan penetrantes y tan fuertes, que  parecieran ser capaces de aniquilar no sólo el cuerpo, sino también el  alma, si esto fuera posible. Dos operaciones realizan estos tales rayos en el alma: primero la  purifican, y segundo la aniquilan. Sucede en esto como con el oro que, cuanto más lo funden, de mejor  calidad resulta; y tanto podría ser fundido, que llegara a verse  aniquilado en toda su perfección. Éste es el efecto del fuego en las  cosas materiales. El alma, en cambio, no puede ser aniquilada en Dios,  pero sí en ella misma; y cuanto más sea purificada, tanto más viene a  ser aniquilada en sí misma, mientras que permanece en Dios como alma  purificada. El oro, cuando es purificado hasta los veinticuatro quilates, ya después  no se consuma más, por mucho fuego que le apliquen, pues no puede  consumarse sino la imperfección de ese oro. Así es, pues, como obra en  el alma el fuego divino. Dios le aplica tanto fuego, que consuma en ella  toda imperfección y la conduce a la perfección de veinticuatro quilates  -cada uno en su grado de perfección-. Y cuando el alma está purificada, permanece toda en Dios, sin nada  propio en sí misma, ya que la purificación del alma consiste  precisamente en la privación de nosotros en nosotros. Nuestro ser está  ya en Dios. El cual, cuando ha conducido a Sí mismo el alma de este modo  purificada, la deja ya impasible, pues no queda ya en ella nada por  consumar. Y si entonces fuese esta alma purificada mantenida al fuego, no le sería  ya penoso, sino que sólo vendría a ser para ella fuego de divino amor,  que le daría vida eterna, sin contrariedad alguna, como las almas  bienave nturadas, pero ya en esta vida, si esto fuera posible estando en  el cuerpo. Aunque no creo que nunca Dios tenga en la tierra almas que  estén así, como no sea para realizar alguna gran obra divina.  IR A CONTENIDO  .  .  1.24 Purificación pasiva última, obra de Dios  19. El alma ha sido creada con toda la perfección de que ella era capaz,  viviendo según la ordenación de Dios, sin contaminarse de mancha alguna  de pecado. Pero una vez que ella se ha contaminado por el pecado  original, y después por los pecados actuales, pierde sus dones y la  gracia, queda muerta, y no puede ser resucitada sino por Dios. Ya resucitada por el bautismo, queda en ella la mala inclinación, que la  inclina y conduce, si ella no se resiste, al pecado actual, y vuelve  así a morir. Dios vuelve a resucitarla con otra gracia especial, pero ella queda tan  ensuciada y convertida hacia sí misma, que para volverla a su primer  estado, a aquel en el que Dios la creó, serán precisas todas estas  operaciones divinas, sin las que el alma nunca podría volver a la  perfección del estado primero, en el que Dios la creó. Y cuando esta alma se halla en trance de recuperar su primer estado, es  tal la inflamación de su deseo para transformarse en Dios, que ése es su  purgatorio. Y no es que ella vea el purgatorio como purgatorio, sino  que aquella inclinación encendida e impedida es lo que resulta para ella  purgatorio. Este último estado del amor es el que hace esta obra sin el hombre,  porque se encuentran en el alma tantas imperfecciones ocultas, que si el  hombre las viese, se hundiría en la desesperación. Pero este último  estado del amor las va consumando todas, y Dios le muestra ésta su  operación divina, la cual es la que causa en ella aquel fuego de amor  que le va consumando todas aquellas imperfecciones que deben ser  eliminadas.  IR A CONTENIDO  .  .  1.25 Imperfección congénita de todo lo humano  20. Aquello que el hombre juzga como perfección, ante Dios es  deficiencia. En efecto, todas aquellas cosas que el hombre realiza,  según como él las ve, las siente, las entiende y las quiere, incluso  aquéllas que tienen apariencia de perfección, todas ellas están  manchadas. Para que esas obras sean completamente perfectas, es  necesario que dichas operaciones sean realizadas en nosotros sin  nosotros, y que la operación divina sea en Dios sin el hombre. Y éstas tales operaciones son aquéllas que Dios, Él solo, hace en esa  última operación del amor puro y limpio. Y son estas obras para el alma  tan penetrantes e inflamadas que el cuerpo, que está con ella, parece  que está enrrabiado, como si estuviese puesto en un gran fuego, que no  le dejase nunca estar tranquilo, hasta la muerte.  IR A CONTENIDO  .  .  1.26 A la vez, gran gozo y gran dolor  Verdad es que el amor de Dios, que redunda en el alma, según entiendo,  le da un gozo tan grande que no se puede expresar; pero este  contentamiento, al menos a las almas que están en el purgatorio, no les  quita su parte de pena. Y es aquel amor, que está como retardado, el que  causa esa pena; una pena que es tanto más cruel cuanto es más perfecto  el amor de que Dios la hace capaz. Así pues, gozan las almas del  purgatorio de un contento grandísimo, y sufren al mismo tiempo una  grandísima pena; y una cosa no impide la otra.  IR A CONTENIDO  .  .  1.27 Hasta el último céntimo  21. Si las almas del purgatorio pudieran purificarse por la sola  contrición, en un instante pagarían la totalidad de su deuda. En efecto,  el ímpetu de su contrición es grande, por la clara luz que les hace ver  la importancia de aquel impedimento. Pero éste ha de ser pagado  íntegramente, y Dios no lo condona ni en una mínima parte, pues así  viene exigido por su justicia.  IR A CONTENIDO  .  .  1.28 Olvidadas de sí, abandonadas en Dios  Por parte del alma, ésta no tiene ya elección propia, y ya no alcanza a  ver sino lo que Dios quiere; y no quiere tampoco ver más, sino lo que  así está establecido. 22. Y esas almas, si los que están en el mundo ofrecen alguna limosna  para que disminuya el tiempo de su prueba, no están en condiciones de  volverse hacia ellas con afecto, sino que dejan en todo hacer a Dios, el  cual responde como quiere. Si ellas pudieran volverse, esto sería un  apego desordenado, que les quitaría del querer divino, lo que para ellas  sería un infierno. Están, pues, las almas del purgatorio completamente abandonadas a todo  lo que Dios les dé, sea de gozo o de pena; y ya nunca más pueden  volverse hacia sí mismas, tan profundamente están las almas  transformadas en la voluntad de Dios, y lo que ésta disponga eso es lo  que les contenta.  IR A CONTENIDO  .  .  1.29 Toda la pena que sea precisa  23. Y si fuera presentada ante Dios un alma que aún tuviera una hora por  purgar, se le infligiría con ello un gran daño, todavía más cruel que  el purgatorio, pues no podría soportar aquella suprema justicia y suma  bondad. Y además sería algo inconveniente por parte de Dios. Esta pena intolerable afligiría al alma cuando viese que la satisfacción  suya ofrecida a Dios no era plena, aunque sólo le faltara un abrir y  cerrar de ojos de purgación. En efecto, antes que estar en la presencia  de Dios no del todo purificada, preferiría arrojarse al instante en mil  infiernos, si pudiera tomar esta elección.  IR A CONTENIDO  .  .  1.30 Miseria de la ceguera humana ante estas verdades  24. Ahora que veo claramente estas cosas en la luz divina, me vienen  ganas de gritar con un grito tan fuerte, que pudiera espantar a todos  los hombres del mundo, diciéndoles: ¡Oh, miserables! ¿por qué os dejáis  cegar así por las cosas de este mundo, que para una necesidad tan  importante, como en la que os habéis de encontrar, no tomáis previsión  alguna? Estáis todos amparados bajo la esperanza de la misericordia de  Dios, que ya dije es tan grande; pero ¿no véis que tanta bondad de Dios  va a seros juicio, por haber actuado contra su voluntad? Su bondad  debería obligaros a hacer todo lo que Él quiere, pero no debe daros la  esperanza de cometer el mal impunemente. La justicia de Dios no puede  fallar, y es preciso que sea satisfecha de un modo u otro plenamente. No te confíes, pues, diciendo: yo me confesaré y conseguiré después la  indulgencia plenaria, y al momento me veré purificado de todos mis  pecados. Piensa que esta confesión y contrición, que es precisa para  recibir la indulgencia plenaria, es cosa tan difícil de conseguir que,  si lo supieras, tú temblarías con gran temor, y estarías más cierto de  no tenerla que de poderla conseguir.  IR A CONTENIDO  .  .  1.31 Paz y gozo en la purificación  25. Yo veo que las almas del purgatorio entienden estar sujetas a dos  operaciones. La primera es que padecen voluntariamente aquellas penas,  conscientes de que Dios ha tenido con ellas mucha misericordia, teniendo  en cuenta lo que merecían, siendo Dios quien es. Si su inmensa bondad  no atemperase con la misericordia la justicia, que se satisface con la  sangre de Jesucristo, un solo pecado hubiera merecido mil infiernos  perpetuos. Y por eso padecen esa pena con tanto voluntad, que no  quisieran les fuera reducida ni en un gramo, tan convencidos están de  que la merecen justamente, y de que está bien dispuesta. Así que, en  cuanto a la voluntad, tanto se pueden quejar de Dios como si estuvieran  en la vida eterna. La otra operación es la del gozo que experimentan al ver la ordenación  de Dios, dispuesta con tanto amor y misericordia hacia las almas. Y  estas dos visiones las imprime Dios en aquellas mentes en un instante.  Ellas, como están en gracia, pueden entenderlas según su capacidad; y  ello les da un gran contentamiento que no viene a faltarles nunca, sino  que va acrecentándose a medida que se acercan a Dios. Y estas visiones no las tienen las almas en sí mismas, ni por sus  propias fuerzas, sino que las ven en Dios, en el cual tienen su atención  mucho más fija que en las penas que están padeciendo, y de las que no  hacen mayor caso. Y la razón es que por mínima que sea la visión que se  tenga de Dios, ella excede a toda pena o gozo que el hombre pueda  captar; y aunque exceda, no le quita sin embargo nada en absoluto de ese  contentamiento.  IR A CONTENIDO  .  .  1.32 Yo vivo en la tierra el purgatorio  26. Esta forma purificativa que veo en las almas del purgatorio, es la  misma que estoy sintiendo yo en mi mente, sobre todo desde hace dos  años; y cada día la siento, y cada vez más claramente. Veo que mi alma  está en su cuerpo como en un purgatorio, de modo semejante al verdadero  purgatorio, en la medida, sin embargo, en que el cuerpo lo pueda  soportar sin morir; y esto siempre va creciendo hasta la muerte. Yo veo al espíritu abstraído de todas aquellas cosas, incluso de las  espirituales, que le podrían dar alimento, como sería alegría y  consolación. Y es que ya no está en disposición de gustar alguna cosa  espiritual, ni por voluntad, ni por inteligencia, ni por memoria, de  modo que pueda decir: «me da más contento esto que aquello otro».  IR A CONTENIDO  .  .  1.33 Ayuno en el interior  Mi interior se encuentra de tal modo asediado, que todas aquellas cosas  que mantenían la vida espiritual y corporal le han sido quitadas poco a  poco. Al serle quitadas ha conocido que no eran sino unas ayudas, y al  reconocerlas como tales, de tal modo las va menospreciando que todas  ellas se va n desvaneciendo, sin que nada las retenga. Y es que el  espíritu tiene ya en sí el instinto de quitar todo lo que pueda impedir  su perfección, y está dispuesto a obrar con tal crueldad que se dejaría  poner en el infierno con tal de conseguir su intento. Y así va quitándole al hombre interior todas las cosas que podrían  alimentarle, y lo asedia tan sutilmente que no le deja pasar la más  mínima imperfección, sin que al punto sea descubierta y aborrecida. Y ese mismo asedio hace que mi espíritu tampoco pueda soportar que  aquellas personas que me son próximas, y que van al parecer hacia la  perfección, se sustenten en criatura alguna. Cuando los veo 11 cebados  en cosas que yo he menospreciado ya, no puedo sino apartarme para no  verlo, y más aún cuando son personas especialmente próximas a mí.  IR A CONTENIDO  .  .  1.34 Ayuno en el exterior  28. El hombre exterior, por su parte, se ve tan desasistido por el  espíritu, que ya no encuentra cosa sobre la tierra que pueda recrearle,  según su instinto humano. Ya no le queda otra confortación que Dios, que  va obrando todo esto por amor y con gran misericordia para satisfacer  su justicia. Y entender que esto es así le da una gran alegría y una  gran paz. Sin embargo, no por esto sale de su prisión, ni tampoco lo intenta,  hasta que Dios haga lo que sea necesario. Su alegría está en que Dios  esté satisfecho, y nada le sería más penoso que salir fuera de la  ordenación de Dios, tan justa la ve, y tan misericordiosa. Todas estas cosas las veo y las toco, pero no sé encontrar las palabras  convenientes para expresar lo que querría decir. Lo que yo he dicho, lo  siento obrar dentro de mí espiritualmente.  IR A CONTENIDO  .  .  1.35 Mundo-cárcel, cuerpo-cadena  29. La prisión en la cual me parece estar es el mundo, y la cadena que a  él me sujeta es el cuerpo. Y el alma, iluminada por la gracia, es la  que conoce la importancia de estar privado, o al menos retardado, por  algún impedimento que no le permite conseguir su fin. Ella es tan  delicada, y recibe ciertamente tal dignidad de Dios por la gracia, que  viene a hacerse semejante y participante de Él, que la hace una cosa  consigo por la participación de su bondad. Y así como es imposible que venga Dios a sufrir alguna pena, así les  sucede a aquellas almas que se aproximan a Él, y tanto más cuanto más se  le aproximan, pues más participan de sus propiedades. Ahora bien, el  retardo que el alma sufre le causa una pena, y esta pena y retardo le  hacen disconforme de aquella propiedad que ella tiene por naturaleza. Y no pudiendo gozar de ella, siendo de ella capaz, sufre una pena tan  grande cuanto en ella es grande el conocimiento y el amor de Dios. Y  cuanto está más sin pecado, más le conoce y estima, y el impedimento se  hace más cruel, sobre todo porque el alma permanece toda ella recogida  en Dios y, al no tener ningún impedimento externo, conoce sin error.  IR A CONTENIDO  .  .  1.36 La santa ordenación de Dios  30. Así como el hombre que se deja matar antes que ofender a Dios,  siente el morir y le da sufrimiento, pero la luz de Dios le da un celo  seguro que le hace estimar el honor de Dios más que la muerte corporal;  así el alma que conoce la ordenación de Dios, tiene más en cuenta esa  ordenación que todos los tormentos, por terribles que puedan ser,  interiores o exteriores. Y esto es así porque Dios, por el que se hacen  estas obras, excede a toda cosa que pueda imaginarse o sentirse. Todas estas cosas que he ido exponiendo, el alma no las ve, ni de ellas  habla, ni conoce de ellas con propiedad o daño; sino que las conoce en  un instante, y no las ve en sí misma, porque aquella atención que Dios  le da de sí mismo, por pequeña que sea, de tal modo absorbe al alma que  excede a todas las cosas, de las que ya no hace caso. En fin, Dios hace perder aquello que es del hombre, y en el purgatorio  lo purifica.  IR A CONTENIDO  .  .  1.37 Síntesis de la doctrina de Santa Catalina.  1.- En la muerte, al verse el alma separada del cuerpo, se arroja allí  donde le corresponde estar: cielo, infierno o purgatorio. Concretamente,  si todavía queda en ella algo que purificar, experimenta la necesidad  del purgatorio, es decir, del purificatorio. 2.- Al purgatorio va el alma que carece ya de culpa, pero que todavía no  ha eliminado totalmente las huellas malas dejadas en su ser por el  pecado. Éstas, al no estar suficientemente borradas en esta vida por la  penitencia, constituyen la pena temporal que debe ser purgada, pues son  el impedimento que retarda, que hace aún imposible, la unión con Dios en  el cielo. 3.- Aunque con relativa frecuencia alude Catalina a la necesidad de que  se cumpla la justicia divina, el purgatorio, en su descripción, se  manifiesta más como una exigencia ontológica del propio ser del alma,  que como una pena jurídica, merecida a causa de los pecados. 4.- El alma pierde toda atención de sí misma o de sus compañeras de  purificación, absorta en el amor de Dios y, ajena a todo valor de tiempo  o espacio, vive abandonada a las operaciones divinas que la van  purificando. Más abajo precisaremos este punto con ayuda del Catecismo. 5.- El fuego del amor de Dios es lo que precisamente va consumiendo en  el alma toda herrumbre o mancha de pecado. El sufrimiento del purgatorio  es, pues, ante todo la pena de daño, mucho más que la pena de sentido,  es decir, mucho más que «cualesquiera otras penas que allí puedan  encontrarse» (15b). En efecto, lo más terrible para el alma es el  desgarramiento interior producido por un amor que, a causa de esos  impedimentos aún no del todo aniquilados, se ve retardado en el ansia de  su perfecta posesión de Dios. Y cuanta más purificación, más intenso el  amor y más cruel el dolor. Amor y dolor parecen crecer así en el  purgatorio en acelerada progresión. El purgatorio es, pues, un crescendo  de amor y dolor que conduce al cielo, a la felicidad perfecta. 6.- Hay en las almas del purgatorio un gozo inmenso, parecido al del  cielo, y un dolor inmenso, semejante al del infierno; y el uno no quita  el otro.  IR A CONTENIDO  .  .  II CAPITULO  Purificación y purgatorio en San Juan de la Cruz  Busquemos ahora brevemente en San Juan de la Cruz (1542-1591) posibles  confirmaciones o aclaraciones de la doctrina de Santa Catalina. Aunque  el Doctor carmelita no trató directamente del purgatorio, sin embargo,  como veremos, hizo sobre él algunas consideraciones breves del más alto  interés. Purificación y plena unión con Dios Pocos maestros espirituales cristianos han mostrado con tanta claridad  como San Juan de la Cruz la necesidad de la purificación del hombre, y  los modos en que la gracia la produce, hasta hacer posible la perfecta  unión amorosa con Dios. Es éste el esquema fundamental que inspira todos  sus escritos (Cf. J. Rivera – J.M. Iraburu, Síntesis de espiritualidad  católica, Pamplona, Fundación GRATIS DATE 19944, 307-337).  «Todas las afecciones [desordenadas] que tiene [la persona] en la  criatura son delante de Dios puras tinieblas, de las cuales estando el  alma vestida no tiene capacidad para ser ilustrada y poseída de la pura y  sencilla luz de Dios, si primero [con la gracia de Cristo] no las  desecha de sí» (1Subida 4,1). Por eso, «es una suma ignorancia del alma  pensar que podrá pasar a este alto estado de unión con Dios si primero  no vacía el apetito de todas las cosas naturales y sobrenaturales que le  pueden impedir» (5,2). En efecto, estas malas afecciones no solamente  crean en el cuerpo deformidades e indisposiciones para la plena unión  con Dios, sino también y más aún en el alma, pues son apetitos que  «cansan el alma y la atormentan y oscurecen y la ensucian y enflaquecen»  (6,5). ¿Cómo en tales condiciones de alma y cuerpo podrá el hombre ser  deificado por Dios?… Ésta será la obra sanante y elevante de la gracia  de Cristo, que tan maravillosamente describe San Juan de la Cruz en sus  Noches oscuras, primero activas, después pasivas.  IR A CONTENIDO  .  .  2.1 Purificaciones activas  La gracia de Cristo, en la ascética, al modo humano, va transformando la  persona por el ejercicio de las virtudes (purificaciones activas). Las  tres virtudes teologales son las que, activadas por el Espíritu de  Jesús, realizan esta maravilla con el concurso del hombre: «Las cuales tres virtudes todas hacen vacío en las potencias: la fe en  el entendimiento, vacío y oscuridad de entender; la esperanza hace en la  memoria vacío de toda posesión; y la caridad vacío en la voluntad y  desnudez de todo afecto y gozo de todo lo que no es Dios» (2Subida 6,2).  Y no es que las almas con esto queden aleladas, desmemoriadas o  volitivamente inertes, en absoluto, «porque el espíritu de Dios las hace  saber lo que han de saber, e ignorar lo que conviene ignorar, y  acordarse de lo que se han de acordar, y olvidar lo que es de olvidar, y  las hace amar lo que han de amar y no amar lo que no es en Dios. Y así,  todos los primeros movimientos de la potencias de las tales almas son  divinos; y no hay que maravillarse de que los movimientos y operaciones  de estas potencias sean divinos, pues están transformadas en ser divino»  (3Subida 2,9).  IR A CONTENIDO  .  .  2.2 Purificaciones pasivas  Esta transformación, sin embargo, no podrá darse plenamente hasta que el  cristiano, llevado por el Espíritu, se adentre en la vida mística. En  efecto, la gracia de Cristo, en la mística, al modo divino, va  deificando la persona por los dones del Espíritu Santo (purificaciones  pasivas). Quedan todavía en los cristianos, también en los más  adelantados, no pocas miserias (1Noche 2-7). Como nos ha dicho Santa  Catalina, hasta las obras de éstos que parecen más perfectas, «todas  ellas están manchadas. Y para que esas obras sean completamente  perfectas, es necesario que dichas operaciones sean realizadas en  nosotros sin nosotros (in noi sensa noi), y que la operación divina sea  en Dios sin el hombre (in Dio sensa homo)» (20). Es la mística pasiva,  cuya necesidad encarece tan vivamente San Juan de la Cruz: 13 «Por más que el alma se ayude, no puede ella activamente [al modo  humano, en ejercicio de virtudes] purificarse de manera que esté  dispuesta en la menor parte para la divina unión de perfección de amor,  si Dios no toma la mano y la purifica en aquel fuego oscuro para ella»  (1Noche 3,3). «Por más que el principiante en mortificar en sí ejercite  todas estas sus acciones y pasiones, nunca del todo ni con mucho puede  [llegar a la unión], hasta que Dios lo hace en él, habiéndose él  pasivamente» (7,5).  IR A CONTENIDO  .  .  2.3 Purificación perfecta en esta vida  La purificación activa y pasiva del hombre, obrada por la gracia de  Cristo, puede producir en esta vida una plena deificación, de tal modo  que lleve directamente tras la muerte al cielo. Es el caso de un San  Juan de la Cruz, que poco antes de morir dice, en seguida «estaré yo  delante de Dios Nuestro Señor diciendo maitines»… Es la obra consumada,  perfecta, de la gracia sanante y elevante. Aquéllos en los que se ha  cumplido, «esos pocos que son, por cuanto ya por el amor están  purgadísimos, no entran en el Purgatorio» (2Noche 20,5). Es ésta, como hemos visto, la deificación plena obrada por Dios en el  hombre ya en esta vida, la cual «no es otra cosa sino alumbrarle el  entendimiento con la lumbre sobrenatural, de manera que de entendimiento  humano se haga divino unido con el divino; y, ni más ni menos,  informarle la voluntad de amor divino, de manera que no sea voluntad  menos que divina, no amando menos que divinamente, hecha y unida en uno  con la divina voluntad y amor; y la memoria, ni más ni menos; y también  las afecciones y apetitos todos mudados y vueltos según Dios,  divinamente. Y así esta alma será ya alma del cielo celestial y más  divina que humana» (2Noche 13,11).  IR A CONTENIDO  .  .  2.4 Purgatorio  ¿Pero qué ocurre cuando esta purificación deificadora no se cumple  plenamente en esta vida? Sucede que se consuma en la otra vida, en el  purgatorio, donde solamente obra Dios en el hombre, habiéndose éste  pasivamente bajo el fuego del amor divino, que le sigue disponiendo para  la plena unión transformante del cielo. Del purgatorio habla San Juan de la Cruz explícitamente en varios  lugares de su obra: 1Subida 4,3; 8,5; 2Noche 6,6; 7,7; 10,5; 12,1; 20,5;  Llama 1,21; 1,24; 1, 29-34; 2,25 (Cf. Urbano Barrientos, Purificación y  purgatorio, Madrid, Espiritualidad 1960). Reproduciré aquí solamente  algunos de esos textos, y algún otro no explícito, bien porque confirman  especialmente la doctrina de Santa Catalina, bien porque implican  alguna diferencia significativa.  IR A CONTENIDO  .  .  2.5 Coincidencias y diferencias entre Catalina y Juan  Así como Catalina, aunque está lejos de ser teóloga, intenta describir  la purificación en la otra vida, San Juan de la Cruz trata solamente de  la purificación en esta vida, y únicamente trata del purgatorio en  varios textos muy valiosos, pero breves y escritos al paso. La  coincidencia fundamental entre ellos está en la continuidad que afirman  entre purificación en esta vida y purgatorio en la otra. Señalo además  algunos otros puntos de acuerdo o de diferencia. -Coincidencias 1. Purificación pasiva. Fray Juan enseña que el hombre necesita, para la  plena unión con Dios, de una última purificación pasiva, que es aquella  en la «que el alma no hace nada, sino que Dios la obra en ella, y ella  se ha como paciente» (1Subida 13,1). Catalina dice, de modo semejante,  que obra Dio sensa homo, in noi sensa noi (20; +19e). Esto que ocurre en  la tierra, sucede también en el purgatorio, si es necesario. 2. El Amor divino purifica. Según Juan, «la misma sabiduría amorosa [de  Dios] que purga los espíritus bienaventurados, ilustrándoles [en el  purgatorio], es la que aquí purga al alma y la ilumina» (2Noche 5,1). Es  la misma doctrina de Catalina (18a, 19, 20). 3. Mientras hay imperfección. Afirma Juan que, en los que están en el  purgatorio, «el fuego no tendría en ellos poder, aunque se les aplicase,  si ellos no tuviesen imperfecciones que padecer, que son la materia en  que allí prende el fuego; la cual acabada, no hay más que arder; como  aquí, acabadas las imperfecciones, se acaba el penar del alma y queda el  gozar» (2Noche 10,5). Catalina enseña lo mismo (18). -Diferencias 1. Fuego material. San Juan de la Cruz enseña que «esta oscura noche de  fuego amoroso, así como a oscuras va purgando, así a oscuras va al alma  inflamando. Y echaremos de ver también cómo, así [como] se purgan los  espíritus en la otra vida con fuego tenebroso material, en esta vida se  purgan y limpian con fuego amoroso espiritual tenebroso. Porque ésta es  la diferencia, que allá se limpian con fuego, y acá se limpian e  iluminan sólo con amor» (2Noche 12,1). Catalina, sin embargo, no habla  de fuego material en el purgatorio, aunque no parece que lo excluya  («otras penas», 15b). En todo caso, ella centra sin duda la purificación  de la otra vida en el fuego del amor divino. 2. Esperanza de salvación. San Juan afirma que, aquí abajo, en lo más  oscuro de la Noche oscura, «viene el alma a creer que todos los bienes  están acabados para siempre… Esta creencia tan confirmada se causa en el  alma de la actual aprehensión del espíritu, que aniquila en él todo lo  que a ella es contrario» (2Noche 7,6). Es el sentimiento abismal de  abandono del Padre que sufre Cristo en la cruz (Mt 27,46). Y entiende  que lo mismo sucederá en la purificación pasiva de la otra vida: «ésta  es la causa por que los que yacen en el Purgatorio padecen grandes dudas  de que han de salir de allí jamás y de que se han de acabar sus penas…  Como se ven privados de Él, puestos en miserias, paréceles que tienen  muy bien [merecido] en sí por qué ser aborrecidos y desechados de Dios  con mucha razón para siempre» (7,7). Por el contrario, Santa Catalina  estima que las almas del purgatorio tienen esperanza cierta y continua  del cielo, y «ello les da un gran contentamiento que no viene a  faltarles nunca» (25b; +11c), un contento que sólo es comparable al «que  tienen los santos en el paraíso» (4a). Entre Catalina y Juan, San Buenaventura había enseñado que las almas de  los justos en el purgatorio «son afligidas menos gravemente que en el  infierno, y más que en este mundo, si bien no tan gravemente que dejen  de esperar un instante o ignoren que no están en el infierno, aunque,  acaso por el rigor de las penas, no adviertan esto algunas veces»  (Breviloquio VII,2,2). En efecto, «como los que así son purificados se  mantienen en gracia, la cual, ciertamente, nunca jamás pueden perder, no  cabe que sean devorados del todo por la tristeza, ni pueden ni quieren  incurrir en desesperación…, sabiendo además con toda certeza que su  estado es distinto del estado en que se hallan quienes, sin remedio,  penan atormentados en el infierno» (VII,2,5). Es posible que San Juan de  la Cruz no quisiera decir más que esto. 3. Revelaciones privadas y razones teológicas. Esta diferencia es  importante. Fray Juan de la Cruz no trata expresamente del purgatorio,  sino que alude a él solamente al paso, tratando de la purificación del  hombre en esta vida, y lo hace siguiendo razones teológicas de  conveniencia. Santa Catalina, por el contrario, trata expresamente del  purgatorio, y ajena completamente a teologías, lo hace ateniéndose a  revelaciones privadas que afirma haber recibido del Señor. «Yo veo  (vedo, veggio)»… La purificación del purgatorio, dice, «es la misma que estoy sintiendo  yo en mi mente, sobre todo desde hace dos años; y cada día la siento, y  cada vez más claramente, veo que mi alma está en su cue rpo como en un  purgatorio, de modo semejante al verdadero purgatorio» (26a; +1). Y  esto, a su juicio, no se trata de una ilusión: «Yo creo que a mí la  gracia de Dios me lo ha mostrado, aunque después no sea yo capaz de  expresarlo» (5; +10, 16, 20c, 24a, 28c).  IR A CONTENIDO  .  .  2.6 Las almas del purgatorio interceden por nosotros  En nuestro intento de precisar la doctrina de Santa Catalina sobre el  purgatorio, conviene que recordemos también que, a diferencia de lo que  ella enseña (2, 22a), es sentencia común entre los teólogos que los  fieles difuntos pueden en el purgatorio interceder por nosotros ante  Dios, pues están muy ardientes en la caridad, y pueden conocer, quizá  sólo de modo general, nuestras necesidades. El mismo Catecismo de la  Iglesia Católica enseña que nuestras oraciones por las almas del  purgatorio «puede no sólo ayudarles, sino hacer eficaz su intercesión en  nuestro favor» (958). «En la comunión de los santos «existe entre los  fieles -tanto entre quienes ya son bienaventurados, como entre los que  expían en el purgatorio o los que peregrinan todavía en la tierra- un  constante vínculo de amor y un abundante intercambio de todos los  bienes» (Pablo VI)» (1475).  IR A CONTENIDO  .  .  2.7 San Francisco de Sales y el «Tratado del Purgatorio»  El Tratado del Purgatorio ha tenido siempre muchos admiradores. En una  de las etapas del proceso de canonización de Catalina, bajo el  pontificado de Inocencio XI (1676-1689), sus escritos son revisados y  aprobados por la Sagrada Congregación de Ritos. El consultor que  presenta el informe, aun reconociendo que en sus páginas «se encuentran  algunas cosas oscuras», declara finalmente que su doctrina espiritual,  «habiéndole sido evidentemente dictada por el Espíritu Santo… bastaría,  en defecto de otras pruebas, para establecer incontestablemente su  santidad». Uno de los mayores admiradores del Tratado del Purgatorio ha sido, sin  duda, el Doctor de la Iglesia San Francisco de Sales (1567-1622), que  hubo de mantener con protestantes, precisamente acerca del purgatorio,  no pocas controversias. Mons. Juan-Pedro Camus, amigo íntimo del santo, y  consagrado por éste obispo de Belley, en su obra publicada en París  1639, refiere: «Reprendía a los predicadores católicos que, al hablar del purgatorio,  sólo lo presentaban al pueblo por el lado de los tormentos y de las  penas que en él sufren las almas, sin hablar de su perfecto amor a Dios  y, por consiguiente, del firme contento de que están colmadas a causa de  su completa unión con la voluntad de Dios, unión tal y tan invariable,  que no les es posible sentir el menor movimiento de impaciencia ni de 15  enojo, ni querer otra cosa que ser lo que son, mientras así plazca a  Dios, aunque sea hasta la consumación de los siglos.  «Acerca del particular aconsejaba mucho la lectura del admirable y casi  seráfico Tratado del Purgatorio, escrito, por inspiración divina, por  Santa Catalina de Génova» (El espíritu de San Francisco de Sales, p.15,  sect.36: Barcelona, Balmes 1948, III, 280).  IR A CONTENIDO  .  .  III CAPITULO  Catecismo de la Iglesia Católica  Vamos, finalmente, a buscar en el Catecismo de la Iglesia Católica lo  que ella quiere que todos los fieles creamos y vivamos acerca del  purgatorio. Para facilitar la lectura de los números que aquí traigo,  elimino las citas que van incluidas en los mismos textos, y las doy al  final. Los subrayados normalmente son míos, así como las fechas dadas  entre corchetes. Los tres estados de la Iglesia:  1022 Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su  retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo,  bien a través de una purificación, bien para entrar inmediatamente en  la bienaventuranza del cielo, bien para condenarse inmediatamente para  siempre. 954 «Hasta que el Señor venga en su esplendor con todos sus ángeles y,  destruida la muerte, tenga sometido todo, sus discípulos unos peregrinan  en la tierra; otros, ya difuntos, se purifican; mientras otros están  glorificados, contemplando claramente a Dios mismo, uno y trino, tal  cual es» (Vat.II). «Todos, sin embargo, aunque en grado y modo diversos, participamos en el  mismo amor a Dios y al prójimo, y cantamos el mismo himno de alabanza a  nuestro Dios. En efecto, todos los de Cristo, que tienen su Espíritu,  forman una misma Iglesia y están unidos entre sí en Él» (Vat.II). 955 «La unión de los miembros de la Iglesia peregrina con los hermanos  que durmieron en la paz de Cristo de ninguna manera se interrumpe. Más  aún, según la constante fe de la Iglesia, se refuerza con la  comunicación de los bienes espirituales» (Vat.II).  IR A CONTENIDO  .  .  3.1 El purgatorio  1030 Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero  imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna  salvación, sufren después de la muerte una purificación, a fin de  obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo. 1031 La Iglesia llama purgatorio a esta purificación final de los  elegidos, que es completamente distinta del castigo de los condenados.  La Iglesia ha formulado la doctrina de la fe relativa al purgatorio  sobre todo en los concilios de Florencia [1439] y de Trento [1563]. La  tradición de la Iglesia, haciendo referencia a ciertos textos de la  Escritura -por ejemplo, 1 Corintios 3,15; 1 Pedro 1,7-, habla de un  fuego purificador: «Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del  juicio, existe un fuego purificador, según lo que afirma Aquél que es la  Verdad, al decir que si alguno ha pronunciado una blasfemia contra el  Espíritu Santo, esto no le será perdonado en este siglo, ni en el futuro  (Mt 12,31). En esta frase podemos entender que algunas faltas pueden  ser perdonadas en este siglo, pero otras en el siglo futuro» (San  Gregorio Magno [+604]).  IR A CONTENIDO  .  .  3.2 Ayudas a las almas del purgatorio. Diversos modos de ayudarles  1032 Esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por  los difuntos, de la que ya habla la Escritura: «Por eso mandó [Judas  Macabeo] hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para  que quedaran liberados del pecado» (2Mac 12,46). Desde los primeros  tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos, y ha ofrecido  sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico, para  que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios.  La Iglesia recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de  penitencia en favor de los difuntos: «Llevémosles socorros y hagamos su conmemoración. Si los hijos de Job  fueron purificados por el sacrificio de su padre (cf. Job 1,5), ¿por qué  habríamos de dudar de que nuestras ofrendas por los muertos les lleven  un cierto consuelo? No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido,  y en ofrecer nuestras plegarias por ellos» (San Juan Crisóstomo  [+407]).  IR A CONTENIDO  .  .  3.3 Oraciones  958 «La Iglesia peregrina, perfectamente consciente de esta comunión de  todo el Cuerpo místico de Jesucristo, desde los primeros tiempos del  cristianismo, honró con gran piedad el recuerdo de los difuntos, y  también ofreció por ellos oraciones, «pues es una idea santa y  provechosa orar por los difuntos, para que se vean libres de sus  pecados» (2Mac 12,45)» (Vat.II). Nuestra oración por ellos puede no  solamente ayudarles, sino también hacer eficaz su intercesión en nuestro  favor.  IR A CONTENIDO  .  .  3.4 Sacrificio eucarístico  1371 El sacrificio eucarístico es también ofrecido por los fieles  difuntos «que han muerto en Cristo y que todavía no están plenamente  purificados» (Trento [1562]), para que puedan entrar en la luz y la paz  de Cristo: «Enterrad este cuerpo en cualquier parte; no os preocupe más su cuidado.  Solamente os ruego que, dondequiera que os hallareis, os acordéis de mí  ante el altar del Señor» (Santa Mónica, antes de morir, a San Agustín  [+430] y su hermano). «A continuación oramos [en la anáfora eucarística] por los santos padres  y obispos difuntos, y en general por todos los que han muerto antes que  nosotros, creyendo que será de gran provecho para las almas, en favor  de las cuales es ofrecida la súplica, mientras se halla presente la  santa y adorable Víctima… Presentando a Dios nuestras súplicas por los  que han muerto, aunque fuesen pecadores…, presentamos a Cristo inmolado  por nuestros pecados, haciendo propicio para ellos y para nosotros al  Dios amigo de los hombres» (San Cirilo de Jerusalén [+386]).  IR A CONTENIDO  .  .  3.5 Indulgencias  1471 «La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por  los pecados ya perdonados, en cuento a la culpa, que un fiel dispuesto y  cumpliendo determinadas condiciones, consigue por mediación de la  Iglesia, la cual, como administradora de la redención, distribuye y  aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los  santos». «La indulgencia es parcial o plenaria, según libere de la pena temporal  debida por los pecados en parte o totalmente». «Todo fiel puede lucrar para sí mismo o aplicar por los difuntos, a  manera de sufragio, las indulgencias tanto parciales como plenarias»  (Código Derecho Canónico [1983]). 1472 Para entender esta doctrina y esta práctica de la Iglesia es  preciso recordar que el pecado tiene una doble consecuencia. El pecado  grave nos priva de la comunión con Dios, y por ello nos hace incapaces  de la vida eterna, cuya privación se llama pena eterna del pecado. Por  otra parte, todo pecado, incluso venial, entraña un apego desordenado a  las criaturas, que tiene necesidad de purificación, sea aquí abajo, sea  después de la muerte, en el estado que se llama purgatorio. Esta  purificación libera de lo que se llama la pena temporal del pecado.  Estas dos penas no deben ser concebidas como una especie de venganza,  infligida por Dios desde el exterior, sino como algo que brota de la  naturaleza misma del pecado. Una conversión que procede de una ferviente  caridad puede llegar a la total purificación del pecador, de modo que  no subsistiría ninguna pena (cf. Trento [1551, 1563]). 1473 El perdón del pecado y la restauración de la comunión con Dios  entrañan la remisión de las penas eternas del pecado. Pero las penas  temporales del pecado permanecen. El cristiano, pues, debe esforzarse,  soportando pacientemente los sufrimientos y las pruebas de toda clase y,  llegado el día, enfrentándose serenamente con la muerte, por aceptar  como una gracia estas penas temporales del pecado; y debe aplicarse,  tanto mediante las obras de misericordia y de caridad, como mediante la  oración y las distintas prácticas de penitencia, a despojarse  completamente del «hombre viejo» y revestirse del «hombre nuevo» (cf. Ef  4,24).  IR A CONTENIDO  .  .  3.6 La comunión de los santos  1474 El cristiano que quiere purificarse de su pecado y santificarse con  la ayuda de la gracia de Dios no se encuentra solo. «La vida de cada  uno de los hijos de Dios está ligada de una manera admirable, en Cristo y  por Cristo, con la vida de todos los otros hermanos cristianos, en la  unidad sobrenatural del Cuerpo místico de Cristo, como en una persona  mística» (Pablo VI). 1475 En la comunión de los santos, por consiguiente, «existe entre los  fieles -tanto entre quienes ya son bienaventurados, como entre los que  expían en el purgatorio o los que peregrinan todavía en la tierra- un  constante vínculo de amor y un abundante intercambio de todos los  bienes» (Id.). En este intercambio admirable, la santidad de uno  aprovecha a los otros, más allá del daño que el pecado de uno pudo  causar a los demás. Así, el recurso a la comunión de los santos permite  al pecador contrito estar antes y más eficazmente purificado de las  penas del pecado. 1476 Estos bienes espirituales de la comunión de los santos los llamamos  también el tesoro de la Iglesia, «que no es suma de bienes, como lo son  las riquezas materiales acumuladas en el transcurso de los siglos, sino  que es el valor infinito e inagotable que tienen ante Dios las  expiaciones y los méritos de Cristo nuestro Señor, ofrecidos para que la  humanidad quedara libre del pecado y llegase a la comunión con el  Padre. Sólo en Cristo, Redentor nuestro, se encuentran en abundancia las  satisfacciones y los méritos de su redención (cf. Heb 7,23-25;  9,11-28)» (Id.). 1477 «Pertenecen igualmente a este tesoro el precio verdaderamente  inmenso, inconmensurable y siempre nuevo que tienen ante Dios las  oraciones y las buenas obras de la Bienaventurada Virgen María y de  todos los santos que se santificaron por la gracia de Cristo, siguiendo  sus pasos, y realizaron una obra agradable al Padre, de manera que,  trabajando en su propia salvación, cooperaron igualmente a la salvación  de sus hermanos en la unidad del Cuerpo místico» (Id.). 1478 Las indulgencias se obtienen por la Iglesia que, en virtud del  poder de atar y desatar que le fue concedido por Cristo Jesús,  interviene en favor de un cristiano, y le abre el tesoro de los méritos  de Cristo y de los santos, para obtener del Padre de la misericordia la  remisión de las penas temporales debidas por sus pecados. Por eso la  Iglesia no quiere solamente acudir en ayuda de este cristiano, sino  también impulsarlo a hacer obras de caridad, de penitencia y de caridad»  (Id.; Trento [1563]). 1479 Puesto que los fieles difuntos en vía de purificación son también  miembros de la misma Comunión de los santos, podemos ayudarles, entre  otras formas, obteniendo para ellos indulgencias, de manera que se vean  libres de las penas temporales debidas por sus pecados.  IR A CONTENIDO  .  .  3.7 Citas  -954 Vat.II, LG 49. -955 ib. -958 LG 50. -1022 Concilios de Lyon: DS  857-858; Florencia: 1304-1306; Trento: 1820; Benedicto XII: 1000-1001;  Juan XXII: 990; Benedicto XII: 1002. -1031 Concilio de Florencia: DS  1304; Trento: 1580, 1820; S. Gregorio Magno, Dial. 4,39. -1032 Concilio  de Lyon: DS 856; S. Juan Crisóstomo, Hom. in 1Cor 41,5. -1371 Trento: DS  1743; Confessiones 9,9,27; S. Cirilo de Jerusalén, Catequesis myst.  5,9.10. -1471 Código Derecho Canónico, can. 992-994. -1472 Trento: DS  1712-1713; 1820. 1474 Pablo VI, const. apost. Indulgentiarum doctrina 5.  -1475 Ibid. -1476 Ibid. -1477 Ibid. -1478 Ibid.; cf. Trento: DS 1835.  IR A CONTENIDO  .  .  3.8 Ésta es la fe de la Iglesia sobre el purgatorio  Como es sabido, en los últimos decenios, no pocos teólogos católicos  niegan la posibilidad del alma separada del cuerpo, con lo que se ven  obligados a tratar del purgatorio en formas que no son conciliables con  la fe católica. En este error incurren por varios influjos convergentes  -teología protestante, filosofía trascendental y antropología unitaria,  que no establece entre alma y cuerpo una distinción conforme con la  razón y la fe cristiana- (Cf. José Antonio Sayés, El tema del alma en el  Catecismo de la Iglesia Católica: Pamplona, Fundación GRATIS DATE  1994). Pues bien, el Catecismo de la Iglesia Católica, principalmente en los  números que hemos reproducido, confiesa de nuevo la fe en el purgatorio,  donde se purifican las almas de los difuntos. «Así pues, la liturgia y  la piedad del pueblo cristiano acertaban y aciertan al pedir a Dios que  las almas de los fieles difuntos descansen en paz» (Sayés 17).  IR A CONTENIDO  .  .  3.9 Importancia de la fe en el purgatorio  Aunque ya ha quedado suficientemente afirmada la importancia fundamental  de la fe en el purgatorio, quiero añadir algunas observaciones. -El amor de Dios se manifiesta en toda su grandeza cuando pensamos que  su empeño en deificarnos, iniciado en la creación de nuestra alma y en  el bautismo, si no se realiza suficientemente en esta vida, sigue  obrando en la otra, mediante el purgatorio, para transformarnos  plenamente en Él. -Para no pecar, los pecadores hemos de recordar muchas veces el  purgatorio. Hemos de guardar extrema fidelidad a la gracia de Dios, si  no queremos resistirla como malos e imbéciles con pecados que, por leves  que sean, producen en nosotros deformidades que hacen imposible la  perfecta unión con Dios. -Para hacer penitencia, hemos de recordar los pecadores que, por mucha  que sea la misericordia de Dios y por total que haya sido la remisión de  nuestra culpa, habremos de purificarnos largamente en el purgatorio de  todas aquellas huellas de nuestros pecados de las que no nos hayamos  purificado suficientemente en este mundo por la penitencia. -Para vivir la debida caridad hacia los hermanos difuntos es necesario  que la fe en el purgatorio esté viva y operante. De otro modo,  fácilmente se piensa que, una vez cumplidos con los enfermos graves y 18  agonizantes todos los deberes de la caridad -noches en vela, gastos,  medicinas, auxilios morales, etc.-, una vez muertos, «ya nada se puede  hacer por ellos»; con lo que no es raro se les deje caer en el olvido.  La fe cristiana, en cambio, nos dice que podemos y debemos hacer  muchísimo en favor de nuestros queridos hermanos difuntos. Y si no  hacemos más por ellos, no es solamente porque nos falta la caridad, sino  porque somos «hombres de poca fe» (Mt 14,31; Lc 12,28). Antiguamente el pueblo cristiano tenía más piedad con las almas del  purgatorio, porque tenía una fe más firme en el purgatorio y en la  validez de los sufragios ofrecidos por los difuntos: oraba diariamente  por los ellos, especialmente por los familiares -el toque «de ánimas» en  las parroquias-, y ofrecía por ellos con más frecuencia misas y  penitencias personales. Hoy se considera de mal gusto -muy «negativo»-  pensar o hablar de la muerte, y fácilmente dejamos a nuestros hermanos  difuntos sin los sufragios que por ellos deberíamos ofrecer a Dios, y  que por su misericordia son eficacísimos. La Iglesia, sin embargo, no cesa de estimularnos a rogar y a ofrecer  sacrificios por ellos. Concretamente, cada día lo hace en el memento de  la Eucaristía por los difuntos; y cada día nos hace pedir por ellos en  la última de las preces de Vísperas. No dejemos, pues, de hacer ahora  por nuestros hermanos difuntos lo que, cuando estemos nosotros en el  purgatorio, querremos que nuestros hermanos de la tierra hagan por  nosotros. Más aún, tengamos verdadera devoción por los fieles difuntos, que ya  están confirmados en la gracia. Ellos han llegado ya en Cristo a la  certeza de la salvación. Nosotros, en cambio, aún estamos en camino  hacia ella…               
				Introducción
I CAPITULO. Santa Catalina de Génova, Tratado del Purgatorio Vida de Santa Catalina (1447-1510)
1.1 Obras
1.2 El Tratado del Purgatorio
1.3 Bibliografía
1.4 La presente traducción
1.5 Culpa y pena
1.6 Tratado del Purgatorio
1.7 Experiencia del purgatorio en la tierra
1.8 Almas ajenas a todo, absortas en el amor de Dios
1.9 Contentas de adelantar en la purificación
1.10 Son penas indecibles
1.11 Penas causadas por los pecados
1.12 Son penas de amor 1.13 Infierno
1.14 Penas moderadas por la misericordia de Dios
1.15 Conformidad en el purgatorio con la voluntad de Dios
1.16 El ejemplo del pan único
1.17 El ama que se va al infierno
1.18 El alma que se va al purgatorio
1.19 El alma que se va al cielo
1.20 Importancia del purgatorio
1.21 Conocimientos inexpresables
1.22 El tormento de un amor retardado
1.23 Amor divino que purifica y aniquila
1.24 Purificación pasiva última, obra de Dios
1.25 Imperfección congénita de todo lo humano
1.26 A la vez, gran gozo y gran dolor 1.27 Hasta el último céntimo
1.28 Olvidadas de sí, abandonadas en Dios
1.29 Toda la pena que sea precisa
1.30 Miseria de la ceguera humana ante estas verdades
1.31 Paz y gozo en la purificación
1.32 Yo vivo en la tierra el purgatorio
1.33 Ayuno en el interior
1.34 El exterior en ayuno
1.35 Mundo-cárcel, cuerpo-cadena
1.36 La santa ordenación de Dios
1.37 Síntesis de la doctrina de Santa Catalina
II CAPITULO. Purificación y purgatorio en San Juan de la Cruz Purificación y plena unión con Dios
2.1 Purificaciones activas
2.2 Purificaciones pasivas 2.3 Purificación perfecta en esta vida
2.4 Purgatorio
2.5 Coincidencias y diferencias entre Catalina y Juan
2.6 Las almas del purgatorio interceden por nosotros
2.7 San Francisco de Sales y el Tratado del Purgatorio
III CAPITULO. Catecismo de la Iglesia Católica Los tres estados de la Iglesia
3.1 El purgatorio
3.2 Ayudas a las almas del purgatorio: diversos modos
3.3 oraciones
3.4 sacrificio eucarístico
3.5 indulgencias
3.6 La comunión de los santos
3.7 Citas
3.8 Ésta es la fe de la Iglesia sobre el purgatorio
3.9 Importancia de la fe en el purgatorio
