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entrevista a Jean Guitton

JEAN GUITTON, AMIGO Y CONFIDENTE DE PABLO VI, EN UNA ENTREVISTA PROFÉTICA

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PARIGI: “Aquél día tremía con la emoción. Toda la vida había soñado un Concilio que afrontase las grandes cuestiones del Novecientos, el ecumenismo, el progreso, los derechos de la mujer… Y ahora estaba allí, y hablaría, primer laico en la historia, a un Concilio de la Iglesia Católica. Han pasado treinta años…”.

Jean GUITTON, 91 años, la conciencia crítica de la cristiandad’, el amigo de Juan XXIII, el confidente de Pablo VI, está conmovido. Mira por la ventana de su pequeño apartamento parisino, sobre los jardines del Luxemburgo. Mueve una mano frágilmente,y comienza. “El Concilio ha sido perfecto. Pero su aplicación… cuántos errores. Ha disminuido la fe. Ha perdido vigor la verdad. La Iglesia Católica ha renunciado a proclamarse la única verdadera Iglesia. Ha rezado junto con los protestantes, y a las otras religiones. En los seminarios Freud, Marx, Lutero han ocupado el puesto de Tomás, Ambrosio, Agustín”.
-¿Por esta razón Lefebvre se ha ido?
Pablo VI y después Papa Wojtyla me habían encargado encontrar una solución, evitar el cisma. He fallado. Hablar de Econe es para mí muy doloroso. Porque, en el fondo, Lefebvre tenía razón.
-¿En qué sentido tenía razón?
La verdad no puede cambiar. Si es blanca, no puede volverse gris, roja o marrón. Y si la Iglesia posee la verdad, permanece idéntica a sí misma a lo largo de la historia. Cuando Lefebvre decía que el Concilio no podía cambiar las afirmaciones solemnes de la Iglesia sobre la verdad, decía algo que deberíamos compartir. Pero Lefebvre lo sostenía de manera torpe. Confundía la adhesión a la Iglesia con la adhesión a un partido. Era un espíritu cerrado.
-¿Cuáles son las otras sombras del post-Concilio?
La anarquía. Los feligreses que no obedecen más al párroco, el párroco al obispo, el obispo al cardenal. La catequesis confiada a la gente que pasa por la calle. Cerca de mi casa hay dos parroquias, Saint-Sulpice y Notre Dame des Champs. Y no enseñan las mismas cosas. Piense qué coherencia puede tener una catequesis confiada al primero que llega.
-¿El nuevo catecismo resolverá el problema?
Ahí es donde está el mal. ¿Cómo es posible que los católicos hayamos tenido que esperar treinta años para saber qué es justo hacer, qué es justo creer y lo que no? El nuevo catecismo debería haber llegado tres minutos después del Concilio, no después de treinta años.
- ¿Ve todavía otras sombras?
La crisis de las vocaciones. Finalizado el Concilio, se pensaba que los seminarios se llenarían. Por el contrario… Luego, hemos llegado a pensar que basta la sinceridad para ser cristiano. También si se es un ladrón, también si se es homosexual. Necesitamos la Verdad. Arrepentimiento. Y fe.
-¿ Tiene nostalgia de la Misa en latín?
Sì. En latín he expresado las emociones de 60 años de mi vida de católico. También Pablo VI sufrió por el cambio de la liturgia. Me dijo: debemos sacrificar nuestros sentimientos, para hacer comprensible el Evangelio a todos. Tenía razón. Pero el Concilio no abolió el latín: Dejó libertad de liturgia. Seguidamente la Misa tridentina fue considerada como una pieza de museo.
-¿Y cuáles son las luces?
El diálogo. En los dos mil años antes del Concilio la Iglesia Católica sólo había condenado. Ahora ha cambiado el método: no condenar, escuchar. El diálogo con los no católicos continúa hoy: con los anglicanos, con los protestantes; con los ortodoxos, ahora que la Rusia soviética se ha convertido en la Rusia de San Petesburgo. También las relaciones con el inmenso mundo de los no creyentes nunca han sido tan intensas.
-¿ Cuál ha sido la innovación más bella del Concilio?
La libertad religiosa. Recuerdo a los cardenales divididos en dos partidos. Los progresistas decían: la religión debe estar fundada sobre un acto de libertad. Yo estaba de acuerdo. Sabía que Sartre había afrontado el problema, pero sin resolverlo: porque no hay libertad sin Dios, no hay Dios sin libertad. Venció la línea progresista.
- Y los conservadores fueron vencidos. ¿Quiénes eran?
Su cabeza era Ottaviani. Un espíritu claro, bello, pulido. Hablaba muy bien en latín. Recuerdo que debíamos establecer cuándo una familia católica es numerosa. Alguien dijo: es numerosa si hay cuatro hijos. “¡No, si hay doce!, gritó él. “De lo contrario yo no habría nacido”. Lo dijo en latín, obviamente.
- ¿ Qué otra figura le ha quedado impresa?
Wiszinsky. El primado de Polonia era un hombre excepcional. Y de derechas.
- ¿Y Wojtyla?
Era su discípulo. No sé cómo fue desplegado. Nadie podía imaginar que llegaría a ser Papa.
- ¿Por qué Pablo VI quiso que usted, un laico, tomase la palabra?
Entre nosotros había un gran amor, una gran amistad. Es el misterio de los encuentros. La primera vez que le ví era un 8 de septiembre, él era todavía obispo… fue como un rayo. Me hizo prometer que todos los 8 de septiembre nos encontraríamos. Lo hice durante 27 años. Cuando llegó a Papa le dije: Eminencia, le hago llegar mi despedida. Y él, gritando: pero cómo, ¿acaso no tengo un corazón? ¿No puedo más amar? ¿No tengo necesidad de sus consejos más que antes?.
- ¿Qué le decía durante el Concilio?
La tarde de mi intervención me regaló un reloj, diciendo: “Hoy ha sido una jornada histórica. Usted llevará este reloj para recordar que el tiempo no es más que un soplo frente a la eternidad”. Qué emoción. Qué alegría.
- ¿Qué más le reveló?
Que sufría. Seguía los trabajos a través de un circuito cerrado de televisión. Sentía en su corazón la división de los cardenales, sabía de las maniobras.
- ¿Quiénes maniobraban, los conservadores o los progresistas?
Ambos. Eran dos mil obispos. En todos los Parlamentos hay hombres hábiles que intentan con sistemas más o menos correctos influir en los otros.
- ¿Qué recuerda del final del Concilio?
Ahora que me queda poco de vida puedo hacerle una confidencia. Pablo VI soñaba morir en el campo de batalla. La responsabilidad lo aplastaba. Un día me dijo: “Dejemos un encuentro para después de la muerte”. Era el hombre más solo del mundo. Estaban solos, él y Dios. Lo entiendo, el Concilio había sido el evento del siglo. Me lo dijo también De Gaulle. Yo lo alababa: usted ha salvado Francia. Y él: pero usted ha participado en el Concilio.
- Han sido treinta años difíciles para la Iglesia. ¿Hoy podemos todavía decirnos cristianos?
Nuestros años son el triunfo de la violencia, la apoteosis del sexo, de la televisión, del dinero. El más grande enemigo del cristianismo no es el ateismo. Este se ve, se toca. El enemigo invisible es la indiferencia.
- ¿Y el consumismo, el capitalismo?
El capitalismo es como su corbata. Puede usarla para embellecer su traje. O para estrangular.
- Usted ha dicho que el comunismo no ha muerto, y resurgirá en cualquier otra forma.
Le diré aún más. El comunismo no está por sí contra el cristianismo. Lo está cuando sostiene el ateismo. Los primeros cristianos tanían los bienes en común.
- ¿El cristianismo, corre el riesgo de morir?
La Iglesia atraviesa una crisis terrible. Pero la crisis es su condición existencial. Dios lo quiere así. La Iglesia estaba en crisis ya cuando Juan escribía el Apocalipsis. Pero cuando en el mundo quedase un solo cristiano, la Iglesia viviría con él. La nuestra es la edad de la degradación. Es como tirar con el arco. La flecha debe tensarse hacia atrás para salir con fuerza hacia adelante. Así, nosotros hoy estamos tensados hacia atrás. Pero estamos en la vigilia de grandes cambios. El próximo siglo será la era de la nueva evangelización, y la luz volverá a iluminar la Iglesia. Pero mis ojos no tendrán tiempo de verlo.
Aldo Cazzullo
*Entrevista publicada en La Stampa de Turín 11 de octubre de 1992
Publicado por Fraternidad de Cristo Sacerdote y Santa María Reina
 
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