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la Guerra Celestial



En la creación del mundo angélico, Dios colocó a San Miguel en el segundo puesto después de Lucifer. El creador dividió a los Ángeles en tres grandes jerarquías y en nueve coros. Sus nombres están revelados en la Sagrada Escritura: Serafines, Querubines, Tronos, Dominaciones, Potestades, Principados, Virtudes, Arcángeles y Ángeles. Los Ángeles se quedarán eternamente en el mismo coro. Todos estos fúlgidos Espíritus arden por el deseo de Cumplir la Santa Voluntad de Dios con la velocidad del pensamiento.

¡San Miguel, al ver que era uno de los primeros Príncipes, revestido de poder, gloria esplendor más que los demás, se humilla, se pone a los pies de Dios y reconoce con profunda gratitud que la magnificencia en la naturaleza angélica y todos los dones y privilegios de la Gracia son gratuitos por la bondad del Creador, sin ningún mérito suyo y sin ningún derecho a dicha dignidad en cuanto fue creado de la nada y su origen será siempre la nada!

Un amor seráfico, una dedicación profunda inunda su radiante espíritu y se humilla en la contemplación de la Bondad y del Amor Divino. En esta tranquila armonía del Cielo nada  podía presagiar los funestos eventos de una guerra inminente que destruirá sus filas en todos los coros angélicos.

 

La prueba de los Ángeles y la derrota de los rebeldes por medio de San Miguel

Antes de que Dios ponga el fundamento invisible de la Creación, puso como fundamento invisible la OBEDIENCIA en todas las criaturas razonables, Jesucristo adquiere su nueva gloria como Jefe de la humanidad, mediante la obediencia a los decretos eternos de la Santa Trinidad. María Santísima recorre el camino real de la Maternidad Divina con su humilde: “Fiat mihi secun-dum verbum tuumo”. Es el camino maestro también para los Ángeles.

Para admitir estos sublimes Espíritus a la visión Beatificada en la gloria eterna y confirmarlos en la Gracia, Dios quiere someterlos a una prueba. Todos los Ángeles recibieron una visión clara del Ser Divino y de sus infinitas perfecciones, debían reconocer la Majestad Divina como súbditos del señor. Creador de su radiante existencia: adorarlo, servirlo como su Único y Sumo Bien. Gran parte de ellos obedeció con alegría y con humildad, ofreciendo con amor a la propia adoración y a la propia existencia para obedecer en todo a la voluntad Divina. También Lucifer se sometió, pero más por conveniencia que por amor, siéndole por el momento imposible retirarse ante una orden tan amorosa. También porque el orgullo estaba apenas germinando en su espíritu. Era la pequeña semilla del mal que luego se convirtió en el árbol gigantescote los pecados de toda especie trasplantado en el mundo visible.

En un segundo tiempo, como vio María Agreda Abadesa en el maravilloso libro de la “Mística Ciudad de Dios” y es la opinión de muchos teólogos, Dios mostró a los Ángeles al Verbo Divino su Unigénito, revestido con la naturaleza humana, preferida por El y muy favorecida, hasta ensalzarla en el Trono eterno de la Santísima Trinidad. Pidió a los Ángeles que lo adoren como a su Rey, no solo en su Naturaleza Divina, sino también unida hipostáticamente con la naturaleza humana y servirlo. Con la luz de la Gracia actual, Dios iluminó a todos los Ángeles los méritos infinitos del verbo humanado y que, ha merecido también para cada uno de ellos todas las Gracias y Dones que poseen, comprendida la gloria y la felicidad sin fin que nos espera a todos en la Visión Beatífica.

“A este precepto, todos los obedientes y Santos Ángeles se rindieron y prestaron asenso y obsequio con humilde y amoroso afecto de toda su voluntad”  

Exultación y sumisión por parte de los Ángeles obedientes. Para sí hosanna, admiración, gran estupor, gran condescendencia y humillación del Verbo Divino. Pero no Lucifer. Su repugnancia por la naturaleza crece, y si antes obedecía de mala gana, ahora no puede más. La envidia inunda su espíritu soberbio, cegado por su suprema belleza y poder personal, resiste a la Voluntad Divina. Invita también a los otros Ángeles para que desobedezcan, prometiéndoles un Reino independiente del de Cristo Humanado. El, Lucifer, sería el jefe, y ellos, príncipes. Decía con soberbia:

”Subiré al Cielo (visión beatífica), sobre los astros de Dios, ensalzaré mi trono… subiré a la altura de la nubes… seré igual al Altísimo” (Is 14,14)

Este insensato grito de rebelión se hizo eco en el ambiente celestial y fue acogido por un tercio de los Ángeles. Inició así la grande y tremenda guerra para destronar a Dios y apropiarse de su trono. Viendo San Miguel el caos y el tumulto provocado por los rebeldes, con una gran voz exclamo: “¿Quién (ES) COMO DIOS?”, sumergiéndose en su nada ante el Creador de toda existencia. Lo adora, ofrece su amor fiel, todo su ser al servicio de la Majestad Divina, para defender su Honor y la Gloria humillada por los rebeldes ingratos. Con un discurso inflamado por la Gloria del Señor, exhorta a todos los Ángeles para que resistan a la  malsana rebelión de Lucifer, recodándoles el sagrado deber de adoración y de gratitud para con Dios y la humilde sumisión por los inmensos beneficios recibidos. Exhorta a todos para que acepten con un amor humilde todos los planes y proyectos que se refieren a la Encarnación del Verbo Divino. El hijo unigénito del Padre es siempre su Rey y Creador aún bajo las condiciones de la naturaleza humana.

En este punto Dios interviene, con su tercera orden, disimulando con Paciencia Divina al tumulto causado por Lucifer y por sus partesanos. La autenticidad de este hecho vio y lo describió San Juan Apóstol en el Apocalipsis:

“una gran señal apareció en el cielo: una mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza. Está en cinta y grita con los dolores de parto y con el tormento de dar a luz” (Ap. 12.1).

En este cuadro estupendo Dios mostró a todos los ángeles  la divina  maternidad de María Santísima e intelectualmente la unión Hipostática de la Naturaleza Divina con la naturaleza humana en la Sagrada Persona de Jesucristo: “Mágnum pietatis  Sacramentumo” (Tm 3,16).

Para salvar a los Ángeles tribulados y vacilantes San Miguel gritó:

“Veneremos a esta mujer singular y bendita, que será la obra de arte de la Santísima Trinidad, la Madre futura del Verbo Divino y nuestra futura, gloriosa y admirable Reina Arrodillémonos ante los planes divinos  que recaen sobre Ella”.

Respondió Lucifer.

“No ¡Nunca serviré a una naturaleza inferior de la mía, como es la naturaleza humana!”.

Con él gritaron muchísimos Ángeles.

Dios respondió:

“Y bien, esta Mujer a la que le has negado veneración, será Aquella que te aplastará la cabeza y por ella serás vencido y aniquilado. Porque si por tu soberbia entrará la muerte en el mundo del futuro, por su humildad entrará la vida y la salud a todos los mortales, los cuales gozarán del premio y la corona que tú y los tuyos han perdido”.

Los buenos entonan cantos armoniosos en honor de María Santísima para alabar su futura existencia y deciden unánimemente defender contra los rebeldes el honor del Verbo Encarnado y de su futura Madre y Reina.

En este punto Lucifer prorrumpe contra la Mujer predilecta con insultos ásperos y blasfemias que eran inauditos en el ambiente del Cielo.

“¿Quién (ES) COMO DIOS?, exclama nuevamente San Miguel y desencadena una gran guerra en el Cielo, como vio San Juan Apóstol en la isla de Pathmos y describe su visión del Apocalipsis: “Entonces se entabló una batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron contra el dragón. Lucharon encarnizadamente el dragón y sus ángeles, pero fueron derrotados y los arrojaron del cielo para siempre” (Ap 12. 7-8).

A la derrota de Lucifer, sigue un castigo adecuado para su pecado. El ángel rebelde se vio trasformado de Espíritu de Luz en un monstruo horrible con siete cabezas, que significaban las siete legiones en las cuales fueron divididas y ordenados los ángeles caídos, transformados también ellos en seres repugnantes, en diablos, Lucifer nombra un jefe para cada Legión, según los siete vicios capitales:  Soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia, pereza. Pecados con los cuales más tarde, arrastrarán a los hombres para poblar su reino del eterno dolor.

Entre el inmenso asombro de San Miguel y de los Ángeles buenos se abrió un abismo en el ancla deforme de la tierra donde Lucifer se precipito transformando en un Dragón Rojo con todos sus secuaces.

En la profundidad del infierno Lucifer comprendió su equivocación que terminó en tragedia irreparable:

“La diadema de nuestra cabeza ha caído; ay de nosotros que hemos pecado”

Pero era tarde… demasiado tarde… para siempre, para una eternidad.

¡Que Dios nos libre a todos nosotros de un cálculo tan arriesgado!

Cuando regresó la calma después de la separación, las tinieblas del pecado de la Luz de la Gracia, la mirada adolorida de Dios busca consuelo ante la Imagen de la “Mujer vestida de Sol” suspirando el tiempo de su creación y con ímpetu divino susurra… Ave, Ave oh llena de Gracia…

¡Yo estaré siempre contigo!

Luego Dios se dirigió a San Miguel y lo felicitó por su fidelidad y por su espléndida victoria. Contemplando el gran vacío arrastrado por los rebeldes, su Amor de Padre de todas las criaturas se desfoga en un amargo lamento de frente a tanta pérdida e ingratitud, hablando como para consigo mismo:

“…Eras un dechado de perfección, lleno de sabiduría y hermosura perfecta. Estabas en el Edén, en el jardín de Dios, adornado con piedras preciosas: rubí, topacio, diamante, crisólito, ónice, bereilo, zafiro, carbunclo y esmeralda.

De oro labrado eran tus aros y colgantes desde el día en que fuiste creado. Eras un querubín protector de alas extendidas: yo te había puesto sobre las montañas de Dios.

Caminabas entre piedras de fuego. Intachable era tu conducta, desde el día en que fuiste creado, hasta que se encontró la iniquidad en ti. Al prosperar tus negocios te llenaste de violencia y pecados. Entonces yo te expulsé de las montañas de Dios y a ti, el querubín protector, te hice desaparecer de entre las piedras de fuego.

La belleza te ensoberbeció, el esplendor echó a perder tu sabiduría. Yo te arrastré por tierra y te convertí en objeto de burla para los reyes… Todos los pueblos que te conocían se quedarán asombrados por ti; serás motivo de espanto y desaparecerás para siempre” (Ez 28, 12-19). “¡Cómo has caído del cielo, oh Lucifer, Lucero del alba”! (Is 14, 12).

Solo un Dios, que ama a todos con un Amor Infinito, inmutable, puede lamentarse así de la pérdida de su Ángel primogénito.

Este dolor nos fue revelado por medio del Espíritu Santo, mediante la boca de los santos Profetas del Antiguo Testamento. También el Padre Eterno dice: “Buscaba consoladores, pero no los he encontrado”.

Dios Omnipotente, para premiar la fidelidad heroica de San Miguel, le dio el puesto dejado vacío por Lucifer, lo constituyó en el Primer Ministro de la Santa Trinidad Príncipes angélicos y jefe Supremo de los nueve coros de Ángeles, lleno de poder, honor y gloria y más cerca del trono Divino. Su esplendor está en grado de iluminar toda la tierra, como vio San Juan en el Apocalipsis.


 
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