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errores entre Iglesia y Estado

Errores modernos acerca de las relaciones entre la Iglesia y el Estado
Título: Errores modernos acerca de las relaciones entre la Iglesia y el Estado: Racionalismo – Naturalismo – Liberalismo
Autor: P. A. Hillaire

Contenido:

Nociones generales
Refutación del liberalismo
Liberalismo absoluto
Liberalismo moderado
Liberalismo católico
La Iglesia y las libertades modernas
Conclusiones prácticas

1. Nociones generales

Los errores modernos llevan diferentes nombres, pero brotan todos de la misma fuente: el racionalismo.

Los católicos admiten dos órdenes de verdades: las que se conocen por la razón y las que Dios enseña por la revelación.

1. EL RACIONALISMO no admite más que las verdades demostradas por la razón y rechaza las verdades reveladas. Para él, la razón es la única fuente de los verdadero y de lo falso, del bien y del mal; ella basta el hombre para conseguir su último fin.

El racionalismo ha producido otro error, o, más bien, se ha desenvuelto con otro nombre: el naturalismo.

2. EL NATURALISMO niega lo sobrenatural y no reconoce más que la naturaleza y sus fuerzas. En el fondo, estos dos errores son idénticos: consisten en deificar la razón humana, en negar el orden sobrenatural, la revelación, el milagro, la divinidad de Jesucristo y de su Iglesia.

Como la encina viene de la bellota, así el racionalismo ha nacido del protestantismo. Después de haber negado la autoridad de la Iglesia, Lutero admitió, como única fuente de verdad, la Biblia sometida al libre examen, es a saber, interpretada por la razón individual. Pero la interpretaciones caprichosas de la Escritura, la multiplicación de las sectas, las discusiones sin tregua y sin salida hicieron que la misma Biblia fueran rechazadas como LIBRO DIVINO. Así fue negada la revelación entera.

En los siglos XVI y XVII se llamaba a los racionalistas incrédulos y escépticos: incrédulos, porque se negaba a creer en la palabra de Dios; escépticos, porque, después de haber negado la revelación, ponían en duda las verdades naturales. Se calificaban a sí mismos de espíritus fuertes, porque pretendían elevarse por encima de las creencias del vulgo…

En el siglo XVIII, estos incrédulos se dieron el nombre de filósofos. Los sofistas Voltaire, Rousseau, Diderot, d’Alembert, Helvecio, etc., declamaban, a cual más y mejor, contra la superstición, el fanatismo, la ignorancia, los prejuicios… En sus labios estas palabras designan la religión revelada, la Iglesia, sus dogmas, su moral, etc.

El filosofismo del siglo XVIII no era más que un racionalismo teórico: la Revolución fue el racionalismo práctico.

La declaración de los derechos del hombre fue: 1. una apostasía social; 2. la negación de los derechos de Dios, de su Cristo y de su Iglesia; 3. la substitución de la autoridad del hombre a la autoridad de Dios… Los inmorales principios del 89, las ideas modernas, el derecho nuevo, no son sino las doctrinas del racionalismo.

Algunos católicos ingenuos se obstinan en no querer ver en la Revolución más que el derrumbamiento de las monarquías absolutas y el establecimiento del sufragio popular, la introducción de la igualdad política, civil, etc. Todas esas cosas no son más que accesorios de la Revolución, cuya esencia es la apostasía social. <La Revolución, decía De Maistre, es esencialmente satánica.>

Durante la Restauración, los nombres de Filosofía y Revolución habían perdido su prestigio. Eran odiosos al poder, porque recordaban las desgracias de la Casa de Francia.

El racionalismo tomó entonces un nombre nuevo: se llamó Liberalismo.

3. EL LIBERALISMO, en su sentido más general, exagera la libertad humana con detrimento de la autoridad soberana.

EL liberalismo, en el sentido más vulgar, es el sistema que proclama al hombre esencialmente libre, independiente de toda autoridad divina y religiosa.

<Lo que son los partidarios del naturalismo y del racionalismo en filosofía, eso mismo son los fautores del liberalismo en el orden moral y civil, porque introducen en las costumbre y en la práctica de la vida los principios sentados por los partidarios del naturalismo> (1)

2. Refutación del liberalismo

La palabra liberalismo tiene diversos significados:

1.  Llámase liberalismo, en oposición al conservadurismo, a los partidos políticos y a los sistemas económicos favorables a la libertad comercial, industrial o civil.

2.  Llámase también liberalismo, con relación al absolutismo, a los sistemas de gobierno en que el poder del soberano está limitado por una Constitución.

Nos es imposible hacer una enumeración completa de lo que, con razón o sin ella, se titula liberalismo. Lo que nos importa conocer es el liberalismo condenado por la Iglesia.

EL LIBERALISMO es una doctrina moral que consiste en excluir del gobierno civil toda influencia religiosa, particularmente la de la verdadera religión, de la Iglesia católica.

Es la independencia absoluta del Estado con relación a la Iglesia, en el sentido de la opresión de la segunda por el primero.

Es la separación de la Iglesia y del Estado. El principio liberal puede enunciarse también de esta manera: El hombre, en todo lo que es legislación y administración civil, debe prescindir por completo de la Iglesia y de Jesucristo.

El liberalismo contemporáneo tiene tres grados principales:

1.  El liberalismo radical o absoluto quiere la supremacía del Estado y la opresión de la Iglesia.

2.  El liberalismo moderado quiere la separación completa de la Iglesia y del Estado.

3.  El liberalismo católico admite esta separación, no como principio, sino como método práctico.

3. Liberalismo absoluto

1. El liberalismo absoluto no es más que el NATURALISMO o el LIBREPENSAMIENTO. Rechaza el orden sobrenatural y toda religión positiva. Considera la revelación divina, la intervención directa de Dios en nuestros destinos, como un atentado a la dignidad y a la razón humanas. No admite más que el orden natural: para él, Dios no existe, o, si existe, no se cuida del mundo- El hombre puede, con las solas fuerzas de la naturaleza, conocer toda la verdad. La razón le basta: ella es el único árbitro de lo verdadero y de los falso, del bien y del mal; ella es la ley de sí misma, conduce al hombre a su fin, con tanta seguridad como el instinto conduce al bruto al suyo. Tal es la doctrina del liberalismo.

El liberalismo aplica estos principios al orden social. Si el individuo es, en realidad, independiente de Dios y de la religión, el hombre colectivo debe serlo igualmente, y las leyes civiles, como las ciencias, deben sustraerse a toda regla religiosa. Los hombres, por la naturaleza, nacen libres, y por el contrato social crean la sociedad. El Estado, representación y personificación de todas las voluntades individuales, esta investido de la omnipotencia. El Estado no reconoce derecho alguno que esté obligado a respetar, ni derecho natural, ni derecho positivo divino, ni derecho eclesiástico: todas sus decisiones, cualesquiera que sean, obligan de suyo: la ley civil crea el derecho.

La razón humana era, antes del pacto social, absolutamente libre y autónoma en el individuo. Ella conserva en la colectividad, con el nombre de Estado, la misma independencia, la misma autonomía: es el Estado que se substituye a Dios: es el Estado-Dios. Los autores más modernos designan este sistema con el nombre de estadolatría, la adoración del Estado. Es el paganismo con todos sus horrores.

Este sistema, pues, es un varadero ateísmo práctico y social. Es la negación social de Dios y de su ley, negación que se encubre con el nombre equívoco de secularización o de laicismo y que se aplica a todos los elementos de la organización social. El Estado debe ser esencialmente laico, es decir, ateo. Hay que substraer de la influencia de la religión las escuelas, la beneficencia, la legislación y hasta la misma familia. Es la secularización o laicización universal (2)

El liberalismo es, pues, un crimen contra Dios, cuyo dominio, derechos y aún existencia, niega; un crimen contra la sociedad, cuyos fundamentos socava; un crimen contra los individuos, a los que torna a la antigua esclavitud (3)

Objeciones: 1. La Iglesia está en el Estado; luego el Estado tiene el derecho de gobernar a la Iglesia.

R. Habría que decir, con mayor propiedad, que el Estado está en la Iglesia, porque ella salva todas las fronteras, y todas las naciones están en la Iglesia como las partes en el todo. O, si se quiere, la Iglesia está en el Estado, como el alma está en el cuerpo, con una vida superior e independiente del cuerpo en sus funciones propias.

2. El Estado se encuentra cohibido por la Iglesia, si no tiene acción sobre ella y no puede imponerle sus leyes.

R. ¿Acaso la acción de Constantino, de Carlomagno, de san Luis, de san Esteban estuvo cohibida por la iglesia?…

Es indudable que si el Estado permite que se conculquen los derechos de la justicia encontrará a la Iglesia en su camino, y esto podrá contrariarle. Pero, ¿de quién es la culpa? La injusticia ¿es acaso un derecho? ¿Por ventura los jefes de Estado no están, como sus súbditos, obligados a obedecer las leyes de Dios? Si la Iglesia debe al César lo que es del César, y el César debe a Dios lo que es de Dios, y es la Iglesia la encargada de recordarle sus deberes, como se los recuerda a los súbditos.

4. Liberalismo moderado

II. El liberalismo moderado deja a los individuos la libertad de ser cristianos en la vida privada, pero no en la vida pública. Afirma que el Estado no debe tener en cuenta a la Iglesia, y que es independiente de toda autoridad sobrenatural.

<De acuerdo con este sistema, dice León XIII, las leyes divinas deben regular la vida y conducta de los particulares, pero no la de los Estados. Es permitido en los negocios públicos apartarse de las órdenes de Dios y legislar sin tener en cuanta a Dios. De ahí nace esta consecuencia perniciosa: la separación de la Iglesia y del Estado>

Para este liberalismo, la Iglesia y el Estado formas dos sociedades extrañas y separadas una de la otra. Muchos liberales quieren que la Iglesia sea libre, pero la mayoría no reconoce ala Iglesia los derechos propios de una sociedad perfecta e independiente. La miran como una sociedad espiritual restringida al dominio único de la conciencia, y que exteriormente no puede gozar de verdadera autoridad legislativa, judicial y represiva. Es la negación del reinado social de Jesucristo y de los derechos de la Iglesia.

REFUTACIÓN DE ESTE LIBERALISMO. 1. Es contrario a los derechos de Dios, porque la sociedad, lo mismo que el individuo, no puede sacudir la obligación que el Criador le ha impuesto de practicar la verdadera religión.

2. Es contrario a los derechos de Jesucristo, porque es la negación del reinado social de Cristo, a quien el Padre dio todas las naciones en herencia.

3. Es contrario a los derechos de la Iglesia, cuyo imperio se extiende no solamente sobre los individuos, sino también sobre los pueblos y sus jefes… Estos últimos tienen la obligación de reconocer la autoridad espiritual de la Iglesia y le deben ayuda y protección para el desempeño de su misión. Tal es el plan de Dios, y es un crimen ir contra él.

4. Es contrario a los derechos de los súbditos, porque si el Estado está directamente encargado de velar por los intereses materiales de sus súbditos, debe también proteger sus derechos y sus intereses religiosos para ayudarlos a alcanzar su último fin.

5. Es desastroso para la sociedad, porque propende a la destrucción de la religión y del sentimiento religioso de los pueblos, mediante la igualdad de los cultos. Pues bien, una sociedad sin religión es una sociedad sin buenas costumbres, sin principios de justicia, entregada al capricho del más fuerte, a las malas pasiones, a todos los desórdenes y a todas las revoluciones.

5. Liberalismo católico

III. El liberalismo católico, que, con más propiedad puede llamarse liberalismo práctico, admite, en principio, la subordinación del Estado a la Iglesia, pero en la práctica prefiere la SEPARACIÖN con la mutua independencia de ambos poderes. No reclama, pues, la separación de la Iglesia y del Estado como principio, sino como una determinación de prudencia, aconsejada por lo intereses de la religión. Los católicos liberales invitan a la Iglesia a aceptar las libertades modernas, porque, dicen ellos, la verdad es suficientemente fuerte de suyo para triunfar del error. Este liberalismo tiene por divisa la famosa fórmula: La Iglesia libre en el Estado libre.

REFUTACIÓN DEL LIBERALISMO CATÓLICO. La subordinación del orden natural al orden sobrenatural, del Estado a la Iglesia, es una verdad práctica que impone deberes destinados a regular los actos del hombre, y no está permitido substraerse a las obligaciones que Dios impone. El deber ante todo.

Por otra parte, la sabiduría de Dios no quedaría bien parada si hubiera hecho una ley cuya aplicación fuera más nociva que útil a la religión y a los intereses espirituales de la humanidad.

Finalmente, la separación ni es ventajosa para la Iglesia ni para el Estado: la historia lo prueba, y el siglo XX (principios) tiene de ello una triste experiencia. Con toda razón, por consiguiente, este liberalismo ha sido condenado por Pío IX en el Syllabus y por León XIII en la Encíclica Libertas.

Combatiendo al liberalismo, la Iglesia se muestra verdadera protectora de la sociedad y de los pueblos.

N. B. – Este error ha dado existencia a una moral muy cómoda: la del hombre doble.

En su hogar, el hombre doble pretende ser cristiano, pero en público ignora si existe Cristo. Como feligrés, saluda cortésmente a su cura; como consejero municipal, expulsa de las escuelas a los religiosos y al crucifijo. El viernes, su esposa sirve manjares de vigilia; en casa de un amigo come carne. Cumple el precepto pascual, pero sigue abonado al diario malo.

Padrino, reza su CREDO sin tropezar; elector, vota por un francmasón o por un hombre sin religión, etc.

El hombre doble ha existido siempre; lo que es nuevo es la doctrina que pretende justificarlo. Antes se le despreciaba como a cobarde e hipócrita; hoy se le pondera como a hombre hábil. Tales son los frutos del liberalismo.

Pero el hombre doble no es cristiano, ni siquiera es honrado. El hombre honrado no tiene más que una conciencia.

El cristiano, en su hogar es cristiano; en público, es cristiano; profesor, es cristiano; concejal, es cristiano; diputado, es cristiano; abogado, médico, notario, es cristiano. Nunca llamará extranjero al Papa, Vicario de Jesucristo; no aceptará nunca un duelo; no alabará el divorcio, no figurará en un entierro civil. Jamás sus actos y palabras estarán en contradicción con el evangelio; y si comete una falta, se humillará y la confesará.

6. La Iglesia y las libertades modernas

c) La Iglesia y las libertades modernas

El liberalismo es padre y fautor de las pretendidas libertades modernas, que proclama como grandes e inmortales conquistas de nuestro siglo (s. XX) Por desgracia, confunde la libertad con la licencia, Por eso creemos necesario dar una verdadera noción de la libertad; así será más fácil, después, refutar los errores que se esconden bajo el nombre de libertades modernas.

La libertad, en general, es el poder que posee la voluntad para determinarse a sí misma, para querer o no querer, para querer una cosa u otra.

Vamos a considerar la libertad en su naturaleza íntima y en su objeto.

1. Tres obstáculos pueden entorpecer el ejercicio de la voluntad: 1. una causa intrínseca física; 3. una causa extrínseca moral. De donde, por oposición, nacen tres clases de libertad.

1.  La libertad natural o libre albedrío es, para la voluntad, el poder intrínseco de determinarse espontáneamente, de elegir una cosa con preferencia a otra, sin ser forzado por las inclinaciones de la naturaleza. El libre albedrío es la condición y la razón de ser de todas las otras libertades. Esta libertad del fuero interno existe, aún en el fondo de una mazmorra, aunque la libertad exterior esté en parte suprimida. Se puede obligar al cuerpo, pero no a la voluntad. Dios mismo la respeta: ayuda al hombre, pero no le fuerza. El libre albedrío es el principio del mérito o demérito de nuestros actos. En la vida presente, el hombre posee la libertad de elegir entre el bien y el mal; sin embargo, lo que constituye la esencia de la libertad es el poder de determinarse por sí mismo, y no el poder de elegir lo malo. Dios es libre y no puede elegir más de lo bueno. El poder de hacer el mal es una imperfección, como lo es para el cuerpo la posibilidad de estar enfermo, y para la inteligencia la posibilidad de engañarse. Lo que constituye la nobleza del hombre es el poder obrar libremente el bien.

2.  La libertad física o corporal es la exención de todo constreñimiento o violencia exterior que fuerce al hombre, o le impida obrar a su gusto. Esta libertad es la plena y entera disposición de su cuerpo y de sus órganos: el prisionero y el paralítico no gozan de esta libertad.

3. La libertad moral es el poder y el derecho de hacer lo que no es contrario ni a la ley natural ni a la ley positiva. Toda ley justa es una necesidad moral que encadena la voluntad por las órdenes o prohibiciones que impone. De hecho, la libertad no es la independencia; sólo Dios es independiente. El hombre es libre, pero debe someterse a Dios y a todo poder que emane de Él. Debe conformar sus actos a la ley moral, so pena de apartarse de su último fin.

Luego no debemos confundir la libertad física con la libertad moral, el poder con el derecho. Criatura dependiente, debo ajustarme a la ley natural y a la voluntad de mi Criador.

2. También se distinguen, por el objeto, varias clases de libertad:

1.  La libertad religiosa consiste en la facultad de poder cumplir, sin trabas, todos nuestros deberes para con Dios. Es la verdadera libertad de conciencia que los mártires han sellado con su sangre.

2.  La libertad civil o social es el derecho de ejercer todos los derechos inherentes a la naturaleza del hombre, sin verse cohibido en ellos por el poder o por sus conciudadanos. Incluye la libertad de la persona y de sus actos, el derecho de poseer, de testar, de fundar y gobernar su familia, de asociarse con un fin honesto, etc.

3.  La libertad política es la facultad de intervenir en el gobierno de su país. Comprende los derechos y poderes conferidos a los ciudadanos por la constitución del Estado.

En virtud de esta libertad, los ciudadanos de una nación tienen el derecho de nombrar por voto a sus representantes; de elegir la forma de gobierno que mejor les convenga, y de fiscalizar y discutir los actos de ese gobierno.

La Iglesia no condena esta libertad; enseña que el poder viene de Dios, pero que pertenece a los hombres designar los representantes. Acepta todas las formas de gobierno, con tal que los derechos sagrados de la religión sean respetados.

La Iglesia es la primera en imponer a los ciudadanos, como un deber de conciencia, el ejercer sus derechos de electores; pero les advierte que serán responsables ante Dios del voto depositado en la urna. De este voto dependen la suerte del país, el porvenir de los niños, la paz pública, la buena administración de los negocios del Estado, el libre ejercicio de la religión.

Las precedentes libertades, aprobadas y definidas por la Iglesia, son vejadas por los Estados liberales, que propenden a absorber, en una centralización universal, los más sagrados derechos de los de los individuos, de las familias, de los municipios y de las sociedades particulares.

Para los liberales la palabra libertas es sinónimo de independencia absoluta, especialmente en sus relaciones con Dios y con la religión. <Según estos incrédulos, no hay, en la práctica de la vida, ningún poder divino al cual haya obligación de obedecer, sino que cada cual es ley de sí mismo> (León XIII.)

El error del liberalismo está fundado en la confusión del poder y del derecho; confunde el poder, que es la libertad física, con el derecho, que constituye la libertad moral. Si el hombre fuera independiente de su Criador y de sus leyes divinas, tendría derecho para pensarlo todo, para hacerlo todo, para escribirlo todo; en este caso las libertades modernas serían legítimas, Pero no es así.

Las principales libertades modernas son:

a)   La libertad de conciencia;

b)  La libertad de cultos;

c)   La libertad de la palabra y de la prensa.

a)  Según los liberales, la libertad de conciencia es para cada cual el derecho de pensar y obrar a su antojo en todo lo que se relaciona con Dios y con la religión: es el LIBREPENSAMIENTO.

Esta libertad de conciencia supone, o bien que no hay ley para la dirección de la conciencia, o bien que el hombre tiene derecho para no ajustarse a ella. Estas afirmaciones son absurdas, porque la primera se funda en la negación del orden moral; la segunda se resuelve en el derecho al error y al mal. Pero nadie puede negar la ley moral ni admitir para el hombre el derecho de engañarse y de hacer el mal; luego la libertad de conciencia no es más que una locura, y el papa Pío IX tenía razón cuando la llamaba un delirio del hombre y una libertad de perdición (4)

b)  Según los liberales, la libertad de cultos es para el INDIVIDUO el derecho de abrazar y propagar la religión que más le agrade, verdadera o falsa, o de no profesar ninguna.

Es para el ESTADO el derecho de no rendir a Dios ningún culto social.

De aquí que los liberales atribuyan el Estado la obligación de proteger igualmente a todas las religiones.

Esta libertad de cultos es mala:

1.                  Porque niega la dependencia del individuo y de la sociedad con relación a Dios, lo que es absurdo.

2.                  Niega la existencia de la religión positiva y sobrenatural. Pero es un hecho histórico que Dios ha hablado e impuesto al hombre un culto determinado; que ha establecido una Iglesia con el poder de enseñar la verdadera religión.

Por consiguiente, el único culto que se puede aprobar es el culto sancionado por la Iglesia e impuesto por Dios. Los racionalistas pueden negar estas verdades, pero no podrán nunca destruirlas, como no podrán nunca eclipsar la luz del sol.

c)  La libertad de la palabra y de la prensa es el pretendido derecho que cada cual tiene de decir y publicar todo lo que le agrade, bueno o malo. Esta falsa libertad es contraria a la ley natural, que no permite igualar el error con la verdad, el bien con el mal.

Pervierte la inteligencia, porque pocos hombres tienen la facultad de dedicarse al estudio y distinguir un razonamiento de un sofisma.

Corrompe el corazón, porque los hombres se sienten inclinados a aceptar fácilmente las teorías que favorecen o halagan sus pasiones.

La libertad de la prensa, concedida a los enemigos de la religión, la moral y el orden público, es un azote terrible para la sociedad. El diario es un maestro cuya tiranía fatalmente sufre el lector; es un abogado poco leal, que seduce al pueblo con la mentira y la calumnia. La autoridad tiene el deber de no abandonar al pueblo a merced de hábiles embusteros.

Conclusión: La tesis y la hipótesis.

1.  Las libertades modernas son, por consiguiente, malas en sí mismas y funestas en sus resultados. Son un atentado contra el derecho de la verdad y del bien, un veneno para la inteligencia y la voluntad, un peligro para la existencia misma de la sociedad. Los anarquistas de todos los países no hacen más que poner e práctica los principios del liberalismo.

2.  Estas libertades modernas, condenadas por la Iglesia, son, pues, malas; tal es el principio, tal es la tesis. Pero hay circunstancias de tiempo o de lugar que permiten, en conciencia, tolerar, conservar y hasta defender estas libertades: tal puede ser la aplicación del principio, tal es la hipótesis.

Esta distinción del principio y de su aplicación es muy común en la vida práctica. Así, por ejemplo, corregir a un niño es el deber del padre: tal es la tesis. Corregirlo en tal momento puede ser una imprudencia: tal es la hipótesis, Los alimentos son necesarios para la vida: es la tesis; pudieran ser un veneno para el enfermo: es la hipótesis. La verdad posee derechos imprescindibles, pero pudiera ser imprudente el reclamar siempre su riguroso ejercicio.

3.  El papa León XIII (Encíclica Libertas) admite esta distinción entre la tesis y la hipótesis, y permite tolerar las libertades modernas.

Es indudable que entre los males hay que elegir el menor, y que uno puede legítimamente tolerar un mal menor para evitar uno mayor. En una nación donde estas libertades están escritas en la Constitución y has pasado a la vida práctica, querer abolirlas sería exponer al Estado a peligros temibles. Hay que recordar que podría ser fatal aplicar a un enfermo el régimen de los sanos. Por consiguiente, la tolerancia del mal es, a veces, necesaria.

7. Conclusiones prácticas

CONCLUSIONES PRÁCTICAS – I. Deberes de los gobernantes. 1. En un país exclusivamente católico, el gobierno debe proteger la religión y mantener entre sus súbditos la unidad de fe, que es el fundamento de la unidad social. Debe, pues, proceder contra los perturbadores que intenten introducir el cisma o la herejía.

2. En un país donde el Catolicismo tiene que convivir con sectas disidentes, el gobierno debe favorecer la religión católica; pero puede, en vista de un mayor bien, o por evitar un mayor mal, tolerar la existencia de los falsos cultos, con tal que éstos sean inofensivos.

Es lo que se llama tolerancia civil.

3. Ni el los países infieles, ni menos en los países herejes, la autoridad civil tiene derecho de impedir que la religión católica se propague por medio de la persuasión.

<Los infieles que resisten a la Iglesia y aquellos que proscriben la predicación del Evangelio, no cometen culpa alguna mientras de buena fe estén convencidos de la verdad de su culto y se crean obligados a defenderlo. Pero se hacen culpables desde el momento mismo en que, surgiendo la duda, en vez de tratar sinceramente de resolverla, continúan en su resistencia, cerrando obstinadamente los ojos a la luz de la verdad que les es ofrecida> (RUTTEN.)

II. Deberes de los católicos – 1. Si tienen la dicha de vivir en un país donde la Iglesia católica es la religión del Estado, con exclusión de los falsos cultos, debe mantener esta situación como la mejor de todas; no deben aceptar sino leyes católicas. En una casa donde reine la pureza de las costumbres, se tiene gran cuidado de cerrar la puerta a los hombres perversos.

2. Si los católicos son gran mayoría, su religión debe ser la favorecida; si no lo es, si todos lo cultos reconocidos gozan de igual consideración ante la ley, como en Francia desde 1830, los católicos se sujetarán a las necesidades de los tiempos en que viven. Pero se guardarán muy bien de pensar ni decir que semejante situación es la mejor; proclamarán francamente los verdaderos principios, la verdad integral, y no descuidarán nada que pueda contribuir a mejorar esta situación por medios legales. Es para ellos un deber estricto el elegir para senadores y diputados a verdaderos católicos.

3. Bajo el poder de un gobierno en que la religión verdadera esté oprimida, los católicos deben reclamar la libertad y preferir la libertad de cultos a la persecución: es un mal menor.

Todas estas conclusiones están fundadas en el principio de que sólo la verdad tiene derechos y el error no los tiene. Una sociedad será tanto más perfecta cuanto mayor libertad deje al bien y cuanto mas restrinja, dentro de los límites de lo posible, la libertad del mal.

Notas:

(1)        León XIII, encíclica Libertas.

(2)        Véase BENOIT, Los errores modernos.

(3)        Nunca se insistirá demasiado en que la religión es la base de la sociedad. <Si no se cree que Dios es el Criador del hombre y de la sociedad, el Autor de las relaciones entre los diversos seres; si no se cree que es la Providencia la que lo conserva todo con su poder y lo gobierna todo con su sabiduría; si no se cree que Él es el Señor absoluto, con derecho para ordenar al hombre, criatura libre, la observancia de las leyes de la creación y del orden moral; si no se cree que toda legislación debe tener por fuente a Dios, principio eterno, es imposible constituir sociedad alguna.

<Fuera de estos dogmas fundamentales de la religión, todos los hombres son independientes unos de otros. Éste es el principio fundamental de la filosofía incrédula; por eso ella es incapaz de dar razón de las leyes fundamentales del ser social. Una vez admitido este principio de independencia, no hay nada que pueda hacer desaparecer la igualdad original de los hombres. Bien pueden acudir, con Hobbes y Rousseau, al contrato social; este contrato, sin base moral, sin principio de autoridad, carecerá siempre de valor. Yo no reconozco en nadie el derecho de mandarme, si no ha recibido de Dios la autoridad necesaria> (Extracto de MOULART.)

(4) Véase LIBERATORE, La Iglesia y el Estado
 
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