la Sagrada Escritura
Título: La Sagrada Escritura
Autor: P. A. Hillaire
La Sagrada Escritura es la palabra de Dios escrita bajo la inspiración del Espíritu Santo. Comprende los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento.
Muchos otros libros, por ejemplo, los catecismos, contienen la palabra de Dios; pero no son esta palabra. Una carta puede contener las palabras de un soberano, sin ser una carta del soberano. Pero una carta escrita por un secretario, bajo el dictado del rey, es verdaderamente una carta y palabra real. De la misma manera, las Sagradas Escrituras, escritas bajo la inspiración del Espíritu Santo, son verdaderamente los escritos de Dios, la palabra de Dios.
1. Noción de la Sagrada Escritura. La Sagrada Escritura es la palabra de Dios escrita bajo la inspiración del Espíritu Santo, y reconocidos por la Iglesia como depositarios de la palabra de Dios. Esta colección de llama Biblia. La Biblia es, a la vez, obra del hombre y obra de Dios. Materialmente nuestros Libros Santos no se distinguen de los libros ordinarios. Conocemos a sus autores: Moisés, David, Salomón, san Mateo, san Juan, san Pablo, etc. Fueron escritos como los otros, en pergamino o en papiro, en un idioma determinado, el hebreo, el griego, y conforme a las reglas de la sintaxis y de las gramáticas particulares de esas lenguas. Así considerados, son libros cuya autoridad humana se basa en la crítica. Pero Formalmente, y en su carácter esencial, nuestro Libros Santos son, ante todo, obra de Dios, porque fueron escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo. El hombre que los escribía no fue sino un instrumento en manos de una causa superior: de suerte que las Escrituras no contienen nada -ni pensamientos, ni doctrinas, ni narraciones- fuera de lo que el Espíritu Santo ha querido poner en ellos. Por consiguiente, los libros Santos difieren esencialmente de los libros humanos, no por el argumento, sino por su autor principal, que es Dios mismo: << Spiritu Sancto conscripti Deum habent auctorem. >> (Concilio Vaticano). Los Libros Santos son obra de Dios, porque es Él mismo quien los inspiró. . . 2. Naturaleza de la inspiración. ¿Qué es la inspiración? Es una moción, un impulso sobrenatural del Espíritu Santo, que determina la voluntad del escritor sagrado, ilumina la inteligencia, su imaginación y su memoria, dirige su pluma, le preserva de todo error, y le hace escribir lo que Dios quiere, y nada más. En la inspiración, la función principal pertenece a Dios; al hombre la secundaria. La acción de Dios sobre el escritor sagrado se traduce por una triple influencia: 1. Determinación sobrenatural de la voluntad para escribir; 2. Iluminación de la inteligencia acerca de las verdades que hay que escribir; 3. Dirección y asistencia positiva del Espíritu Santo acerca de los pensamientos y de las palabras, para preservar al escritor de todo error y hacerle escribir todo lo que Dios quiere, y nada más. 4. Esta influencia del Espíritu Santo, dejando a cada escritor su genio propio, su manera de concebir, su estilo, etc., lo ilumina y dirige en la elección de los más pequeños pormenores y no solamente le impide equivocarse, sino aun valerse de alguna expresión que no fefleje exactamente el pensamiento divino. 5. Así la acción de Dios y la cooperación del hombre se asocian en el mismo acto. La redacción de la Escritura es obra de uno y del otro: de Dios, que fué el autor principal, y del hombre, que sirvió de instrumento, << Spiritus Sanctus est auctor, homo vero instrumentum .>> (Santo Tomás.) Escuchemos al Concilio Vaticano I: << La revelación natural, dice, está contenida en los Libros escritos y en las tradiciones no escritas, que, recibidas de la boca misma de Jesucristo por los apóstoles, y transmitidas como por las manos de los mismos, bajo la inspiración del Espíritu Santo, han llegado hasta nosotros… << Estos libros la Iglesia los tiene por santos y canónicos, no porque, compuestos por la sola habilidad humana, hayan sido después aprobados por la Iglesia; ni tampoco porque contienen la revelación sin error, sino porque, escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios por autor, y han sido entregados como tales en la misma Iglesia>> (i). . . 3. Certeza del hecho de la inspiración. ¿Cómo sabemos que los Libros Santos son inspirados? Esto no se puede saber sino por el testimonio formal del mismo Dios. Sólo Dios, que es el autor principal de los Libros inspirados, y que es la verdad misma, puede certificar de una manera auténtica y segura la inspiración de un libro. En el Antiguo Testamento, Dios formuló su testimonio por profetas y enviados, cuya veracidad abonaba por medio de milagros. Jesucristo y los apóstoles confirmaron el testimonio de los profetas de la ley antigua. El testimonio de Dios acerca de la inspiración de los Libros de Nuevo Testamento nos ha venido de los apóstoles, que lo transmitieron a sus discípulos. Los primeros cristianos no podían conocer la inspiración de los Libros Santos sino por el testimonio de los apóstoles, testigos dignos de fe, puesto que, enviados de Dios, probaran su misión con los milagros. De su boca debían los fieles aprender la doctrina de la salvación y, por consiguiente, la inspiración de los libros que se encerraban esta doctrina. Este testimonio de los apóstoles nos es transmitido por la Tradición Católica, es decir, por el magisterio infalible de la Iglesia. Y, en efecto, una afirmación tan grave, que nos obliga a creer en la inspiración de un libro, debe dimanar de una autoridad divina, universal e infalible. Ahora bien, sólo la Iglesia católica, fundada por Jesucristo, está investida de semejante autoridad. Por consiguiente, el Papa o bien el Concilio ecuménico son los únicos que pueden distinguir y hacer conocer cuáles son los libros inspirados. Es lo que han hecho los Papas y los Concilios a través de los siglos. En último término, el Concilio de Trento designó todos nuestros Libros Santos, en su conjunto y en sus partes, como inspirados por el Espíritu Santo. El Concilio Vaticano I, renovando esta definición, la termina con esta sentencia: << Si alguien no recibiere en su integridad, con todas sus partes, como Sagrados y Canónicos los Libros de la Escritura, tales como los enumeró el Sagrado Concilio de Trento, o negare que estén divinamente inspirados, sea anatematizado >> (ii). Objeción. Los protestantes nos acusan de fundar nuestro raciocinio en un círculo vicioso. Vosotros probáis, dicen ellos, la autoridad de la Iglesia por el testimonio de las Escrituras, y probáis a continuación la inspiración de las Escrituras por la autoridad de la Iglesia. Respuesta. Los libros Santos tienen una autoridad humana y una autoridad divina. Su autoridad humana, como libros puramente históricos, se prueba, no por el testimonio de la Iglesia, sino por los argumentos que establecen el valor de todo monumento histórico. Con estas pruebas hemos demostrado que los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles son libros históricos, perfectamente auténticos, íntegros y verídicos. Los Evangelios narran la vida de Jesús; dan las pruebas de su divina misión y de su divinidad; nos lo muestran afirmado que es Dios y probándolo con sus milagros. Vemos después a este Hombre-Dios fundar la Iglesia, investirla de una autoridad divina y del privilegio de la infalibilidad, para permitirle imponer su doctrina y su fe al género humano. Así, pues, nosotros empezamos estableciendo la existencia y la autoridad infalible de la Iglesia por los Evangelios considerados como libros históricos. Hecho lo cual, podemos inmediatamente, sin incurrir en círculo vicioso, conocer, mediante la Iglesia, encargada por Jesucristo, de enseñar todas las verdades reveladas, cuáles son los libros inspirados y la extensión de su inspiración. N. B. Por lo demás, haremos notar con el Concilio Vaticano que, sin recurir a la Escritura, se puede probar la divinidad de la Iglesia católica. << La Iglesia, dice, ES POR SÍ MISMA, DEBIDO a su admirable propagación, a su eminente santidad, a su fecundidad inagotable en toda clase de bienes, a su unicidad católica, a su estabilidad invencible, a un grande y perpetuo motivo de credibilidad y una prueba irrecusable de su divina misión. >> . . 4. Canon y traducción de los Libros Santos. Llámase canon el catálogo auténtico de los Libros inspirados, y llámanse canónico los libros que están inscritos en este catálogo. Los Libros del Antiguo Testamento, en número de cuarenta y cinco, eran conocidos de los judíos; los del Nuevo Testamento, en número de veintisiete, fueron conocidos de los cristianos desde el tiempo de los apóstoles, que los habían escrito. Unos y otros nos han sido fielmente transmitidos por la Tradición. El catálogo o canon fue formado. Desde los primeros tiempos del cristianismo, por los Concilios y los Papas. En Concilio de Trento enumera todos los libros canónicos del Antiguo y Nuevo Testamento. Todo libro inscrito en el catálogo de los libros inspirados posee tres propiedades: Es de origen divino; es a saber: escrito bajo la inspiración de Dios. Su inspiración está comprobada por la autoridad competente: la Iglesia. Este libro debe ser considerado como infalible y exento de todo error. La traducción de la Sagrada Escritura admitida por la Iglesia es la Vulgata, en lengua latina, de la cual una parte fue hecha y la otra corregida por san Jerónimo. El Concilio de Trento ha declarado que es auténtica, es decir, conforme, en cuanto a la sustancia, al texto primitivo. Este decreto del Concilio de Trento corroborado y confirmado por el del Vaticano I, nos prueba: 1. Que la Vulgata no contiene ningún error en lo que se refiere a l fe y a las costumbres; 2. que ella debe ser tenida por absolutamente fiel en todas sus partes substanciales, aun en las no dogmáticas y morales; 3. que los cristianos pueden servirse de ella con toda confianza. . . (i) De Fide, II (ii) Cap. II, can. 4
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