Con este Jueves Santo, damos inicio al primero de los tres últimos días de la Semana Santa, lo cuales tienen un carácter conmovedor, en estos oficios, quizás los más bellos de todo el año, recuerda la Iglesia los grandes acontecimientos que señalaron los últimos días de la vida de Nuestro Señor Jesucristo y a la vez, nos invita a celebrar con ella el misterio de nuestra redención. Ya que por medio de la Pasión y muerte de Cristo se renueva nuestra vida en las mismas fuentes de donde ha brotado.
El Jueves Santo está consagrado a la institución de la Eucaristía y del sacerdocio católico, En este día, vísperas de su muerte, Jesús, Sumo Sacerdote de la nueva ley, celebrando la Pascua con sus discípulos, transforma la cena ritual de los judíos en una comida todavía más sagrada, en la que él mismo, Cordero pascual auténtico, se da en alimento a los que de rescatar con su muerte en la cruz.
Jesucristo, el Cordero pascual, en su amor infinito al genero humano, ha instituido la Eucaristía, para ser alimento, fuerza y consuelo de nuestras almas.
LA EUCARISTÍA, ALIMENTO DE NUESTRAS ALMAS.
1)La Iglesia Canta: Ecce panis angelorum, factus cibus viatorum(He aquí el pan de los ángeles, hecho viático nuestro). En la naturaleza animada, todos los seres tienen necesidad de un alimento para conservar la vida. nosotros mismos cuidamos de alimentar nuestro cuerpo. Pero, como nos dice Nuestro Señor “no sólo pan vive el hombre” (Mat., IV, 4); debido a que nuestra alma tiene su vida propia, vida totalmente independiente de los alimentos corporales, vida sobrenatural y divina. Esta vida se sostiene con la oración, con la palabra de Dios, con los sacramentos y, sobre todo con la Eucaristía. ¡Oh maravilla del amor de Jesús, que quiso hacerse Él mismo alimento propio de nuestra alma! ¿Y por qué? Para comunicarnos su vida divina…; y para comunicarla a todos, quiso ocultarse bajo las especies sacramentales del pan y el vino.
De este misterio de la Eucaristía se puede decir muy bien, así como el de la cruz: “Por donde hubo la muerte, ahí abundó la vida por la resurrección” por eso dice un piadoso autor: “Oh altísima sabiduría que extensa es, que del modo que entra la muerte al mundo del mismo modo entró la vida.” “Por ese leño viejo entró la muerte, y por ese mismo leño entró la vida”.
2)Jesucristo mismo nos dice: “En verdad, en verdad os digo, que si no comen la carne del Hijo del hombre, y no beben su sangre, no tendrán vida en mí. Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna: y Yo le resucitaré en el último día. Por que mi carne es verdaderamente comida: y mi sangre es verdaderamente bebida. Quien come mi carne y bebe mi sangre, en Mí mora, y Yo en él” (Juan, VI, 54 y 57). ¡Oh palabras inefables! ¡Qué promesas y qué amenazas contienen! En ellas se ofrece a todo cristiano la participación de la vida divina y con ella de la vida eterna. Por eso dice S. Pedro: Grandes y preciosos bienes se nos han sido obsequiados, para que por ellos lleguemos a ser partícipes de la naturaleza divina…”(II Ped., I, 4)
3) ¡Y, sin embargo, muchos cristianos rehúsan participar de esta vida divina! ¡Dichosas las almas que se nutren de este alimento! Y viven de la vida de Jesús, y pueden decir con S. Pablo: “Yo vivo, o más bien, no soy yo el que vivo, sino que Cristo vive en mí” (Gal., II, 20).
LA EUCARISTÍA, FUERZA DE NUESTRA ALMA.
1)la Iglesia canta: “O salutaris Hostia, da robur, fer auxilium”(Oh Hostia de salvación, que nos da la fuerza y el auxilio) Ya que tenemos que sostener un combate incesante contra los enemigos de nuestra alma. Ellos son numerosos, hábiles y fuertes, y nosotros no somos más débiles, miserables y frágiles. Pero, una vez, que nuestra alma participa del banquete divino, se hace invencible, porque posee en sí misma a Jesús, el vencedor del demonio y del mundo… de este modo se convierte nuestra alma en poderosa y capaz de afrontar los tormentos y la misma muerte, por Nuestro Señor; Por eso nos dice el Salmo XXII, 4: “Si camino en medio del umbral de la muerte, no temeré lo malo porque tú estas conmigo”. Y S. Pablo: “Todo lo puedo con aquel que me conforta” (Fi., IV, 13).Y a la vez se preguntaba: “¿Quien me separará de la caridad de Cristo? (Rom., VIII, 35).
2) ¿De dónde sacaban tanta fuerza los Apóstoles, Mártires, los Confesores y las Vírgenes? De la Eucaristía.
Recordemos la respuesta de S. Andrés al procónsul Egeo… ¿En dónde tantos santos sacerdotes, tantos cristianos generosos encuentran el secreto de vencer al enemigo de la salvación y de obrar prodigios de celo, de caridad, de sacrificio? En la Sagrada Comunión. Sin la Eucaristía, nada encontraremos de generosidad, ni de celo, ni de espíritu de sacrificio. Pensemos en lo que se convertiría el mundo (de hecho se esta convirtiendo) sin el Sacramento del Altar. Por eso le debemos dar gracias al dulcísimo Jesús de todo ello.
LA EUCARISTÍA, CONSUELO DE NUESTRA ALMA.
1)Humanamente hablando, el mundo está lleno de toda clase de miseriasy tristezas: por eso decía el Santo Job XVI, 1: “El nacido de mujer, esta lleno de muchas miserias”. Esta es la consecuencia y el castigo del primer pecado.
2)Pero Jesús, nuestro bondadoso Salvador, tuvo piedad de nosotros; y para consolarnos, quiso “permanecer con nosotros hasta la consumación de los siglos” (Mat., XXVIII, 20): “Y mirad que Yo con vosotros estoy todos los días, hasta la consumación del siglo”. Y para este fin instituyó la S. Eucaristía: y por eso que siempre nos esta invitando diciéndonos: “Venid a Mí todos los agobiados y los cargados, y Yo os haré descansar” (Mat., XI, 28). Todo cristiano que se alimenta con este manjar divino puede decir con S. Pablo: “Reboso de gozo en medio de todas mis tribulaciones” (II Cor., VII, 4). Con la divina Eucaristía, Jesús entra en nosotros, y nosotros de un cielo anticipado. Allí Jesús nos asiste para que podamos sufrirlo todo en alegría y amor.
3)Jesús, pues, es verdaderamente nuestro consuelo durante nuestra peregrinación por la tierra; y lo es también en la hora de nuestra muerte. Entonces viene a visitar a sus amigos fieles o sinceramente arrepentidos, para calmar sus temores, para ser su viático en el gran viaje de la eternidad y abrirles las puertas del cielo. Jesús les dice: “¿Qué teméis? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? ¿Siendo Dios que justifica, y quien condenará? Cristo Jesús, el que murió, aún más el que resucitó, el que esta a la diestra de Dios, es el que intercede por nosotros (Rom., VIII, 33 y 34).
Por último, demos gracias, al Señor, por habernos preparado en este augusto Sacramento, la comida, la fuerza y el consuelo de nuestra alma en el destierro de este mundo. Y nosotros hermanos míos, tengamos amor y fidelidad a Jesús; y hagamos lo que nos dice Isaías LV, 6: “Y busquemos al Señor, mientras pueda ser hallado”; y si así hacemos lo encontraremos en el Santísimo Sacramento. Y vayamos con frecuencia a este celestial convite. Y que grandioso sería si pudiéramos recibir a Jesús todos los días, y ¡cuán fuertes y generosos llegaríamos a ser! ¡Y cuántos consuelos recibiría nuestro corazón!