la religion demostrada 5A
Contenido
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Quinta Verdad
La Iglesia Católica es la única depositaria de la religión cristiana
La Iglesia es el medio establecido por Jesucristo para conservar, propagar y hacer practicar la religión cristiana. Fuera de la Iglesia Católica no hay verdadero cristianismo.
Creemos útil recordar aquí las verdades ya demostradas:
1º Existe un Dios Creador de todas las cosas.
2º El hombre creado por Dios posee un alma espiritual, libre e inmortal.
3º Es necesario una religión, porque el hombre, criatura de Dios, debe rendir vasallaje a su Creador. La religión natural no basta al hombre, puesto que Dios, Soberano Señor, se ha dignado revelarle una religión sobrenatural.
4º Dios ha hecho al hombre tres revelaciones, que se llaman: primitiva; mosaica; cristiana. Las dos primeras no serán más que la preparación de la revelación cristiana, la cual es su complemento definitivo y permanente siendo la única verdadera, la única obligatoria. Hemos expuesto ya las pruebas de la divinidad de la religión cristiana, que tiene por fundador a nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre; estas pruebas son numerosas e irrebatibles.
5º No queriendo Jesucristo quedarse de una manera visible en la tierra, debió elegir un medio para transmitir su religión a todos los hombres hasta el fin de los siglos. Es evidente que al manifestarse Dios al mundo en forma de hombre, su venida debía tener por objeto la salvación de todo el linaje humano. Este medio establecido por nuestro Señor Jesucristo es la Iglesia. Tal es la última verdad, que nos queda por demostrar.
Podemos concluir inmediatamente:
1º Que todo hombre razonable debe creer en Dios.
2º Que todo, hombre que cree en Dios debe ser cristiano.
3º Que todo cristiano debe ser Católico.
En este tratado, nuestro razonamiento se apoyarán en principios ya demostrados:
1º En el hecho de la divinidad del Cristianismo.
2º En la verdad de las palabras divinas de nuestro Señor Jesucristo.
3º En la autenticidad de los Evangelios que citan esas palabras. La Iglesia es en realidad una institución que depende enteramente de la voluntad de Jesucristo, su fundador. Esta voluntad se nos ha manifestado: 1º, por los Evangelios, cuyo valor histórico ya hemos probado; 2º, por la Tradición o enseñanza oral de los Apóstoles.
Después de su resurrección, Jesucristo permaneció cuarenta días en la tierra; se apareció con frecuencia a sus discípulos para darles sus instrucciones acerca de la fundación de la Iglesia: Loquens de Regno Dei[1]. los Apóstoles no escribieron estas enseñanzas de su divino Maestro, pero las transmitieron oralmente a sus sucesores. En esto consiste la Tradición, cuyas principales instrucciones fueron después escritas por los primeros Padres de la Iglesia.
Nos quedan por tratar las cuestiones siguientes:
I. Naturaleza, fundación, fin y constitución de la Iglesia de Jesucristo.
II. Identidad de la Iglesia Católica con la Iglesia de Jesucristo.
III. Organización de la Iglesia Católica.
IV. Relaciones de la Iglesia con las sociedades civiles.
V. Beneficios que la Iglesia proporciona al mundo.
VI. Nuestros deberes para con la Iglesia, verdadera regla de la f e y de la moral.
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I. La Iglesia tal como fue establecida por Jesucristo
140. P. ¿Qué medio estableció nuestro Señor Jesucristo para conservar y propagar la religión cristiana?
R. El medio establecido por Jesucristo es la Iglesia.
Jesucristo quiso unir a los hombres y a los pueblos entre sí; quiso unirlos a Él, y por su intermedio, unirlos a su Padre. Con este fin, fundó una sociedad religiosa con el fin de recoger a los que creyeran en Él, y para gobernarla, instituyó un sacerdocio o cuerpo de pastores encargados de predicar su Palabra y de administrar sus Sacramentos. Eligió doce Apóstoles, los instruyó durante tres años, les comunicó sus poderes y los envió por todo el mundo a predicar el Evangelio.
El pueblo Hebreo, fue elegido para conservar la verdadera religión hasta la llegada del Mesías. La Iglesia fue establecida para propagarla hasta la consumación de los siglos.
Jesucristo vino a traer al hombre los únicos bienes necesarios: la verdad y la gracia. Al salir de la tierra para volver al cielo, dejó: 1º, las verdades reveladas y las leyes morales que debían ser transmitidas a los hombres de todos los tiempos y de todas las naciones; 2º, los tesoros de gracia que habían de ser distribuidos a las generaciones posteriores. Para continuar en el mundo la obra de la Redención, Jesucristo fundó la Iglesia, la sociedad religiosa, depositaria de su doctrina y de sus gracias.
Nada más grande que la Iglesia, ese Reino del Mesías anunciado con tanta frecuencia en el Antiguo Testamento. David, Isaías, Ezequiel cantaron sus glorias y sus victorias. Daniel predijo su duración inmortal al explicar el sueño del rey Nabucodonosor. El plan de Dios es realmente espléndido: quiere divinizar a todos los hombres, unirlos a Cristo y, por mediación de su Cristo, a la Santísima Trinidad, a fin de hacerlos partícipes de la bienaventuranza infinita de las tres Personas divinas[2].
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1º Naturaleza de la Iglesia de Jesucristo
R. La palabra Iglesia derivada del griego, significa la asamblea de los llamados. Unas veces designa el lugar donde se reúnen los fieles para orar, y otras la sociedad de los fieles adoradores del verdadero Dios.
La Iglesia, como sociedad, en su sentido más amplio, comprende el conjunto de los fieles de la tierra, de los Justos del purgatorio y de los Santos del cielo: de ahí la división bien conocida de la Iglesia en militante, purgante y triunfante.
La Iglesia militante, considerada históricamente, comprende a todos los verdaderos adoradores de Dios, desde el principio del mundo hasta el fin de los tiempos: todos, en hecho de verdad, han creído o creerán en la religión revelada, esencialmente la misma en sus distintas fases; en este sentido se subdivide la Iglesia en patriarcal, mosaica y cristiana o católica.
La Iglesia Católica es la sociedad de todos los discípulos de Jesucristo unidos entre sí por la profesión de fe cristiana, la participación de los mismos Sacramentos, la sumisión a los legítimos pastores, principalmente a la misma Cabeza Visible, el Vicario de Jesucristo. Se divide en dos partes: la Iglesia docente: los pastores y la Iglesia discente: los fieles en general. El nombre de Iglesia designa frecuentemente la Iglesia docente. En este sentido se dice: la Iglesia enseña, la Iglesia ordena, la Iglesia es infalible, etc.
Este tratado de la Iglesia está destinado a establecer la legitimidad de dicha definición. Para pertenecer a esta sociedad exterior y visible, se requieren tres condiciones: 1a, ser bautizado; 2a, creer en la doctrina de Jesucristo; 3a, estar sometido a los pastores que gobiernan la Iglesia en nombre del Hijo de Dios y, sobre todo, al jefe supremo de la Iglesia que es el Vicario de Jesucristo.
La Iglesia y la religión. Con la palabra religión designamos el conjunto de las relaciones entre el hombre y Dios; la palabra Iglesia designa la sociedad de las personas que tienen estas relaciones con Dios. La religión es el conocimiento, el servicio, el amor, el culto del verdadero Dios; la Iglesia es la sociedad de los hombres fieles que conocen y ponen en práctica la religión.
La Iglesia y la religión son de institución divina y su unión constituye el cristianismo. No hay cristianismo sin Iglesia. Así como la humanidad no actúa o existe en el orden real más que en el hombre; así tampoco el cristianismo se realiza más que en la Iglesia. Entre ésta y aquél podemos establecer distinción, pero en la realidad son idénticos. Jesucristo, con un solo acto, funda la religión cristiana y la Iglesia.
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142. P. La Iglesia ¿es verdadera sociedad?
R.Sí; la Iglesia es una verdadera sociedad, porque reúne todos los elementos constitutivos de tal.
Una sociedad es un conjunto de hombres unidos entre sí bajo la misma autoridad para alcanzar un mismo fin por medios comunes.
Es así que la Iglesia comprende: 1º, pluralidad de miembros unídos entre sí; 2º, autoridad que manda; 3º, un fin común a los asociados; 4º, medios comunes para alcanzar este fin. Luego la Iglesia es una verdadera sociedad.
Los jefes de la Iglesia son los pastores: San Pedro, los Apóstoles. Los súbditos son los fieles que creen en las verdades reveladas.
El fin es la eterna bienaventuranza.
Los medios son la profesión de una misma fe, la participación de los mismos Sacramentos, la obediencia a los legítimos pastores.
Toda sociedad supone cuatro elementos esenciales: 1º, pluralidad de miembros; 2º, autoridad que forma el lazo moral de los asociados y los dirige hacia el fin común; 3º, unidad del fin que hay que conseguir; 4º, empleo de los mismos medios.
Los dos primeros elementos son comunes a todas las sociedades; los otros dos las especifican. Así, en toda sociedad civil hay necesariamente dos clases de ciudadanos: los que mandan en virtud de la autoridad de que son depositarios, y los que obedecen; si falta eso, se podrá tener una muchedumbre de hombres, pero no una sociedad.
El tercer elemento es el fin, el objeto que los asociados se proponen conseguir; el cuarto, los medios; que deben ser siempre proporcionados al fin. Este fin, este objeto, determina la naturaleza de toda sociedad, porque por razón del fin y objeto los asociados se unen, y el poder dirigente está investido de tales y cuales prerrogativas.
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143. P. Jesucristo ¿fundó directamente la Iglesia?
R. Sí, el mismo Jesucristo instituyó la Iglesia bajo la forma de una sociedad visible, exterior como las otras sociedades humanas, y gobernada por autoridades legítimas.
Reunió a todos sus discípulos bajo la autoridad de sus Apóstoles para hacerles alcanzar un fin común, su salvación eterna por el empleo de los mismos medios, la práctica de la religión cristiana.
Tenemos corno pruebas:
1º Las palabras de Jesucristo referidas en el Evangelio.
2º El testimonio diecinueve veces secular de la historia.
3º La misma existencia de esta sociedad fundada por Jesucristo.
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1º Las palabras de Jesucristo prueban la fundación de la Iglesia.
a) Jesucristo promete formalmente fundar una Iglesia, distinta de la sinagoga, cuando le dice a Pedro: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”. Las imágenes o los emblemas con que se complacía nuestro Señor Jesucristo en describir su Iglesia futura son los de una sociedad: la Iglesia, en boca de Jesucristo, es un rebaño, una familia, el reino de Dios.
b) Durante tres años de su vida pública; Jesucristo preparó los elementos de su Iglesia. De entre la muchedumbre que le seguía escogió, desde luego, doce discípulos, a los que llamó Apóstoles o enviados; los enseñó de una manera particular, y los consagró Obispos. Eligió también discípulos de una categoría inferior, en número de setenta y dos, y los envió de dos en dos a predicar el Evangelio: finalmente, a la cabeza de sus Apóstoles, puso a San Pedro como fundamento de su Iglesia y Pastor de los corderos y de las ovejas.
c) Antes de subir a los cielos dijo a sus Apóstoles: “Como mi Padre me ha enviado, así yo os envío… me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra; id, pues, enseñad a todas las naciones bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo aquello que os he ordenado, y Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos”[3].
Y en otro lugar: “Id por todo el mundo, predicad el Evangelio a toda criatura: el que creyere y fuere bautizado se salvará; el que no creyere se condenará”[4].
Con estas palabras por una parte, Jesucristo da a sus Apóstoles un triple poder:
a) El poder de enseñar: “Id, enseñad a todas las naciones… predicad el Evangelio…”
b) El poder de santificar: “Bautizad a las gentes en el nombre del Padre…”, el bautismo es la puerta de los otros Sacramentos.
e) El poder de gobernar: o de dictar leyes: “Enseñad a las naciones a guardar todo aquello que os he ordenado”.
Jesucristo añade: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin de los siglos; con lo cual imprime a los poderes de los Apóstoles el carácter divino de la infalibilidad y de la perpetuidad hasta el fin de los siglos.
Por otra parte, Jesucristo impone a todos los hombres la obligación estricta de someterse a sus Apóstoles, cuando dice: “Predicad el Evangelio… el que creyere se salvará; el que no creyere será condenado”. Por consiguiente, todos los hombres que quieran obtener la verdad, la gracia, la salvación eterna, deberán creer en la palabra de los Apóstoles, recibir de sus manos los Sacramentos y obedecer sus leyes… la Iglesia está allí toda entera con sus poderes y sus prerrogativas.
Hallamos, de hecho, en las palabras del Salvador, los cuatro elementos constitutivos de una verdadera sociedad: la pluralidad de los fieles moralmente unidos entre sí por la autoridad de los Apóstoles para un fin común, la salvación eterna, mediante el empleo de los mismos medios, la fe en la doctrina de Jesucristo, la recepción de los Sacramentos y la obediencia a sus leyes.
Los Apóstoles son los gobernantes; y los fieles, los gobernados: la unión de unos y otros constituye una verdadera sociedad, que Jesucristo llama su Iglesia.
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2º El testimonio de la historia. El día de Pentecostés, los Apóstoles predican a Jesucristo: tres mil judíos al principio; cinco mil al siguiente día, creen en su palabra, y todos se someten a su autoridad.
El número de fieles se multiplica, los Apóstoles eligen ministros inferiores, presbíteros y Diáconos, a los que imponen las manos para consagrarlos con el sacramento del orden. Los Apóstoles se separan y van a predicar el Evangelio en las diversas partes de la tierra, consagran Obispos, los establecen como Pastores en las Iglesias recientemente fundadas. A su muerte dejan por todas partes sucesores, herederos de su autoridad y de su ministerio. Estos a su vez, consagran otros sucesores, que hacen lo mismo en el transcurso de los siglos. Así, la organización primitiva de la sociedad cristiana establecida por Jesucristo permanece indefectible[5].
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3º La existencia de la Iglesia prueba que Jesucristo es su fundador.
La existencia de la Iglesia es un hecho. Nosotros la hallamos viva en todas las épocas de la historia desde hace veinte siglos. Pues bien, siempre, ya por su nombre, ya por sus instituciones, ya por la sucesión no interrumpida de sus pastores, esa Iglesia reconoce a Jesucristo por su fundador. Luego la misma existencia de la Iglesia, aun prescindiendo de los Evangelios, prueba que Jesucristo la ha fundado[6].
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144. P. ¿Por qué nuestro Señor Jesucristo eligió a la Iglesia para conservar su religión?
R. Jesucristo eligió a la Iglesia porque una sociedad es el medio más a propósito para conservar la religión y el más conforme a la naturaleza del hombre, esencialmente sociable.
Una religión revelada debe ser enseñada o por Dios mismo, o por hombres delegados a este fin: pero no conviene a la Majestad divina enseñar a cada individuo en particular por una revelación también particular, ya que esto sería multiplicar los milagros sin necesidad.
Debía, pues, Jesucristo confiar a hombres escogidos el cuidado de transmitir a los otros la religión cristiana.
1º Para conservar la religión primitiva, Dios no fundó una sociedad religiosa distinta de la familia. El padre era, a la vez, rey y Sacerdote: como rey, cuidaba por la felicidad temporal de la familia; como Sacerdote, ofrecía sacrificios a Dios y transmitía a sus descendientes las verdades reveladas. Y esto era tanto más fácil cuanto que estas verdades, no eran muy numerosas y los Patriarcas vivían mucho más de lo que se vive ahora: así se conservó la religión primitiva.
2º La tierra se puebla, las virtudes antiguas desaparecen, los hombres se pervierten, y no teniendo ya por custodia la vida secular de los Patriarcas, la familia es incapaz de conservar intacto el depósito de la revelación. Para conservarlo, Dios elige al pueblo judío. Sobre el monte Sinaí, da a ese pueblo la ley escrita, complemento de la revelación primitiva. Establece en esa nación una verdadera Iglesia, creando un sacerdocio, distinto del poder paternal y del poder político. Este sacerdocio encargado de las funciones del culto y de la custodia de los Santos Libros, se perpetúa de generación en generación, y conserva hasta la venida del Mesías, el depósito de la religión revelada. Es la sinagoga, la cual, por su constitución, es figura de la Iglesia de Cristo, como lo anuncian las profecías.
Dios pacta una alianza particular con la nación judía, porque en ella debe nacer el Mesías. Pero no por eso los demás pueblos quedan abandonados. Ellos recibieron también la revelación primitiva; mediante sus relaciones con el pueblo judío y la difusión de los Libros Santos participan, más o menos, de las luces de la revelación mosaica: si se pervierten y corrompen, suya es la culpa. Fuera de eso, Dios se propone llamarlos nuevamente al conocimiento de la verdad completa.
3º Los Profetas anuncian que el Redentor juntará en su Reino a los judíos y a los gentiles; el Reino del Mesías es la Iglesia, la cual sucede a la Iglesia mosaica. El Antiguo Testamento era sombra y figura del Nuevo… es así que en tiempo de Moisés había una Sinagoga encargada de conservar el depósito de la revelación; luego era conveniente que Jesucristo fundara una Iglesia, encargada del depósito de la doctrina cristiana y con el fin de comunicar a todos los pueblos los frutos de la Redención consumada en el Calvario.
La Iglesia nueva es más perfecta que la Iglesia antigua… posee la perfección de la verdad más clara y enriquecida con nuevas revelaciones; la perfección de la Ley impulsando a la práctica de virtudes más sublimes; la perfección de los Sacramentos, constituidos en señales que causan la gracia; la perfección del sacerdocio, marcado con un carácter más divino, investido de funciones más nobles y de una autoridad más fuerte; la perfección de expansión y de duración; sus límites son los del universo y su duración es la del mundo.
1º ¿Por qué Jesucristo eligió hombres para la enseñanza de su religión?
a) Una religión revelada debe ser enseñada, porque comprende verdades que creer, leyes que observar y un culto que rendir a Dios. Pero para que el hombre crea verdades, observe leyes, o rinda un culto, es menester, previamente, que los conozca.
¿Cómo los conocerá? El hombre puede ser instruido por Dios o por sus semejantes. No es conveniente que Dios renueve la revelación para cada hombre en particular; luego es necesario que el hombre sea enseñado por sus semejantes.
El hombre puede ser instruido de viva voz o por escrito. La enseñanza oral es la más conforme a su naturaleza: conviene a todos. Es la única posible para los niños, para los hombres que no saben leer y para todos aquéllos, y son muchísimos, que no tienen ni gusto ni tiempo para estudiar en los Libros.
Aún los hombres instruidos necesitan de una autoridad segura que les enseñe el verdadero sentido de las enseñanzas escritas. Un libro es letra muerta: es necesario que alguien lo explique. “El libro es mudo, dice Platón, es un niño al que se le hace decir todo lo que se quiere, porque su padre no está allí para defenderlo”.
La razón exige para el conocimiento de la religión, como para todas las otras ciencias, un sistema de enseñanza accesible a todos, proporcionado a la edad y a la inteligencia de todos. Sólo la enseñanza oral, dada con autoridad, llena estas condiciones.
Además, la revelación consta de una doble ley: ley para la inteligencia, las verdades que es preciso creer; ley para la voluntad, los deberes que deben ser practicados. Pues bien, estas leyes necesitan interpretación. Todas las sociedades han instituido cuerpos de magistrados encargados de interpretar los códigos: una ley que dejara de ser explicada, una ley cuya observancia no fuera mantenida por una autoridad visible, dejaría de ser ley. Y como Dios no puede ser inferior en sabiduría a los hombres, debe tomar las mismas precauciones.
b) Aparte de esto, de hecho, Dios ha obrado así durante todo el transcurso de los siglos.
1º La revelación primitiva, hecha a Adán en el Paraíso terrestre es transmitida por hombres, de generación en generación, hasta Moisés.
2º En el monte Sinaí, Dios promulga la ley escrita. ¿Quién será el encargado de custodiarla, de interpretarla hasta la venida del Mesías? Serán hombres. Aarón y sus descendientes conservan este precioso depósito durante quince siglos.
3º Jesucristo viene a explicar, desenvolver y perfeccionar la religión. ¿A quién confiaría la guarda de ese tesoro? A sus Apóstoles, dándoles autoridad infalible para que enseñen su doctrina, promulguen sus leyes y confieran su gracia. Antes de volver al cielo, reúne a sus Apóstoles, y les dice: “Como mi Padre me ha enviado, yo os envío. Id, pues, y enseñad a todo el mundo, predicad el Evangelio a toda criatura… Yo estoy con vosotros, todos los días hasta el fin del mundo”. Con estas palabras Jesucristo da a sus Apóstoles el poder de enseñar su religión de una manera infalible y perpetua.
2º¿Por qué Jesucristo reunió a sus Apóstoles y discípulos en una sociedad religiosa? Para conformarse a la naturaleza humana. El hombre es un ser esencialmente sociable. No puede nacer sin la sociedad de la familia, no puede ser criado sino en el seno de la sociedad, y no puede vivir sin la sociedad de sus semejantes. Al hombre, compuesto de cuerpo y alma le convienen dos sociedades distintas: una que vele de los intereses del cuerpo, y es la sociedad temporal, el estado, la nación; y otra para que cuide por los intereses del alma, y es la sociedad espiritual y religiosa.
Además, esta necesidad natural del hombre la vernos traducida en la práctica en el transcurso de todos los siglos y en todos los pueblos. En todas partes el hombre ha creído en Dios, y en todas partes se ha asociado con sus semejantes para rendirle un culto público y social. Por consiguiente, si Dios no hubiera organizado su religión en forma de sociedad, esa religión no habría estado de acuerdo con las tendencias de la naturaleza humana.
El Redentor obra en el orden de la gracia, como el Creador en el orden de la naturaleza. Al principio, Dios mismo creó al primer hombre y a la primera mujer, los unió en una sociedad íntima: la familia y les dijo: “Creced y multiplicaos, y poblad la tierra”. Con estas palabras, Dios, proveyó a la conservación de la especie humana hasta el fin de los tiempos.
De la misma manera, cuando Jesucristo quiso engendrar a sus elegidos, dijo a sus Apóstoles: “Id por todo el universo, predicad el Evangelio a todas las criaturas… Yo estoy con vosotros hasta la consumación de los siglos”. Con estas palabras, el Salvador crea la Iglesia y asegura a los hombres, hasta el fin del mundo, la transmisión de la vida sobrenatural.
De esta suerte, Dios Creador con una sola ordenación de su voluntad funda la familia; y el niño recibe en esta sociedad la vida natural. Dios Redentor también, con una sola disposición crea la Iglesia, y en esta sociedad religiosa y divina el mismo niño recibe la vida sobrenatural.
En virtud de estas dos sentencias creadoras, la orden de Dios se cumple sin cesar: hay hombres que se unen para poblar la tierra, y otros que se asocian para evangelizarla: Dios, principio de vida, ha hecho brotar dos fuentes de ella: la familia, que da la vida natural y puebla el mundo, y la Iglesia: que comunica su vida sobrenatural y puebla el cielo. Hay perfecta analogía entre el orden de la naturaleza y el de la gracia.
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145. P. ¿Qué misión da Jesucristo a la Iglesia?
R. Jesucristo da a la Iglesia la misión de conducir a los hombres a la salvación eterna, mediante la práctica de la religión cristiana.
El Hijo de Dios fundó la Iglesia para continuar en ella y por ella, hasta el fin de los tiempos, la obra de la Redención. Vino a la tierra a fin de instruir a los hombres, santificarlos con su gracia y llevarlos al cielo. Tal es también la misión que dio a la Iglesia, cuando dijo a sus Apóstoles: “Como mi Padre me ha enviado, así también Yo os envío”. Los doctores llaman a la Iglesia la manifestación siempre viva de Jesucristo, su encarnación prolongada a través de los tiempos.
El Hijo de Dios al venir a la tierra tenía un doble fin: ante todo, rescatar al mundo perdido por el pecado de Adán; es la obra de su muerte en la cruz; después, de hacer partícipes a todos los hombres de los frutos de la Redención y aplicarles sus méritos. Pues bien, ésa es precisamente la obra de la Iglesia hasta el fin del mundo.
1º El fin inmediato o próximo de la Iglesia es enseñar a los hombres las verdades reveladas, administrar los Sacramentos que confieren la gracia, hacer observar los mandamientos de Dios, promover así la práctica de la religión cristiana.
La práctica de la religión produce la santidad, que conduce al cielo. Por eso el fin remoto de la Iglesia es el conducir a los hombres a la vida eterna, a la visión sobrenatural e inmediata de Dios.
La Iglesia, como todas las obras divinas, tiene por fin supremo el procurar la gloria de Dios. Y a la verdad, Ella con su extensión, su estabilidad, su doctrina, las gracias y los beneficios de que es fuente, pone de manifiesto el poder, la providencia, la bondad y la sabiduría de Dios. Y difunde todos los días sobre la tierra el conocimiento del ser supremo, propaga su culto y hace brotar las más hermosas virtudes. Los numerosos Santos que ella engendra alabarán y bendecirán al Señor por toda la eternidad.
2º La Iglesia no es más que una sola cosa con Jesucristo. Es Jesucristo mismo prolongando su encarnación entre los hombres. Y ésa es la razón por la cual nuestros libros Santos llaman a la Iglesia Cuerpo Místico de Jesucristo, complemento de Cristo, su desenvolvimiento, puesto que los fieles, hijos de la Iglesia, están incorporados a Cristo por la vida divina que reciben de Él. “Yo soy la Vid, dijo el Salvador a sus Apóstoles, y vosotros los sarmientos”.
Jesucristo es Doctor, Santificador y Rey de la humanidad. Por medio de la Iglesia continúa su triple ministerio: como Doctor, enseña por la voz de la Iglesia; como Santificador o Pontífice, vivifica con sus Sacramentos; como Rey, guía y gobierna a los hombres con la autoridad de los Pastores: obra por su Iglesia, como el alma obra por medio del cuerpo. La Iglesia es, pues, Jesucristo enseñando, santificando y gobernando a los hombres.
La misión de la Iglesia es continuar de una manera visible la misión de Jesucristo. El Salvador dio a sus Apóstoles el encargo de enseñar a todos los pueblos, de administrar los Sacramentos, de promulgar la Ley cristiana, y esto hasta el fin de los siglos. Y añadió: “He aquí que estoy con vosotros…”, por consiguiente, Él se asegura su asistencia perpetua; de ahí un doble deber: deber para los Apóstoles y sus sucesores de instruir, de santificar y de gobernar; deber para los fieles de creer en la doctrina enseñada, de recibir los Sacramentos, de obedecer la Ley cristiana.
Corolario. Es, pues, necesario formar parte de la Iglesia si queremos ir al cielo, no solamente porque el Hijo de Dios, su Fundador, ha impuesto a todos los hombres el precepto formal de entrar en su Iglesia, sino también porque, siguiendo el orden establecido por la divina Providencia, sólo en Ella podemos alcanzar la vida eterna; Ella es la única depositaria de los medios de santificación: fuera de la Iglesia no hay salvación. Más adelante, explicaremos el sentido y la extensión de esta máxima fundamental.
“Jesucristo, el HombreDios, es el enviado de su Padre para dar a los hombres la verdad y la vida sobrenatural[7]. Por el hecho de su misión, ha recibido todo poder para instruir, santificar y gobernar a todo el género humano, para llevar a los hombres a la visión sobrenatural e intuitiva de Dios; a la posesión directa de la bienaventuranza divina; fin último y supremo de la naturaleza humana.
Jesucristo, el hombreDios, el enviado de su Padre, es el Salvador y el Redentor del género humano; luego todo el linaje de Adán, rescatado con el precio de su sangre, es su conquista, su propiedad. Él tiene por misión incorporarse el género humano para ofrecerla con Él en holocausto a Dios, su Padre.
La Iglesia es la Enviada de Jesucristo; es la Voz y el Órgano de Jesucristo; es la Esposa de Jesucristo, es su Cuerpo Místico, su Desenvolvimiento, su Plenitud…
Enviada de Jesucristo, así como Jesucristo es el enviado del Padre, la Iglesia está asociada a su misión y, por consiguiente, a su autoridad suprema.
Voz y Órgano de Jesucristo, la Iglesia instruye y gobierna a las multitudes en nombre de Jesucristo; es Jesucristo mismo que vive, habla y obra en ella.
“Esposa de Jesucristo a semejanza de Eva, madre de los vivientes, la Iglesia nació del costado del Nuevo Adán, durante su sueño en la Cruz. Ella recoge a la humanidad manchada por la culpa del primer hombre, mediante la fecunda virtud de su Esposo, la da a luz a una nueva vida, la alimenta con el pan de la verdad y de la gracia, y gobierna a los que ha regenerado con la dulce autoridad de una Madre y con el poder soberano de una Reina. Cuerpo Místico de Jesucristo la Iglesia incorpora los hombres a Jesucristo al incorporárselos a Sí misma, los hace participar de la vida de su Cabeza, haciéndolos vivir de su propia vida, y llamando a todos los hombres, porque Dios quiere la salvación de todos, trabaja con inagotable decisión para hacerlos entrar a todos en su Seno, para hacerlos a todos Miembros de Jesucristo y conducirlos a todos al cielo”(extracto de D. Benoit, Les erreurs modernes).
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146. P. ¿Cómo constituyó Jesucristo su Iglesia?
R. -1º Jesucristo constituyó su Iglesia conforme al modelo de una sociedad, de un estado, de un reino; donde se distinguen dos clases de ciudadanos: los gobernantes y los gobernados.
Estableció en su Iglesia dos clases de miembros: los superiores o autoridades que enseñan y gobiernan, y los súbditos, que escuchan y obedecen. Los primeros constituyen la Iglesia docente, y se llaman los Pastores, el clero, la jerarquía. Los segundos forman la Iglesia discente, y se llaman los fieles, los laicos.
2º Jesucristo confirió a sus Apóstoles la autoridad por el sacramento del Orden y por la misión expresa de enseñar y de gobernar la Iglesia. Los Pastores se distinguen de los fieles por esta consagración y misión divinas.
3º Además, Jesucristo estableció entre los Pastores una jerarquía con poderes diferentes y subordinados los unos a los otros.
En el lugar más alto, Simón Pedro es constituido cabeza suprema de la Iglesia con plenitud de poderes. Bajo su dependencia, los otros Apóstoles están encargados de enseñar, santificar y gobernar a los fieles. Tienen como auxiliares a los Sacerdotes y a los Diáconos.
De esta suerte, la Iglesia aparece organizada como un ejército con su general en jefe, sus generales de división, sus oficiales y sus soldados: es el ejército de Cristo que marcha hacia la conquista del cielo.
1º No hay sociedad posible sin autoridad que gobierne; una sociedad en la cual nadie tuviera el derecho de mandar no sería una organización social, sino un desorden y anarquía. Además, la autoridad nunca viene de abajo: aun en las sociedades civiles, la autoridad no tiene su origen en la voluntad del pueblo, como pretenden los filósofos materialistas, si bien es el pueblo el primer sujeto de ella. Toda autoridad viene de Dios, porque los hombres son iguales entre sí; y sólo Dios tiene el derecho de mandarlos. Así como es necesaria una autoridad en la familia y en la sociedad civil, así también es necesario que Jesucristo de a su Iglesia una autoridad que enseñe lo que se debe creer y lo que se debe hacer para llegar a la vida eterna.
San Roberto Belarmino demuestra las verdades siguientes:
A) El gobierno de la Iglesia no pertenece al pueblo. Los Apóstoles, que fueron los primeros Pastores, recibieron su autoridad no de la Iglesia, que aun no existía, sino de Jesucristo mismo. “Id, predicad el Evangelio…” Desafiamos a los protestantes, que se apoyan solamente en la Biblia, a que nos indiquen el tiempo y lugar en que Jesucristo confiere a los simples fieles el poder de enseñar y de gobernar la Iglesia. Los Pastores no son, por consiguiente, los mandatarios del pueblo cristiano, sino los enviados de Dios.
B) El gobierno de la Iglesia no pertenece a los príncipes seculares. La autoridad que gobierna la Iglesia es una autoridad sobrenatural, y no puede pertenecer sino a aquellos que la han recibido de Dios: es así que Jesucristo dio este poder a Pedro, a los Apóstoles y a sus sucesores, y no a los príncipes. Luego los reyes y emperadores no tienen poder alguno en la Iglesia.
C) El gobierno de la Iglesia pertenece principalmente a Simón Pedro y, bajo su dependencia, a los Apóstoles. Jesucristo había colocado ya a San Pedro a la cabeza del colegio apostólico, como veremos más adelante; y al dejar la tierra, dijo a sus Apóstoles reunidos: “Todo poder me ha sido dado en el cielo y en la tierra. Id, pues, y enseñad a todas las naciones”[8]. Con estas solemnes palabras, Jesucristo concede a sus Apóstoles autoridad para enseñar su doctrina, santificar las naciones y gobernar las conciencias.
Cristo posee la autoridad porque es el enviado del Padre; los Apóstoles la reciben porque son los enviados de Cristo: “Como mi Padre me ha enviado, yo os envío… el que a vosotros oye a Mí me oye; y el que a vosotros desprecia, a Mí me desprecia…”. La autoridad de los Apóstoles es la de Jesucristo mismo.
San Pablo hace notar la necesidad de recibir de Dios el poder de enseñar a los hombres… “Quomodo prcedicabunt nisi mittantur?” Nadie puede predicar sin ser enviado de Dios. Cristo mismo es enviado por su Padre; Cristo envía a sus Apóstoles, y éstos, a su vez, enviarán a sus sucesores.
Los poderes de estos enviados divinos provienen de un noble origen del Sacramento del Orden y de su misión. El primero les da la potestad de santificar a los fieles con los Sacramentos; el segundo, el derecho de instruirlos y de gobernarlos[9].
La palabra jerarquía significa: autoridad sagrada. Designa el orden de los ministros de la Iglesia, sus funciones respectivas y los diferentes grados de autoridad que subordinan los unos a los otros.
Aquí no hablamos sino de los superiores establecidos por derecho divino, esto es, instituidos directamente por el Hijo de Dios.
Jesucristo fundó su Iglesia para salvar a los hombres. ¿Qué se necesita para esto? La gracia de Dios y la cooperación de los mismos hombres.
Ahora bien:
1º Para dar a los hombres la gracia, el Salvador estableció en su Iglesia el poder de conferir los Sacramentos: esto es lo que se llama jerarquía de orden, o los diversos poderes sagrados que da el sacramento del orden. La jerarquía comprende por derecho divino, tres grados: el episcopado, el sacerdocio y el diaconado. El poder del Orden, una vez conferido, no se pierde nunca (imprime carácter, es decir un sello espiritual); los Sacerdotes aún herejes, administran válidamente los Sacramentos que no exigen jurisdicción.
2º Para ayudar a los hombres a corresponder a la gracia de Dios, Jesucristo estableció en su Iglesia el poder de enseñar y de gobernar: es lo que se llama jerarquía de jurisdicción. Esta comprende, por derecho divino, dos grados: el primado de Pedro y el episcopado: sin embargo, el sacerdocio participa también de una cierta jurisdicción: la de transmitir a los fieles las enseñanzas y las órdenes de los Pastores. Toda antigüedad cristiana atestigua el orden divino, de este orden jerárquico.
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147. P. ¿Qué forma de gobierno dio Jesucristo a su Iglesia?
R. Jesucristo estableció el gobierno de su Iglesia bajo la forma de una monarquía electiva.
Eligió a Simón Pedro como Pastor Supremo, con pleno poder de enseñar y de gobernar a los otros pastores y a los fieles.
Quiso que la Iglesia, su Reino terreno, fuera la imagen del Reino de los cielos, donde reina en persona rodeado de los Ángeles y los Santos.
El quiso, además, asegurar a la Iglesia la unidad más perfecta y no tener más que un solo rebaño con un solo Pastor.
La Iglesia es la familia de los hijos de Dios: en una familia no hay más que un Padre; la Iglesia es el Reino de Jesucristo: en un reino no hay más que un rey; la Iglesia es el Cuerpo Místico de Jesucristo, un cuerpo no debe tener más que una Cabeza. Sin esta unidad, la división podría sin dificultad introducirse en la Iglesia, como lo prueba el testimonio inalterable de la historia.
Este modo de gobernar no puede ser alterado, por es de institución divina. Establecido por el Hijo de Dios mismo debe permanecer mientras exista la Iglesia.
Hay tres formas principales de gobierno: La monarquía, el gobierno de uno solo, que lleva el nombre de rey o de emperador; la aristocracia, el gobierno de una clase elegida de ciudadanos; la república, el gobierno de los elegidos por el pueblo. Estas tres formas de gobierno son buenas, cuando la ley de Dios es cumplida, guardada en ellas, de lo contrario, las tres degeneran en tiranía.
1º La verdadera cabeza de la Iglesia es Jesucristo: Él la conserva, protege, gobierna y santifica. Pero es invisible en la tierra y la Iglesia, compuesta de hombres, es una sociedad visible que exige una suprema autoridad visible. Por eso, antes de subir al cielo, el Salvador constituyó a Simón Pedro su Vicario, su representante, Pastor supremo de la Iglesia.
2º ¿Por qué Jesucristo eligió para su Iglesia el gobierno monárquico? Para conservar la unidad perfecta. Quiso que todos los miembros de la Iglesia estuvieran estrechamente unidos: que sean una misma cosa, “Como tú, ¡Oh Padre! estás en Mí y Yo en Ti”[10]. Si hubiera varios pontífices supremos en la Iglesia, discordarían, y la división bien pronto cundiría entre los fieles, con lo cual desaparecería de la Iglesia la unidad necesaria.
Además, como opinan comúnmente los filósofos, la monarquía es la forma más perfecta de gobierno, forma que regula la marcha del mundo, de la familia y del ejército. La antigua Iglesia, la sinagoga, era regida por el Sumo Sacerdote en forma de gobierno monárquico. Y Dios no podía manifestar más cuidado por la Sinagoga, la cual debía ser repudiada por Jesucristo, que por la Iglesia, cuya duración debe prolongarse hasta el fin del mundo.
Nadie puede cambiar el régimen monárquico establecido por Jesucristo. En ninguna sociedad se puede alterar el poder sin alterar la sociedad misma y modificar su naturaleza. Es así que mudar la naturaleza de una sociedad divina sería destruirla; de donde se sigue que debe permanecer como Dios la ha establecido, o desaparecer.
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148. -¿Jesucristo confirió realmente a San Pedro el poder soberano sobre a Iglesia entera?
R. -Sí; Jesucristo concedió a San Pedro la supremacía sobre toda la Iglesia: nada es más verdadero.
1ºJesucristo dijo a Pedro: “Ttú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno nada podrán contra Ella”. Con lo cual quiso significar que Pedro será el fundamento sobre el cual se edificará el edificio de la Iglesia. Pero como el fundamento de una sociedad, lo que conserva su unidad y su estabilidad, es la autoridad suprema, se sigue que, con esas palabras, Jesucristo promete a Pedro la supremacía sobre toda la Iglesia.
El Salvador añade: “Te daré las llaves del Reino de los cielos”. Pero, según el modo de hablar ordinario, entregar a uno las llaves de una ciudad es hacerle Señor de la misma: luego Pedro debe ser en la tierra el Jefe Supremo, el soberano del Reino de Jesucristo.
2º Después de su resurrección, Jesucristo da a Pedro el primado prometido. Él le dice: “Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas”. Los corderos significan los fieles; las ovejas, los pastores. Luego Pedro está encargado de apacentar y de gobernar todo el rebaño de Jesucristo. Él queda nombrado a la vez Pastor de los fieles y Pastor de los pastores; estos últimos son pastores respecto de los pueblos, son ovejas respecto de Pedro.
Y bien sabido es que desde el principio, San Pedro ejerce esta autoridad suprema, que respetaron los Apóstoles como los simples fieles: el poder supremo concedido por Jesucristo a San Pedro se llama: Primado; se distingue entre primado de honor y primado de jurisdicción. El primero es el derecho de ocupar siempre el primer puesto en la Iglesia; el segundo es el derecho de regir con pleno poder la Iglesia entera. Jesucristo dio a San Pedro este doble primado de honor y de jurisdicción.
1ºJesucristo promete a Pedro la autoridad soberana. Por primera Providencia, Jesucristo cambia el nombre al que ha escogido para príncipe de los Apóstoles: “Tú eres Simón, hijo de Juan; en adelante te llamarás Pedro”. Del mismo modo vemos en el Antiguo Testamento que Dios mudó el nombre de Abrahán y de Jacob cuando quiso hacer de estos Patriarcas los jefes de su pueblo.
Un día, el Salvador, en los campos de Cesarea, interroga a los Apóstoles: qué piensan de Él. Pedro le contesta: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”.
Oyendo estas palabras, Jesús mira a Pedro con bondad inefable y le dice: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Juan; porque esto no te lo reveló ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los Cielos. Y Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra Ella. Y a ti te daré las llaves del Reino de los Cielos y todo lo que atares en la tierra será atado en los Cielos, y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos”[11].
Esa es la promesa. Así como un edificio se apoya y se eleva sobre su fundamento, sobre su piedra fundamental, así también una sociedad descansa sobre el poder que la gobierna. Siendo San Pedro la piedra fundamental sobre la cual Jesucristo estableció su Iglesia, en él debe residir también el Supremo Poder.
“Yo te daré las llaves del Reino de los cielos…” Se dan las llaves de una casa al dueño, las llaves de una ciudad al Soberano. En los Libros Santos, las llaves son el símbolo del poder supremo. A Pedro pues, y a Pedro solamente, es a quien Jesucristo promete el Poder Soberano.
El poder de atar es el poder de obligar a los otros mediante leyes; y como en la tierra nadie podrá desatar lo que Pedro haya atado, se sigue que su poder será soberano e independiente.
2ºJesucristo da a Pedro el poder supremo. Después de su resurrección; Jesucristo cumple la promesa hecha a Pedro, y le otorga la supremacía. Pedro y los demás Apóstoles están congregados en las riberas del lago de Genesaret. Jesús se les aparece y dice a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más qué éstos?” Simón responde: “Sí, Señor, tú sabes que te amo”. Jesús replica: “Apacienta mis corderos”.
Jesús le pregunta otra vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” Pedro contesta: “Sí, Señor, tú sabes que te amo”. Jesús le dice: “Apaciento mis corderos”. Jesús le pregunta por tercera vez: “Simón hijo de Juan ¿me amas?”. Entristecido Pedro al oír esta tercera pregunta contesta: “Señor, tú conoces todas las cosas, tú sabes que te amo”. Jesús le dice: “Apacienta mis ovejas”[12].
Así, Nuestro Señor constituyó a Pedro como Pastor, no solamente de los corderos, sino de las madres de éstos, no solamente de los fieles sino de los mismos pastores. Pedro, pues, es el Pastor de los pastores, y la Iglesia está fundada sobre una sola cabeza. Ahí tenéis la institución del primado.
No cabe duda que, si Pedro es llamado fundamento de la Iglesia, debe sostener a esta toda entera; si sólo él recibe las llaves del cielo, sólo él debe poseerlas de una manera soberana: si recibe aparte, y antes que todos los demás, el poder de atar y desatar, significa que no debe poseerlo, de la misma manera que los demás Apóstoles; si se le confiere el cargo de apacentar los corderos y las ovejas, quiere decir que por el mismo hecho queda constituido en Pastor supremo de la grey.
3º El primado de Pedro es reconocido por los demás Apóstoles. En todas ocasiones, Pedro es nombrado el primero y presentado como superior del colegio apostólico. “El primero en todas las formas, dice Bossuet, el primero en confesar la fe, el primero en la obligación de practicar la caridad; el primero de los Apóstoles que vio a Jesucristo resucitado de entre los muertos, ya que debía ser el primer testigo de esa resurrección ante el pueblo; el primero cuando se trató de completar el número de los Apóstoles; el primero que corroboró la fe con un milagro; el rimero que obtuvo la conversión de los judíos, el primero en recibir a los idólatras; el primero en tomar la palabra en las asambleas; si es encarcelado, toda la Iglesia ora por él; si habla, pastores y fieles, todos le escuchan y acatan sus órdenes. El mismo San Pablo, aunque instruido directamente por Jesucristo, vino a propósito a Jerusalén para ver a Pedro y recabar de él la confirmación de su ministerio para que todos entendiesen que, por docto, por santo que uno sea, aunque fuera otro San Pablo, es necesario ver a Pedro y recibir de él la misión y los poderes”[13].
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149. P. El poder supremo concedido, otorgado por Jesucristo a Pedro ¿debía pasar a sus legítimos sucesores?
R. Sí; porque según las palabras de Jesucristo, la autoridad de Pedro es el fundamento de la Iglesia; y el fundamento de un edificio debe durar tanto como el edificio mismo.
Por otra parte, la Iglesia es un reino, y tiene necesidad de un rey; una casa y necesita un dueño; una familia, y necesita un padre; una nave, y necesita un piloto; un cuerpo, y necesita una cabeza; un edificio, y necesita un fundamento, y esto hasta el fin de los siglos.
Si Pedro muere, su poder supremo subsistirá. Instituido este poder para la Iglesia, debe durar tanto como Ella. El sucesor de Pedro le sucede en su poder y en sus prerrogativas.
De aquí que, desde los Apóstoles hasta nuestros días, el Obispo de Roma, ha sido reconocido siempre como el Pastor supremo de la Iglesia, porque es sucesor de Pedro.
1º La razón pide que el primado de Pedro sea transmitido a sus sucesores. Bossuet sintetiza así la Tradición Católica: “Que no se diga que este ministerio de San Pedro muere con él: lo que debe servir de fundamento y de base a una Iglesia eterna no puede tener fin. Pedro vivirá en sus sucesores; Pedro hablará siempre en su Cátedra”[14].
Jesucristo ha instituido el primado de una suprema autoridad para mantener en la Iglesia la unidad de la fe y de gobierno. Pero esta unidad debe durar cuanto la Iglesia misma, esto es, hasta el fin de los siglos. Luego es necesario que haya siempre una suprema autoridad, un jefe en la Iglesia.
2º La historia lo demuestra. Desde San Pedro hasta Paulo VI[15], vemos al Papa hablar y proceder como Cabeza de los Obispos y de los fieles, reunir concilios, anatematizar herejías, juzgar con pleno derecho y en última instancia la causas contenciosas, llevadas siempre ante su tribunal. Luego Pedro vive siempre en sus sucesores.
6º Poderes que Jesucristo dio a su Iglesia
Hemos demostrado que la Iglesia es una verdadera sociedad, y que por este titulo necesita una autoridad. Esta autoridad es la que une las fuerzas individuales de los miembros y las encamina hacia el fin común. Sin autoridad no hay sociedad posible.
Hemos probado asimismo que la Iglesia es una sociedad jerárquicamente organizada, y de ahí hemos llegado a comprobar en ella la existencia de esta autoridad. La jerarquía es la subordinación de los poderes.
Nos queda por demostrar en qué consiste la autoridad de la Iglesia. La naturaleza de los poderes se determina por el fin de los mismos. Jesucristo Redentor vino al mundo para mostrar a los hombres el camino de la salvación; para santificarlos mediante la gracia y el perdón de los pecados; para gobernar Él mismo su Iglesia durante su vida apostólica. Luego Él ejerció en este mundo la triple autoridad de Doctor, Pontífice y Rey.
La Iglesia tiene por fin perpetuar visiblemente en la tierra la misión de Cristo, que es la salvación de los hombres. Es necesario que herede la triple autoridad indispensable para este fin. La Iglesia ha recibido, pues, de Jesucristo, su fundador, los poderes necesarios para enseñar, santificar y gobernar a los hombres.
Nuestro Señor Jesucristo confirió a Pedro la plenitud de estos tres poderes: Pedro es doctor infalible, soberano pontífice, virrey del reino de Jesucristo.
Los otros Apóstoles participan de la autoridad de Pedro; son también pastores de la Iglesia. Unidos al supremo jerarca; constituyen la Iglesia docente, encargada de enseñar, de santificar y de gobernar a los fíeles.
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150. P. ¿Qué poderes dio Jesucristo a los pastores de la Iglesia?
R. Jesucristo dio a sus Apóstoles poderes correspondientes a su divina misión:
La religión que el Salvador entrega al cuidado de su Iglesia docente comprende tres cosas: las verdades que hay que creer, la gracia que hay que recibir, los preceptos que hay que cumplir para conseguir la salvación. Por consiguiente, es necesario a los Apóstoles un triple poder:
1º . Un poder doctrinal para enseñar las verdades que hay que creer.
2º Un poder sacerdotal para conferir la gracia.
3º Un poder pastoral para gobernar a los fieles.
Además de esto, Jesucristo es a la vez:
A) Doctor: tiene las palabras de Vida Eterna.
B) Pontífice: es el Sacerdote de la Nueva Alianza.
C) Rey: su reino durará eternamente.
Este triple poder de enseñar, de santificar, de gobernar, que Jesucristo posee en toda su plenitud, lo confiere a sus Apóstoles con estas palabras: “Todo poder me ha sido dado en el cielo y en la tierra… Como mi Padre me ha enviado, así Yo os envío… El que a vosotros desprecia, a Mí me desprecia…”
Todo aquel que quiera salvarse debe obedecer a este triple poder: creer en la palabra de la Iglesia, recibir sus Sacramentos, cumplir sus preceptos.
Los teólogos llaman al poder de enseñar magisterio; al de santificar, ministerio, y al de gobernar, autoridad o jurisdicción.
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1º Jesucristo da a su Iglesia el poder de enseñar. Jesucristo confiere a su Iglesia el derecho de predicar, en nombre de Dios, el dogma y la moral, e impone a los hombres el deber de creer en su palabra. El mandato de Nuestro Señor no admite réplica: “Id, dice, predicad el Evangelio… El que creyere se salvará; el que no creyere se condenará”.. Luego la voz de la Iglesia es la voz del mismo Dios; creer a la Iglesia es creer a Jesucristo.
Inmediatamente después de la venida del Espíritu Santo, los Apóstoles usaron este poder divino. A los que querían prohibirles la predicación le respondieron con aquella sentencia que debía hacerse célebre y convertirse en divisa del Cristianismo frente a los perseguidores. “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres: no podemos callar”[16].
Pero, ¿por qué esta autoridad absoluta de los pastores de la Iglesia en materia de enseñanza? Si cada cual pudiera interpretar a su modo la doctrina del Evangelio, pronto existirían tantas religiones cuantos son los individuos. Como quiera que Jesucristo vino a enseñar la verdad a los hombres, debió, bajo pena de no realizar su misión, proveer a la conservación de esta verdad y substraerla a los caprichos de la humana razón. Por eso estableció una autoridad encargada de custodiarla intacta. Jesucristo manda a sus Apóstoles que enseñen, y a los fieles, que crean. Si alguien no oyere a la Iglesia, sea tenido como gentil y publicano.
La autoridad de enseñanza comprende el derecho:
1º De proponer a nuestra fe las verdades que debemos creer.
2º De declarar el sentido de las Sagradas Escrituras.
3º De emitir dictamen sobre la divinidad de las tradiciones.
4º De fallar, sin apelación, sobre todas las cuestiones doctrinales tocantes al dogma, a la moral y al culto.
5º De juzgar las doctrinas y los libros que tratan de estas materias, para aprobarlas o condenarlas según que estén o no conformes con la revelación.
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2º Jesucristo da a su Iglesia el poder de santificar. El Salvador da a los Apóstoles el poder de bautizar los pueblo, de perdonar los pecados, de celebrar la Misa en memoria de Él, de administrar los Sacramento. Mas como los Sacramentos, el Santo Sacrificio, las ceremonias del culto son los medios de santificación; luego Jesucristo da a su Iglesia el poder de santificar.
Los Apóstoles ejercen este poder, como se lee en los Hechos de los Apóstoles, y testifican haberlo recibido del Señor. “A nosotros, dice San Pablo, se nos ha de considerar como ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios”[17].
El poder sacerdotal es necesario a la Iglesia. No le basta al hombre estar instruido en la verdad: necesita valor para practicarla; y este valor no puede encontrarlo en sus propias fuerzas, debe buscarlo en Dios. Es Dios quien da la vida sobrenatural, el auxilio de la gracia, y quiere darlo mediante los Sacramentos. Luego sin el poder divino y soberano de administrar los Sacramentos, la Iglesia no podría cumplir su misión de salvar a los hombres, puesto que sin la gracia es imposible entrar en el cielo.
La Iglesia no puede ni aumentar el número ni mudar la naturaleza de los Sacramentos; sólo puede reglamentar lo que toca a su administración.
Ella determina también las ceremonias del culto, del Santo Sacrificio y de la oración pública.
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3º Jesucristo da a su Iglesia el poder de gobernar. Este poder confiere el derecho de promulgar leyes, imponer a los fieles la obligación de cumplirlas y castigar a los que las quebrantan. El derecho de dictar leyes comprende los poderes, legislativo, judicial y coercitivo, porque toda ley supone el derecho de dictarla, de juzgar y de castigar a los que no la observan.
Jesucristo da este poder a sus Apóstoles: “Todo lo que atareis, en la tierra será atado en el cielo …” Luego les confiere el derecho de atar las conciencias con leyes.
El poder legislativo es necesario a toda sociedad. En la familia, en la ciudad; en el ejército, en una sociedad cualquiera, es necesaria una autoridad que tenga el derecho de hacerse obedecer. El poder es el alma, es la vida de la sociedad.
La Iglesia es una sociedad espiritual y religiosa y, conforme al plan de Jesucristo, la más dilatada de todas las sociedades. Tiene, por consiguiente, el poder de dictar leyes. Si ese poder no se diera cada uno querría conducirse según su voluntad, forjarse un culto a su modo: de donde no podría menos de seguirse la anarquía. ¿A qué quedaría reducida en tal caso la doctrina del Evangelio, la santificación de las almas, la práctica del bien?… No, la Sabiduría Encarnada no ha podido abandonar de esta suerte al azar a su Iglesia, depositaria de todas las verdades, de todos los preceptos, de todas las gracias necesarias al hombre.
El poder de dictar leyes es necesario a la Iglesia para explicar el Evangelio. Y ciertamente, la ley del Evangelio no es, como la ley de Moisés, local, transitoria. Como está destinada a todos los pueblos hasta la consumación de los siglos, no contiene sino preceptos generales cuya aplicación práctica debe ser determinada, según las circunstancias, por los pastores de la Iglesia. Así, por ejemplo, el Evangelio ordena hacer penitencias ¿Qué penitencia hay que hacer? La Iglesia es la encargada de enseñárlo, indicándolo.
Por último, los Apóstoles, que son los intérpretes más fieles de las Palabras de su Divino Maestro, desde el principio se atribuyen la autoridad legislativa: trazan leyes, dictan sentencias y castigan a los culpables[18].
La autoridad de gobierno comprende el derecho:
1º De dictar leyes sobre todo lo que se relaciona con la religión.
2º De obligar en conciencia al cumplimiento de estas leyes.
3º De eximir de las mismas cuando las circunstancias lo exijan.
4º De imponer penas a los que se niegan a obedecer.
5º De expulsar de la sociedad a los que no quieren someterse.
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151. P. -¿Debían los Apóstoles conceder a sus sucesores los poderes que recibieron de Jesucristo?
R. Sí; éstos poderes debían pasar a los sucesores de los Apóstoles. Jesucristo les dijo: “Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos”. Esta promesa no podía referirse a los Apóstoles únicamente, porque debían morir; luego debía extenderse a los continuadores de su ministerio, luego los poderes de los Apóstoles han sido transmitidos a sus sucesores de todos los siglos.
Fuera de eso, Jesucristo confiere estos poderes a la Iglesia para la salvación de los hombres; luego la Iglesia debe conservarlos mientras haya hombres en la tierra.
1º La Iglesia es inmortal; no puede acabar con los Apóstoles. Es así que no podría existir sin la autoridad, que es su fundamento. Luego los Apóstoles, depositarios de esta autoridad, debían transmitirla a sus sucesores y así sucesivamente, de generación en generación, hasta el fin de los siglos.
2º La transmisión de los poderes apostólicos es un hecho testificado por la historia. En los primeros días del Cristianismo, los Apóstoles establecieron en todas partes Obispos, consagrándolos con la imposición de las manos y dándoles la misión de predican el Evangelio. Los Obispos enseñaron en nombre de Jesucristo, condenaron los errores, dictaron leyes. Los fieles admitieron su autoridad sin discusión: prueba evidente de que creían en la transmisión de los poderes Apostólicos.
La transmisión de los poderes se efectúa mediante el Sacramento del orden y mediante la misión canónica:
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7º Prerrogativas inherentes a los poderes de la Iglesia
152. P. ¿Cuáles son las prerrogativas que Jesucristo concedió a la Iglesia docente?
R. Jesucristo concedió a su Iglesia docente tres prerrogativas principales:
a) La infalibilidad para librarla de error en sus enseñanzas.
b) La independencia para poder ejercer con libertad sus poderes en la tierra.
C) La perpetuidad para conservarse siempre la misma y proseguir su misión de salvar a los hombres hasta el fin de los siglos…
La autoridad de la Iglesia no puede conservarse ni desarrollarse sin estas tres grandes prerrogativas.
Si no tuviera la infalibilidad, podría equivocarse en lo referente a la verdadera doctrina de Jesucristo y engañar a los fieles.
Si careciera de la independencia, se vería inhibida en el desempeño de su misión:
Privada de la perpetuidad, no podría extender su acción a los hombres de todos los tiempos, cuya salvación debe procurar.
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a) Infalibilidad de la Iglesia
153. P.La Iglesia docente, ¿es infalible?
R. Sí; la Iglesia es infalible: no puede equivocarse cuando enseña las verdades que hay que creer, los deberes que hay que cumplir y el culto que hay que rendir a Dios.
Nuestro Señor Jesucristo dijo a Pedro y a los Apóstoles: “Id enseñad a todas las naciones… Yo estoy con vosotros todos los días, hasta la consumación de los siglos”. Con estas palabras, Jesucristo prometió a sus Apóstoles, hasta el fin del mundo, su asistencia particular en el ejercicio de su enseñanza y esta asistencia divina trae consigo la infalibilidad; de otro modo, Jesucristo sería el responsable del error[19].
Estamos obligados a escuchar a la Iglesia como a Jesucristo mismo: quien a nosotros oye, a Mí me oye. Pero siendo imposible que Dios nos obligue a escuchar a una autoridad que pueda engañarse, es necesario que la Iglesia sea infalible.
La infalibilidad es necesaria a la Iglesia para ejercer su misión. Es la Madre de los cristianos, y debe poder alimentarlos con el pan de la verdad, sin exponerse a propinarles el veneno del error.
Se llama infalibilidad la prerrogativa de no poder engañarse ni engañar a los demás con su enseñanza.
No consiste: 1º en ser preservado del pecado; 2º ni en recibir uña nueva revelación; 3º ni en descubrir nuevas verdades; 4º ni en conocer lo futuro como los profetas.
La infalibilidad es para la Iglesia el privilegio de no poder enseñar el error, cuando propone a los fieles la doctrina de Jesucristo.
Este privilegio no se origina ni de la experiencia ni de la ciencia de los pastores de la Iglesia, sino de la asistencia especial del Espíritu Santo.
Sólo Dios es infalible por naturaleza, pero puede, con una asistencia especial, hacer infalibles a aquellas a quienes ha encargado enseñar en su nombre. La infalibilidad es la gracia de estado que preserva a la Iglesia de toda error.
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1º La Iglesia docente es infalible. Jesucristo dijo al colegio de los Apóstoles, reunido bajo la autoridad de Pedro: “Como mi Padre me ha enviado, así Yo os envío”. Pero Jesucristo fue enviado con el privilegio de la infalibilidad; luego envía el Colegio de los Apóstoles con la misma prerrogativa.
Jesucristo añade: “Yo os enviaré el Espíritu Santo, Él os enseñará toda la verdad”[20]. Es así que el Espíritu Santo no puede enseñar a la Iglesia toda la verdad sin preservarlo de todo error; luego la Iglesia es infalible.
Jesucristo dice también: “Todo lo que atareis en la tierra será atado en el cielo; todo lo que desatareis en la tierra, será desatado en el cielo. Conforme a esta promesa, las sentencias de la Iglesia deben ser aprobadas en el cielo. Es así que Dios no puede aprobar el engaño, luego las sentencias de la Iglesia han de ser infalibles.
Finalmente, Jesucristo promete que las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia. Pero si Ella no es infalible, el infierno podría prevalecer contra Ella; lo que se opondría a la promesa de su Fundador.
Una autoridad con la cual Jesucristo está siempre, no puede engañarse sin que se engañe el mismo Jesucristo; un poder cuyos actos debe confirmar el cielo, no puede caer en error sin comprometer la responsabilidad de Dios; un oráculo doctrinal cuyas decisiones hay que admitir bajo pena de condenación, no puede enseñar el error porque Dios nos impondría la obligación de creer en el error.
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2º Es necesario que la Iglesia sea infalible. Jesucristo ha entregado a su Iglesia el depósito de la revelación para que lo transmita a toda su integridad a todas las generaciones. Pero ella no lo podría transmitir intacto a los pueblos si estuviera expuesta a engañarse, y no negando jamás Dios los auxilios necesarios para el cumplimiento de un deber, da a la Iglesia la infalibilidad, que es la gracia de estado indispensable para que pueda ser siempre fiel custodia del sagrado depósito. Luego la Iglesia es Infalible. Toda autoridad, para enseñar, juzgar y gobernar se arroga una infalibilidad, supuesta o real. Así, por ejemplo, no hay autoridad en la familia sin la supuesta infalibilidad del Padre; no hay autoridad en la escuela sin la supuesta infalibilidad del maestro; no hay autoridad en los tribunales sin la supuesta infalibilidad de los magistrados; no hay autoridad en la sociedad civil sin la supuesta infalibilidad del legislador. Tal es la base esencial y fundamental del orden social: todo poder es necesariamente considerado como infalible.
Ahora bien, la Iglesia no es una academia que expone, emite opiniones: es un soberano que dicta sentencias. Ella manda a la conciencia, exige la aprobación interior del espíritu. Una infalibilidad supuesta, suficiente para obtener actos exteriores, no basta a la Iglesia, sociedad religiosa y sobrenatural; para someter las inteligencias le es necesaria la infalibilidad real. La conciencia no puede someterse sino a la verdad cierta. Para tener el derecho de imponer la fe en su palabra, bajo pena de condenación eterna, un poder debe estar cierto de que no se equivoca; de otro modo ejercería una tiranía estúpida. La infalibilidad real es una necesidad lógica para toda autoridad que habla en nombre de Dios. Malebranche lo dice con mucha razón: “Una autoridad divinamente instituida, no se concibe sin la infalibilidad”.
“Así, añade Lacordaire, toda religión que no se declara infalible, queda por eso mismo convicta de error; porque confiesa que se puede engañar, lo que es el colmo a la vez del absurdo y del deshonor en una autoridad que enseña en nombre de Dios”.
¿Cuál es el objeto de la infalibilidad de la Iglesia? El objeto de la infalibilidad está claramente determinado por el fin para el cual ha recibido la Iglesia este privilegio. Ella no está encargada de enseñar a los hombres todo aquello que les puede interesar, sino solamente las cosas útiles para la salvación eterna. Todo lo que se refiere a la fe o a las costumbres es el círculo de su autoridad infalible.
Luego el objeto de la infalibilidad, comprende:
1º Todas las verdades reveladas contenidas en la Sagrada Escritura y en la Tradición.
2º Todas las verdades necesariamente ligadas con la Revelación.
3º Las cuestiones de ciencia humana que se relacionan inmediatamente con el dogma o con la moral.
4º La condenación de los errores contrarios a la doctrina de Jesucristo.
5º Todo lo tocante a la disciplina general, la aprobación de las órdenes religiosas, la canonización de los Santos, etc.
La infalibilidad misma nos da la seguridad che que la Iglesia no saldrá de esos límites. Luego las ciencias humanas no tienen nada que temer por su independencia, mientras permanezcan dentro de su esfera propia. La Iglesia, pues, enseña simplemente todo lo que hay que creer y hacer para ir al cielo. Alimenta las almas con el pan de la doctrina y las preserva del veneno del error.
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B) Independencia de la Iglesia
153b. P. La Iglesia, en el desempeño de sus poderes ¿es independiente de toda autoridad terrena?
R. Sí, porque Jesucristo encargó a los Apóstoles y a sus sucesores la misión divina que había recibido de su Padre: “Todo poder me ha sido dado en el cielo y en la tierra… Como mi Padre me envió así os envío Yo”. Es así que la misión de Jesucristo fue soberanamente independiente de todo gobierno civil. Luego la Iglesia, que hace las veces del Salvador, goza de la misma independencia.
La Iglesia es una sociedad perfecta, y posee como tal, todo lo que es necesario para su conservación y para su desarrollo; luego, no puede depender de ninguna otra sociedad.
1º La independencia es necesaria a la Iglesia. Si el poder de Iglesia no fuera independiente, carecería de fuerza y de unidad, porque cada estado podría poner obstáculos a su disciplina, restringir o suprimir sus relaciones con los fieles. El poder eclesiástico sería ilusorio y ridículo, lo que se opone a la voluntad de su fundador. La Iglesia carecería de unidad, porque los estados, en virtud de su pretendida supremacía, podrían quitar de su enseñanza o de sus leyes todo aquello que les desagrada y establecer otras tantas Iglesias nacionales diferentes, cuyos jefes serían, no los Apóstoles, sino los gobernantes civiles. De esta suerte quedaría aniquilada la Iglesia de Jesucristo.
2º Jesucristo da realmente la independencia a su Iglesia. Jesucristo no recabó la licencia de los príncipes para predicar su doctrina, reunir sus discípulos, fundar y organizar su Iglesia. Obró en virtud de su poder divino, independiente de toda criatura. “Todo poder, dijo Él, me ha sido dado en el cielo y en la tierra”. Él envió a sus Apóstoles con el mismo poder divino, soberano, independiente. Aún más: les predijo que tendrían que luchar contra las potestades de la tierra, que serían perseguidos y maltratados por los príncipes, y no lo serían, indudablemente, si los consultaran y obedecieran; no debían, pues, ni consultarlos ni obedecerlos.
Jesucristo no desconoce la autoridad civil y política, sino que la restringe a su objeto propio. El Estado es soberano en el orden temporal y Jesús le paga su tributo. Por eso dice: “Dad al César lo que es del César”. Pero añade: “Dad a Dios lo que es de Dios”. El poder espiritual de la Iglesia es de derecho divino, soberano e independiente de los poderes laicos.
Así pues, los Apóstoles no solicitaron ni la autorización de la Sinagoga para predicar en Jerusalén, ni la de los cesares para evangelizar, a Roma y al universo. La Iglesia debe elevarse por encima de todos los tronos y de todas las fronteras. Sólo así podrá ella responder a su misión y cubrir con su sombra protectora la gran familia de las naciones.
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154. P. La Iglesia ¿debe existir siempre?
R. Sí; la Iglesia debe existir hasta el fin de los siglos. La promesa de Cristo es solemne: “Yo estoy con vosotros hasta la consumación de los siglos”. “Sobre ti, Pedro, edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra Ella”.
La Iglesia existe para la salvación de los hombres; luego es necesario que dure mientras haya hombres para salvar.
La perpetuidad o indefectibilidad de la Iglesia consiste en que sus elementos esenciales, sus órganos constitutivos, su fe, su vida social, su jerarquía deben durar hasta el fin del mundo. Podrá perder, lo que ya le ha acontecido, una parte de sus súbditos; pero no cesará nunca de ser la Iglesia de Jesucristo, fundada sobre Pedro, sostenida por el Episcopado, y en posesión de la verdadera fe y vida sobrenatural.
1º La Iglesia es el Reino de Jesucristo. Pues bien según los profetas, este reino debe durar hasta el fin del mundo. Daniel lo profetizó, el ángel Gabriel anunció a María que el Reino de Jesucristo no tendrá fin[21].
2º Según la profecía de Jeremías, la Iglesia, en contraposición a la Sinagoga, es una Alianza Eterna, un Testamento Eterno. El Dios del cielo suscitará un reino que nunca será destruido y que subsistirá eternamente[22].
La historia nos atestigua que la Iglesia, desde su nacimiento ha sido siempre perseguida. Pero ha resistido todas estas tempestades y las puertas del infierno no han prevalecido contra ella. Ni el odio de los judíos deicidas; ni la barbarie de los emperadores paganos; ni la violencia del cisma y de la herejía; ni el esfuerzo de los filósofos incrédulos; ni la sabia de los revolucionarios; ni el encarnizamiento satánico de los masones… nada ha podido prevalecer contra la Iglesia, y el resultado de la rabia de los malvados será probar, una vez más su divinidad, y al mismo tiempo contribuir a la realización de las profecías que a ella se refieren.
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II. La Iglesia Católica es la verdadera Iglesia de Jesucristo
155. P. ¿Fundó Jesucristo varias Iglesias?
R. No; Jesucristo no fundó más que una sola Iglesia, que compara a un Rebaño conducido por un solo Pastor.
Luego entre las diferentes Iglesias que se dicen cristianas, sólo una puede ser la verdadera Iglesia de Jesucristo.
El Hijo de Dios edificó su Iglesia única sobre un solo fundamento, sobre Simón Pedro; a él es a quien entregó el poden de las llaves, él a quien confío todo su rebaño como al único pastor de los corderos y de las ovejas. No reconoce, pues, Jesucristo más que un solo edificio, un sola reino, una sola grey, una sola Iglesia.
Tres sociedades religiosas se dicen cristianas:
1º La Iglesia Católica la más antigua y la más extendida. Recibe también el nombre de Iglesia Romana, porque su Cabeza es el Papa, Obispo de Roma. De esta se han apartado las otras.
2º Las Iglesias Griega y Rusa, separadas hace muchos siglos de la Iglesia Romana: estas profesan casi toda la doctrina cristiana, pero no reconocen la supremacía del Papa.
3º Las Iglesias protestantes, separadas de la Iglesia Católica en el siglo XVI. Se dividen en tres ramas principales: en Alemania, los luteranos, cuyo fundador es Lutero; en Suiza y en Francia, los calvinistas, Cuya creación es debida a Calvino; y por fin los anglicanos, establecidos por Enrique VIII, rey de Inglaterra. El protestantismo a su vez, se subdivide en innumerables sectas.
Todos los sistemas griegos y protestantes se reducen a tres:
a) Primer sistema. Es el de los liberales. Confiesan éstos que Jesucristo instituyó una religión, pero no una sociedad religiosa. Por ende, cada cual es libre de formar parte de una Iglesia o de permanecer fuera de ella, como también de pertenecer a aquella Iglesia que fuere más de su agrado. Es el sistema que agrada más a los protestantes modernos, porque les exime de toda autoridad religiosa.
b) Segundo sistema. Sus seguidores creen que Jesucristo instituyó una sociedad religiosa, llamada Iglesia; pero sin determinar su naturaleza, su constitución y su gobierno. Unos atribuyen la autoridad religiosa al estado: es el cesarismo. Tales son los anglicanos y los luteranos, sujetos a los príncipes civiles. Otros reconocen una autoridad religiosa no sometida a la autoridad civil, pero la colocan en la multitud: es la democracia. Tales son los calvinistas, que atribuyen la autoridad a los ancianos.
c) Tercer sistema. Sus partidarios afirman que Jesucristo no dio la autoridad religiosa a todos los cristianos, sino a los Apóstoles y a su sucesores. Después de ello, todos los Obispos son iguales por derecho divino, y el pontífice romano no tiene más que un primado de honor y de precedencia. Tales son ciertas anglicanos, los episcopalistas de los Estados Unidos de Norte América y los griegos cismáticos.
El error de estos diversos sistemas es manifiesto después de que Jesucristo ha establecido la Iglesia en forma de una sociedad perfecta, con Obispos para gobernarla y un supremo jerarca para conservar la unidad de fe y de gobierno.
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156. P. ¿Cuál es la verdadera Iglesia de Jesucristo?
R.La verdadera Iglesia de Jesucristo es la Iglesia Católica, Apostólica y Romana.
1º Ella es la única que posee la Constitución establecida por Cristo en su Iglesia.
2º Ella es la única que está fundamentada sobre Pedro, primer Obispo de Roma.
3º Ella es, por último, la única que reúne las notas de la verdadera Iglesia de Jesucristo.
Conforme a las promesas divinas, la Iglesia de Jesucristo debe ser perpetua, indefectible. Es hoy la misma que Jesucristo estableció desde el principio: los hombres no pueden cambiar el plan de Dios. Por consiguiente, toda Iglesia que no tenga la Constitución establecida por Cristo, que no esté edificada sobre Pedro o que carezca de las propiedades determinadas por el Salvador, no es la verdadera Iglesia.
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1º La Iglesia Católica tiene la misma Constitución que la Iglesia de Jesucristo
157. P. La Constitución de la Iglesia Católica ¿es la constitución establecida por Cristo en su Iglesia?
R. Sí; la Constitución actual de la Iglesia Católica es la misma que fue establecida por Jesucristo.
Sobre todos los grados de la jerarquía hallamos al Papa, sucesor de San Pedro, que gobierna a los pastores y a los fieles.
En el grado inferior, a los Obispos, sucesores de los Apóstoles, encargados del gobierno de las diócesis, auxiliados por los Sacerdotes como los Apóstoles por los setenta y dos discípulos.
Finalmente, los simples fieles forman, como antes, el rebaño confiado a la atenta solicitud de los pastores.
Pues bien, esta Constitución establecida por Jesucristo se halla solamente en la Iglesia Católica.
Fuera de la Iglesia Católica no se encuentra nada semejante; nada, por consiguiente, que se asemeje a la obra de Jesucristo.
Los protestantes, luteranos, calvinistas, no tienen ni Sacerdotes ni Obispos: sus ministros son simples funcionarios, enviados por un consistorio, como lo sería un maestro de escuela enviado por un consejo escolar para dirigir una clase.
Los anglicanos, pretenden tener Sacerdotes y verdaderos Obispos; suposición del todo falsa, pero estos supuestos Obispos no tienen más jefe que el rey de Inglaterra: cuando el trono está ocupado por una mujer, ella se encuentra a la cabeza del episcopado de su país; lo que por cierto, no se parece mucho al Colegio Apostólico.
Los griegos cismáticos y los rusos, que se llaman ortodoxos, tienen Obispos que no se hallan en comunión con el Papa. No tienen jefe legítimo que ocupe el lugar de San Pedro y dependen de soberanos temporales. ¿Desde cuándo ha sometido Jesucristo a los príncipes de la tierra el ministerio de sus pastores?…
Luego, ninguna de estas Iglesias es la verdadera Iglesia de Jesucristo. Este título pertenece solamente a la Iglesia Católica Romana. Ella, es la única que conserva intacta la primitiva constitución establecida por su Divino Fundador y perfectamente conservada a través de los siglos.
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2º La Iglesia sujeta al Papa es la verdadera Iglesia de Jesucristo
158. P. -El Papa, Supremo Jerarca de la Iglesia ¿es el sucesor de San Pedro?
R. Sí; el Papa es el sucesor de San Pedro.
Él, como Pedro, ocupa la Sede de Roma, él se remonta hasta Pedro. Por una serie ininterrumpida de predecesores, él, como Pedro, es el Soberano de la Iglesia entera, y su primacía es reconocida desde hace diecinueve siglos. El Papa es el sucesor de Pedro en todos sus derechos. Ahora bien, es así que donde está Pedro, allí está la Iglesia; luego la Iglesia Católica es la verdadera Iglesia de Jesucristo.
El primado del Pontífice Romano basta por sí solo para discernir la verdadera Iglesia de Jesucristo. Al fundar el Hijo de Dios su Imperio Espiritual sobe Pedro, hizo del príncipe de los Apóstoles el tronco de una dinastía de Pontífices, que se ha perpetuado sin interrupción, hasta Paulo VI (hoy Juan Pablo II), mediante los doscientos sesenta y cinco sucesores de Pedro. Esta sucesión de los Papas, en la Iglesia romana, constituye el tronco del árbol místico plantado por Jesucristo, y cuyas ramas extendidas por toda la tierra son las Iglesias particulares. Las ramas desprendidas de este tronco divino son las sectas heréticas y cismáticas.
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1º El Papa ocupa la sede de Pedro. El príncipe de los Apóstoles estableció su Sede en Roma en tiempo del emperador Claudio, en el año 42 de nuestra era; después de veinticinco años de reinado, sufrió, bajo el imperio de Nerón, un glorioso martirio, el 29 de junio del año 67. Mientras vivió Pedro, no trasladó su Sede a ninguna otra parte: murió Obispo de Roma. La historia, las tradiciones, los monumentos lo atestiguan. Además, ninguna secta ha reivindicado jamás para sí este privilegio de la Iglesia romana. Luego San Pedro unió a la Sede de Roma el poder supremo que había recibido de nuestro Señor Jesucristo y lo dejó en herencia a su sucesores.
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2º En todos los siglos el Papa ha ejercido sobre toda la Iglesia entera una soberanía indiscutida. Desde los primeros siglos hasta nuestros días, el Obispo de Roma ha sido reconocido como el Vicario de Jesucristo, el Obispo de los Obispos, el Sumo Pontífice, el Supremo Jerarca de la Iglesia. A él acuden de oriente y de occidente, y sus decisiones hacen ley.
En el siglo I, los Corintios no recurren al Apóstol San juan, que vivía en Éfeso, para resolver las diferencias surgidas entre ellos, sino que consultan al Papa San Clemente, tercer sucesor de San Pedro. En el año 197, el Papa San Víctor impone término a una prolongada discusión acerca de la fecha de la fiesta de Pascua. El Papa Esteban corta la cuestión del bautismo de los herejes, etc.
Así desde el origen de la Iglesia y en toda la sucesión de los siglos, los hechos más positivos y los testimonios más ciertos testifican la fe de los pastores y de los fieles en el Primado de la Sede de Roma. Creemos superfluo extendernos acerca de estos hechos que se pueden leer en la historia de la Iglesia.
Por lo demás, todos los Santos Padres, unánimemente, reconocen el Primado de Jurisdicción conferido a San Pedro. De ahí el principio de San Agustín: “Roma ha hablado, la causa ha terminado”[23]. A la autoridad de los Padres de la Iglesia viene a juntarse la de los Concilios. Los cuatro primeros Concilios Ecuménicos: Nicea, en el 325; Constantinopla, en el 381; Éfeso, en el 431; Calcedonia, en el 451, siempre venerados casi tanto como los cuatro Evangelios por la Iglesia universal, atestiguan la supremacía del Papa.
Un hecho que por sí solo demuestra el primado de los Papas por ejercicio del mismo, es que jamás, ni en Oriente ni en Occidente, ha habido un solo Concilio, que haya sido reconocido como Ecuménico, es decir, como representante de la Iglesia universal, a menos de haber sido convocado, presidido por el Papa o sus delegados y confirmado por él. Y como el concurso de los Papas era considerado como esencial por la Iglesia, toda la Iglesia reconocía, de hecho, su Primado de poder y de jurisdicción.
En el Concilio general de Florencia, en 1439, tanto los griegos como los latinos suscribieron el siguiente decreto:
“Definimos que el Pontífice posee el primado sobre el universo entero: que este mismo Pontífice Romano es el sucesor del bienaventurado Pedro, príncipe de los Apóstoles: que él es el Vicario de Jesucristo y el Supremo Jerarca de toda la Iglesia, el Padre y el Doctor de todos los cristianos: que él ha recibido de Nuestro Señor, en la Persona del bienaventurado Pedro, el pleno poder de apacentar, regir y gobernar la Iglesia universal, está declarado en las actas de los Concilios Ecuménicos y en los Sagrados Cánones”.
De esta suerte, en el concilio de Florencia, los griegos, hoy cismáticos, reconocían al Papa, Obispo de Roma, como sucesor de Pedro y Cabeza de la Iglesia. Ahora bien, en aquella época, los protestantes todavía no existían,no había en el mundo más que una sola Iglesia: la Iglesia Romana. Pero esta Iglesia no ha dejado de existir; luego ella es hoy, como en 1439, la única verdadera Iglesia.
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Conclusión: La Iglesia Católica es la verdadera Iglesia de Jesucristo. Hemos probado que Nuestro Señor Jesucristo confirió a Pedro, para que lo transmitiera a sus sucesores, el primado de jurisdicción sobre la Iglesia universal. Pero está probado que este primado pertenece al Papa, sucesor de San Pedro; luego la Iglesia que tiene por Cabeza al Papa es la verdadera Iglesia de Jesucristo.
De ahí esta máxima de los Santos Padres: “Donde está Pedro, allí está la Iglesia”. Es como si se dijera: donde está el tronco vivo, allí está el árbol; donde está el centro, allí se halla el círculo; donde se halla el fundamento, allí está el edificio; donde está el trono, allí se halla el Imperio. Pues bien, es así que Pedro se halla en la sede de Roma en la persona de Paulo VI (hoy Juan Pablo II); luego allí se halla la Iglesia de Cristo.
Monseñor Besson, en su segunda conferencia sobre la Iglesia, desenvuelve este argumento de una manera tan profunda como atrayente:
“Acudo ahora a todo cristiano, cualquiera que sea la comunión a que pertenezca; hago un llamamiento a su buena fe y entablo con él el siguiente diálogo:
-¿Creéis en el Evangelio? Sí, creo en él.
¿Creéis que el Evangelio ha sido escrito para todos los tiempos, para todos los lugares, y que cada página de ese divino libro debe tener su representación en la Iglesia fundada por Jesucristo?
Sí; en el supuesto de que Jesucristo sea Dios.
Pues bien, este fundamento, estas llaves, este pastor único, infalible, eterno, este Pedro, debe estar en alguna parte, ¿verdad?
No se puede negar, si se cree en el Evangelio.
Buscad ahora en Constantinopla, en Londres, en Ginebra, en Berlín, en tal o cual Iglesia separada, en lo que más os plazca, el rastro de este fundamento, la sombra de estas llaves, el nombre de este Pastor. ¿Hallaréis alguna autoridad que se parezca a la de Pedro?
-No, no hay nada parecido.
¿Os creéis, pues, obligados a reconocer que donde no se halla Pedro se ha desgarrado una página del Evangelio?
Hay que reconocerlo, si no se quiere cerrar los ojos a la evidencia.
Y si Pedro se halla en alguna parte, sentado sobre su roca, con las llaves en la mano, con la palabra en los labios, con el cayado sobre la grey de Cristo esparcida por todo el mundo, ¿qué cocluiréis de eso?
Concluiré que allí se ha conservado intacto el Evangelio. Acepto vuestra proposición, y os voy a probar con la historia que Pedro vive en Roma”.
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Decretos del Concilio Vaticano I
Primera constitución dogmática sobre la Iglesia
El Concilio Vaticano I, en su constitución “Pastor Aeternus”, prueba por el Evangelio y la Tradición, la institución del primado conferido por Nuestro Señor Jesucristo al bienaventurado Pedro, y termina el primer capítulo con el siguiente decreto:
“Si alguien dijere que el bienaventurado Apóstol Pedro no fue instituido por Cristo Nuestro Señor Príncipe de los Apóstoles y Cabeza visible de toda la Iglesia militante, o que el mismo Pedro no recibió más que un primado de honor y no un primado de jurisdicción propio y verdadero, directa e inmediatamente conferido por el mismo Jesucristo, sea anatematizado”.
El mismo Concilio, en el segundo capítulo, prueba la perpetuidad del primado de Pedro en los Pontífices Romanos.
“Es un hecho notable en todos los siglos, que, hasta nuestros tiempos y siempre, el Santo y Bienaventurado Pedro, Príncipe y Cabeza de los Apóstoles, columna de la fe y fundamento de la Iglesia, que recibió de Nuestro Señor Jesucristo, Salvador y Redentor del género humano, las llaves del Reino, vive, reina y juzga en sus sucesores los Obispos de esta Santa Sede de Roma, fundada por él y consagrada con su sangre. A causa de esto, cada uno de los sucesores de Pedro en esta Cátedra posee, en virtud de la institución de Jesucristo mismo, el primado de Pedro sobre la Iglesia universal”.
El Santo Concilio termina ese capítulo con el decreto siguiente:
“Si alguien dijere que no es por la institución de Nuestro Señor Jesucristo, o de derecho divino, que el Bienaventurado Pedro tiene sucesores perpetuos en su primado sobe toda la Iglesia; o que el Pontífice Romano no es sucesor del Bienaventurado Pedro en este mismo primado, sea anatematizado”.
En el tercer capítulo, DEL PODER Y DE LA NATURALEZA DEL PRIMADO DEL PONTÍFICE ROMANO, el Santo Concilio recuerda, al principio, la definición dada por el Concilio de Florencia; la renueva y explica:
“Enseñamos, pues, y declaramos que la Iglesia Romana, por la voluntad de Nuestro Señor, posee sobre todas las otras Iglesias el principado con poder de jurisdicción ordinaria, y que este poder de jurisdicción verdaderamente episcopal que posee el Pontífice Romano, es un poder inmediato, que todos, pastores y fieles, cualquiera que sea su rito y dignidad, están sometidos a él por el deber de la subordinación jerárquica y de una verdadera obediencia, no solamente en materia de fe y costumbres, sino también en lo que toca a la disciplina y al gobierno de la Iglesia extendida por todo el universo, de suerte que, conservando la unidad en la comunión y la profesión de una misma fe con el Pontífice Romano, la Iglesia de Cristo es un solo rebaño bajo un solo Pastor supremo. Tal es la enseñanza de la verdad Católica, de la que nadie puede apartarse sin perder la fe y la salvación”.
“Si alguien dijere que el Pontífice Romano no tiene más que un cargo de vigilancia o de dirección, y no el pleno y supremo poder de jurisdicción sobre toda la Iglesia, no solamente en lo que concierne a la fe y a las costumbres, sino también en lo que se refiere a la disciplina y al gobierno de la Iglesia extendida por todo el mundo o que solamente tiene la parte principal y no toda la plenitud de este poder; o que el poder que posee no es ordinario e inmediato, tanto sobre todas las Iglesias y sobre cada una de ellas, como sobre todos los pastores y sobre todos los fieles y sobre cada uno de ellos, sea anatematizado”.
En el cuarto y último capítulo, el Concilio trata de la infalibilidad doctrinal del Pontífice Romano. Más adelante veremos las pruebas de este dogma y el decreto del Concilio.
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3º Notas de la verdadera Iglesia de Jesucristo
El primado de San Pedro es suficiente para probar que la Iglesia Romana es la de Jesucristo; pero la divina Providencia ha multiplicado las señales distintivas de la verdadera Iglesia, para permitirnos adaptar los medios de demostración a la diversidad de las inteligencias. Entre los hombres, unos son más sensibles a un determinado argumento, y otros, a otro. Pues bien, es necesario que todos puedan, sin dificultad, conocer la Iglesia de Jesucristo, porque sólo en ella se halla la religión verdadera y obligatoria.
Se llaman señales las notas que distinguen a la Iglesia de Jesucristo de las Iglesias fundadas por los hombres.
Estas señales son propiedades esenciales de la Iglesia de Cristo, manifestadas exteriormente por caracteres sensibles permanentes.
Toda señal debe ser:
1º Más fácil de conocer que la Iglesia misma.
2º Esencial a la verdadera Iglesia.
3º Incompatible con una falsa Iglesia.
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159. P. ¿Cuáles son las señales de la verdadera Iglesia?
R. Hay cuatro señales de la verdadera Iglesia. Debe ser: Una, Santa, Católica y Apostólica.
Tales son las notas de la Iglesia de Jesucristo, reconocidas por el Concilio de Nicea primer Concilio Ecuménico.
La Unidad constituye la forma de la Iglesia; la Santidad, su vida; la Catolicidad, la extensión de su dominio; la Apostolicidad, su edad.
La Iglesia es el Cuerpo Místico de Jesucristo, su Encarnación permanente entre los hombres; por consiguiente, se debe hallar en la Iglesia la marca de las perfecciones del HombreDios.
1º No hay más que un sólo Cristo; en Él, la naturaleza divina y la naturaleza humana están unidas con una unión Hipostática o Personal. De igual suerte, no hay más que una Iglesia, donde se une lo divino y lo humano, lo visible y lo invisible[24].
2º Jesucristo es la Santidad misma. Manifestó esta santidad, viviendo en carne mortal, por medio de sus virtudes y de sus milagros. Su Iglesia es Santa e Inmaculada, a pesar de los pecados de sus miembros, y manifiesta su santidad en lo exterior y por sus obras y sus milagros. La Santidad es su vida.
3º Jesucristo es el Salvador del mundo; Él murió por todos, y quiere la salvación de todos. Es necesario que su Iglesia sea como Él, Católica o universal.
4º Enviado por su Padre, Jesucristo envía a sus Apóstoles, los cuales, a su vez, envían a sus sucesores. Así, la Iglesia, en la sucesión de los siglos, es siempre Católica.
La verdadera Iglesia de Jesucristo, hecha a su imagen y semejanza, es una sociedad, a la vez, humana y divina, que Él vivifica con su espíritu y en la que se refleja su unidad, su santidad, su inmensidad y su misión divina.
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¿Qué se necesita para que la Iglesia sea una?
Se necesita que sus miembros: 1º profesen una misma fe; 2º, participen de los mismos Sacramentos, 3º, obedezcan al mismo Supremo Jerarca: es lo que se llama unidad de fe, unidad de culto, unidad de gobierno.
¿Por qué es necesario que la Iglesia sea una?
Es preciso que la Iglesia sea una en su fe, porque Jesucristo no ha enseñado sino una sola y misma doctrina. La verdad es una: Dios, que es La Verdad misma, no ha podido revelar el pro y el contra, el sí y el no.Es preciso que la Iglesia sea una en su culto, porque Jesucristo ha establecido para todos los hombres la misma manera de honrar a Dios y los mismos medios de salvación: un solo sacrificio y los mismos Sacramentos.
Es preciso que la Iglesia sea una en su gobierno; porque Jesucristo ha fundado en su Iglesia un cuerpo de pastores colocados bajo la autoridad de un solo Gobernador supremo. La unidad es el carácter esencial del Cristianismo: un solo Dios, una sola Fe, un solo Bautismo, etc.
No admitir un solo punto de la doctrina de Jesucristo es romper la unidad de la fe: es la herejía. Rechazar la autoridad de los pastores legítimos, y particularmente la del Pastor Supremo, es romper la unidad de gobierno: es el cisma.
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¿Qué se requiere, para que la Iglesia sea Santa?
Se requiere: 1º, que tenga por fundador a Jesucristo, fuente de toda santidad; 2º, que proponga a los hombres en su Doctrina, en sus Sacramentos, en sus Leyes, los medios más perfectos de santificación; 3º, que vaya produciendo siempre Santos, cuya virtud eminente sea manifestada por el don de hacer milagros.
¿Por qué es necesario que la Iglesia sea Santa?
Es necesario, porque la Iglesia tiene por fin conducir a los hombres a la salvación eterna, mediante la práctica de la Santidad. Por esto no puede conseguir este fin sin procurarles los medios de santificación. La eficacia de éstos medios debe ser demostrada por la santidad heroica de los hijos de la Iglesia que siguieren fielmente sus consejos. Además, esta santidad debe afirmarse de tiempo en tiempo con verdaderos milagros. Los milagros no son en la verdadera Iglesia una cosa accidental y pasajera; son el cumplimiento de promesas de Jesucristo que no fueron limitadas a ningún tiempo. “Si alguno cree en Mí, las obras que Yo hago él también las hará, y aun mayores”[25].
Sin embargo, no es necesario que todos los miembros de la Iglesia sean santos; Jesucristo les deja la libertad de substraerse a la eficacia de su religión. Él nos advierte que en el campo del padre de familia la cizaña crece juntamente con el trigo. Basta que la doctrina, la moral, el culto, la legislación de la Iglesia reúnan condiciones de extraordinaria eficacia para santificar a sus miembros.
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¿Qué se requiere para que la Iglesia sea Católica?
Se requiere: 1º, que tenga una fuerza expansiva universal; 2º, que esté extendida por la mayor parte de los países conocidos; 3º, que en número aventaje a las sectas herejes o cismáticas.
¿Por qué es necesario que la Iglesia sea Católica?
Lo es porque Jesucristo quiere que todos los hombres so salven, y no pueden salvarse sino por la Iglesia. Es necesario, pues, que en todos los tiempos la Iglesia esté abierta para todos, a fin de que puedan entrar en esta nave de salvación. Dios destina su religión, como el sol, a iluminar a todos los hombres. Jesucristo, Mediador común, dio a sus Apóstoles el encargó de predicar el Evangelio a todos los pueblos; su Iglesia debe, por consiguiente, encontrarse en todos los tiempos y en todos los lugares para abrir a los hombres las puertas del cielo.
Son los mismos Apóstoles los que, en su Símbolo, dan a la Iglesia el nombre de Católica: “Creo en la Santa Iglesia Católica” (Credo de los Apóstoles). Debe, pues, estar moralmente difundida por el mundo entero.
La catolicidad supone la unidad de doctrina y de gobierno. Es necesario que la Iglesia sea la misma en todas partes. Un conjunto de sectas que no tuvieran de común más que el nombre, no se podría llamar Iglesia Católica.
La catolicidad no exige que la Iglesia exista en todas las partes del mundo sin excepción, y mucho menos que comprenda la universalidad de los hombres. Basta que exista en la mayor parte de los pueblos conocidos y que abrace un número mayor de miembros que las otras sectas cristianas.
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Qué se requiere para que la Iglesia sea Apostólica?
Se requiere: 1º, que su origen se remonte a los Apóstoles; 2º, que enseñe la misma doctrina de los Apóstoles; 3º, que sea siempre gobernada por pastores cuya misión tenga su origen en los Apóstoles, con el consentimiento del sucesor de Pedro, Jefe de la Iglesia.
¿Por qué es necesario que la Iglesia sea apostólica?
Lo es: 1º, porque la Iglesia debe guardar intacta la doctrina revelada a los Apóstoles; 2º, porque debe conservar, por una serie no interrumpida de pastores, el ministerio y la misión Apostólica. Jesucristo dio solamente a los Apóstoles la misión de predicar el Evangelio a toda criatura. Todo el que no sea enviado por ellos no tiene autoridad para predicar la doctrina de Jesucristo.
Para que los pastores sean legítimos, deben, por una transmisión sucesiva, recibir sus poderes de los Apóstoles y permanecer sujetos al sucesor de Pedro, como los Apóstoles lo estuvieron al mismo Pedro.
Es necesario, pues, que la Iglesia sea Apostólica por razón de su origen, de su doctrina, de su ministerio. “El carácter infalible e indeleble de todas las sectas, sin exceptuar una sola, es que siempre se les podrá señalar su origen en una fecha tan precisa que no les será posible negarla” (Bossuet). Así, la historia registra la hora natal, a veces escandalosa, pero siempre ilegítima, de todas las sectas cismáticas y heréticas.
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4º La Iglesia Romana posee estas cuatro notas
160. P. ¿En qué Iglesia hallamos estas cuatro notas?
R. Sólo en la Iglesia Romana hallarlos estas cuatro notas. Ella es: 1º, Una; 2º, Santa; 3º, Católica, y 4º, Apostólica.
1º Es Una: todos sus miembros profesan la misma fe, participan de los mismos Sacramentos, obedecen al mismo Supremo Jerarca: al Papa.
2º Es Santa: tiene por fundador a Jesucristo, fuente de toda Santidad; nos ofrece todos los medios para santificarnos; por último, siempre ha formado Santos, cuya santidad ha sido probada con milagros.
3º Es Católica o universal: abarca todos los tiempos y se halla siempre la misma, en todos los lugares. Sólo ella tiene el privilegio de ser conocida y de tener súbditos en todas partes del mundo.
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1º La Iglesia Católica Romana es una.
a) Una en su fe. Todos los católicos admiten las mismas verdades, los mismos preceptos, los mismos consejos evangélicos. Recorred la tierra de un extremo al otro y en todos las puntos del globo, oiréis al hijo de la Iglesia Romana cantar el mismo Credo. Remontad el curso de las edades hasta los tiempos Apostólicos, y veréis a diecinueve siglos profesar el mismo símbolo. El principio que mantiene esta unidad de fe es la Autoridad de la Iglesia: todo católico debe aceptar los dogmas enseñados por ella, bajo pena de ser excluido como hereje. Negar un sólo artículo de fe es apartarse de la comunión de la Iglesia Católica. En cuanto a lo que está definido, la Iglesia deja la libertad de opiniones, según el axioma de San Agustín: “En lo que es cierto: unidad; en lo que es dudoso: libertad; en todas las cosas: caridad”.
b) Una en su culto. Las partes esenciales del culto: la oración, el sacrificio, los Sacramentos, son idénticos en todas partes. Las variaciones de rito son puramente accesorias.
Así se trate de la Basílica de San Pedro, o de la última capilla de aldea, hallaréis siempre un Altar, una mesa Eucarística, fuentes bautismales, confesionarios, un púlpito, etc. En todas las Iglesias está el mismo Misal, se recitan las mismas oraciones, se ofrece el mismo Sacrificio, se administran de la misma manera los siete Sacramentos. Las armas del culto externo son esencialmente las mismas.
c) Una en su gobierno. Todos los miembros de la Iglesia están unidos unos a otros por una Jerarquía completa. Los fieles están sujetos a sus Sacerdotes; los Sacerdotes, a sus Obispos; los Obispos, al Papa, reconocido por todos como Cabeza Suprema. La Iglesia Católica es como un vasto círculo cuyo centro está en Roma; y cuyos radios alcanzan a las extremidades de la tierra[26].
El que se niega a someterse a la autoridad de los pastores legítimos es excluido de la Iglesia como cismático. Tal es la regla que mantiene en ella la unidad perfecta; esta regla es conforme, a las palabras del Salvador: “Aquel que no escuchare a la Iglesia, sea para vosotros como gentil publicano”[27].
Gracias a esta triple unidad, todo Católico, en cualquier país donde esté, se encuentra entre católicos, y está siempre en su familia; asiste al mismo Sacrificio; recita las mismas oraciones; obedece al mismo Jefe; cree las mismas verdades.
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2º La Iglesia Católica Romana es Santa.
a) En su Fundador. No tiene más fundador que Jesucristo, el Santo de los santos, el Hijo de Dios hecho hombre, el modelo y la fuente de toda santidad. Se necesitaba todo el poder de Dios para fundar la Iglesia en las condiciones en que fue establecida, así como para conservarla a través de los siglos, a pesar de las persecuciones, herejías y cismas.
b) En los medios que suministra a los hombres para llegar a la santidad. Su doctrina, sus preceptos, sus consejos, sus Sacramentos, todo combate el mal, todo lleva hacia la virtud, todo conduce a la santidad más heroica. Basta que nuestra voluntad preste a la gracia de Dios un concurso fiel y perseverante. La Iglesia Romana produce la santidad con su doctrina, que hace una guerra sin cuartel a todos los vicios, y nos impulsa a la práctica de todas las virtudes. Ella comunica la santidad, particularmente par medio de los Sacramentos, que confieren o aumentan la Gracia Santificante.
c) En los numerosos Santos que ha producido y que produce continuamente. Sólo Dios es Juez de la santidad interior: los ojos del cuerpo no pueden percibirla. Pero la santidad se manifiesta por medio de las obras, y sobre todo, por los milagros. Entre los miembros de la Iglesia abundan los Santos: se les encuentra en todas las condiciones; bajo todos los climas y en todos los siglos. Se los cuenta por millones… Dios ha rendido testimonio a su santidad con numerosos milagros, ruidosos y auténticos.
Los milagros jamás han cesado en la Iglesia Romana. En todos los siglos, Dios le ha dado este poder sobrenatural. Los prodigios que San Antonio, San Hilario, San Martín obraron en el siglo IV, Santo Domingo, San Francisco de Asís, San Vicente Ferrer, San Antonio de Padua, San Francisco Javier, Santa Teresa y muchísimos otros los han obrado después, demostrando con esto que Dios aprobaba las virtudes practicadas en el seno de la Iglesia Romana. Esta perpetuidad de los milagros la ponen de manifiesto los procesos jurídicos de la canonización de los Santos. El sabio Abate Moigno ha publicado, en sus Esplendores de la fe, las actas del proceso de beatificación y canonización de San Benito José Labre. Se pueden ver en ese volumen las innumerables precauciones de que se rodea la Iglesia y los milagros que demanda antes de canonizar a aquellos que coloca sobre los altares. Hoy día y bajo nuestros ojos se operan también maravillas que se empeña en negar la impiedad, pero cuya realidad evidente no podrá destruir jamás. Entre estas maravillas citaremos, siempre con el debido respeto a la autoridad de la Iglesia, las curaciones obradas en Lourdes y los prodigios de la vida del Cura de Ars (Véase Dr. Boissarie, Las grandes curaciones de Lourdes).
d) La Iglesia es Santa en sus obras. Ella es la que sacó al mundo del paganismo y la que le ha procurado los beneficios de que hemos tratado antes.
Nada podría igualar el celo que despliega para hacer a los hombres más cristianos y más fieles. Ha fundado asilos, escuelas, hospitales, casas de refugio para aliviar todos los sufrimientos. Ella es la única que inspira la caritativa abnegación de las Hermanas de la Caridad y de las Hermanas Enfermeras, de las Hermanitas de los Pobres, de las Sociedades de San Vicente de Paúl, de San Francisco de Regis, etc.
Diariamente, sus denodados misioneros lo abandonan todo: descanso, familia y patria, para ir a llevar, con peligro de su vida, la Buena Nueva del Evangelio a los pueblos idólatras. Los misioneros: católicos a pesar de las dificultades y obstáculos diversos, se ven coronados por el éxito más lisonjero. Hay que contar por millones los paganos convertidos en China, en el Tonkín, en África, en América, en Oceanía.
La inagotable fecundidad de la Iglesia Romana para todo lo bueno, su poder extraordinario para convertir las naciones más bárbaras, lo mismo que los pecadores más endurecidos, son verdaderos milagros del orden moral que prueban su santidad y su divinidad. Por más aborrecibles que sean los estorbos y cortapisas puestos a su acción, por sangrientas que sean las persecuciones de que a veces es víctima, la Iglesia Romana extiende su imperio y prosigue imperturbable la obra siempre fecunda de su apostolado.
No hay duda que la Iglesia Romana no ha santificado ni santifica a todos sus miembros. Hay, ha habido y habrá siempre pecadores en la Iglesia. La cizaña, según la parábola de Nuestro Señor Jesucristo crece junto con el trigo, pero dondequiera que aparezca la cizaña, muéstrase siempre como nacida del abuso de la libertad humana. Si numerosos cristianos con su indigna conducta deshonran a la Iglesia es porque repudian su doctrina y su moral. Bajo el dominio de las pasiones, hacen lo contrario de lo que les prescribe y aconseja la Iglesia. Todo el que se ajusta a las normas de la Iglesia Romana lleva una vida ejemplar, llena de méritos, como la de los Santos que ella canoniza.
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3º La Iglesia Romana es Católica.
Supera tan visiblemente a las otras sociedades cristianas, por su difusión y su brillo, que el titulo de Católica le ha quedado como nombre propio que la distingue de todas las otras.
La Iglesia Romana es Católica o universal:
a) Por el tiempo. Según la confesión de todos, tiene su origen en Jesucristo. Pero es poco darle diecinueve siglos de existencia: Ella es tan antigua como el mundo, pues abraza la revelación primitiva, la mosaica y la cristiana; la Iglesia Católica es el coronamiento de un edificio empezado el día de la creación.
b) Por la extensión. La Iglesia Romana está extendida por las cinco partes del mundo. En los pueblos más remotos, en las islas menos conocidas del Océano, en todas partes se hallan católicos.
e) Por el número. Cuenta alrededor de trescientos millones de súbditos: cien millones más que todas las otras sectas unidas. Desde el día de Pentecostés, jamás ha cesado de extender sus conquistas, de multiplicar sus hijos; lo que pierde en una nación, lo gana con creces en otra. La catolicidad de la Iglesia Romana no es solamente un nombre, es un hecho viviente, auténtico, que atrae todas las miradas y se impone por su grandeza y su duración de diecinueve siglos.
La catolicidad de la Iglesia se manifestó desde el día de Pentecostés. Las lenguas de fuego que descendieron sobre las cabezas de los Apóstoles simbolizaron la difusión de la doctrina que tenían la misión de predicar. El don de lenguas que les fue concedido les permitió hacer que el Evangelio fuera comprendido por todas las naciones representadas en Jerusalén[28].
Todo católico Romano puede repetir la sentencia de San Paciano, Obispo de Barcelona: “Cristiano es mi nombre, Católico mi apellido”.
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4º La Iglesia Romana es Apostólica.
a) Por su origen. Fundada por Jesucristo, fue propagada por sus Apóstoles, particularmente por San Pedro, que fijó su Sede en Roma, capital del Imperio romano. La Iglesia Romana es, pues, la Iglesia primitiva, la única que ha existido siempre desde los Apóstoles hasta nosotros.
b) Por la sucesión no interrumpida de sus pastores. Sus pastores son los únicos del mundo que pueden, desde el Sacerdote al Obispo, del Obispo al Papa, hacer remontar su misión a través de las edades hasta la que los Apóstoles recibieron del propio Jesucristo. Es conocida la sucesión no interrumpida de los Pontífices Romanos, partiendo del Papa Paulo VI (hoy Juan Pablo II) y remontándose hasta San Pedro. “Lo que me conserva en la Iglesia Católica, dice San Agustín, es la sucesión de los Obispos, desde San Pedro hasta el que ocupa su trono. ¿Qué otra sociedad puede presentar una sucesión tan clara y tan admirable?…”. Él protestantismo no existe antes de Lutero; el cisma griego, antes de Focio; sólo la Iglesia Romana llega hasta San Pedro y por él hasta Jesucristo.
c) Por su doctrina. La doctrina de la Iglesia Romana es siempre la doctrina de los Apóstoles. Entre los Símbolos más antiguos, los escritos y las decisiones de los primeros siglos y los de la hora presente, existe una identidad completa. Nosotros recitamos el Símbolo de los Apóstoles, y cantamos en la Misa el Credo del primer Concilio general, el símbolo de Nicea.
Objeción. Los protestantes sostienen que la Iglesia Católica, imponiendo dogmas nuevos, se ha apartado del puro Evangelio que nos legaron los Apóstoles.
R. Nunca la Iglesia ha definido un artículo de fe sin haber probado que los Apóstoles lo habían enseñado, o por escrito, o de viva voz. Tiene por principio no innovar nada, sino atenerse a las verdades contenidas en el depósito de las Escrituras y de la Tradición Apostólica. A todos los ataques de los herejes opone victoriosamente los escritos de los Padres y los monumentos de la historia.
Es, por consiguiente, inexacto el afirmar que la Iglesia ha inventado nuevos dogmas. Lo que es nuevo es un conocimiento más preciso, una definición más solemne de ciertas verdades reveladas. ¿Qué hace Ella en los decretos de sus Concilios? Presenta a más clara luz verdades no suficientemente conocidas por los fieles; enseña de una manera más precisa lo que se enseñaba de una manera vaga. Cuando los ataques de los herejes lo requieren, Ella forma una palabra nueva para facilitar la inteligencia de la doctrina y determinar el antiguo sentido de la fe. Así, poco a poco, va resumiendo una ciencia inmensa dentro de breves fórmulas.
Pasa con la doctrina Católica lo mismo que con la creación material: Dios ha ocultado en el seno de la tierra y en las leyes de la naturaleza tesoros admirables que el hombre va descubriendo cada día y que utiliza según las necesidades del momento. Él sabe hallar el hierro necesario, para los instrumentos de trabajo, el carbón para producir vapor, la electricidad para transmitir a enormes distancias su pensamiento… Así también Dios ha colocado en el depósito de la revelación, confiado a la Iglesia, todas las verdades destinadas a iluminar la inteligencia y a fortalecer el corazón del hombre. Y a la Iglesia pertenece sacar de este depósito sagrado, según las necesidades del momento, las verdades reveladas. Por eso, al proclamar en el pasado siglo el dogma de la Inmaculada Concepción y el de la Infalibilidad del Papa, la Iglesia no ha inventado nuevos dogmas, como se ha dicho, sino que ha declarado solamente que esos dogmas están contenidos en la revelación divina y en la Tradición Apostólica.
Indudablemente, la Iglesia puede todavía realizar cambios en su disciplina, establecer nuevas leyes, modificarlas o abolirlas; pero estos cambios no alteran en lo más mínimo la doctrina Católica.
Conclusión. No hay más que una Iglesia fundada por nuestro Señor Jesucristo. Es así que la Iglesia Romana posee todas las notas de la verdadera Iglesia. Luego la Iglesia Romana es la Iglesia Católica.
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5º Las notas de la verdadera Iglesia no se encuentran en ninguna sociedad herética o cismática
N. B. Después de la demostración precedente, este artículo podrá parecer inútil; lo añadimos para sobreabundancia de pruebas y particularmente para facilitar a los extraviados la vuelta al rebaño de Jesucristo. El Divino Maestro, que es el Camino, la Verdad y la Vida, no quiere más que un solo rebaño bajo el cayado de un solo pastor.
161. P. Las Iglesias, protestantes y cismáticas ¿pueden gloriarse de tener las notas de la verdadera Iglesia?
R. No; ellas no tienen ni la unidad, ni la santidad, ni la catolicidad, ni la apostolicidad. Es fácil convencerse de esto estudiando su origen, su constitución y su historia.
1º No hay en nuestros días más que una herejía importante: el protestantismo, así llamado porque protesta contra la autoridad de la Iglesia Católica. El protestantismo comprende una infinidad de sectas heréticas, separadas las unas de las otras y nacidas sucesivamente de los falsos principios de los tres pretendidos reformadores del siglo XVI: Lutero, Calvino y Enrique VIII. Sus tres principales ramas son: el luteranismo, el calvinismo, el anglicanismo. Pero de estas tres ramas principales parte un sinnúmero de ramas menores, sin ningún lazo de unión.
2º Se llama Iglesia griega cismática la sociedad religiosa separada de la Iglesia Romana por el gran cisma de Oriente. El cisma griego hoy está dividido en tres Iglesias independientes, que se hallan en los Balcanes y Turquía, en Grecia y en Rusia. No hay que confundir la Iglesia griega cismática con la Iglesia griega unida: ésta forma parte de la Iglesia Católica, aunque tenga su propia liturgia en lengua griega y algunos usos disciplinares diferentes de los de la Iglesia latina.
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1º Lutero. Martín Lutero nació en Eisleben, en Sajonia, en el año 1483, de padres pobres, pero buenas Católicos. Instruido a expensas de la caridad pública, ingresó en 1503 en el monasterio de los agustinos de Erfurt, donde fue ordenado Sacerdote y recibió el doctorado. En 1508, enviado por sus superiores a la universidad de Wittemberg como profesor de teología, se hizo notar por su amor a las novedades y por un orgullo indomable.
En 1517, León X encomendó a los dominicos la predicación de las indulgencias que concedía a los que contribuyesen con su óbolo a la edificación de la Basílica de San Pedro. Lutero se sintió herido al ver que los dominicos eran preferidos a los agustinos. El P. Tetzel atraía muchísimo auditorio a sus sermones, y la Iglesia de los agustinos quedaba desierta. Lleno de despecho, Lutero combatió al predicador, después a las indulgencias y, por último, al poder de la Iglesia. El 31 de octubre de 1517 fijó en la puerta de la catedral de Wittemberg, noventa y cinco artículos contrarios a la doctrina Católica.
Llamado al orden por sus superiores, derrotado en una conferencia pública por los teólogos, condenado por las universidades de París, de Lovaina y de Colonia, Lutero apela al Papa, en una carta donde dice: “Aprobad o desaprobad como más os plazca. Yo escucharé vuestra voz como la misma de Jesucristo”. A los primeros avisos de León X, Lutero apela del Papa mal informado al Papa mejor informado; después al futuro Concilio. Y entretanto, sigue propagando sus errores.
En 1520, León X, después de haber agotado todos los medios de conciliación, condenó a Lutero. En vez de someterse, el monje orgulloso, hizo quemar la Bula del Papa en la plaza de Wittemberg. Le siguieron en su rebelión sus dos colegas: Carlostadio y Melancton.
Carlos V, emperador de Alemania, citó al innovador a la dieta de Worms. Lutero, lleno de orgullo y obstinación, declaró que no sometía su doctrina a nadie. Desterrado del imperio, se refugió en el castillo de Wartenburgo, al lado de Federico de Sajonia, su protector, y desde aquel lugar inundó Alemania de folletos incendiarios.
Para imponer sus errores al pueblo, alegó la autoridad de la palabra de Dios, y no reconoció mas regla de fe que la Biblia interpretada por la razón individual.
Todas las sectas protestantes han admitido este famoso principio de Lutero, o más bien, esta gran herejía: la Biblia, y nada más que la Biblia interpretada por el libre examen; principio absurdo y destructor de toda religión y de toda moral, como lo prueba la experiencia de tres siglos. En 1528, en la dieta de Spira, los discípulos de Lutero se dieron el nombre de protestantes para indicar su rebelión contra la autoridad de la Iglesia.
Lutero ensanchó y facilitó el camino del cielo, que Jesucristo declaró estrecho y difícil. Inventó la fe justificante, que debe reemplazar todas las obras penosas y prescritas por la religión.
Arrastrado por el rigor de las consecuencias de un falso principio, Lutero pasó de un error a otro. Si la sola fe justifica, las buenas obras son inútiles; inútiles los Sacramentos; y el monje sajón negó la utilidad de las buenas obras, negó los Sacramentos. Sin embargo, por una contradicción evidente, conservó tres de ellos: el Bautismo, la Eucaristía y la Penitencia; sólo que los desnaturalizó. Suprimió la Confesión; y para la Eucaristía admitió la impanación o la presencia real de Jesucristo en el pan.
Abolió la abstinencia y el ayuno; autorizó el divorcio; predicó el matrimonio de los Sacerdotes; abolió los votos de los religiosos, y dio en persona el ejemplo casándose sacrílegamente con Catalina Bora, religiosa a la que sacó de su claustro.
Lutero terminó su obra de destrucción tratando de idolatría el culto de los Santos y el de la Madre de Dios, así como la veneración de las reliquias y de las imágenes. Finalmente, negó el Purgatorio y por consiguiente, la utilidad de la oración por los muertos.
Sin embargo, la desesperación devoraba el alma de Lutero. Una noche, Catalina le mostraba las estrellas que brillaban en el firmamento. “Mira qué hermoso es el cielo” le dijo. Sí, replicó Lutero, pero no es para nosotros. “¿Por qué?” “Porque hemos faltado a nuestros deberes”. -“Entonces, volvamos al convento”. “No; es muy tarde. El carro está tan atascado, que no puede salir del atolladero…”.
Lutero quedó en el pantano. Prosiguió su vida de placeres, de orgías y de escándalos. No se avergonzó de escribir sus Pláticas de sobremesa, ni de componer un volumen que el pudor se resiste a hojear. Sus libros son una mancha que denigrará eternamente la literatura alemana y los anales del género humano. Beber bien, comer bien, decía, es el verdadero modo de no aburrirse.
Después de haber bebido bien, comido suculentamente y blasfemado a su sabor, Lutero murió atiborrado de manjares y de vino a la terminación de un banquete, en 1546. Muchos historiadores afirman que se ahorcó, terminando con el suicidio su triste vida[29].
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2º Calvino. Nació en Noyón, en 1503, de padres no muy ricos; la poderosa familia de los Monmorts sufragó los gastos de su educación. Sin estar todavía ordenado, Calvino poseyó en propiedad el curato de Marteville y después el de PontLeveque. Amigo de novedades, devoraba en secreto los escritos de Lutero.
Los escándalos de su vida fueron tales, que se vio obligado a dejar su patria, marcadas sus espaldas, según algunos escritores protestantes, con un hierro candente en castigo o de un crimen abominable contra las buenas costumbres. Después de haber llevado una vida errante, fijó su residencia en Ginebra, ciudad que debía convertirse más tarde en el principal baluarte de la herejía calvinista.
Sectario frío y vengativo, más metódico que Lutero, Calvino supo dar sólida organización a la herejía. Durante treinta años ejerció en Ginebra la tiranía más absoluta y draconiana. ¡Ay del que no pensara como él! Por orden suya, Miguel Servet, aragonés, fue quemado vivo sin otra razón que la de profesar sus particulares opiniones acerca de la Trinidad; Boizec fue desterrado; Gentilis y Jacobo Gruet, decapitados, etc. En los dos años: 1558 y 1559, hizo ejecutar a más de cuatrocientas personas. Mandó fijar en la plaza pública unos postes con esta inscripción: “Para el que hable mal de Calvino”.
Aunque tan severo se mostraba con los demás, buscó siempre para sí todos los regalos. Para él habían de ser las comidas más delicadas, los vinos más exquisitos, un pan hecho de flor de harina que se llamaba pan del Señor; y con su pan del Señor y su vino particular tomaba parte en todos los banquetes y se entregaba a todos los placeres.
Acometido de una enfermedad vergonzosa, en 1564, Calvino se vio roído por millares de gusanos; una úlcera asquerosa se cebó en sus entrañas y le causó dolores atroces. Herido de esta suerte por la mano de Dios, se entregó a la desesperación, llamó a los demonios en su auxilio, y expiró vomitando blasfemias contra Dios y maldiciones, contra sí mismo.
1537, Calvino había hecho imprimir en Basilea su libro Institución cristiana, en el que se encuentra el resumen de la herejía calvinista. Como Lutero, Calvino enseña que el hombre no es libre, pero añade, que la predestinación y la reprobación son absolutas, y termina por ser fatalista. Según él, nadie puede perder el estado de gracia.
Calvino admite dos Sacramentos: el Bautismo y la Cena, que no es más que una simple ceremonia. Lutero no se había atrevido a negar la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía; Calvino la rechaza, y no ve en la Cena más que un recuerdo; y en la Comunión, una comida por la fe.
Calvino suprime todo culto externo y hasta el mismo sacerdocio; reconoce ministros y predicadores, pero sin ningún carácter de orden: cualquiera puede ser ministro y dejar de serlo; bástale una delegación de los ancianos. ¿Es necesario añadir que en el sistema de predestinación admitido por Calvino, las buenas obras son inútiles? Es la destrucción de toda moral.
Los principales auxiliares de Calvino fueron Viret, Farel y Teodoro de Beza. Este último fue el que introdujo el protestantismo en Francia[30].
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3º Enrique VIII. En la época en que Lutero inauguraba su reforma en Alemania, reinaba en Inglaterra Enrique VIII. Este príncipe lleno de celo por la religión Católica, había escrito contra la herejía un libro, que le valió de parte de León X, en 1521, el título de “defensor de la fe”. Pero arrastrado por las pasiones, Enrique VIII no dejó a la historia más que el recuerdo de su lujuria, de su tiranía y de sus crueldades.
Después de veinte años de matrimonio con Catalina de Aragón, solicitó de la corte de Roma el divorcio para poder casarse con Ana Bolens, de la que se había enamorado perdidamente. El Papa Clemente VII se opuso a las pretensiones del monarca, amonestándole paternalmente al principio, amenazándole después con la excomunión. El rey, obedeciendo por una parte a los impulsos de la pasión, y por otra, a las pérfidas instigaciones de su canciller Tomás Cromwell, se atrevió a usurpar el título de Cabeza Suprema de la Iglesia de Inglaterra (año 1532).
Consecuente con tal determinación, declaró nulas las censuras de la Santa Sede, e hizo sancionar su nuevo enlace con su concubina por su indigno capellán Crammer, a quien él mismo había nombrado Obispo de Cantorbery.
El cisma se había producido en el reino. Los Obispos ingleses se mostraron débiles y tímidos; el Parlamento aprobó la apostasía del soberano: Inmediatamente se dictaron decretos de confiscación. Más de cuatrocientos monasterios fueron clausurados y sus bienes repartidos entre los lores. La prisión, el destierro y la muerte fueron el premio de que se mantuvieron fieles a Dios y a su Iglesia. Entre las víctimas de esta persecución, se cuentan veintiún Obispos, quinientos Sacerdotes y setenta y dos mil fieles. Los dos Mártires más ilustres son el Cardenal Fisher y el canciller Tomás Moro.
Enrique VIII trae a la memoria el recuerdo de los más odiosos tiranos de la Roma pagana. Se casó seis veces, repudió dos esposas y mandó otras dos al cadalso. Cuéntase que antes de morir, el 27 de enero de 1547, dijo a sus cortesanos: “Lo hemos perdido todo: el trono, el alma y el cielo”.
A pesar de todo, Enrique VIII no pretendía otra cosa que librarse del Papa: inauguró el cisma sin querer implantar la herejía. El calvinismo fue introducido en Inglaterra, durante la menor edad de Eduardo VI, por Crammer; bajo el reino de la cruel Isabel, asesina de María Estuardo, el calvinismo, apoyado y sostenido por el verdugo, se convirtió en religión del Estado; llamada religión anglicana (1571).
Tales son los grandes fundadores del protestantismo, a quienes juzga un célebre protestante, Cobbett, en los siguientes términos: “Tal vez jamás haya visto el mundo, en un mismo siglo, una cáfila de miserables de canallas como la formada por Lotero, Calvino, Zwinglio, Beza y los otros corifeos de la Reforma. El único punto de doctrina en que ellos etaban de acuerdo era la inutilidad de las buenas obras, y su vida sirve para confirmar la sinceridad con que habían abrazado este principio”[31].
El protestantismo cubrió el suelo de Europa de sangre y de ruinas. Alemania encendió la guerra civil y armó el brazo de los campesinos, que Lutero hizo exterminar después por los nobles. En Inglaterra, suscitó las mismas luchas religiosas: con la reina Isabel hizo pasar por las más terribles de las persecuciones a la antigua Isla de los Santos, llevándolo todo a sangre y fuego. Francia fue teatro de guerras sangrientas promovidas por los desórdenes de los Hugonotes, es decir, confederados, que querían implantar la herejía por las armas, degollaban Sacerdotes y quemaban Iglesias y aldeas. “No, decía Leibnitz, todas las lágrimas de los hombres no bastarían para llorar el gran cisma del siglo XVI”.
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2º El protestantismo no posee las notas de la verdadera Iglesia
I. El protestantismo no tiene la unidad:
1º Ni en la doctrina, porque su primer principio, el libre examen, no puede producir más que innumerables variaciones. Si se supone que cada uno, sabio o ignorante, puede interpretar la Biblia según sus propias luces o según su propio interés, habrá tantas creencias cuantos individuos: Quot capita, tot sensus. Los protestantes jamás han podido formular un símbolo admitido por todos. Sin embargo, la verdad es una, y Dios no puede revelar cosas contradictorias.
Por eso, entre los protestantes, los hombres juiciosos y lógicos o se convierten al catolicismo o caen en el racionalismo.
No hay término medio: o Jesucristo es Dios o no lo es.
a) Si Jesucristo es Dios, su doctrina es necesariamente una: Dios no se muda, Dios no varía; su verdad permanece eternamente. Es así que el protestantismo profesa las creencias más diversas y más contradictorias; luego no es divino.
b) Si Jesucristo no es Dios, toda religión sobrenatural cae por tierra; y no quedan más que el racionalismo y el ateísmo.
En vano intenta Jurieu sostener que la unidad necesaria a la Iglesia consiste en entenderse sobre los artículos fundamentales. Este sistema es arbitrario, contradictorio, impracticable.
Arbitrario, porque en una religión revelada todo es fundamental; en ninguna parte la Escritura se lee que sea permitido a cada individuo elegir entre sus dogmas y preceptos.
Contradictorio, porque, según este sistema, los protestantes están obligados a recibir en su comunión a todas las sociedades cristianas y aún a la Iglesia Católica: es inútil entonces rebelarse contra ella.
Impracticable: si hay artículos fundamentales ¿cuáles son? Las verdades claramente expresadas en la Biblia. ¿Cuáles?… Los protestantes de Francia, reunidos en sínodo en 1873, no pudieron ponerse de acuerdo, ni aún acerca de la verdad fundamental de la divinidad de Jesucristo. Y sin embargo ¿qué hay más claro en el Evangelio?…
2º Ni en el culto. Los protestantes carecen de culto: por lo pronto no tienen sacrificio. Los pueblos más bárbaros tienen sus sacrificios; los protestantes edifican templos, mas no erigen altar. El templo sin altar no es un edificio consagrado a Dios. En cuanto a los Sacramentos, algunas sectas no admiten más que el Bautismo; otras le añaden la Cena, insulsa falsificación de la Eucaristía.
3º Ni el gobierno. Desde el principio, el protestantismo ha rechazado toda autoridad docente, toda jerarquía. Está fraccionado en una multitud de sectas independientes, separadas por la creencia y frecuentemente empeñadas con encarnizamiento en su destrucción.
En el protestantismo no hay Iglesias, es decir, sociedades religiosas. Para una sociedad se necesita la autoridad que ligue entre sí las inteligencias, las voluntades y los corazones. Si no existe la autoridad de una cabeza, no hay más que miembros dispersos y, por lo tanto, no existe cuerpo moral, no hay sociedad. El protestantismo es una torre de Babel, donde reina la confusión y la anarquía.
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II. El protestantismo no tiene la santidad:
1º Ni en sus fundadores, que fueron todos hombres de conducta infame y escandalosa. Basta este carácter para juzgar esa religión. Dios no se sirve de gente corrompida para desempeñar una misión tan importante como la de reformar su Iglesia.
2º Ni en su doctrina. Los principios del protestantismo llevan a todos los crímenes y los justifican todos. ¿Hay algo más inmoral que los primeros principios de sus fundadores: el hombre no es libre; las buenas obras son inútiles; la fe basta para salvarnos, por grandes que sean los crímenes que uno cometa, etc.? La conciencia se subleva contra estas abominables teorías. Por eso, los protestantes son indefinidamente mejores que sus principios, a causa de que éstos no han podido extinguir en ellos las luces de la ley natural. El protestantismo, así como carece de unidad en sus creencias; tampoco tiene moral común y obligatoria para todos: cada cual, interpretando la Biblia según las luces de la propia razón, traza y modifica su moral en conformidad con sus deseos. Y esto explica que algunos protestantes hayan llegado hasta negar las verdades que sirven de base a la moral, como la inmortalidad del alma, la existencia del infierno eterno… Además, el protestantismo ha rechazado todos los medios de santificación: el ayuno, la abstinencia, las mortificaciones, los consejos del Evangelio, el culto de la Santísima Virgen, etc. Negando la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, ha cegado la fuente de las grandes abnegaciones y de las virtudes heroicas. No crecen en su campo las tres hermosas flores de la vida cristiana: la humildad, la virginidad, la pobreza voluntaria. Ha rebajado por doquier el nivel de la moral del pueblo, suprimiendo el freno de la confesión y los auxilios del culto.
3º Ni en sus miembros. No ha producido ningún santo cuya santidad esté comprobada con milagros. El dicho de Erasmo se cumple siempre: “Hay cristianos que se han hecho peores con los protestantes: pero no encontramos ninguno que se haya hecho mejor. Solo los malos católicos se pasan al protestantismo; y al contrario, los mejores protestantes se hacen católicos. El vicio atrae como la virtud, y cada uno va a la religión que se le asemeja”.
Según el proverbio inglés, cuando el Papa escarba su jardín, arroja las malas hierbas a los protestantes; el protestantismo es el desecho del catolicismo. Es un hecho confirmado por la experiencia.
Lutero y Calvino hubieran deseado hacer milagros para probar su misión, pero no se hacen milagros como se hacen cismas. Erasmo se mofaba de estos pretendidos reformadores; incapaces todos juntos de sanar a un mal caballo cojo.
“Lutero ensayó una vez exorcizar a un poseído, y el demonio estuvo a punto de estrangularle. Calvino quiso un día hacer un pequeño milagro. Pagó a un hombre llamado Brule, para que se hiciera el muerto y resucitara cuando él lo mandara. Calvino, seguido por una muchedumbre curiosa, llega junto al fingido muerto, y dice en voz alta: “¡Brule, en nombre de Jesucristo, levántate!” El compadre no contesta. La esposa de Brule se aproxima para sacudirle, pero estaba muerto, castigado por la Justicia divina. La pobre mujer lanza gritos desesperados y cuenta lo que había pasado. Calvino huyó temblando de miedo y de vergüenza. Este hecho se divulgó por todas partes”. (San Alfonso María de Ligorio).
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III. El protestantismo no tiene la catolicidad:
1º Ni la del tiempo. Data del siglo XVI.
2º Ni la de los lugares. No se extiende sino a los países donde se impuso violentamente, y se halla dividido en numerosas sectas. Cada una, tomada separadamente, no ocupa más que un pequeño rincón del globo: los luteranos, en Alemania; los calvinistas, en Suiza y Francia; los anglicanos, en Inglaterra; los presbiterianos, en Escocia, etc. El protestantismo no está extendido por toda la tierra.
3º Ni la del número. La Iglesia Romana sola es cinco veces más numerosa que todas las sectas protestantes reunidas. Es la misma en todas partes, y al contrario, el protestantismo es diferente en todas partes. Impotente para constituir una sociedad universal, no puede atribuirse con justicia el título de católico.
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IV. El protestantismo no tiene la apostolicidad:
1º Ni la de origen. Sus autores Lutero, Calvino, etc. están separados de los Apóstoles por un intervalo de quince siglos.
2º Ni la doctrina. Los Apóstoles no han transmitido más que una sola e idéntica doctrina, los mismos Sacramentos, el mismo culto; en todo lo cual, el protestantismo ofrece infinitas divergencias. Ningún hombre de buen sentido creerá jamás que los Apóstoles hayan enseñado creencias contradictorias. Las doctrinas protestantes varían diariamente y se podría continuar la obra inmortal de Bossuet: “Historia de las variaciones protestantes”. La doctrina de los Apóstoles, como la de Jesucristo, es inmutable.
3º Ni la de misión. Los fundadores del protestantismo no recibieron su misión ni de los sucesores de los Apóstoles ni directamente de Jesucristo. ¿Quién pues, les dio el poder de predicar el Evangelio?. Para refutar a todos los protestantes pasados, presentes y futuros, basta plantearles la cuestión que planteaba Tertuliano a los innovadores de su tiempo: “¿Quiénes sois vosotros, y de dónde venís? Al principio estabais en el seno de la Iglesia Romana; cuando la dejasteis, ¿quién os dio la misión de predicar estas nuevas doctrinas? Todo aquel que, habla en nombre de Dios debe ser enviado por Dios. Probad pues, vuestra misión”.
Hay dos géneros de misión: una ordinaria y otra extraordinaria. La misión ordinaria es aquella en cuya virtud los Sacerdotes son enviados por el Papa en el mundo entero, o por los Obispos en sus diócesis, a propagar la fe.
Los innovadores no pueden atribuirse la misión ordinaria, porque fueron excomulgados por el Papa y condenados por los Obispos. ¿Recibieron acaso una misión extraordinaria? Tal misión no es legítima, si no se prueba con una eminente santidad de vida y con Milagros. Así es como San Pablo probaba su misión: “Aunque nada soy, con todo, yo os he dado claras señales de mi apostolado con manifestar una paciencia a todo prueba, con milagros, con prodigios y con maravillas del poder divino”[32].
Pues bien, ¿dónde están los milagros obrados por los fundadores del protestantismo?…
No habiendo recibido ni misión ordinaria ni misión extraordinaria, no son pastores legítimos; son intrusos, lobos rapaces introducidos en el rebaño[33].
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3º En su regla de fe, el protestantismo contradice a nuestro Señor Jesucristo
Fácil cosa es convencer de error al protestantismo mostrándole que su regla de fe es contraria a la voluntad de Jesucristo. La regla de fe del protestante es ésta: “La Biblia, y nada más que la Biblia, libremente interpretada por cada individuo”.
1º Esta regla de fe está condenada por la Biblia misma. Nuestro Señor Jesucristo predicó, pero no dejó nada escrito. No dijo a sus Apóstoles: Id, escribid, vended Biblias por las calles, sino que les dijo: “Id, enseñad a todas las naciones, predicad el Evangelio… El que creyere se salvará: el que no creyere se condenará… Quien a vosotros oye, a Mí me oye…” Luego la Biblia no es regla de fe establecida por Jesucristo; Él no manda leer la Biblia, sino escuchar a los Apóstoles.
Los Apóstoles predicaron: por medio de la predicación propagaron la fe en el mundo. Sólo más tarde, algunos de ellos escribieron los libros del Nuevo Testamento. La Iglesia existió mucho antes que los Evangelios. ¿Cuál era entonces la regla de fe de los primeros cristianos?… Por lo demás, la Biblia no puede ser una regla de fe porque los libros que la componen no son un catecismo, una enseñanza religiosa clara y completa. Los Evangelios, los Hechos de los Apóstoles, son simples narraciones presentadas a los fieles para su edificación. Las Epístolas son fragmentos sueltos, respuestas a cuestiones particulares. Jamás pretendieron los Apóstoles dar en esos fragmentos escritos un código de enseñanza completo, una fórmula de fe.
Fuera de eso, los escritores sagrados ponen en la misma categoría la enseñanza escrita y la enseñanza oral. Declaran que no han escrito más que una pequeña parte de las enseñanzas del Salvador[34], y demandan el mismo respeto para lo que enseñan de viva voz, que para lo que han consignado en sus escritos. “Retened, dice San Pablo, la doctrina que habéis aprendido, ya sea de palabra, ya por nuestra carta”[35]. Y a Timoteo: “Y lo que has oído de mí ante muchos testigos, confíalo a hombres fieles que sean aptos para enseñar a otros[36]. Luego la Escritura santa no contiene todo lo que hay que creer y practicar, puesto que los Apóstoles nos ordenan conservar las Tradiciones.
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2º La regla de fe de los protestantes es imposible. Antes de la invención de la imprenta, los manuscritos de la Biblia eran raros y costosos. Durante estos catorce siglos, la inmensa mayoría de los fieles fueron instruidos más por la predicación que por la Biblia. Si la Biblia es necesaria, estos cristianos no tuvieron regla de fe. Pues bien, la historia certifica que esos cristianos no valían ciertamente menos que los protestantes de ahora.
Aún en nuestros días, la Biblia no puede ser la única regla de fe. Unos no saben leer; otros carecen de oportunidad para ella. Los ignorantes y los pobres no podrían salvarse, si la salvación estuviera vinculada a la lectura de la Biblia. Y tan lejos está de ser así, que Jesucristo dio como señal de su misión divina, precisamente la Evangelización de los pobres.
Entre los protestantes, los hechos están en oposición con la teoría. Entre ellos, como entre nosotros, los niños reciben su instrucción religiosa en la familia, por conducto de los padres; en las escuelas, por los maestros; en los templos, por los pastores. Entre ellos, como entre nosotros, los niños, antes de saber leer, aprenden los primeros rudimentos de la doctrina cristiana, el Símbolo de los Apóstoles y el Decálogo. Su creencia se funda en estas enseñanzas recibidas y no en la lectura de la Biblia. La mayoría de ellos creerá toda la vida lo que ha creído en su infancia… Además, ¿no tienen los protestantes ministros para explicar la Biblia en sus templos? Luego, entre ellos, la Biblia no es única regla de fe.
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3º El protestantismo no viene de Dios. Toda religión que no produce algún Santo, que no es confirmada por algún milagro, no puede venir de Dios. El milagro, según hemos demostrado, es el sello la firma que Dios imprime a su religión. Pues bien, el protestantismo, en tres siglos que tiene de existencia, no ha podido producir un solo Santo ni puede presentar ningún milagro. Luego no viene de Dios.
“El protestantismo rechaza todo lo que es consolador, tierno y afectuoso en la religión: la adorable presencia de Jesucristo en el Sacramento de su amor; el tribunal de la misericordia y del perdón; la devoción a la Santísima Virgen María, esta dulce Madre del Salvador que Él nos dio por Madre en el momento supremo de su muerte; la invocación de los Santos, nuestros hermanos mayores, nuestros amigos, que ya se hallan en la patria, adonde nos llaman y donde nos esperan; la oración por los difuntos, etc.” (Mons. De Ségur). Por eso los protestantes que conocen y aman a Dios se hacen católicos.
Objeción. Los protestantes dicen: Nosotros no queremos como regla de fe más que la palabra de Dios, la Biblia, toda la Biblia, nada más que la Biblia…
R. 1º ¿Cómo sabéis vosotros que la Biblia es la Palabra de Dios? Os desafiamos a que lo sepáis sin recurrir a la autoridad de la Iglesia Católica. Es indudable que vosotros demostraréis, como nosotros lo hemos hecho, que los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento son auténticos y verídicos; pero ¿cómo probáis que son divinos, escritos por inspiración divina? No lo podéis hacer sin recurrir a la autoridad de la Iglesia; San Agustín tenía razón cuando decía: “Yo no creería en el Evangelio si la autoridad de la Iglesia Católica no me moviera a ello”.
2ºAdmitamos que la Biblia sea la palabra de Dios; y ¿cómo probaréis que la traducción de los Libros Santos es fiel y esta libre de errores? El original de la Biblia está escrito en dos lenguas: en hebreo y en griego. Se han hecho diversas traducciones, ¿cuál será la verdadera? ¿Quién os probará que vuestra Biblia está bien traducida y que reproduce fielmente la Palabra de Dios? Un proverbio dice: “Los traductores son generalmente traidores: traduttore, tradittore”.
Vosotros no podéis, pues, saber si vuestra Biblia está bien traducida, sin una autoridad infalible y autoridad infalible no la hay sino en la Iglesia Romana.
Hacéis mal en echar en cara a los católicos el que crean en la palabra de los Sacerdotes enviados por Dios para enseñar, cuando vosotros creéis en la palabra de un traductor sin mandato, sin misión; cuando vosotros recibís su palabra humana como palabra divina….
3º Aunque concediéramos que vuestra Biblia esté fielmente traducida, ¿cómo probaréis que acertáis a interpretar el sentido verdadero de las Escrituras?… Tenedlo presente: una falsa interpretación de la Palabra Sagrada hace del Evangelio de Cristo el Evangelio del hombre. La Biblia es obscura en muchas partes; la inteligencia humana está sujeta a error y, de hecho, frecuentemente se equivoca. Así para no citar más que un ejemplo, estas palabras de Nuestro Señor Jesucristo: “Este es mi cuerpo”, Lutero las entiende del cuerpo de Jesucristo, mientras Calvino no ve en ellas más que una figura. ¿Cuál de los dos ha dado con el verdadero sentido de la Palabra divina?
No se puede estar cierto de poseer el verdadero sentido de la Biblia, sin la decisión de un juez infalible. Si ese juez falta, tendréis siempre tantas creencias cuantas interpretaciones individuales, y nunca estaréis seguros de comprender la Palabra de Dios.
4º Me diréis, finalmente: “Estamos iluminados por la luz interior del Espíritu Santo…” . No hasta afirmarlo, hay que probarlo. Si el Espíritu Santo os inspira ¿por qué entendéis las palabras de la Biblia los unos en un sentido, y los otros en otro? ¿Puede contradecirse el Espíritu Santo?
Vosotros echáis en cara a los católicos el que crean en la infalibilidad de un Papa, y a la vez, os transformáis en otros tantos Papas infalibles para interpretar la palabra de Dios… No, no está permitido a todo el mundo interpretar la Biblia, porque, dice San Pablo: “Dios ha dado a los unos el ser Apóstoles, a otros el ser Profetas, a otros el ser Evangelistas, a otros el ser Pastores y Doctores”[37]. Se debe preguntar el sentido de la Biblia a aquellos que tienen la misión de enseñar: “Los labios del Sacerdote serán los depositarios de la ciencia, y su palabra dará el conocimiento de la ley”[38].
5º Vosotros pretendéis aceptar la Biblia, toda la Biblia, etc. Pluguiese a Dios que así fuera, pues entonces seríais católicos. La Biblia enseña que Jesucristo estableció una Iglesia, y que en esa Iglesia ha constituido una autoridad doctrinal infalible a la que debemos obedecer: “Id, decía Nuestro Señor Jesucristo a sus Apóstoles, enseñad a todas las naciones… El que creyere se salvará y el que no creyere se condenará…”. Luego todo aquel que no obedece a los Apóstoles y a sus sucesores, debe ser considerado como gentil y publicano…
Conclusión. Ojalá tuvieran presente nuestros hermanos caídos en extravío que sus antepasados eran católicos y que, haciéndose ahora católicos ellos también, no cambiarían de religión no harían más que volver al seno de la Iglesia, de la que un día, desgraciadamente, desertaron sus padres[39].
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4º La Iglesia griega cismática no posee las notas de la verdadera Iglesia
Origen del cisma de Oriente. En 857, el emperador griego Miguel, llamado el beodo, y suministro Bardas, expulsaron de su sede de Constantinopla a San Ignacio, que reprendía sus crápulas. Lo reemplazaron por un hombre hechura suya, Focio, quien en seis días recibió, sacrílegamente, todas las órdenes de la Iglesia. Este indigno usurpador se sublevó contra el Papa y se declaró Patriarca Universal. “Era el hombre más artero y sagaz de su época; hablaba como un santo y obraba como un demonio”. Su tentativa fracasó. Fue encerrado en un monasterio, donde murió en 886.
Sus sucesores, alentados por los emperadores de Constantinopla, no dejaron de aspirar al título de Patriarca Universal. Por fin, uno de ellos, Miguel Cerulario, se rebeló abiertamente contra la autoridad del Papa que lo excomulgo en 1054. El cisma estaba consumado.
Más tarde, la reconciliación se llevó a cabo, y fue solemnemente proclamada en el Concilio de Florencia, que se celebró en el año 1439; pero la mala voluntad del clero de Constantinopla, hizo poco menos que nulo el resultado de esta unión.
Desde entonces, la Iglesia cismática se dividió en tres ramas principales: la Iglesia de Constantinopla, la Iglesia griega y la Iglesia rusa, la más importante de todas. A la primera se agregaron, por lo menos aparentemente, las Iglesias de Antioquía, de Jerusalén y de Alejandría.
Rusia recibió la fe cristiana bajo el reinado de la princesa Olga, regente del reino de 945 a 955, y fue convertida definitivamente en tiempo de Vladimiro el Apostólico, en 986, por San Cirilo y San Metod o. La Iglesia rusa dependió mucho tiempo del patriarca de Constantinopla, que en 1589 elevó al Obispo de Moscú a la dignidad patriarcal. Más tarde, Pedro el Grande se apoderó de la autoridad religiosa, se declaró jefe espiritual de todas las Rusias y fundó el Santo Sínodo para gobernar la Iglesia nacional.
La Iglesia cismática entera conserva todavía inalterados los dogmas de la fe que tenían antes de la separación y que son casi los mismos que profesa la Iglesia Romana.
Las principales divergencias son éstas:
a) Los griegos sostienen que el Espíritu Santo procede del Padre y no del Hijo, y rechazan la palabra Filioque (que significa: y del Hijo).
b) No reconocen la autoridad suprema del Papa.
c) Sus patriarcas y Obispos están sometidos a la ley del celibato, pero a los presbíteros les está permitido el matrimonio, siempre que haya sido contraído antes de la recepción de las órdenes sagradas.
Hay con ello más de lo necesario para declararlos, a la vez, cismáticos y herejes.
1º La Iglesia griega cismática no es una. No tiene la unidad de gobierno, puesto que sus diversos patriarcas son iguales entre sí e independientes los unos de los otros. Cada patriarcado forma hoy una Iglesia distinta. La dependencia de los patriarcas de Jerusalén, de Antioquía y de Alejandría, respecto del de Constantinopla, no es más que nominal. La Iglesia rusa estuvo sometida al zar y lo está ahora al gobierno soviético, como si los soberanos laicos pudieran ser los pastores de la Iglesia de Cristo. El clero cismático no quiere obedecer al Papa, sucesor de San Pedro, pero no se avergüenza de ser esclavo del sultán o del zar. ¡Terrible, pero justo castigo de la justicia divina!
2º La Iglesia griega cismática no es santa.
a) Ni en sus fundadores. Focio y Miguel Cerulario quo eran más que unos intrigantes y ambiciosos.
b) Ni en sus miembros. Los Santos que venera estaban canonizados antes del cisma. La tierra que produjo a San Atanasio; San Cirilo, San Juan Crisóstomo, San Basilio, San Gregorio Nacianceno, es estéril en Santos y en grandes obras. Los milagros han dejado de manifestar la existencia divina.
El clero, sometido por completo al poder civil, desprovisto de ciencia, autorizado a casarse, ha perdido todo su prestigio. Su influencia es nula; las poblaciones ignorantes vegetan en el decaimiento moral. Estas Iglesias, caídas en un estado tan miserable después que dejan a Roma, son manifestaciones falsas. El cisma griego, separado del tronco vivo de la Iglesia Católica, es una rama cortada, sin savia y muerta.
3º No es Católica.
a) Ni por la duración. El cisma comenzó en el siglo IX, y no se consumó hasta mediados del XI, en el año 1054.
b) Ni por la extensión. Está confinada al Asia Menor y a los Balcanes, Grecia y Rusia.
4º No es apostólica.
a) Ni por la doctrina ni porque ha variado en la fe heredada de los Apóstoles al rechazar el primado del Papa y la procesión del Espíritu Santo, dos dogmas que había admitido durante más de diez siglos.
b) Ni por la misión. Después del cisma sus pastores han perdido toda misión y toda jurisdicción: han dejado de ser los legítimos sucesores de los Apóstoles.
El Papa León XIII (y hoy, particularmente Juan Pablo II), hizo frecuentes llamamientos a las pobres Iglesias cismáticas, a fin de volverlas a la vida. Su amor a la Santísima Virgen y a la Eucaristía es la prenda de esperanza de su vuelta a la unidad. Los griegos tienen a la “Panagia”, es decir a la Santa Madre de Dios, una gran devoción. Su Icón o imagen sagrada está pintada en todos los templos, y le rezan con fervor. La Eucaristía es consagrada por los Sacerdotes y conservada en los altares. Jesús y María ¿no se compadecerán de estas pobres almas; cuya memoria, sobre todo en el pueblo, está de buena fe? No se trata más que de volver a la doctrina de los grandes Doctores de Oriente, de San Atanasio, de San Gregorio, de San Juan Crisóstomo, de San Cirilo, todos los cuales permanecieron inviolablemente unidos a la Sede Romana.
Conclusión general. La verdadera Iglesia de Jesucristo, según el Evangelio y la Tradición, debe ser Una, Santa, Católica, Apostólica. Así lo declara el Concilio general de Nicea, admitido por todas las Iglesias que se dicen cristianas. Las sectas protestantes y las Iglesias cismáticas no tienen ninguna de estas cualidades. Por consiguiente no son y no pueden ser la verdadera Iglesia de Jesucristo.
Por el contrario, la Iglesia Católica es estrictamente Una en su fe, en su culto, en su gobierno; Santa en su fundador, en su doctrina, en sus miembros; Católica en el tiempo y en él espacio; Apostólica en su doctrina, misión y sacerdocio. Luego es la verdadera Iglesia de Jesucristo.
“¡Dichosos los cristianos a quienes la Providencia hizo nacer en un país católico! Es una gracia que no se puede apreciar sino poniéndose en lugar de las infortunadas víctimas del cisma y de la herejía. ¿Qué queréis que sean, en esas religiones con tan pocos auxilios espirituales, aún las almas rectas y buenas? Roguemos a Dios que estos hermanos separados de nosotros por circunstancias desgraciadas, lleguen a conocer la verdad y tengan el valor de seguirla” (Portais).
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Necesidad de pertenecer a la Iglesia Católica
162. P. ¿Es necesario para salvarse pertenecer a la Iglesia Católica?
R. Sí, porque Jesucristo ordena a todos los hombres que formen parte de su Iglesia, bajo pena de condenación eterna.
1º Él dijo a los Príncipes de su Iglesia; “Id por todo el mundo predicad el Evangelio a toda criatura; el que creyere será salvado, y el que no creyere será condenado… Quien a vosotros oye, a Mí me oye; quien os desprecia, a Mí me desprecia y desprecia también a mi Padre que me ha enviado … Si alguien no escucha a la Iglesia, sea para vosotros como gentil y publicano”.
Según estas palabras, la Iglesia es la autoridad viviente, establecida por Jesucristo para que le represente en el mundo. Es así que todo hombre debe sujetarse a la autoridad establecida por Dios para que lo represente en la tierra, como un súbdito está obligado a obedecer a los representantes de su soberano. Luego todos los hombres están obligados a someterse a la Iglesia.
2º Para salvarse hay que creer lo que Jesucristo enseña, hacer lo que manda y recibir de Él la vida de la gracia. Es así que sólo en la Iglesia Católica se cree en la doctrina de Cristo, se practican sus Preceptos y se recibe su Gracia. Luego es necesario para salvarse pertenecer a la Iglesia Católica. Ella es el camino fijado por Dios para conducir a los hombres a la salvación. Todo el que rehúsa este Camino se pierde.
3º Jesucristo es el Único mediador entre su Padre y nosotros; la Iglesia es la única mediadora entre nosotros y Jesucristo. Es, pues, necesario entrar en la Iglesia para ir a Jesucristo, para ir a Dios.
Por consiguiente, quienquiera que voluntariamente permanezca fuera de la Iglesia Católica, no puede llegar a la salvación. “No puede tener a Dios por Padre quien no tiene a la Iglesia por Madre”.
Esta necesidad de pertenecer a la Iglesia Católica no es más que una consecuencia de las demostraciones precedentes.
Una religión es necesaria al hombre: una sola religión es verdadera; la religión cristiana es esta religión verdadera y divina; luego hay que seguir y practicar la religión cristiana.
Es así que la religión cristiana no se halla sino en la verdadera Iglesia de Jesucristo, en la Iglesia Católica, puesto que ella ha recibido el depósito de los dogmas y de los preceptos revelados por Jesucristo, y que sólo ella posee derecho y poder de comunicar la gracia fruto de los méritos del Redentor. Luego es necesario, bajo pena de muerte eterna, entrar en la Iglesia Católica tan luego como se hayan conocido su origen, su misión y su autoridad divina.
1º Jesucristo ordena a sus Apóstoles que iluminen a los hombres con la predicación del Evangelio, que los santifiquen con los Sacramentos y los dirijan por medio de leyes. Al mismo tiempo impone a los hombres la obligación de obedecer a los Pastores de la Iglesia como a Él mismo: “Quien a vosotros oye, a Mí me oye,”; etc. Todos los hombres, por tanto, están obligados por un precepto formal de Jesucristo, a escuchar a aquellos que enseñan en su nombre, a recibir de sus manos la vida de la gracia encerrada en los Sacramentos, a obedecer sus preceptos bajo pena de despreciar al Hijo de Dios y a su Padre, que le envió a la tierra para salvar a los hombres. Todo el que creyere en la palabra de los Apóstoles y fuere bautizado, se salvará: todo el que no creyere, será condenado.
2º Para ir al cielo hay que seguir el camino trazado por Dios. Oigamos a un ilustre orador moderno: “Para entrar en posesión de la felicidad sobrenatural, Dios puede señalarnos una ruta especial y única, Él tiene el derecho de subordinar la conquista de esa felicidad a cierto conjunto de condiciones obligatorias; si nosotros no las cumplimos, si no marchamos por el sendero que nos trazan, tendrá pleno derecho para desheredarnos del trono que nos ha prometido en el cielo.
¿Hay nada más legítimo? pregunto yo. Soldados, ¿veis ese fuerte? Mañana tendréis que apoderaros de él por asalto. ¿Por qué lado, capitán? Por el Norte, es la única parte por donde es accesible y, además, ésta es mi voluntad. Entendido. Y los soldados obedecen. “Ahí tenéis el poder de un general, ahí tenéis la obligación de un ejército. Ya lo habréis comprendido, Señores; el ejército somos nosotros; el fuerte es la meta inmortal a la cual aspiramos; el general es Dios. Él tiene sobre nuestros destinos un dominio absoluto. Libre para fijar nuestras glorias y nuestras alegrías futuras, no lo es menos para fijar el camino que debe conducirnos a ellas, Si le place decirnos: Tú pasarás por allá y nada más que por allá, tan luego como sus planes nos sean anunciados no tenemos que replicar ni una palabra. No podemos decirle: No puedo; Él no manda lo imposible. No podemos decirle: Eso no me gusta; no le corresponde a Él acomodarse a nuestros caprichos, sino a nosotros el acatar sus voluntades”[40].
Ahora bien, la Iglesia Católica es el único camino trazado por Dios para ir al cielo. Cualquiera que rehúse creer en sus dogmas, recibir sus Sacramentos, seguir sus preceptos, será condenado. El triple poder conferido por Nuestro Señor Jesucristo a su Iglesia es una prueba evidente de la voluntad divina. Él le ha dado un poder doctrinal para enseñar las verdades reveladas, un poder sacerdotal, para conferir la gracia, un poder pastoral para regir la sociedad de las almas. Los que se niegan a someterse a este triple poder de la Iglesia, viven lejos de la salvación, como los paganos o adoradores de ídolos y los publicanos o pecadores impenitentes.
3º “ Nuestra salvación no viene sino de Jesús: “Yo soy el camino, la verdad y la vida, dice Él; nadie llega al Padre sino por mí”[41]. “El que en Mí no estuviere, será echado fuera como sarmiento y se secará, se le arrojará al fuego, y se quemará”[42]. “Y no está en otro alguno (fuera de Jesús) la salvación, porque otro Nombre no hay debajo del cielo dado a los hombres en el cual podamos ser salvos”[43]. Luego, Jesucristo es el Único Mediador entre su Padre y nosotros.
La Iglesia no es más que una sola cosa con Jesucristo. Es Jesucristo mismo prolongando su encarnación entre los hombres.
La Iglesia continúa en la tierra la misión de Jesucristo. “Como mi Padre me ha enviado, así os envío Yo; mi Padre me ha enviado para salvar al mundo, Yo también os envío para salvar a los hombres de todos los tiempos y de todas las naciones”. No hay, pues, salvación posible fuera de la Iglesia.
La Iglesia es el cuerpo de Jesucristo, el complemento de Cristo, su desenvolvimiento a través de los siglos. “Nadie, dice San Agustín, puede obtener la vida eterna si no tiene a Cristo por cabeza, si no pertenece a su cuerpo, que es la Iglesia. Pero así como en un cuerpo sólo los miembros que lo constituyen están sometidos a la influencia de la cabeza, mientras los miembros extraños no pueden participar de su vida, así también los miembros extraños a la Iglesia no pueden recibir la gracia y la vida que Jesucristo, Cabeza de la Iglesia, comunica a sus miembros”.
La Iglesia es la esposa de Jesucristo de la manera que Eva, la esposa del primer Adán, es la madre de todos los hombres; la Iglesia, esposa del segundo Adán, debe ser la madre de todos los escogidos. Esta es la enseñanza de todos los Santos Padres. “Si alguien vive fuera de la Iglesia, dice San Agustín, no es del número de los hijos; y no queriendo tener a la Iglesia por Madre, no tendrá a Dios por Padre: Nec habebit Deum Patrem qui Ecclesiam noluerit habere matrem”. “Aquel, dice San Cipriano, que abandona a la Iglesia de Jesucristo, no llegará a las recompensas de Jesucristo. No, no puede tener a Dios par Padre el que no tiene a la Iglesia por Madre”.
Además de esto, todos los Santos Padres emplean la comparación del Arca de Noé. Ninguno de los que no entraron en el Arca de Noé se salvó; tampoco se salvará nadie que no entre en la Iglesia Católica.
La máxima, pues, “fuera de la Iglesia no hay salvación”, resulta de las palabras del Evangelio, de los escritos de los Santos Padres y de toda la tradición cristiana.
Conclusión. El hombre no es libre para elegir entre las varias sectas cristianas y la Iglesia Católica. Sostener lo contrario seria afirmar, o que Jesucristo al fundar su Iglesia hizo una obra perfectamente inútil, lo que es una blasfemia, o que todas las religiones son buenas, lo que es un absurdo manifiesto, puesto que de dos creencias opuestas una necesariamente es la verdadera; y sería impío suponer que Dios pueda permanecer indiferente entre el error y la verdad.
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163. P. ¿Qué significa la máxima: Fuera de la Iglesia no hay salvación?
R. 1º Esta máxima no significa: Todo el que no sea Católico será condenado; sino que, siendo obligatoria para todos la religión Católica, el que rehusa instruirse acerca de Ella, o abrazarla una vez conocida, peca gravemente y se hace acreedor a la condenación eterna.
2º En cuanto a los que no conocen a la Iglesia, si observan la ley natural grabada en su corazón, si cumplen con los deberes que les dicta la conciencia, Dios, que quiere la salvación de todos, les dará las luces y gracias necesarias para conseguir la salvación. Estos tales se salvarán por el deseo implícito de pertenecer a la Iglesia.
Sin embargo, es una gran desgracia no conocer a la Iglesia, porque ese desconocimiento lleva consigo la privación de los medios eficaces que esta buena Madre ofrece a sus hijos para que puedan llegar fácilmente al cielo.
Se puede pertenecer a la Iglesia: o en realidad, o por deseo, al menos implícito. Llamamos implícito: el deseo contenido en la voluntad expresa y general de emplear los medios y observar las leyes establecidas por Dios para conseguir las salvación.
Es de necesidad de precepto pertenecer a la Iglesia en realidad, y de necesidad de medio el pertenecer a Ella, por lo menos, en deseo implícito. La necesidad de la Iglesia, por consiguiente, no se diferencia de la del Bautismo. Para salvarse, hay que recibir el Bautismo en realidad o en deseo: de la misma manera, hay que pertenecer a la Iglesia Católica, en realidad o en deseo.
Esta doctrina puede explicarse en otros términos: Es de necesidad de precepto pertenecer al cuerpo de la Iglesia, y de necesidad de medio pertenecer a su alma. El cuerpo o la parte visible de la Iglesia, es la sociedad de los fieles bautizados, unidos visiblemente entre sí por la profesión de la misma fe, la participación de los mismos Sacramentos y la sumisión a los pastores legítimos.
El alma, o parte invisible de la Iglesia, es la gracia santificante, principio de vida sobrenatural. Las almas que la poseen, unidas invisiblemente a Jesucristo por la fe, esperanza y, sobre todo, por la caridad, están unidas entre sí como las ramas del árbol que reciben del mismo tronco la misma savia y la misma vida. Para pertenecer al alma de la Iglesia es suficiente estar en estado de gracia, y poseer la vida divina que Jesucristo nos mereció con su muerte, y que Él nos comunica por el Espíritu Santo.
1º Todo aquel que reconoce a Jesucristo como a Dios y a la Iglesia Católica como a la única divina, y que esto, no obstante, se mantiene fuera de su seno, no puede salvarse, porque se niega a cumplir el gran precepto impuesto por Jesucristo a todos los hombres de que sean miembros de su Iglesia. ¿Es injusto excluir de la salvación a los herejes y a los cismáticos de mala fe que, por capricho y con obstinación, se niegan a buscar la verdad, o que, aún viendo la luz, permanecen voluntariamente en las tinieblas? ¿No es acaso justo que aquellos que rehúsan entrar en el Arca de la salvación perezcan en el naufragio? ¿Que los que no quieren pertenecer a la casa de Dios en la tierra sean excluidos de la celestial Jerusalén?
Los que dudan de la verdad de su religión, deben buscar la verdadera Iglesia. El hereje, el fiel, que atormentados por la duda, descuidan la oración, dejan de consultar y de ilustrarse, se hacen reos de pecado grave.
2º ¿Pueden salvarse los que no conocen a la Iglesia? Esta pregunta puede referirse a los niños y a los adultos.
A) Los niños de los herejes, de los cismáticos, de los infieles, si son válidamente bautizados, reciben con el bautismo la gracia santificante, y no la pierden sino cuando, con advertencia plena, caen en falta grave.
Los niños que mueren sin el bautismo, y, por consiguiente, fuera de la Iglesia, están privados de la felicidad sobrenatural y de la visión beatífica. Pero esta dicha no les es debida, porque supera las exigencias de la naturaleza humana. Según la enseñanza común de los teólogos, estos niños no sufren la pena de sentido; tampoco sufren, según Santo Tomás, el sentimiento de tristeza que podría causarles la pérdida de la visión de Dios. Gozan de la felicidad natural, que hubiera sido la herencia de la naturaleza humana, si Dios no nos hubiera elevado al orden sobrenatural, y benedecirán eternamente al Creador por haberlos sacado de la nada.
B)Tampoco es imposible la salvación para los adultos que viven en las sectas heréticas, cismáticas o en las naciones infieles.
1º Una ley desconocida no puede obligar. Los que ignoran el Evangelio desconocen a la Iglesia de Jesucristo y, por lo mismo, se hallan involuntariamente fuera de ella; no pueden ser condenados por este simple hecho: Nadie se condena sino por su culpa. La buena fe excusa: Dios no imputará a los que están fuera de la Iglesia sin culpa propia y por ignorancia invencible, un estado del que no son responsables. Estos tales no están obligados más que a servir a Dios mediante el cumplimiento de los deberes que les impone la conciencia.
2º Si estos hombres, los infieles, observan con fidelidad la ley natural grabada en todos los corazones, y los herejes y cismáticos, además de la ley natural, las positivas, en la parte que haya llegado a su noticia; si están dispuestos a abrazar la verdad que llegue a su conocimiento; en una palabra, si hacen de su parte todo lo posible, Dios les dará las gracias que necesitan. Al que hace de su parte todo lo posible, Dios no le niega su gracia: Facenti quod est in se, Deus non denegat gratiam, dicen los teólogos. Él quiere la salvación de todos, para todos dispone y concede gracias suficientes para que puedan alcanzar la justificación y la salvación.
Si Dios no les hace conocer exteriormente, mediante la predicación, las verdades necesarias para salvarse, lo hará interiormente por sí mismo o por el ministerio de los ángeles. “Dios, dice Santo Tomás, enviará un ángel para introducir en la Iglesia a los hombres de buena voluntad, antes que dejarlos que se pierdan”[44].
Escuchemos al inmortal Pontífice Pío IX, en su Encíclica del 10 de agosto de 1863: “Nosotros sabemos que aquellos que viven en la ignorancia invencible de nuestra religión y que siguen fielmente los preceptos de la ley natural impresa en todos los corazones; que, dispuestos a seguir la voluntad de Dios, llevan una vida ordenada y honesta, sabemos que pueden, con el auxilio de la luz y de la gracia divina, obtener la vida eterna; porque Dios, que penetra y ve perfectamente los pensamientos y las disposiciones de todos los espíritus, en su clemencia y en su soberana bondad no permite que nadie sea castigado con suplicios eternos sin haberse hecho culpable de una falta voluntaria”.
3º ¿Significa lo dicho que éstos infieles, estos herejes, estos cismáticos de buena fe, se salvarán fuera de la Iglesia? No, por cierto, por lo mismo que tienen el deseo sincero de hacer la voluntad de Dios de abrazar la verdad pertenecen a la Iglesia con el corazón, puesto que estarían en ella si la conocieran; teniendo la caridad perfecta, desean implícitamente pertenecer a la Iglesia, y este deseo suple la incorporación real, como el deseo implícito del bautismo suple el bautismo mismo. Ellos pertenecen, si no al cuerpo, por lo menos al alma de la Iglesia.
Concluslón. Estos hombres de buena fe y de buena voluntad, ¿son muchos? Las Iglesias griega y rusa, las sectas protestantes de Alemania, de Inglaterra, de Suiza, de América, ¿ocultan a muchos elegidos? Es éste un misterio que sólo Dios puede conocer. Si nada es más cierto que este principio: Fuera de la Iglesia no hay salvación, nada es más misterioso que su aplicación, porque ésta encierra tres elementos insondables[45]: la gracia de Dios, la conciencia del hombre y la hora de la muerte[46].
De estos principios incontestables resulta que, relativamente a la salvación, se pueden distinguir, entre los hombres, las clases siguientes:
1º, El Católico en estado de gracia: pertenece, al mismo tiempo, al cuerpo y al alma de la Iglesia, y, si muere en ese estado, su salvación está asegurada.
2º El Católico pecador: es decir, en pecado mortal actual, no pertenece al alma de la Iglesia más que por los vínculos de la fe y de la esperanza; es un miembro paralizado que puede revivir todavía, pero que, por el momento, está privado de vida. Si la muerte lo sorprende en pecado mortal, su desgracia es irremediable. Pero como pertenece al cuerpo de la Iglesia, tiene mil medios para volver a Dios.
3º El apóstata: que se ha alejado por sí mismo del seno de ta Iglesia.
4º El incrédulo, el hereje, el cismático ocultos que no han roto abiertamente con la Iglesia, pertenecen a su cuerpo; pero se hallan separados de su alma y en camino de perdición.
5º El hereje, el cismático de buena fe, el excomulgado penitente (arrepentido) no pertenecen al cuerpo de la Iglesia, pero puede estar unidos a su alma por los lazos de la fe y de la caridad divina: si mueren sin falta grave en la conciencia, o con contrición perfecta, se salvarán.
6º Finalmente, los infieles, los que no han oído hablar del Evangelio, se hallan en el estado en que se hallaban los gentiles antes de la venida del Mesías; no tienen más deberes que cumplir que los que conocen por la ley natural y por la educación, la cual les ha transmitido, aunque alteradas, las tradiciones primitivas acerca de Dios, la existencia de otra vida. El infiel que cree como venido de Dios todo lo que él sabe de la verdadera religión, que no pide sino ser instruido acerca de las verdades de la fe, que observa la ley divina tal como la conoce; se salvará, porque pertenece al alma de la Iglesia por los dones interiores de la gracia.
No habrá, pues, más perdidos sin remedio que los apóstatas, los incrédulos, los herejes, los cismáticos y los infieles de mala fe, los excomulgados impenitentes y los católicos muertos en pecado mortal[47].
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III. Organización de la Iglesia Católica
La Iglesia Católica es la sociedad de los fieles reunidos por la profesión de una misma fe, la participación de los mismos Sacramentos, la sumisión a los pastores legítimos, cuyo jefe visible es el Papa, sucesor de San Pedro y Vicario de Jesucristo en la tierra.
El cuerpo social de la Iglesia comprende el conjunto de los pastores y de los fieles.
¿Cuáles son los pastores legítimos de la Iglesia?
Son el Papa, los Obispos, los Sacerdotes consagrados e instituidos de acuerdo con las reglas establecidas.
El Papa es el Vicario de Jesucristo, el sucesor de San Pedro y el pastor supremo de la Iglesia. Es elegido por los Cardenales: Una vez nombrado, no depende sino de Dios, que le comunica directamente sus poderes. Nadie puede juzgarle, ni privarle de su dignidad.
Los Cardenales, nombrados por el Papa y revocables a voluntad del mismo, componen el Consejo ordinario del Soberano Pontífice: están puestos al frente de las diversas Congregaciones Romanas, que se distribuyen, bajo las órdenes del Papa, todo los negocios del gobierno de la Iglesia. Al presente son los únicos que poseen el derecho de elegir al nuevo Papa.
2º Los Obispos son los sucesores de los Apóstoles, o encargados por el Espíritu Santo del gobierno espiritual de las diócesis bajo la autoridad del Papa, que les da la institución canónica.
Los Patriarcas, Primados y ArzObispos son simplemente Obispos con una dignidad más elevada y una jurisdicción más extensa. Como el Papa, cada Obispo tiene un consejo para ayudarle en el gobierno de la diócesis. Los vicarios generales son los auxiliares del Obispo en la administración de la diócesis.
3º Los Sacerdotes son los cooperadores de los Obispos. Así como el universo católico está dividido en circunscripciones llamadas diócesis, así éstas, a su vez, se subdividen en Parroquias. Los Sacerdotes son designados por los Obispos para el gobierno de las parroquias; tienen a veces auxiliares, llamados tenientes, coadjutores.
El Papa y los Obispos forman el clero superior, la Iglesia docente; los simples Sacerdotes forman el clero inferior. Los primeros timen la misión de definir la verdadera doctrina y de condenar el error; los simples Sacerdotes tienen por oficio predicar a los fieles lo que es definido y propuesto por la Iglesia docente.
4º Para ser pastor legítimo es necesario: El poder del Orden, conferido al Obispo por la Consagración Episcopal y al Sacerdote por la Consagración Sacerdotal; el poder de jurisdicción, dado por el superior para ejercer las funciones espirituales. Estos dos poderes, recibidos por vía de Sacramento y por vía de Misión, no son otra cosa que los poderes de Jesucristo comunicados a sus ministros. De esta manera Jesucristo gobierna su Iglesia, hasta en las parroquias más pequeñas, por medio de sus pastores legítimos. A cada uno de ellos ha dicho: “Quien os escucha, me escucha a Mí…”.
Los simples Sacerdotes reciben su jurisdicción del Obispo, el Obispo del Papa, el Papa de Jesucristo, que la ha conferido directamente a San Pedro y a todos sus sucesores. Un simple cura no tiene más jurisdicción que sobre su Parroquia y está directamente sometido a su Obispo; un Obispo no tiene jurisdicción, sino sobre su diócesis y depende del Papa. El Papa posee plenitud de jurisdicción sobre la Iglesia universal, y no depende más que de Dios. Tal es la jerarquía o subordinación de poderes que produce la unidad efectiva de gobierno.
Por consiguiente, un Sacerdote no constituido por su Obispo, un Obispo no reconocido y aprobado por el Papa, no son pastores legítimos: son intrusos, y los fieles deben evitarlos como a falsos pastores, como se practicó siempre en la Iglesia.
5º Los miembros de la Iglesia son todos los hombres bautizados, sujetos al Papa por intermedio de los pastores subalternos; se les llama fieles o verdaderos creyentes, porque profesan la verdadera religión de Jesucristo.
Vamos a estudiar esta organización en los tres artículos siguientes:
1º El Papa, sus prerrogativas, sus poderes.
2º Los Obispos, los Sacerdotes, sus diversos poderes.
3º Los simples fieles.
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1º El Papa sus prerrogativas, sus poderes
R. El Papa es el Vicario de Jesucristo, el sucesor de San Pedro, el doctor infalible, el Padre común de los pastores y de los fieles, la Cabeza Suprema y visible de la Iglesia.
Se le llama también Sumo Pontífice porque él es el príncipe de los pontífices, el Obispo de los Obispos.
1º El Papa es el Vicario de Jesucristo. Ser Vicario de Jesucristo es hacer sus veces. Nuestro Señor Jesucristo es el jefe invisible de la Iglesia, nunca deja de dirigirla, de asistirla, de vivificarla y de gobernarla. Pero la Iglesia, sociedad visible, tiene necesidad de un gobernador visible: ese gobernador supremo es el Papa, que hace las veces de Jesucristo y le representa en la tierra.
2º El Papa es el sucesor de San Pedro. Sucesor de San Pedro, en la sede de Roma, el Papa ha heredado la autoridad del príncipe de los Apóstoles, primera Cabeza de la Iglesia universal. Él es, por consiguiente, como San Pedro, el Obispo de Roma y el Supremo Jerarca de toda la Iglesia.
3º El Papa es el doctor infalible de la Iglesia. Ha recibido de Jesucristo la misión de enseñar a todos, pastores y fieles, las verdades de la fe. Los Obispos están obligados a someterse a sus enseñanzas, y nada pueden enseñar sin su aprobación expresa o tácita. Él es infalible, a saber, no puede equivocarse cuando llena los deberes de su cargo.
4º El Papa es el Padre común de los pastores y de los fieles. Después de Dios, él es la fuente de la vida sobrenatural; la Cabeza que da a la Iglesia, cuerpo místico de Jesucristo, el movimiento, la fuerza y la vida.
5º El Papa es el Pastor supremo de la Iglesia. El ha recibido directamente de Nuestro Señor Jesucristo, en la persona de Pedro, la plenitud de la autoridad sobre la Iglesia universal.
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165. P. ¿Cuáles son las prerrogativas del Papa?
R. El Papa, sucesor legítimo de San Pedro, recibe directamente de Jesucristo, como recibió el Príncipe de los Apóstoles, la Autoridad soberana sobre toda la Iglesia.
Posee el primado de honor y de jurisdicción, el pleno poder de apacentar y gobernar a los pastores y a los fieles.
“El primado del Papa es el principio permanente y él fundamento visible de la unidad de la Iglesia” (Concilio Vaticano I).
El Hijo de Dios, para asegurar la unidad perfecta en su Iglesia la constituyó en forma de monarquía. Al efecto, estableció aquí en la tierra, en la persona de Pedro un representante, un Vicario, al cual confirió la autoridad soberana en el orden espiritual. Sucesor de Pedro, el Papa es, como él, verdadero Vicario de Jesucristo, la autoridad suprema de la monarquía, el monarca de la Iglesia. Esta autoridad soberana del Papa dimana claramente de las tres verdades siguientes, ya demostradas:
1a Jesucristo dio a San Pedro un primado de honor y de jurisdicción soberana sobre toda la Iglesia. Por eso, después de la Ascensión vemos al Príncipe de los Apóstoles ejercer un poder soberano en la Iglesia primitiva: él es el primero en todo, y en todo obra como el jefe supremo. Tal aparece el Papa en el Evangelio y en los Hechos de los Apóstoles (Véase n. 143).
2a Jesucristo quiso que este primado fuera perpetuo y pasara a los sucesores de Pedro. El Salvador instituyó el primado de San Pedro para mantener en la Iglesia la unidad de fe y de gobierno, unidad de creencia y de régimen que debe durar tanto como la Iglesia misma. Por consiguiente, es necesario que la Iglesia tenga siempre una cabeza; que el edificio tenga siempre su fundamento; el rebaño, su pastor. De lo contrario, las promesas divinas no se cumplirían, y la obra de Jesucristo sería herida de muerte. Luego el poder de San Pedro no es un poder personal: debe pasar a sus sucesores.
3a Finalmente, hemos comprobado por la historia que el Pontífice Romano es el legítimo sucesor de San Pedro en la sede de Roma. Es así que la forma de gobierno establecida por Jesucristo en su Iglesia debe durar tanto como la Iglesia misma; es a saber, hasta la consumación de los siglos. Luego el Papa, sucesor de San Pedro, hereda todos los derechos y todos los poderes del Príncipe de los Apóstoles para el gobierno de la Iglesia universal. Tal aparece el Papa en la historia y en la tradición cristiana.
Estas tres verdades son de fe, según las definiciones del Concilio Vaticano I:
a) “Si alguien dijere que el Apóstol Pedro no ha sido constituido por Nuestro Señor Jesucristo en cabeza visible de toda la Iglesia militante; o que no ha recibido directamente de Nuestro Señor Jesucristo más que un primado de honor, y no de verdadera jurisdicción, sea anatematizado”.
b) “Si alguien dijere que no es por institución de Jesucristo o de derecho divino que el apóstol Pedro tenga sucesores perpetuos de su primado sobre toda la Iglesia; o que el Pontífice Romano no es el sucesor del Apóstol Pedro en este primado, sea anatematizado”.
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166. P ¿Cuáles son los poderes que posee el Papa en virtud de su primado sobre la Iglesia?
R. En virtud de su primado, el Papa tiene la plenitud de los tres poderes que Jesucristo ha dado a su Iglesia: el poder de enseñar, el de santificar y el de gobernar a pastores y fieles. Él ejerce estos tres poderes por sí mismo o por medio de sus delegados en la Iglesia, universal.
El Papa es el Doctor infalible, el Supremo Pontífice, el Pastor supremo de la Iglesia de Jesucristo.
En la respuesta a la pregunta del número anterior hemos probado el primado del Papa; resta explicar la naturaleza de este primado y los poderes que comprende. Tal es el orden seguido por el Concilio Vaticano I en su constitución Pastao Aeternus sobre la Iglesia. Este será el objeto de las siguientes preguntas. Vamos a explicar aquí los Caracteres de los poderes de la Iglesia.
1º Son poderes divinos. El Papa no recibe su poder soberano de la Iglesia, ni de los príncipes temporales, ni de los Cardenales que lo eligieron, sino que los recibe directamente de Jesucristo, que los dio a Pedro y a sus sucesores. Una cosa es nombrar o elegir un individuo como sucesor del príncipe, y otra cosa muy distinta es conferirle el poder: lo uno procede del hombre, lo otro de Dios. Los Cardenales designan solamente la persona que debe gobernar la Iglesia, pero Jesucristo es quien le ha dado todos los poderes en la persona de Pedro.
2º Los poderes del Papa son supremos. El primado o el oficio de Pastor supremo que pertenece al Papa no consiste en un simple derecho de vigilancia y de dirección, como puede tenerlo un presidente de república, sino en la plenitud de la autoridad espiritual. San Pedro fue constituido en único fundamento de la Iglesia, recibió sin restricción las Llaves del Reino de los Cielos, fue nombrado Pastor de todo el rebaño; luego el poder soberano concedido a San Pedro contiene la plenitud de la autoridad espiritual necesaria para el gobierno de la Iglesia. El Papa, por lo tanto, no tiene superior en la tierra: no depende sino de Dios.
3º Los poderes del Papa son universales. Se extienden a todos los miembros de la Iglesia, pastores y fieles, reyes y súbditos. Todo cristiano, sea Obispo, emperador o presidente de república, está sujeto a la autoridad espiritual del Papa.
4º Los poderes del Papa son ordinarios, es decir, inherentes a la dignidad del Soberano Pontífice. El Papa posee estos poderes, no por delegación, sino en virtud de su cargo, como sucesor de San Pedro y vicario de Jesucristo.
5º Los poderes del Papa son inmediatos. El Papa los puede ejercer sin intermediario y en todos los casos posibles, sobre todos los pastores, sobre todos los fieles de la Iglesia entera. Pastor de todos, el Papa tiene derecho de cuidar directamente de todos. Tal es la doctrina del Concilio Vaticano I.
“Por consiguiente, si alguien dijere que el Pontífice Romano no tiene más que un cargo de inspección y de dirección y no un pleno y supremo poder de jurisdicción sobre la Iglesia universal, no solamente en las cosas que se refieren a la fe y a las costumbres, sino también en aquellas que pertenecen a la disciplina y al gobierno de la Iglesia esparcida por todo el universo; o que solamente tiene la parte principal y no toda la plenitud de este poder; o que el poder que le pertenece no es ordinario e inmediato, tanto sobre todas y cada una de las Iglesias, como sobre todos los pastores y sobre todos los fieles y sobre cada uno de ellos, sea anatematizado”.
He aquí, según las decisiones del Concilio Vaticano I, las principales consecuencias del primado del Sumo Pontífice:
1º El Papa puede y debe comunicar libremente con los pastores y con los rebaños de la Iglesia entera, y no está sujeto a la conformidad del poder civil.
2º El Papa es el Juez supremo de los fieles: todos tienen el derecho de recurrir a su tribunal en todas las causas que son de la competencia eclesiástica.
3º El juicio del Papa no puede ser reformado por nadie, y no es permitido apelar sus decisiones al Concilio Ecuménico como a una autoridad superior al Papa. El Concilio reprueba y condena las teorías contrarias[48].
Es la condenación de viejos errores, que tanto ruido, tanto daño hicieron a la Iglesia bajo los nombres:de Galicanismo en Francia, Josefismo en Alemania, Regalismo en Italia.
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167. P. ¿Cuáles son los poderes del Papa como doctor infalible de la Iglesia universal?
R. El Papa, posee el magisterio soberano para enseñar todo lo concerniente al dogma, la moral y el culto de la religión cristiana.
El Papa, explica todo lo que Jesucristo ha prescripto que se crea que se haga o que se evite para ir al cielo.
Él señala y condena todos los errores contrarios a la revelación, y todos los hombres están obligados a creer en su palabra como en la palabra de Dios mismo.
1º El Papa es el guardián del depósito sagrado de las verdades de la fe, encargado de repetirnos las enseñanzas divinas, de explicarnos su sentido y mantener así en todas partes la unidad de creencia. El Papa posee, en el más alto grado, el poder doctrinal: tiene el derecho y el poder de enseñar a la Iglesia universal acerca de todos los puntos de la doctrina cristiana.
2º Para guardar eficazmente el depósito de las verdades reveladas, el Papa debe poder alejar el error. Es imposible que no se susciten en la Iglesia controversias sobre la fe o la moral. Pues bien, esas discusiones no podrían tener término si no existiera un Juez supremo para dirimirlas con una sentencia inapelable. El Papa es este Juez soberano e infalible. Si no existiera este poder del Papa, la unidad de doctrina y de creencia sería imposible, como lo prueba la historia del protestantismo.
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168. P. ¿Es infalible el Papa?
R.Sí; el Papa es infalible cuando enseña como doctor de la Iglesia universal, todo lo que se refiere a la fe o a las costumbres. Jesucristo ha prometido al Papa su asistencia para preservarla del error. Él dijo a Pedro: “Yo he rogado por ti para que tu fe no desfallezca, y tú, a tu vez, confirma a tus hermanos”. Pero Pedro no podría confirmar a sus hermanos en la fe si él mismo estuviese sujeto a error.
El Papa debe, como Pedro, ser el fundamento de la Iglesia; más si no fuera infalible, este fundamento podría ser socavado por el error, y con él caería la Iglesia, lo que está en contra de las promesas de Jesucristo. Luego, el Papa es infalible.
Como Pedro, el Papa está encargado de apacentar los corderos y las ovejas de Jesucristo; pero, si no fuera infalible, no podría alimentar a su rebaño con la sana doctrina.
La infalibilidad del Papa es, pues, necesaria para que los cristianos estén ciertos de andar en pos de él por el camino de la salvación. La infalibilidad del Papa no es ni la impecabilidad personal, ni la inspiración profética, ni una revelación particular; es una asistencia divina que preserva al Papa de todo error cuando expone las verdades reveladas.
El Papa, por consiguiente, no es impecable en su vida y en su conducta. No es infalible tampoco cuando habla como particular, como sabio, como teólogo y acerca de temas extraños a la religión. Únicamente es infalible cuando, a título de Doctor supremo de la Iglesia, define imponiendo a todos la obligación de aceptarla, una enseñanza concerniente al dogma o a la moral.
Para que el Papa sea infalible se requieren tres condiciones:
1º Que su decreto recaiga sobre una cuestión concerniente a la fe, a las costumbres o a la disciplina de la Iglesia.
2º Que emita un juicio definitivo con la voluntad formal de obligar las conciencias.
3º Que hable como Pastor y Doctor de todos los cristianos, en virtud de su autoridad apostólica.
Se dice entonces que el Papa habla “ex cathedra”, es decir, sentado en la sede de Pedro, como deber estar sentado todo juez que dicta sentencia.
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1º El Papa es infalible. Las tres sentencias de Jesucristo que prueban el primado del Papa prueban también su infalibilidad.
a) Primera sentencia. “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”. De esta suerte, Jesucristo hizo de Pedro el fundamento firme, sólido, inconmovible de la Iglesia, puesto que el infierno no puede prevalecer contra ella. Pues bien, Pedro no sería un fundamento sólido y firme, si pudiera equivocarse. Luego, debe ser infalible. Es así que la promesa de Jesucristo es general y abarca todos los tiempos. Luego, la infalibilidad de Pedro debe pasar a sus sucesores.
Jesucristo añade: “Todo lo que atares en la tierra será atado en el cielo”. Según estas palabras, los juicios de Pedro deben ser ratificados en el cielo. Es así que Dios no puede aprobar el error; luego, los juicios de Pedro serán infalibles.
b) Segunda sentencia. Jesucristo, la víspera de su Pasión, dijo a Pedro: “Simón, Simón, Satanás va tras vosotros para zarandearos a todos como el trigo cuando se criba; pero Yo he rogado por ti a fin de que tu fe no desfallezca; y tú, a tu vez, confirma a tus hermanos”. Jesucristo, cuya plegaria es necesariamente escuchada, ha pedido, y de hecho obtenido, que la fe de Pedro no falle nunca. Pero un hombre cuya fe no puede fallar es infalible. Luego, Pedro es infalible. Pero es evidente también que estas palabras del Salvador se dirigen también a todas los sucesores de Pedro, puesto que heredan con el cargo su misión de confirmar en la fe a sus hermanos, es decir, a los fieles de todos los tiempos. Luego, todos los Papas son infalibles.
c) Tercera sentencia. Jesús dijo a Pedro: “Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas”. El alimento del rebaño espiritual es, ante todo, la verdad para las inteligencias, el bien para los corazones: Es necesario, pues, que los pastores y los fieles estén seguros de hallar, junto a la sede de Pedro, la verdadera doctrina de la salvación. Por consiguiente, al recibir la misión de apacentar los corderos y has ovejas de Cristo, Pedro recibía, a la vez, la gracia de estado necesaria para preservarlos de los pastos del error y del vicio. Lo mismo hay que decir de todos las sucesores de Pedro, es decir, de todos los Papas.
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2º La infalibilidad pontificia es una necesidad.
a) Es necesaria al Papa. Dios distribuye siempre sus dones proporcionalmente a los deberes y responsabilidades que impone. El Papa, Doctor de los cristianos, debe enseñar la verdad a toda la Iglesia y condenar todos los errores. Mas, para que pueda desempeñar debidamente estas funciones, es necesario que esté seguro de no engañarse; y no lo podría estar si no fuera infalible. Debía, pues, Dios en su Sabiduría y en su Justicia el otorgar al Papa la infalibilidad.
b) La infalibilidad del Papa es necesaria para los Obispos. Ellos están obligados a enseñar lo que enseña el Papa. Por consiguiente, si este Maestro supremo no fuera infalible podrían verse obligados a enseñar el error y engañar a la Iglesia.
c) La infalibilidad del Papa es necesaria para los fieles. Estos deben obedecer a los Obispos y al Papa. Si este último puede equivocarse, se verían obligados a desviarse del camino de la verdad, siguiendole, como están obligados a seguirle. Y, a la verdad, supongamos que el Papa puede enseñar el error: si los fieles le siguen, se pierden con él, y la Iglesia dejaría de ser la guardiana de la verdad. Si no le siguen, tendremos la división del cisma, la destrucción de la unidad de la Iglesia. Es, pues, necesario que el Papa sea infalible. Podemos añadir que la infalibilidad de los Concilios ecuménicos no bastaría para salvaguardar los intereses de la Iglesia. Dadas las grandes dificultades que se oponen a la convocación de estos Concilios, la Iglesia estaría privada, durante la mayor parte del tiempo, de un juez infalible, capaz de acudir con un remedio pronto a los cismas y a las herejías que pueden surgir en todo tiempo[49].
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Definición del Concilio Vaticano I (1870 1871)
“Por esto, adhiriendo fielmente a la Tradición que se remonta al principio de la fe cristiana, por la gloria de Dios, por la exaltación de la religión Católica y la salvación de los pueblos cristianos. Nos en señamos y definimos, con la aprobación del santo Concilio, que es un dogma divinamente revelado, que el Pontífice Romano, cuando habla “ex cathedra”, es decir, cuando desempeñando la misión de Pastor y Doctor de todos los cristianos, en virtud de su suprema autoridad apostólica, define que una doctrina relativa a la fe o a las costumbres debe ser creída por la Iglesia universal, goza plenamente, por la asistencia divina que le sa sido prometida en la persona del bienaventurado Pedro, de la infalibilidad de que ha querido el divino Redentor que su Iglesia estuviera dotada al definir su doctrina relativa a la fe o a las costumbres y, por consiguiente, que tales definiciones del Pontífice Romano son de suyo irreformables y no en virtud del consentimiento de la Iglesia.
“Y si alguien, lo que Dios no quiere, tuviere la temeridad de contradecir nuestra definición, sea anatematizado”[50].
Consecuencias de esta definición del Concilio. 1º, El Papa goza, absolutamente de la misma infalibilidad que la Iglesia en las cuestiones de fe y de moral.
2º Sus enseñanzas, para ser irreformables, no necesitan del consentimiento de los Obispos.
3º No se puede apelar de una definición pontificia a un Concilio general, puesto que el Soberano Pontífice goza personalmente de la misma prerrogativa que la Iglesia docente, separada o reunida en Concilio.
Objeciones. Quizá se nos diga que la palabra infalible no se halla en el Evangelio. Concedido; pero la cosa expresada con esa palabra se halla, y de una manera evidente, en el Evangelio.
El Concilio Vaticano I no ha inventado la infalibilidad pontificia: la ha encontrado en el Evangelio, en la historia y en la Tradición de la Iglesia.
Todos los Concilios ecuménicos de Oriente y de Occidente han admitido la infalibilidad pontificia, puesto que pedían al Papa la confirmación de sus, decretos.
Los Padres y Doctores de los primeros siglos recibieron siempre como sentencias definitivas las decisiones de los Papas. Todas las edades han adoptado la divisa de San Agustín: “Roma ha hablado, la causa ha terminado”.
Todas las naciones Católicas, sin exceptuar una sola, han reconocido la infalibilidad del Papa. El galicanismo, inventado por Luis XVI, era una novedad en la Iglesia de Francia. No fue aceptado sino forzosamente y sólo por treinta y cinco Obispos, sobre ciento treinta que contaba entonces la Iglesia de Francia. Esta Iglesia ha rechazado siempre, con su manera de obrar, las herejías de los cuatro artículos. Por ejemplo, cuando a fines del siglo XVII fue votada por la Constituyente la constitución civil del clero, hubo división entre los clérigos y los Obispos. Mas repentinamente llega la noticia de que el Papa la condena e, inmediatamente, esos Obispos, esos Sacerdotes, divididos ayer, se hallan de acuerdo; se expatrian o mueren en el cadalso, antes de oponerse a la palabra del Papa.
Por eso el Papa Pío VII aplicaba a Francia la parábola de los dos hijos: “Hay pueblos, decía, que me contestan: sí, Padre Santísimo; y no hacen nada de lo qué yo prescribo. Los franceses empiezan diciéndome: No; pero luego ponen gran diligencia en obedecer escrupulosamente mi palabra”.
La infalibilidad del Papa no tiene nada que pueda intranquilizar los ánimos. A veces se oye decir: ¿No podría abusar el Papa de este poder exorbitante? Es una objeción pueril. El Papa no puede abusar de su infalibilidad. ¿Por qué? Precisamente porque es infalible. El privilegio de la infalibilidad es Dios quien lo concede y quien lo guarda y preserva de todo abuso. La infalibilidad del Papa no es la infalibilidad del hombre; sino la infalibilidad de Dios presente en el Papa, iluminando al Papa, a fin de que no pueda inducir a error al mundo que él, a su vez, ilumina. Luego, creer en la enseñanza del Papa no es creer a un hombre, sino a Dios, que habla por su boca.
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169. P. ¿Cuáles son los poderes del Papa como Soberano Pontífice de la Iglesia?
R. El Papa, como Sumo Pontífice, posee en el más eminente grado el poder de santificar, concedido por Nuestro Señor Jesucristo a su Iglesia.
Goza de la plenitud del sacerdocio, que puede ejercer sobre todos los puntos del globo; él reglamenta todo lo que se refiere al culto, a la administración de los Sacramentos, y abre a los fieles el tesoro de las indulgencias.
El poder de santificar es el poder más divino que Jesucristo concedió jamás a la Iglesia. La santidad es la semejanza con Dios por medio de la gracia santificante, que es la vida sobrenatural de nuestra alma.
Esta vida divina se nos da por los Sacramentos. Pero, ¿quién da a los Obispos y a los Sacerdotes el poder de bautizar, de confirmar, de perdonar los pecados, de consagrar la Eucaristía, de bendecir el matrimonio, ete.? El Papa: Todos los Sacramentos nos vienen de Jesucristo, por el Papa, que es su Vicario.
El Papa es, pues, el Padre de todos los cristianos, puesto que por él recibimos la gracia de Dios, la vida divina encerrada en los Sacramentos, de los cuales es el supremo dispensador. Sin el Papa no hay Obispos; sin Obispos no hay Sacerdotes; sin Sacerdotes no hay Sacramentos, no hay vida divina en las almas. Es, por consiguiente, el Papa el que tiene la llave de las fuentes de la gracia.
Es también el Papa quien abre, mediante las indulgencias, el tesoro de satisfacciones sobreabundantes de Cristo y de los Santos.
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170. P. ¿Cuáles son los poderes del Papa como Pastor Supremo de la Iglesia?
R. El Papa, como Pastor Supremo, posee el pleno poder de jurisdicción en el gobierno de la Iglesia.
Tiene el poder de gobernar la Iglesia universal, de dictar leyes, de juzgar y castigar a los culpables.
El Papa ha recibido de Jesucristo, en la persona de Pedro, las Llaves del Reino de los Cielos, el poder de atar y desatar en la tierra; el poder de apacentar, regir y gobernar los corderos y las ovejas. Puede, por consiguiente, dictar leyes que obliguen a todos los cristianos. No hay sociedad perfecta sin la autoridad necesaria para gobernar, a los asociados.
La autoridad del Papa comprende los tres poderes: administrativo, legislativo y judicial-coactivo.
1º En virtud del poder administrativo, el Papa puede crear diócesis, modificar sus límites, y aún suprimirlas si el bien de la Iglesia así lo exige. Nombra e instituye a las Obispos, Patriarcas, Cardenales, y los depone si lo juzga conveniente. Convoca los Concilios generales, los preside y confirma sus decretos.
2º En virtud del poder legislativo, el Papa puede dictar leyes obligatorias para todos; modificar o abrogar las existentes; conceder o revocar las dispensas y privilegios.
3º En virtud del poder judicialcoactivo, el Papa puede juzgar, por sí mismo o por medio de sus delegados, a los infractores de las leyes de la Iglesia, e infligirles penas, ya espiritual, ya temporales. Todos los asuntos religiosos en litigio son de su competencia; las causas más importantes le están reservadas.
Todo cristiano puede apelar de cualquier tribunal al del Papa. En Roma, diferentes tribunales despachan, por su orden, los asuntos contenciosos del mundo católico. La Jurisdicción del Papa se extiende a todos los miembros de la Iglesia, cualquiera que sea su dignidad civil o religiosa. El Papa es el Jefe supremo, el virrey del reino de Jesucristo, así como su legislador soberano y juez supremo. Nadie tiene el derecho de restringir o estorbar el poder del Papa, porque es de institución divina.
La Roma antigua y pagana había concebido la ambición de someter a sus leyes el mundo entero. Esta ambición era una utopía, y su realismo no está en manos del hombre. Únicamente una sociedad divina puede realizar este sueño, porque sólo ella habla en nombre de Dios, que es el único que tiene derecho y poder para gobernar el universo.
Conclusión general.
1º Todo aquel que no cree lo que enseña el Papa es hereje: ya no está con la Iglesia ni con Jesucristo, y se aparta del camino de la salvación.
2º Todo aquel que desobedece al Papa y se niega a reconocer su autoridad legítima, desobedece a Jesucristo mismo y se hace culpable de su rebelión, es cismático.
3º Todo aquel que desempeña funciones eclesiásticas sin haber recibido del Papa, mediata o inmediatamente, el poder para ello, es un usurpador y un sacrílego.
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171. P. ¿Cuáles son los auxiliares del Papa en el gobierno de la Iglesia?
R. Son los Cardenales, cuyo cuerpo lleva el nombre de Sacro Colegio. Ellos forman el consejo ordinario del Sumo Pontífice, y están al frente de las diversas Congregaciones Romanas, que se reparten, bajo la autoridad del Papa, el despacho de los asuntos referentes al gobierno de la Iglesia. Muerto el Papa, los Cardenales se reúnen en Cónclave para elegir su sucesor.
La palabra Cardenal viene del latín, cardo, cardinis, que significa el quicio sobre el que gira una puerta, por alusión a la importante función de los Cardenales, sobre los que gira el gobierno de la Iglesia.
Los Cardenales ocupan el primer lugar después del Papa como dignatarios de la Iglesia, pero no como pastores; son de institución eclesiástica, a diferencia de los Obispos, que existen por derecho divino.
En una bula publicada en 1586, Sixto V fijó en setenta el número de dos Cardenales, divididos en tres órdenes, para recordar los tres grados de la jerarquía sagrada, seis CardenalesObispos, cincuenta cardenalesPresbíteros y catorce CardenalesDiáconos. El Papa los elige de todas las naciones, pero la mayor parte de ellos tiene su residencia en Roma.
La reunión del Sagrado Colegio, presidida por el Papa, se llama consistorio, y en él se tratan los grandes intereses de la Iglesia, y el Sumo Pontífice preconiza, es decir, instituye canónicamente a los Obispos.
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3º Los Obispos, los Presbíteros; sus diversos poderes
172. P. Cuáles son, con el Papa, los pastores legítimos de la Iglesia?
R. Son los Obispos, canónicamente instituidos. Los Obispos son los sucesores de los Apóstoles, encargados por Jesucristo del gobierno espiritual de las diócesis, bajo la autoridad del Sumo Pontífice. Son nombrados por el Papa, que es su príncipe supremo, como San Pedro era el príncipe de los Apóstoles. La palabra Obispo significa vigilante, inspector, superintendente; y se les da este nombre porque los Obispos deben vigilar a los fieles y guardarlos como un buen pastor guarda su rebaño.
Gobierno de la Iglesia. El gobierno de la Iglesia es monárquico, y la suprema autoridad reside en el Papa. Pero como la Iglesia ocupa toda la tierra, le sería imposible al Sumo Pontífice solo ejercer las funciones del ministerio pastoral. Necesita, por lo mismo, de auxiliares para administrar, bajo su supremacía, las diferentes regiones de la tierra. Los primeros coadjutores del GobernadorSupremo de la Iglesia fueron los Apóstoles, elegidos y nombrados por Jesucristo. Un rey no se conforma con tener ministros, sino que divide su reinó en provincias, al frente de las cuales pone gobernadores que las rijan bajo su alta autoridad.
Los Obispos son los sucesores de los Apóstoles; como el Papa es el sucesor de San Pedro. No son simples mandatarios del Papa, sino verdaderos príncipes, verdaderos pastores, establecidos por derecho divino. Jesucristo mismo instituyó a los Obispos para ayudar y secundar al Papa en el gobierno de la Iglesia: posuit episcopos regere Ecclesiam Dei[51]. Los Apóstoles, encargados de propagar la Iglesia por toda la tierra, tenían una jurisdicción universal. Los Obispos, sucesores de los Apóstoles, no han heredado este privilegio: su jurisdicción se limita a un territorio. Pero esto no impide que estén revestidos del mismo carácter y que ejerzan, en sus diócesis respectivas, la misma autoridad que los Apóstoles en el mundo entero: Ellos son los jefes y los pastores de los fieles sujetos a su jurisdicción.
Nombramiento y misión de los Obispos. Los Obispos reciben de Dios su potestad de orden, y del Papa, su potestad de jurisdicción. Para ser legitimo pastor no basta ser consagrado por el sacramento del Orden, es necesario, además, ser enviado a una diócesis por el Papa, único que posee el poder de las llaves, conferido por Jesucristo a San Pedro. Por consiguiente, sólo el Papa tiene el derecho de instituir Obispos, de darles la jurisdicción, y a él es a quien deben dar cuenta de su administración. El gobierno que ha obtenido del Papa, por un concordato, el privilegio de designar los sujetos para el episcopado, los presenta simplemente al Papa para hacerlos elegir, pero no les confiere jurisdicción alguna espiritual y no puede retirarles sus poderes.
Jerarquía episcopal. Todos los Obispos son iguales entre sí, en lo referente al carácter episcopal, como lo eran los Apóstoles. Sin embargo, la Iglesia ha asignado a ciertas Sedes, títulos que les dan derecho a una jurisdicción más extensa, o que son solamente honoríficos. Tales son los Arzobispos, los Primados y los Patriarcas. El, Arzobispo o Metropolitano es el Obispo de la ciudad principal de una provincia eclesiástica. Posee cierta jurisdicción sobre los Obispos de su provincia, que se llaman sufragáneos. Puede convocar y presidir los concilios de su provincia, juzgar las causas en apelación y, en ciertos casos, visitar las diócesis.
El Primado tenía cierta autoridad sobre todos los Obispos de uña nación; mas hoy, este título es puramente honorífico.
El Patriarca preside a todos los Obispos de un pueblo o de una región; hoy no tiene autoridad efectiva sino en las Iglesias orientales. Los Patriarcas son muy pocos.
Se llaman Vicarios apostólicos los Obispos de las misiones; Obispos titulares aquellos que llevan el título de una Iglesia que fue Católica en otros tiempos, pero que ahora es hereje o infiel.
Los Prefectos apostólicos son jueces de misión que, sin ser Obispo, pueden conferir las órdenes menores, administrar el sacramento de la confirmación y ejercer cierta jurisdicción. Los Abades son superiores de un monasterio erigido en abadía; pueden oficiar de pontifical y conferir a sus súbditos las órdenes menores.
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173. P ¿Cuáles son los poderes del Obispo?
R. -El Obispo es el jefe espiritual de su diócesis: posee, como el Papa, y bajo su dependencia, el triple poder de enseñar, de santificar y de gobernar a su pueblo.
Ejerce sobre cada uno de sus diocesanos una jurisdicción ordinaria e inmediata. El Espíritu Santo lo ha establecido para gobernar esta porción de la Iglesia de Cristo.
En su diócesis, el Obispo posee:
1º El magisterio doctrinal para enseñar a su pueblo;
2º El ministerio sacerdotal para santificarlo;
3º El ministerio pastoral o la autoridad de gobierno para dirigirlo hacia el cielo.
1º Magisterio doctrinal. En virtud de su magisterio, el Obispo es el juez y doctor de la fe; toma parte en los Concilios como testigo y juez de la enseñanza tradicional de la Iglesia. En su diócesis enseña la doctrina revelada, y nadie puede dedicarse al ministerio de la predicación: sin autorización de él. Aunque el Obispo no sea infalible, los fieles tienen obligación de adherir, con la inteligencia y el corazón, a su enseñanza: su magisterio y su unión con la Santa Sede a ello les obligan. Sin embargo, si se descubriera que ha caído en error, está permitido, no el combatirle, sino el apelar al Papa. El Obispo vigila para que el error no se deslice entre los fieles confiados o su cuidado; inspecciona los libros y los diarios o periódicos, para condenar los malos y recomendar los buenos. Él cuida de que la educación dada en las escuelas públicas o privadas sea profundamente cristiana.
2º Ministerio sacerdotal. El Obispo posee la plenitud del sacerdocio, por consiguiente, administra el Sacramento de la Confirmación, que hace perfecto al cristiano, y el de Orden, que consagra a los Obispos, a los Sacerdotes, a los Diáconos, etc. Es, en su diócesis, el primer ministro de los Sacramentos. También consagra los Santos Óleos, los Templos, los Altares, los Vasos Sagrados.
3º Ministerio pastoral. El Obispo posee sobre toda la diócesis una autoridad de gobierno inmediata y ordinaria. Para llegara sus fieles, no necesita pasar por intermediarios; él es el pastor propio de sus diocesanos: No obra como delegado o vicario del Papa, sino que sus poderes son inherentes a su cargo.
La autoridad espiritual de los Obispos comprende un triple poder:
a) El poder administrativo: los Obispos erigen y suprimen las parroquias; nombran a los que han de gozar de las dignidades y beneficios eclesiásticos; dan los poderes a los Sacerdotes; vigilan la administración temporal de las fábricas, la ejecución de los legados piadosos; visitan sus diócesis, celebran Sínodos, educan y forman el clero.
b) El poder legislativo: en Sínodo o fuera de él, los Obispos tienen el derecho de dictar leyes, de estatuir reglamentos estables en lo que concierne a la disciplina y a la vida de los clérigos y de los fieles. Pueden, por consiguiente, prohibir la lectura de diarios nocivos, la asistencia de los niños a las escuelas sin Dios, y la venta de bebidas en los mesones, tabernas y cafés durante los oficios parroquiales, etc.
c) El poder judicial y coercitivo: el Obispo puede juzgar a los culpables y castigarlos con penas espirituales, hasta separarlos de la comunión de la Iglesia; y así como puede imponer censuras, puede también reservarse la absolución de las mismas.
Este triple poder, teniendo como tiene su origen en Dios, es independiente del poder civil y del pueblo cristiano; pero no por eso es arbitrario, sino que debe ser ejercido en conformidad con los cánones y constituciones pontificias.
Los Concilios. Se llama Concilio una asamblea de Obispos legítimamente convocados y reunidos para juzgar de las cosas concernientes a la fe, a las costumbres o a la disciplina de la Iglesia.
Hay dos clases de Concilios: el Concilio general o ecuménico, que representa a toda la Iglesia, y el Concilio particular, que representa a una o varias provincias.
Para un Concilio general se requieren cinco cosas:
1º Ha de ser convocado por el Papa.
2º Todos los Obispos deben ser invitados, pero no es necesario que asistan todos: basta que su número sea suficientemente grande para representar a la Iglesia universal.
3º El Concilio debe ser presidido por el Papa o por sus legados.
4º El Concilio ha de ser libre en sus deliberaciones.
5º Sus decisiones han de ser confirmadas por el Papa.
¿Cuál es la autoridad del Concilia general? El Concilio general es la Iglesia docente, compuesta por el Papa y por los Obispos. Pero hemos probado antes que la Iglesia así considerada es infalible (Véase n. 148). Luego el Concilio general es infalible. Sus cánones y decretos o definiciones dogmáticas hacen ley en la Iglesia universal y deben ser venerados como palabras del mismo Dios: El Concilio general posee también la autoridad legislativa: negar obediencia a las leyes por él dictadas sería desobedecer a Dios mismo.
¿Cuál es la utilidad de los Concilios? No son absolutamente necesarios, puesto que Jesucristo no los ha hecho obligatorios, y que un Concilio general no tiene mayor autoridad que el Papa solo[52]. Sin embargo, son muy útiles:
1º La doctrina Católica es proclamada en ellos de una manera más solemne;
2º El pueblo siente mejor que la doctrina definida es la de toda la Iglesia;
3º El Papa se rodea de más luz humana, y los Obispos ponen más celo en hacer observar las leyes dictadas por el Concilio.
¿Cuántos Concilios ecuménicos ha habido? Sin contar el Concilio de Jerusalén, celebrado por los Apóstoles bajo la presidencia de San Pedro, se cuentan hasta hoy diecinueve Concilios ecuménicos: los ocho primeros, en Oriente; y los restantes, en Occidente (Hoy decimos veinte, teniendo en cuenta el Concilio Vaticano II celebrado en esa ciudad).
El primero se celebró en Nicea, en 325, para condenar a Arrio, que negaba la divinidad de Jesucristo; el, último fue el del Vaticano I, celebrado en 1870 y que definió como dogma de fe la infalibilidad del Papa. Actualmente se celebra en Roma el Concilio Vaticano II.
Los Concilios particulares no son infalibles, a menos que sean expresamente confirmados por el Papa. Los Obispos de una provincia o de una nación tienen el derecho de reunirse en Concilio, porque el derecho de reunión es un derecho natural, y si pertenece a todos, con mayor razón a los pastores de las almas.
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2. Auxiliares y cooperadores de los Obispos
174. P. ¿Cuáles son los auxiliares del Obispo en el gobierno de su diócesis?
R. Son los Vicarios generales y los Canónigos de la Iglesia catedral.
1º Los Vicarios generales son los auxiliares y los delegados del Obispo, y no constituyen con él más que una persona moral. Son nombrados por el Obispo, quien puede destituirlos cuando le plazca.
2º Se llaman canónigos, de la palabra griega “kanon”: regla, los consejeros del Obispo, y le asisten en las ceremonias pontificales (Llamados hoy consultores). El cuerpo de canónigos forma el cabildo de la catedral, cuyo primer dignatario es el Deán. A la muerte del Obispo, la jurisdicción pasa al cabildo, que, dentro de los ocho días, debe nombrar Vicario capitular, cuya función es administrar la diócesis mientras esté vacante la sede.
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175. P. ¿Cuáles son los cooperadores de los Obispos?
R. Los cooperadores de los Obispos son los Presbíteros o Sacerdotes.
Estos pastores de segundo orden, sucesores de los setenta y dos discípulos elegidos por Jesucristo, son consagrados y enviados por el Obispo, que les comunica una parte de sus poderes.
Los Sacerdotes propuestos bajo la autoridad del Obispo al gobierno de las parroquias, se llaman curas; en las parroquias importantes tienen por auxiliares a Sacerdotes que se llaman coadjutores.
Los Sacerdotes son en las parroquias los representantes del Obispo, del Papa y de Jesucristo mismo.
La palabra Presbítero significa, anciano, hombre de experiencia: indica la gravedad y la sabiduría que deben distinguir a los ministros de Dios. La palabra cura, del latín “curator”, designa al presbítero encargado del cuidado de las almas.
Todos los presbíteros son iguales por el carácter, pero no todos están investidos de los mismos poderes de jurisdicción ni revestidos de las mismas dignidades.
1º No pudiendo el Obispo hallarse al mismo tiempo en todos los lugares de su diócesis para predicar, explicar el catecismo, celebrar la Misa, bautizar, confesar, bendecir los matrimonios, administrar los últimos auxilios espirituales a los moribundos, etc., divide su diócesis en diversas parroquias, y las confía a un Sacerdote para que ejerza en ellas esos ministerios.
2º Los presbíteros son consagrados, nombrados y enviados por el Obispo de la diócesis, como el Obispo es enviado por el Papa, como el Papa es enviado por Jesucristo.
El Sacerdote no es un empleado, un funcionario del Estado; no recibe de los hombres su autoridad, sus derechos ni atribuciones. Ningún poder civil puede revocarlo ni quitarle sus poderes. Los Obispos nombrados sin el Papa, lo mismo que los Sacerdotes nombrados sin el Obispo, son intrusos de quienes se apartan los verdaderos fieles.
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176. P. ¿Cuáles son los poderes de los Sacerdotes?
R. Los curas poseen el poder de instruir a los fieles, de santificarlos con la oración y los Sacramentos y de guiarlos al cielo.
El Sacerdote es el hombre de Dios y el hombre del pueblo, el mediado entre el cielo y la tierra.
El Sacerdote es el doctor de la verdadera ciencia, el dispensador de los dones divinos y el guía del camino del cielo.
1º Los Sacerdotes enseñan la religión. Preparados para este ministerio por largos años de estudio, los curas están encargados de enseñar a sus parroquianos la más importante y la más necesaria de todas las ciencias: la religión. Para evitar el olvido de esta ciencia, la recuerdan a los fieles, mediaste instrucciones frecuentes. El Sacerdote es el doctor de la verdadera ciencia.
2º El Sacerdote tiene por misión santificar a los fieles. Hay tres medios de santificación: la oración, el Santo Sacrificio y los Sacramentos.
El Sacerdote ora: siete veces al día, recita las horas canónicas del Breviario, esa gran oración de la Iglesia; todos los días ofrece el Santo Sacrificio de la Misa… Ora por los que no oran, y detiene el brazo de Dios provocado por los crímenes de la tierra. El Sacerdote es el hombre de oración.
El Sacerdote, como su nombre lo dice, “sacerdos”, es el dispensador de los Sacramentos. Él engendra el alma para la vida sobrenatural por el Bautismo; la alimenta con la Eucaristía; la levanta con la Penitencia y la prepara con la Extremaunción para comparecer ante Dios.
3º El Sacerdote guía a sus fieles hacia el cielo. El Sacerdote es el intermediario entre Dios y el pueblo. Así como no se puede ir a Dios sino por Jesucristo, así tampoco se va a Jesucristo sino por el Sacerdote. Nuevo Moisés, el Sacerdote ha recibido la misión de guiar a las almas, a través del desierto de la vida presente, hasta la tierra prometida de la eternidad.
“Al Sacerdote le incumbe el cuidado de explicar la ley divina, de decir lo que está ordenado, permitido o prohibido. A él corresponde la misión de dirigir la vida, de santificar la muerte, de abrir y cerrar las puertas del cielo. A él toca el hacer llegar al género humano a sus destinos. La dignidad del más humilde de los Sacerdotes sé que lo digo con gran escándalo del siglo pero no importa es superior a la dignidad del más grande de los monarcas, por la razón de que el menor de los bienes en el orden sobrenatural, aventaja infinitamente al mayor de los bienes en el orden natural”.
¿Por qué en nuestros alías es combatido el Sacerdote?
1º Porque molesta a los que obran mal, recordándoles que hay un Dios, un infierno, un paraíso, una eternidad.
“Todos los pillos, dice Monseñor de Ségur, todos los borrachos, todos los malos sujetos, todos los ladrones, todos los demagogos, todos los incendiarios, son enemigos de los curas. El hecho es cierto. Por otro lado, la gente buena, los hombres de bien, las personas honradas, estimables, delicadas, todos miran con simpatía al cura. Este hecho también es cierto. Hay que concluir entonces, que se anda con muy malas compañías cuando se combate a los Sacerdotes”.
2º La segunda causa de la enemistad contra el Sacerdote es el odio de la francmasonería. Esta secta infernal tiene por fin la destrucción del Sacerdote y la religión Católica. Para esto, los masones vilipendian al Sacerdote, lo calumnian en los clubes, en los diarios y de otras mil maneras. Como odian a Nuestro Señor Jesucristo, es natural que maldigan al Sacerdote, encargado de continuar la misión del HombreDios.
Nunca les veréis combatir a los rabinos judíos, ni a los ministros protestantes, ni al morabito, ni a los Sacerdotes de otros cultos. Sienten instintivamente que ningún carácter divino realza a los representantes de estas sectas religiosas. Pero frente al Sacerdote Católico, se exasperan y multiplican las calumnias y las persecuciones. Estos ataques no deben sorprendernos: Jesucristo los anunció a sus Apóstoles: “No es el siervo mayor que su Señor, si a Mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán”[53]. Estas palabras, como todas las de Cristo, deben cumplirse; las calumnias que se esparcen contra los Sacerdotes, tan lejos están de escandalizarnos que, antes bien, nos procuran una nueva prueba de la divinidad de la religión Católica. ¡Respeto, amor y adhesión al Sacerdote!
1. Respeto al Sacerdote. Él es el hombre de Dios, su representante, su embajador para con los hombres.
1º El Sacerdote es grande en su misión: está encargado de continuar la obra de Nuestro Señor Jesucristo que bajó a la tierra para glorificar a Dios y salvar las almas: “Como mi Padre me envió, así Yo os envío”. El embajador de un príncipe es tanto más respetado cuanto más grande es el soberano a quien representa. En él no se consideran ni sus cualidades ni sus méritos personales, sino su título. Pues bien, el Sacerdote representa al Rey de los reyes, a Aquél ante cuya presencia son polvo y nada todos los reyes de la tierra. El Sacerdote es el embajador de Dios: “Pro Christo legatione fungimur”.
2º El Sacerdote es grande en los poderes que posee. Grande se mostró Moisés cuando con un golpe de su vara dividió las aguas del mar Rojo para salvar a su pueblo. Grande fue Josué cuando, con una palabra hizo detener el sol. Pero más grande todavía es el Sacerdote en el altar, donde manda a su Dios todos los días: él dice al Hijo de Dios: “Ven a morar entre nosotros”, y dócil a esta voz, el Verbo de Dios, el Todopoderoso, el Creador de los mundos, baja al altar a encarnarse entre las manos del Sacerdote.
3º Es grande el Sacerdote en el tribunal de la penitencia. Tiene en sus manos las Llaves del Reino de los Cielos. Un alma está muerta para la vida divina; los ángeles no pueden resucitarla; el Sacerdote habla y dice: “Yo te absuelvo”, y esa alma resucita, y sus pecados quedan borrados para siempre.
4º Es grande el Sacerdote en el púlpito. Habla en nombre de Dios, y dice: “No os traigo mi doctrina, sino la doctrina de Dios que me envía”. La Palabra divina ilumina el espíritu, consuela el corazón y penetra como una espada en las conciencias endurecidas.
5º Es grande el Sacerdote junto al lecho de los enfermos. Él les da el certificado para penetrar en el cielo. Todos rechazan a los condenados a muerte, todos los abandonan… Llega un Sacerdote; toma entre sus manos sacerdotales las manos de ese criminal, manchadas todavía de sangre, estrecha contra su corazón puro ese corazón culpable, en el momento terrible, le dice: “¡Hijo mío, sube al cielo!”… Y el cielo no puede rechazar a aquel que la tierra rechaza, pero que el Sacerdote le envía.
Tal es el Sacerdote: es otro Jesucristo, y con Jesucristo es el mediador entre el hombre y Dios.
2. Amar y adhesión al Sacerdote. Él es el hombre del pueblo, el gran bienhechor de la humanidad. Él, como su divino Maestro, trae al mundo los dos bienes más necesarios: la verdad y la gracia.
1º El Sacerdote da al mundo la verdad. La verdad es necesaria al hombre, como el sol al universo. Sin el Sacerdote, el género humano se despeña en los errores más groseros y más repugnantes… Testigo, el mundo pagano; testigos, muchos de nuestros sabios modernos que se envilecen hasta el punto de sostener que el hombre desciende del mono. El Sacerdote es la luz del mundo. Enseña al hombre la ciencia de la vida, la solución de todos los problemas que le interesan y los medios de ser feliz, aun en esta tierra, pero particularmente en la vida futura. El muestra el camino del honor y de la virtud, el camino del cielo.
Lo que el Sacerdote ha hecho en todos los tiempos en los países civilizados, lo hace también en los pueblos salvajes, a los que evangeliza a costa de su sangre y de su vida.
2º El Sacerdote trae al mundo la gracia, que es indispensable para practicar el bien. La gracia fortalece las voluntades, arranca los vicios, hace nacer y florecer las virtudes. Por la gracia, la caridad se difunde en todos los corazones y alivia por todas partes las miserias humanas. Casi no hay obra de beneficencia de la que el Sacerdote no sea el fundador o el inspirador o el sostén. El librepensamiento ¿ha producido nunca un San Vicente de Paúl, una Hermana de la Caridad (Teresa de Calcuta), una Hermana Enfermera? Fueron necesario volúmenes para poder narrar los beneficios del Sacerdote: él es el gran bienhechor de la humanidad.
Los impíos preguntan: ¿Para qué sirven los Sacerdotes? Hombres insensatos o malvados ¿no son acaso necesarios para librar a la sociedad de los errores que vosotros esparcís con vuestros pestilentes periódicos y de las aberraciones televisivas? ¿No son acaso necesarios para que vosotros mismos podáis disfrutar en paz de vuestros bienes?… Cuando el Sacerdote deje de estar presente para predicar la verdad, para proclamar los mandamientos de Dios, para conferir la gracia, entonces será el triunfo de la anarquía. Los enemigos del orden bien lo saben: por eso hacen lo posible y lo imposible para suprimir al Sacerdote o aniquilar su influencia.
El Sacerdote es el hombre más necesario, el más indispensable: es más necesario que los jueces, los generales del ejército, los diputados, los senadores, etc. El individuo puede vivir sin ellos, pero las sociedades no pueden vivir sin religión, ni la religión sin Sacerdotes. El hombre es esencialmente religioso.
Mons. de Ségur, en su opúsculo “Los enemigos de los curas”, refuta las objeciones levantadas contra los Sacerdotes. “Hay en cada parroquia un hombre que no tiene familia, pero que es de la familia de todos al que se llama como testigo o como consejero de todos los actos solemnes de la vida; sin el cual no se puede nacer ni morir; que toma al hombre en el seno de la madre y no lo deja sino en la tumba; que bendice o consagra la cuna, el tálamo nupcial, el lecho de la muerte y el ataúd; un hombre a quien los niños se acostumbran a amar y temer; a quien los mismos desconocidos llaman padre; a cuyos pies el cristiano hace las confesiones más íntimas y derrama las lágrimas más secretas; un hombre que, por su estado, es el consolador de todas las penas del alma y del cuerpo; el intermediario obligado entre la riqueza y la indigencia; que ve al pobre y al rico entrar alternativamente por su puerta: al rico para entregar la limosna secreta, al pobre para recibirla sin ruborizarse; que no siendo de ninguna categoría social, pertenece igualmente a todas las clases inferiores por su vida pobre y, a veces, por la humildad de su nacimiento y a las clases elevadas por la educación, la ciencia y la nobleza de los sentimientos que la religión inspira e impone; un hombre, en fin, que lo sabe todo, que tiene el derecho de decirlo todo, y cuya palabra cae de lo alto sobre las inteligencias y sobre los corazones, con la autoridad de una misión divina y el imperio de una fe absoluta. ¡Este hombre es el cura!” (Lamartine).
N. B. Los fieles no tienen participación alguna en la autoridad de la Iglesia, pero son llamados a cooperar con la Jerarquía en la difusión del Reino de Dios. También participan en las opiniones y discusiones teológicas, en las investigaciones científicas, apostando así, con su talento un bien enorme para la Iglesia universal.
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178. P. ¿Quiénes son los que no pertenecen a la Iglesia?
R. 1º Los infieles, que no han recibido el bautismo.
2º Los herejes, que rechazan algún artículo de fe.
3º Los cismáticos, que niegan obediencia al Papa.
4º Los excomulgados, que la Iglesia rechazó de su seno por causa de sus crímenes.
5º Los apóstatas, que han renegado de la fe de Jesucristo después de haberla profesado.
Ninguno de éstos pertenece al cuerpo de la Iglesia, si bien algunos de ellos pueden pertenecer al alma de ella, que es, a saber, poseer la gracia santificante.
1º Los infieles son aquellos que no han recibido el bautismo. Tales son los judíos, que no quieren reconocer a Jesucristo como el Hijo de Dios; dispersos por todo el mundo, que hacen una guerra encarnizada a la Iglesia Católica y a los pueblos cristianos. Los mahometanos, llamados también musulmanes, esparcidos por Asia y África: observan la falsa religión inventada por Mahoma, jefe árabe que vivió a principios del siglo VII. Los budistas o discípulos de Buda, muy numerosos en la China y en la India. Los brahamanistas o discípulos de Brahma, extendidos por el Indostán. Los idólatras, que adoran al sol, a los animales, a las plantas. Son también infieles aquellos que, en países cristianos, no han sido bautizados por negligencia o impiedad de sus padres.
2º Herejes son los hombres bautizalos que rehúsan tenazmente creer alguna verdad revelada por Dios y enseñada por la Iglesia como artículo de fe. El nombre hereje deriva de una palabra griega que significa elegir, y designa a aquél que en religión distingue entre las verdades que consiente en creer y las rechaza. Dios permite las herejías: 1º, para probar la fe de los fieles; 2º, para arrancar de la Iglesia las ramas secas que la afean; 3º, para comunicar mayor brillo a las verdades dé la fe. Cada herejía es, para los doctores católicos, una oportunidad para poner más en relieve los dogmas combatidos, y para la Iglesia, el medio de fijarlos con mayor precisión. El orgullo del espíritu y la corrupción del corazón son la fuente de todas las herejías. El espíritu humano rehúsa inclinarse ante la ciencia infinita de Dios, que nos revela sus misterios; el corazón viciado se rebela contra una moral que le parece demasiado severa.
3º Los cismáticos son aquellos que se separan de la Iglesia, negándose a obedecer a sus legítimos pastores, aun creyendo lo que ella enseña. Tales son los griegos y los rusos.
4º Los excomulgados son los que la Iglesia ha expulsado de su seno por causa de sus crímenes. Tales son los francmasones, los duelistas, etc. La excomunión es la pena más terrible que la Iglesia inflige. Se corta una rama podrida para que no inficione todo el árbol. Por eso la Iglesia, cuando uno de sus miembros se hace, por sus escándalos, peligroso para los demás, lo excomulga, es decir, lo arranca de su cuerpo, como un miembro gangrenado. El excomulgado es muy digno de compasión, porque dejando de pertenecer a la Iglesia, deja de participar de sus bienes espirituales: Queda excluido de la comunión de los Santos y privado de sepultura eclesiástica.
5º Los apóstatas son los que reniegan de la fe Católica, después de haberla profesado. Dejan de formar parte de la Iglesia cuando su apostasía es pública o manifestada por actos anticatólicos. Entonces son excomulgados. Tales son los racionalistas, que se llaman a sí mismos librepensadores. La apostasía es un crimen enorme.
¿Quiénes son los que pertenecen al alma de la Iglesia?
1º Los párvulos que acaban de recibir el bautismo.
2º Los fieles que han conservado o vuelto a adquirir la gracia bautismal.
3º Todos los que están en estado de gracia.
Por consiguiente, los paganos, los herejes y cismáticos de buena fe pueden, con la ayuda de Dios, hacer un acto de perfecta caridad que les proporcione la gracia santificante necesaria para pertenecer al alma de la Iglesia.
Conclusión general. Tal es la organización de la Iglesia Católica: admirable por el orden y la unidad.
1º El catolicismo entero, cada diócesis, cada parroquia, lleva el mismo sombre: el de Iglesia. El Papa, el Obispo, el simple Sacerdote llevan el mismo título: el de Pastores.
2º La jurisdicción del Papa no tiene límites: abarca el mundo entero; la del Obispo no se extiende más que a su diócesis, la del simple Sacerdote, a su parroquia.
Jesucristo envía al Papa, el Papa envía al Obispo, el Obispo envía al Presbítero. Pero el Papa, el Obispo y el Presbítero, aunque se diferencien entre sí por los honores y la jurisdicción, tienen el mismo poder en el altar y obran el mismo milagro; dan a Jesucristo al mundo.
3º El Papa, en virtud de su institución divina, dispensa a toda la Iglesia el triple beneficio de la doctrina, de los Sacramentos y de la dirección espiritual: instruye, santifica, gobierna el universo.
El Obispo, en virtud de la misma institución divina y bajo la dependencia del Papa, asegura los mismos beneficios a sus diócesis.
El Sacerdote, en virtud de la institución eclesiástica, instruye, santifica y gobierna su parroquia.
4º Así organizada, la Iglesia, dice el Concilio de Trento, es un ejército desplegado en orden de batalla, donde los soldados están bajo la obediencia de los capitanes, los Sacerdotes; los capitanes bajo la obediencia de los generales, los Obispos; y los generales bajo la obediencia del general en jefe, el Papa: fieles, Sacerdotes, Obispos, Papa, he ahí toda la Iglesia con Jesucristo por fundador. Concepción divina, organización maravillosa, sociedad inconmovible e inmortal, que tiene por tesoro la sangre y los méritos del Salvador, y por fin, la adquisición de la vida eterna.
Si queréis alcanzar esa vida, permaneced en tan admirable sociedad; pero para permanecer eficazmente en ella, es necesario que seáis sumisos a los Sacerdotes, como los Sacerdotes lo son a los Obispos y los Obispos al Papa, que Jesucristo puso en la tierra para ocupar su lugar y ser su Vicario. Sin esta sumisión, no perteneceríais con alma y corazón a la Iglesia, la cual subiría al cielo sin vos; porque está escrito: “Quien por soberbia no quisiere oír al Sacerdote, muera”[54].
5º La jerarquía de la Iglesia da a los fieles la firme seguridad de que se hallan en la verdadera religión. Cada católico, aun el menos instruido puede decir:
“Mi religión la he aprendido de boca de mi cura, que puso en mis manos, y me explicó, un librito llamado Catecismo. Lo que él me enseña se remonta de él a mi Obispo, que lo envió con ese librito; por mi Obispo, esta enseñanza se remonta al Papa, que envió a mi Obispo; por el Papa, esta misma enseñanza se remonta de Papa a Papa, hasta San Pedro, que la recibió de Jesucristo.
“Mi religión es la misma que San Pedro enseñaba y que él había recibido de Jesucristo. Porque si el cura que me instruye mudara algo en la doctrina Católica, los otros Sacerdotes y aún los fieles lo denunciarían al Obispo; y si mi Obispo alterara algo, los otros Obispos y aún los simples Sacerdotes y fieles lo denunciarían al Papa, y el Papa, guardián vigilante e infalible de la fe, lo separaría de la Iglesia..
“Una alteración en la fe es, pues, imposible hoy día, y lo fue también en todos los tiempos por las mismas razones. Mi religión es, por consiguiente, la que Jesucristo enseñó”.
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Nota:
[1] Hech. 1, 3.
[2] Véase Mons. Besson, La Iglesia; Lamennais, Ensayo sobre el Indiferentismo.
[3] Mt. 28, 18-20.
[4] Mc. 16, 15-16.
[5] Véase la historia de la Iglesia.
[6] Véase Bossuet, Discurso sobre la historia universal.
[7] Jn. 14, 6.
[8] Mt. 28, 18-19.
[9] Jesucristo, Sacerdote eterno, ha querido sobrevivirse a Sí propio en la persona de sus ministros. La víspera de su pasión consagra o a sus Apóstoles. Con el Sacramento del Orden y les confiere el poder de Consagrar ellos también a sus sucesores, mediante la imposición de las manos.Esta imposición de las manos es declarada en nuestros Libros Santos como una señal productora de gracia. Hallamos la prueba de ello en los Hechos de los Apóstoles, capítulo 13, a propósito de dos Apóstoles elegidos fuera de los doce, y que no lo habían sido por nuestro Señor Jesucristo. En medio de una santa asamblea se manifiesta el Espíritu Santo y dice: “Separadme a Bernabé y a Saulo para la obra para la cual los he llamado. Los Apóstoles, habiendo ayunado y orado, les impusieron las manos y los enviaron a predicar.Así, el llamamiento de Dios, aun el más evidente, no basta para ser Pastor de la Iglesia: la ordenación es indispensable. Se necesita un poder divino para consagrar la hostia y realizar el Sacramento de la Santa Eucaristía, perdonar los pecados, etc., este poder nuestro Señor lo comunica mediante el Sacramento del Orden (véase Concilio de Trento, ses. 23.)
[10] Jn. 17, 21.
[11] Mt. 16, 17-19.
[12] Jn. 21, 15-17.
[13] Bossuet, Sermón sobre la unidad de la Iglesia.
[14] Idem.
[15] Hasta Juan Pablo II, diríamos hoy.
[16] Hech. 5, 29.
[17] I Cor. 4, 1.
[18] Hech. 5; I Cor. 5, etc.
[19] “Yo estoy con vosotros”. No hay auxilio ni poder que no estén encerrados en estas pocas palabras. Estas significan que Dios extiende su mano protectora sobre un hombre; que vela por él, que le presta su asistencia y que le asegura el éxito. Muchísimos pasajes de la Biblia abonan esta interpretación. Dice Dios a Isaac: quédate en este país. Yo estaré contigo, y a Jacob: vuelve a ta tierra de tus Padres Yo estaré contigo.En el libro dei Éxodo Dios ordena a Moisés que se presente al Faraón. Moisés teme; Dios le contesta: Yo estaré contigo, etc., esta expresión familiar de Dios revela su presencia y su protección. Jesucristo promete estar todos tos días con sus Apóstoles para enseñar con ellos, gobernar con ellos, etc., luego ellos no pueden engañarse.
[20] Jn. 16, 13.
[21] Lc. 1, 33.
[22] Jer. 22, 40.
[23] Puede verse: Mons. De Segur, El Soberano Pontífice.
[24] En el Verbo Encarnado hay lo invisible y lo visible; Dios invisible y el Hombre que vive y se manifiesta a nuestros sentidos y nos revela con sus acciones el principio divino que lo anima: Es el HombreDios.Así, en la Iglesia lo invisible es lo que se llama el alma: los dones del Espíritu Santo, la fe, la gracia; lo visible es el cuerpo, la sociedad exterior de los pastores y de los fieles, que con sus obras, manifiestan la vida divina que el Espíritu Santo les comunica.
[25] Jn. 14, 12; Mc. 16, 17-18.
[26] Puede verse Mons. Besson, Conferencia sobre el orden de la Iglesia.
[27] Mt. 18, 17.
[28] Hech. 2.
[29] Puede verse: Audin, Vida de Lutero; L. G. Lorrenz: El fin de Lutero; etc.
[30] Puede verse Audin, Vida de Calvino.
[31] Gobbett, Historia de la Reforma.
[32] II Cor., 12, 11-12.
[33] Los incrédulos y racionalistas de nuestros días tienen complacencias particulares para los protestantes. La incredulidad que asola a nuestra sociedad moderna es la consecuencia lógica, fatal, de la rebelión religiosa del siglo XVI.El protestante, en nombre del libre examen, rechaza una parte de las verdades cristianas que la Iglesia enseña al mundo en virtud de la autorización de Cristo. El incrédulo en nombre del libre examen, va más lejos y rechaza el conjunto de esas verdales. El principio es el mismo de una y otra parte; es la razón individual que ocupa el lugar de la fe, es decir, de la sumisión del espíritu a la autoridad de Dios. Ed. Quinet.
[34] Jn. 20, 25.
[35] II Tes. 2, 14.
[36] II Tim. 2, 2.
[37] Éf. 4, 11.
[38] Mal. 2, 7.
[39] Para todas las objeciones, se puede consultar a Mons. de Segur, Diálogos sobre el protestantismo.
[40] Mons. Plantier, Adviento de 1847.
[41] Jn. 14, 6.
[42] Jn. 15, 6.
[43] Hech. 4, 12.
[44] Suma Teológica, III, q. 1.
[45] Puede verse: Mons. Besson, La Iglesia.
[46] Creemos útil llamar la atención del lector sobre las palabras de un escritor muy serio, el abate Pire ne, en sus Estudios filosóficos sobre las principales cuestiones de la Religión revelada. Ellas pueden contribuir a salvar, en el momento de la muerte, una gran multitud de almas.”Supongamos que el pagano, y dígase lo mismo de los herejes, de los cismáticos y de los pecadores, muere amando a Dios por sí mismo y sobre todas las cosas con caridad perfecta; por lo mismo se salva. Porque con la caridad sobrenatural él lo tiene todo: la caridad justifica por sí misma. Y notad que el grado más débil de caridad es suficiente: porque la esencia de una virtud no consiste en su intensidad (uña gota de agua es tan agua como todo el océano), y la cantidad de una cosa no influye en su naturaleza. Por tanto, la caridad subsiste con el apego al pecado venial, y particularmente, subsiste sin ninguna devoción sensible.”Estáis, por consiguiente, salvado, desde el momento que dejáis esta vida amando a Dios por sí mismo y sobre todas las cosas. Estáis salvado, cualesquiera que sean las circunstancias en que os encontréis. Que en el momento supremo, pagano, hereje o pecador, vuestra voluntad, movida por la gracia de Dios, produzca un acto de caridad perfecta, aunque muy débil, y vuestra salvación está asegurada, porque la caridad hace perfecta a la contrición; la caridad y la contrición perfecta contienen el deseo, por lo menos implícito, del bautismo y de la confesión.”Si se desea saber de qué modo se comunica la caridad a los hombres, he aquí la contestación de los teólogos: Dios dará lo necesario a todos aquellos que hacen lo que humanamente dependen de ellos, aun cuando para esto tuviera que hacer un milagro.Las personas que se hallan junto a los moribundos, aunque sean éstos herejes, pueden fácilmente moverlos a hacer actos de caridad perfecta, hablándoles de la excelencia, de la bondad, de la amabilidad y de la belleza infinitas de Dios; en comparación del cual todos los bienes creados no son más que polvo…
[47] Extracto de Portais, Doctrina Católica.
[48] Const. Pastor Aeternus, III.
[49] San Alfonso M. de Ligorio, Verdad de la Iglesia Católica.
[50] Conc. Vat. I, Pastor aeternus, IV.
[51] Hech. 20, 28.
[52] El Papa, ¿es superior a los Concilios? Sí; el Papa es superior al Concilio general como la cabeza es superior al cuerpo, o más bien: no hay Concilio sin Papa, como no hay cuerpo sin cabeza.Es una verdad de fe definida por el Concilio Vaticano I. Véase cómo el gran filósofo De Maestri refuta las pretensiones del galicanismo: “Dondequiera que haya un soberano y en la Iglesia Católica el soberano es incontestable, no puede haber asambleas nacionales y legitimas sin él. Desde el punto que él dice: Veto, la asamblea queda disuelta; si se obstina, hay revolución.“Esta noción tan sencilla, tan incontestable y que no se destruirá jamás, pone en luz meridiana cuán inmensamente ridícula es la cuestión de los galicanos. La cuestión no estriba en saber si el Papa es superior al Concilio, o el Concilio es superior al Papa, sino en saber si un Concilio general puede existir sin el Papa. Esta es la cuestión. Proclamar a voz en grito la superioridad del Concilio sobre el Papa, sin saber, sin querer, sin atreverse a decir lo que es un Concilio ecuménico, no es solamente un error de dialéctica, es un pecado contra la probidad. Para disolver un Concilio, el Papa no tiene más que salir de la sala diciendo: No continúa aquí” (Del Papa).
[53] Jn. 15, 20.
[54] Deut. XVII, 12.