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historia Santa Misa Tridentina

LA MISA TRIDENTINA O LITURGIA DE SAN PÍO V


LA MISA TRIDENTINA O LITURGIA DE SAN PÍO V


   La Misa Tridentina es el rito de la Misa fijado por el Papa Pío V a solicitud del Concilio de Trento y promulgado el 5 de diciembre de 1570. Este Misal contiene el antiguo rito Romano, del que fueron eliminados varios agregados y alteraciones. Cuando se la promulgó, se preservaron otros ritos que habían existido por lo menos durante 200 años. Por lo tanto, es más correcto llamar a este Misal la liturgia del Papa San Pío V.

FE Y LITURGIA
EL SACRIFICIO DE LA MISA, CENTRO DE LA LITURGIA CATÓLICA


   Desde el comienzo mismo de la Iglesia, la fe y la liturgia han estado íntimamente conectadas. Una clara prueba de esto puede hallarse en el propio Concilio de Trento. Este Concilio declaró solemnemente que el sacrificio de la Misa es el centro de la liturgia Católica, en oposición a la herejía de Martín Lutero, quien negaba que la Misa fuese un sacrificio. Sabemos, a partir de la historia del desarrollo de la Fe, que esta doctrina ha sido fijada con autoridad por el Magisterio en la enseñanza de papas y concilios. También sabemos que en la totalidad de la Iglesia, y especialmente en las iglesias orientales, la Fe fue el factor más importante para el desarrollo y la formación de la liturgia, particularmente en el caso de la Misa. Existen argumentos convincentes en este sentido desde los primeros siglos de la Iglesia. El Papa Celestino I escribió a los obispos de la Galia en el año 422: Legem credendi, lex statuit supplicandi; lo que en adelante se expresó comúnmente por la frase lex orandi, lex credendi (la ley de la oración es la ley de la fe). Las iglesias ortodoxas conservaron la Fe a través de la liturgia. Esto es muy importante porque en la última carta que escribió el Papa hace siete días dijo que la Iglesia Latina debe aprender de las iglesias de Oriente, especialmente sobre la liturgia...

DECLARACIONES CONCILIARES:
DOCTRINALES Y DISCIPLINARIAS


   Un tema a menudo descuidado lo constituye los dos tipos de declaraciones y decisiones conciliares: las doctrinales (teológicas) y las disciplinarias . En la mayoría de los concilios hemos tenido ambas, doctrinales y disciplinarias.

   En algunos concilios no ha habido declaraciones o decisiones disciplinarias; y a la inversa, ha habido algunos concilios sin declaraciones doctrinales, con declaraciones solamente disciplinarias. Muchos de los concilios de Oriente después del de Nicea trataron sólo cuestiones de fe.


   El Segundo Concilio de Tolón, del año 691, fue un concilio estrictamente oriental, para declaraciones y decisiones exclusivamente disciplinarias, porque las iglesias de Oriente habían sido dejadas de lado en los concilios precedentes. Esto actualizó la disciplina para las iglesias orientales, especialmente para la de Constantinopla.

   Esto es importante porque en el Concilio de Trento tenemos claramente ambas : capítulos y cánones que pertenecen exclusivamente a la fe y, en casi todas las sesiones, después de los capítulos teológicos y cánones, cuestiones disciplinarias. La diferencia es importante. En todos los cánones teológicos tenemos la declaración de que cualquiera que se oponga a las decisiones del Concilio queda excluido de la comunidad: anatema sit .


   Pero el Concilio nunca declara anatema por razones puramente disciplinarias; las sanciones del Concilio son sólo para las declaraciones doctrinales .

EL CONCILIO DE TRENTO Y LA MISA


   Todo esto es importante para nuestras reflexiones actuales. Ya hemos señalado la conexión entre fe y oración (liturgia) y especialmente entre fe y la forma más elevada de la liturgia, el culto común. Esta conexión tiene su expresión clásica en el Concilio de Trento, que trató el tópico en tres sesiones: la decimotercera de octubre de 1551, la vigésima de julio de 1562 y, especialmente, la vigésimo segunda en septiembre de 1562, que produjo los capítulos y cánones dogmáticos del Santo Sacrificio de la Misa.

   Existe, además, un decreto especial concerniente a aquellas cuestiones que deben ser observadas y evitadas en la celebración de la Misa. Esta es una declaración clásica y fundamental, autorizada y oficial, del pensamiento de la Iglesia sobre el tema.


   El decreto considera primero la naturaleza de la Misa. Martín Lutero había negado de forma clara y pública su misma naturaleza declarando que la Misa no era un sacrificio. Es verdad que, para no perturbar al fiel común, los reformadores no eliminaron inmediatamente aquellas partes de la Misa que reflejaban la verdadera Fe y que se oponían a sus nuevas doctrinas. Por ejemplo, mantuvieron la elevación de la Hostia entre el Sanctus y el Benedictus.

   Para Lutero y sus seguidores, el culto consistía principalmente en la prédica como medio de instrucción y edificación, mezclado con oraciones e himnos. Recibir la Santa Comunión era sólo un episodio secundario. Lutero todavía mantenía la presencia de Cristo en el pan en el momento de su recepción, pero negaba firmemente el Sacrificio de la Misa. Para él el altar nunca podía ser un lugar de sacrificio. A partir de esta negación, podemos entender los errores consiguientes en la liturgia protestante, que es completamente diferente de la de la Iglesia Católica. También podemos entender por qué el Concilio de Trento definió aquella parte de la Fe Católica que concierne a la naturaleza del Sacrificio Eucarístico: es una fuerza salvadora real . En el sacrificio de Jesucristo el sacerdote substituye a Cristo mismo . Como resultado de su ordenación él es un verdadero alter Christus . Mediante la Consagración, el pan se transforma en el Cuerpo de Cristo y el vino en Su Sangre. Esta realización de Su sacrificio es la adoración de Dios.


   El Concilio especifica que éste no es un nuevo sacrificio independiente del sacrificio único de Cristo sino el mismo sacrificio, en el que Cristo se hace presente en forma incruenta, de manera tal que Su Cuerpo y Su Sangre están presentes en substancia permaneciendo bajo la apariencia de pan y vino. Por lo tanto, no existe un nuevo mérito sacrificial; más bien, el fruto infinito del sacrificio cruento de la Cruz es efectuado o realizado por Jesucristo constantemente en la Misa.

   De esto se deriva que la acción del sacrificio consiste en la Consagración. El Ofertorio (por el cual el pan y el vino se preparan para la Consagración) y la Comunión son partes constitutivas de la Misa, pero no son esenciales. La parte esencial es la Consagración, por la cual el sacerdote, in persona Christi y de la misma manera, pronuncia las palabras consagratorias de Cristo.


   De esta manera, la Misa no es y no puede ser la simple celebración de la Comunión, ni una simple persona la que represente a Cristo y, del mismo modo, pronuncie las palabras de consagración de Cristo.

   En consecuencia, la Misa no es y no puede consistir simplemente en una celebración de Comunión, o en un simple recuerdo o memorial del sacrificio de la Cruz, sino en hacer verdadero y presente este mismo sacrificio de la Cruz .


   Razón por la cual podemos entender que la Misa es una renovación efectiva del sacrificio de la Cruz. Es esencialmente una adoración a Dios, ofrecida sólo a Él. Esta adoración incluye otros elementos: alabanza, acción de gracias por todas las gracias recibidas, dolor por los pecados cometidos, petición de las gracias necesarias. Naturalmente, la Misa puede ser ofrecida por una o por todas estas distintas intenciones. Todas estas doctrinas fueron establecidas y promulgadas en los capítulos y cánones de la Sesión 22ª del Concilio de Trento.

ANATEMAS DEL CONCILIO DE TRENTO


   De esta naturaleza teológica fundamental de la Misa derivan varias consecuencias. En primer lugar, el Canon Missae.

   En la liturgia Romana, siempre ha habido un único Canon, introducido por la Iglesia hace varios siglos. El Concilio de Trento estableció expresamente en el capítulo 4, que este canon está libre de error, que no contiene nada que no sea pleno de santidad y de piedad y nada que no eleve a los fieles a Dios. Está compuesto sobre la base de las palabras de Nuestro Señor mismo, la tradición de los apóstoles y las normas de los papas santos. El canon 6 del capítulo 4 amenaza con la excomunión a aquellos que sostengan que el Canon Missae contiene errores y por lo tanto, deba ser abolido.


   En el Capítulo 5 el Concilio estableció que la naturaleza humana requiere de signos exteriores para elevar el espíritu a las cosas divinas. Por tal razón, la Iglesia ha introducido ciertos ritos y signos: la oración silenciosa o hablada, las bendiciones, las velas, el incienso, las vestiduras, etc. Muchos de estos signos tienen su origen en prescripciones apostólicas o en la tradición.

   A través de estos signos visibles de fe y piedad se acentúa la naturaleza del sacrificio. Los signos fortalecen y estimulan a los fieles a meditar sobre los elementos divinos contenidos en el sacrificio de la Misa. Para proteger esta doctrina, el Canon 7 amenaza con la excomunión a aquel que considere que estos signos exteriores inducen a la impiedad y no a la piedad. Esto es un ejemplo de lo que traté más arriba: esta clase de declaración, con el canon de sanciones, tiene mayormente un significado teológico y no solamente un sentido disciplinario.


   En el Capítulo 6 el Concilio destaca el deseo de la Iglesia de que todos los fieles presentes en la Misa reciban la Santa Comunión, pero establece que si sólo el sacerdote que celebra la Misa recibe la Santa Comunión esta Misa no debe ser denominada privada y, por ello, criticada o prohibida. En este caso, los fieles reciben la Comunión espiritualmente y, además, todos los sacrificios ofrecidos por el sacerdote como ministro público de la iglesia se ofrecen por todos los miembros del Cuerpo Místico de Cristo. En consecuencia, el Canon 8 amenaza con excomunión a todos aquellos que digan que tales Misas son ilícitas y por lo tanto deben ser prohibidas (otra aseveración teológica).

TRENTO Y EL LATÍN. EL SILENCIO


   El Capítulo 8 está dedicado al lenguaje particular del culto en la Misa. Se sabe que en el culto de todas las religiones se emplea un lenguaje sagrado. Durante los primeros tres siglos de la Iglesia Católica Romana, el idioma era el griego, que era la lengua más comúnmente empleada en el mundo latino. A partir del siglo IV el latín se transformó en el idioma común del Imperio Romano. El latín permaneció durante siglos en la Iglesia Católica Romana como la lengua para el culto. Muy naturalmente, el latín era también el idioma del rito Romano en su acto fundamental del culto: la Misa. Así permaneció incluso después de que el latín fuera reemplazado por el lenguaje vivo de las distintas lenguas romances.

   Y llegamos a la cuestión: ¿por qué el latín y no otra alternativa? Respondemos: la Divina Providencia establece aun las cuestiones secundarias. Por ejemplo, Palestina (Jerusalén) es el lugar de la Redención de Jesucristo. Roma es el centro de la Iglesia. Pedro no nació en Roma, él fue a Roma. ¿Por qué? Porque era el centro del entonces Imperio Romano, es decir, del mundo. Este es el fundamento práctico de la propagación de la Fe por el Imperio Romano, sólo una cuestión humana, una cuestión histórica, pero en la que ciertamente participa la Divina Providencia .


   Un proceso semejante puede verse incluso en otras religiones. Para los musulmanes , la vieja lengua árabe está muerta y, no obstante, sigue siendo el lenguaje de su liturgia, de su culto. Para los hindúes , lo es el sánscrito .

   Debido a su obligada conexión con lo sobrenatural, el culto naturalmente requiere su propio lenguaje religioso, que no debe ser uno "vulgar".


   Los padres del Concilio sabían muy bien que la mayoría de los fieles que asistían a la Misa ni entendían el latín ni podían leer traducciones. Generalmente eran analfabetos. Los padres también sabían que la Misa contiene una parte de enseñanza para los fieles.

   No obstante, ellos no coincidieron con la opinión de los protestantes de que era necesario celebrar la Misa sólo en la lengua vernácula. Para instruir a los fieles, el Concilio ordenó que la vieja costumbre del cuidado de las almas mediante la explicación del misterio central de la Misa, aprobada por la Santa Iglesia Romana, madre y maestra de todas las iglesias, se mantuviera en todo el mundo.


   El Canon 9 amenaza con la excomunión a aquellos que afirmen que el lenguaje de la Misa debe ser sólo en la lengua vernácula . Es notable que tanto en el capítulo como en el canon del Concilio de Trento se rechaza sólo la exclusividad del lenguaje "vulgar" en los ritos sagrados. Por otro lado, debe tenerse en cuenta una vez más que estas distintas normativas conciliares no tienen sólo carácter disciplinario. Se basan en fundamentos doctrinales y teológicos que involucran la Fe misma.

   Las razones de esta preocupación pueden verse, primeramente, en la reverencia debida al misterio de la Misa. El decreto siguiente sobre lo que debe observarse y evitarse en la celebración de la Misa establece: "La irreverencia no puede separarse de la impiedad". La irreverencia siempre implica impiedad . Además, el Concilio deseó salvaguardar las ideas expresadas en la Misa, y la precisión de la lengua latina protege el contenido contra malentendidos y posibles errores basados en la imprecisión lingüística.


   Por estas razones la Iglesia siempre ha defendido la lengua sagrada e incluso, en época más reciente, Pío XI declaró expresamente que esta lengua debía ser non vulgaris .

   Por estas mismas razones, el Canon 9 establece la excomunión de quienes afirmen que debe ser condenado el rito de la Iglesia Romana en el cual una parte del Canon y las palabras de consagración sean pronunciadas silenciosamente. Incluso el silencio tiene un trasfondo teológico .


LA VIDA Y EL EJEMPLO DE LOS MINISTROS DEL CULTO

   Finalmente, en el primer canon del decreto de la reforma, en la sesión vigésimo segunda del Concilio de Trento, hallamos otras normativas que tienen un carácter parcialmente disciplinario pero que también completan la parte doctrinaria, puesto que nada es más adecuado para orientar a los participantes del culto a una comprensión más profunda del misterio, que la vida y el ejemplo de los ministros del culto. Estos ministros deben modelar sus vidas y conducta en torno a este fin, que debe reflejarse en su vestimenta, su compostura, su lenguaje . En todos estos aspectos deben verse dignificados, humildes y religiosos. También deben evitar incluso las faltas leves, puesto que en su caso éstas deberían considerarse graves. Los superiores deben exigir a los ministros sagrados vivir fundamentalmente de acuerdo a toda la tradición de comportamiento clerical apropiado.


LA MISA DE SAN PÍO V Y LA DE PABLO VI

El Cardenal Stickler celebrando la misa de siempre, el rito tridentino.

   Ahora podemos apreciar y entender mejor el trasfondo y el fundamento teológicos de las discusiones y normativas del Concilio de Trento respecto de la Misa como culminación de la sagrada liturgia. Es decir, el atractivo teológico de la Misa Tridentina se puede comprender por contraposición y como respuesta al grave desafío del Protestantismo, y no solamente en relación a este período especial de la historia sino como una pauta de referencia para la Iglesia y frente a la reforma litúrgica del Vaticano II.


   En primer lugar, tenemos que determinar aquí el significado correcto de esta última reforma, como lo hicimos en el caso de la Misa Tridentina, destacando la importancia de saber precisamente qué se entendía por la Misa del Papa San Pío V, que cumplía con los deseos de los padres del Concilio en Trento.

   Empero, debemos destacar que el nombre correcto que debe darse a la Misa del Concilio Vaticano II es el de Misa de la comisión litúrgica posconciliar. Una simple ojeada a la constitución litúrgica del Segundo Concilio Vaticano ilustra de inmediato que la voluntad del Concilio y la de la comisión litúrgica están a menudo en desacuerdo e incluso son evidentemente opuestas.


   Examinaremos brevemente las diferencias principales entre las dos reformas litúrgicas así como la forma en que podríamos definir su atractivo teológico.

   Primeramente, frente a la herejía protestante, la Misa de San Pío V enfatizaba la verdad central de la Misa como un sacrificio , basada en las discusiones teológicas y las normas específicas del Concilio. La Misa de Paulo VI (también llamada así porque la comisión litúrgica para la reforma después del Vaticano II trabajó bajo la responsabilidad última de ese Papa) enfatiza, más bien, la Comunión, con el resultado de que el sacrificio queda transformado en lo que podría denominarse una comida. La gran importancia dada a las lecturas y a la prédica en la nueva Misa, e incluso la facultad dada al sacerdote para agregar palabras personales y explicaciones , es otro reflejo de lo que podría denominarse una adaptación a la idea protestante del culto.


   El filósofo francés Jean Guitton dice que el Papa Paulo VI le reveló que había sido su intención (la del Papa) la de asimilar tanto como fuera posible la nueva liturgia católica al culto protestante.

   Dentro de esta misma línea podemos tratar de comprender la nueva posición del altar y del sacerdote. De acuerdo con los bien fundados estudios de Monseñor Klaus Gamber respecto de la posición del altar en las antiguas basílicas de Roma y otros lugares, el criterio para la anterior posición no era que debían mirar a la asamblea que rinde culto sino, más bien, mirar hacia el Este, que era el símbolo de Cristo como sol naciente a quien se debía rendir culto. La posición completamente nueva del altar y del sacerdote mirando a la asamblea, algo previamente prohibido, hoy expresa a la Misa como un encuentro comunitario.


   En segundo lugar, en la vieja liturgia el Canon es el centro de la Misa como sacrificio. De acuerdo con el testimonio del Concilio de Trento, el Canon reconstruye la tradición de los apóstoles y estaba substancialmente completo en la época de Gregorio el Grande, en el año 600.

   La Iglesia Romana nunca tuvo otros cánones . Incluso respecto del Mysterium fidei en la fórmula de la Consagración, tenemos evidencias desde Inocencio III, explícitamente, en la ceremonia de investidura del Arzobispo de Lyon. No sé si la mayoría de los reformadores de la liturgia conocen este hecho. Santo Tomás de Aquino, en un artículo especial, justifica este Mysterium fidei . Y el Concilio de Florencia confirmó explícitamente el Mysterium fidei en la fórmula de la Consagración.


   Ahora bien, este mysterium fidei fue eliminado de las palabras de la consagración originadas en la nueva liturgia. ¿Por qué? También se autorizan nuevos cánones. El segundo de ellos, que no menciona el carácter sacrificial de la Misa, por su mérito de ser el más breve prácticamente ha suplantado al antiguo Canon Romano en todas partes.

   De aquí que se haya perdido el profundo discernimiento teológico otorgado por el Concilio de Trento .


   El misterio del Sacrificio Divino es actualizado en cada rito, si bien de manera diferente. En el caso de la Misa Latina este misterio fue enfatizado por el Concilio Tridentino con la lectura silenciosa del Canon en Latín. Esto ha sido descartado en la nueva Misa por la proclamación del Canon en voz alta.

   Tercero, la reforma del Vaticano II destruyó o cambió el significado de gran parte del rico simbolismo de la liturgia (si bien se mantiene en los ritos orientales). La importancia de este simbolismo fue destacada por el Concilio de Trento ...


   Este hecho fue deplorado incluso por un psicoanalista ateo muy conocido, quien llamó al Segundo Concilio Vaticano el "Concilio de los tenedores de libros".


VULGARIZACIÓN DE LA MISA
EL LATÍN DEBE CONSERVARSE



   Hay un principio teológico completamente destruido por la reforma litúrgica pero confirmado tanto por el Concilio de Trento como por el Concilio Vaticano II, después de una larga y sobria discusión (yo asistí y puedo confirmar que las claras resoluciones del texto final de la Constitución del Concilio lo reafirmaban sustancialmente). El principio: el latín debe preservarse en el Rito Latino.

   Como en el concilio de Trento, también en el Vaticano II los padres del Concilio admitieron la lengua vernácula pero sólo como una excepción.


   Pero para la reforma de Paulo VI la excepción se tornó en la regla exclusiva . Las razones teológicas establecidas en ambos Concilios para mantener el latín en la Misa pueden verse ahora justificadas a la luz del uso exclusivo de la lengua vernácula introducida por la reforma litúrgica. La lengua vernácula a menudo ha vulgarizado la Misa misma, y la traducción del latín original ha resultado en errores y malentendidos doctrinales graves .

   Además, antes la lengua vernácula no estaba siquiera permitida para las personas iletradas o completamente diferentes entre sí. Ahora que los pueblos católicos de distintas tribus y naciones pueden emplear diferentes lenguas y dialectos en el culto, viviendo próximos en un mundo que se torna cada día más pequeño, esta Babel del culto común resulta en una pérdida de la unidad externa de la Iglesia Católica en todo el mundo, otrora unificada en una voz común.


   Además, en numerosas ocasiones, se ha vuelto causa de desunión interna incluso en la propia Misa, que debería ser el espíritu y el centro de la concordia interna y externa entre los católicos de todo el mundo. Tenemos muchos, pero muchos ejemplos, de este hecho de desunión causada por la lengua vulgar.

   Y otra consideración ... Antes, cada sacerdote podía decir en el mundo entero la Misa en Latín para todas las comunidades, y todos los sacerdotes podían entender el latín. Hoy, desafortunadamente, ningún sacerdote puede decir Misa para todos los pueblos del mundo. Debemos admitir que, sólo unas décadas después de la reforma de la lengua litúrgica, hemos perdido aquella posibilidad de orar y cantar juntos, aun en los grandes encuentros internacionales, como los Congresos Eucarísticos o, incluso, durante los encuentros con el Papa, el centro de la unidad de la Iglesia. Ya no podemos, actualmente, cantar ni rezar juntos.



La Iglesia Ha Dado al Mundo la Verdadera Civilización
Título: La Iglesia Ha Dado al Mundo la Verdadera Civilización
Autor: P. A. Hillaire
Fuente: La Religión Demostrada, 1920, pp. 454-464
Transcripción: Alejandro Villarreal de Biblia y Tradición, 2009

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Contenido:


    * SECCIÓN PRIMERA. BENEFICIOS DE LA IGLESIA EN EL ORDEN SOBRENATURAL
    * SECCIÓN SEGUNDA. BENEFICIOS DE LA IGLESIA EN EL ORDEN NATURAL.
          o 1º LA IGLESIA Y EL PROGRESO MATERIAL
          o 2º LA IGLESIA Y EL PROGRESO INTELECTUAL
          o 3ª LA IGLESIA Y EL PROGRESO MORAL

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SECCIÓN PRIMERA. BENEFICIOS DE LA IGLESIA EN EL ORDEN SOBRENATURAL




 


Jesucristo vino a la tierra a fin de que los hombres tengan vida y una vida más abundante (Juan, X, 10). Instituyó la Iglesia para que continuara su obra, para hacer participar a los hombres de los frutos de la Redención y conducirlos a la vida eterna.

La Iglesia no ha faltado a su misión divina. Por espacio de 19 siglos (1920) ha venido multiplicando sus esfuerzos y sus sacrificios para instruir, santificar y salvar las almas.


Enseña a los pueblos las más altas verdades acerca de Dios y del hombre, las reglas de la moral más pura. Hace que el orgulloso se humille, que el avaro sea generoso con los pobres, que el libertino renuncie sus placeres, que el vengativo perdone, que el usurero y el ladrón restituyan lo mal adquirido, etc.

Los hijos fieles de la Iglesia siguen la senda del paraíso y llegan infaliblemente a la felicidad eterna (véase BALMES, El protestantismo comparado con el catolicismo).


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SECCIÓN SEGUNDA. BENEFICIOS DE LA IGLESIA EN EL ORDEN NATURAL


Todo ser viviente está llamado a desenvolverse, a perfeccionarse para alcanzar su fin. Por eso los hombres y las sociedades tienen una propensión esencial y continua a acrecentar su bienestar, sus luces, su perfección. Cuando han llegado a un progreso conveniente, se les llama pueblos civilizados.

¿Que la civilización? En la vida presente, es el bienestar y la perfección, más o menos grande, del hombre, de la familia y de la sociedad. Esta civilización es más o menos adelantada, según que los individuos y los pueblos posean medios más numerosos y variados para alcanzar su último fin.


Llegase a la civilización por el progreso.

El progreso es una marcha hacia adelante, una ascensión de lo menos perfecto a lo más perfecto, un perfeccionamiento del ser.


El verdadero progreso es el perfeccionamiento del hombre entero, en su cuerpo y en su alma. Por consiguiente, la civilización comprende el progreso material, intelectual y moral.

El progreso material es el bienestar razonable del cuerpo, el mejoramiento de las condiciones de la vida.


El progreso intelectual consiste en la difusión de la verdad, de las ciencias y de las artes.

El progreso moral es la realización continua de la perfección del alma, por el alejamiento de los vicios y la práctica de las virtudes.


Así como el cuerpo debe estar subordinado al alma, así en la verdadera civilización el progreso material debe estar subordinado al progreso intelectual, y, particularmente, al progreso moral, que es el más necesario.

Si esta subordinación existe, ella produce la verdadera felicidad de los pueblos. Si el progreso material domina, da por resultado el lujo, el sensualismo, el espíritu de desorden y de revolución. La civilización debe ser, ante todo, la cultura del alma.


“La historia de la civilización es la historia del cristianismo: al escribir la una se describe la otra” (DONOSO CORTÉS). La Iglesia ha sido, en todos los tiempos, la gran promotora de todos los progresos.

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1º LA IGLESIA Y EL PROGRESO MATERIAL.- El trabajo es la fuente de toda riqueza. Suministra las materias y sugiere descubrimientos útiles. Por consiguiente, estimular el trabajo es promover grandemente el progreso material.

Pues bien, entre los paganos el trabajo manual era objeto de menosprecio. Según Aristóteles y Platón, el trabajo degradaba al hombre libre. Los griegos y los romanos negaban a los obreros el título de ciudadanos.


En cambio, la Iglesia ensalza el honor y la dignidad del trabajo. Rehabilitando al obrero, realiza la revolución social más profunda de que la historia haya conservado recuerdo.

En primer lugar, la Iglesia proclama la gran ley impuesta por Dios a la posteridad de Adán: “Comerás del pan con el sudor de tu frente”. Nadie, sea rico, sea pobre, puede sustraerse a esta ley. “El que no trabaja, dice san Pablo, no merece comer”.


Después nos muestra al Hijo de Dios en el taller de Nazaret, donde consagra la mayor parte de su vida a la humilde profesión de carpintero. ¡Alégrense los obreros: el Verbo de Dios vivió como ellos con el trabajo de sus manos!

Jesucristo eligió a los primeros pastores de su Iglesia entre los artesanos y los pescadores. San Pablo recuerda a los tesalonicenses que él trabaja día y noche: “Yo no he comido, dice, el pan ajeno, sino el que he ganado con mis sudor y mis fatigas”.


Todos los Padres de la primitiva Iglesia afirman resueltamente, en presencia de la sociedad pagana despreciadora del obrero, la necesidad y la dignidad del trabajo.

La institución monástica completa la rehabilitación del trabajo manual. Los monjes de Oriente se dedican a la oración y al estudio, pero hilan la lana, fabrican sus hábitos y cultivan la tierra que les ha de alimentar (SAN AGUSTÍN, De Moribus).


En esos monasterios, que reunieron hasta 6000 hombres bajo la dirección de un mismo abad, todos los oficios eran honrados. Los monjes de la Tebaida fueron labradores, tejedores de esteras, carpinteros, sastres, bataneros, zapateros. En tres cosas estaban ocupados continuamente: el trabajo manual, la meditación de los salmos y la oración. En tiempos de escasez de víveres viéronse salir navíos de los puertos de Egipto: llevaban a las regiones desoladas por la carestía la limosna de estos heroicos trabajadores, que producían tanto y consumían tan poco (véase PABLO ALLARD, Los esclavos cristianos).

El mismo pensamiento inspira a los legisladores monárquicos de Occidente. Los hijos de san Benito pasan de la oración al estudio, del estudio al trabajo manual. Labran y cultivan los desiertos, desmontan los bosques, ponen diques a los ríos, cubren de pastos y de cereales los terrenos pantanosos, los valles incultos.


Este gran Orden produjo el desenvolvimiento de la agricultura, del comercio y de la industria. “Las tres octavas partes de las ciudades y de los pueblos de FRANCIA deben su existencia a los monjes” (MONTALEMBERT).

Los historiadores, aún los más hostiles a la Iglesia, se ven forzados a reconocer que los monjes han desmontado los bosques de Europa, creando el patrimonio nacional, y levantado, en la estimación de los pueblos, el trabajo, despreciado por los últimos representantes del poder rumano y descuidado por los bárbaros, que fueron sus herederos en la dominación del mundo.


En la Edad Media, la Iglesia hizo un gran servicio a los trabajadores, instituyendo las corporaciones obreras o gremios. Esta organización del trabajo, cuna de las libertades locales, refugio de los débiles contra los fuertes, estableció entre los obreros la fraternidad cristiana, que es uno de los elementos del bienestar social.

En el siglo XVIII, la Revolución (de 1789) destruyó todas las obras de la Iglesia… Pero la ternura de una madre no se desanima nunca. León XIII, en su Encíclica De la condición de los obreros, señala, con admirable sabiduría, los remedios para los sufrimientos de los trabajadores. Traza un programa de economía cristiana, que contrasta con las doctrinas anarquistas del socialismo. Una vez más la sociedad deberá su felicidad a la solicitud de la Iglesia.


Concluyamos: “La primera causa de la prosperidad es el trabajo, del cual provienen las riquezas públicas y privadas, las transformaciones ventajosas de las primeras materias y los descubrimientos ingeniosos. Ahora bien, ¿quién estimuló nunca tanto como la Iglesia católica el trabajo…

“El trabajo fue siempre menospreciado, y lo es todavía allí donde el cristianismo no extiende su benéfico imperio… Por consiguiente, si el trabajo es una fuente de riquezas, y si la riqueza pública es una señal de civilización y de perfeccionamiento humano, en lo que mira al bienestar exterior y físico, es indudable que la Iglesia tiene derechos indiscutibles a la gratitud de las sociedades”. Ella ha contribuido al progreso material de los pueblos más que todos los utopistas y soñadores (extracto de una pastoral de MONSEÑOR PECCI, después LEÓN XIII).


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2º LA IGLESIA Y EL PROGRESO INTELECTUAL.-La Iglesia ha favorecido grandemente la difusión de la verdad, mediante la instrucción popular, las bellas letras, las ciencias y las artes.


Los masones y los librepensadores afirman que la Iglesia se opone a la enseñanza, a la ciencia, al progreso; que quiere tener al pueblo sumiso en la ignorancia y en las tinieblas. Es una calumnia infame, de la que la historia entera protesta. En todas partes donde la Iglesia pudo establecerse, desde su origen hasta nuestros días, ha difundido la enseñanza, según los tiempos y las circunstancias. Veamos lo que ha hecho por la instrucción religiosa y profana del pueblo.

a) Instrucción Popular.- Antes de Jesucristo, la instrucción religiosa estaba reservada a una clase privilegiada de individuos y negada al pueblo. El paganismo no predicaba a las masas en los templos. La Iglesia, obedeciendo al mandato formal de su divino fundador: “Id y enseñad…”, ha difundido por todas partes la verdad, sin distinción de castas.


Esta enseñanza de la religión ha contribuido singularmente a desenvolver la inteligencia popular. Se ha dicho con razón que el Catecismo es la filosofía del pueblo. Ésta filosofía luminosa da la solución de todos los problemas de la vida, e ilumina magníficamente la razón humana.

La instrucción primaria.- La Iglesia no se ha contentado con enseñar al pueblo la ciencia de la religión; ha hecho prodigios para darle también la instrucción profana. Desde el momento en que se vio libre de las persecuciones, estableció en cada monasterio y en cada parroquia escuelas donde los niños recibían instrucción gratuita.


Muchos sabios distinguidos han compulsado los documentos históricos para conocer el estado de la enseñanza popular antes de la Revolución (de 1789). He aquí sus conclusiones:

1º En casi todas las parroquias de Francia había escuelas donde se enseñaba gratuitamente a los niños.


2º Estas escuelas debían su existencia a los decretos de los obispos y de los Concilios.

3º Del siglo V al XII sólo el clero se ocupa de la enseñanza.


4ª La antigua Francia no contaba menos de 60.000 escuelas primarias.

5ª La mayor parte de estas escuelas fueron destruidas por la Revolución (de 1789).


Se puede ver la prueba de estos hechos en el erudito trabajo de M. Allain, La instrucción primaria en Francia. (Revue des questions historiques, 1875).

Objeción.-Si esto es cierto, ¿por qué mi abuelo no sabía leer? Es que él se crió durante o después de la Revolución. En esa época no había instrucción pública, y así fue durante cuarenta años. La instrucción no fue seriamente organizada sino por la ley de 1833. La Revolución aniquiló la instrucción, apoderándose de los bienes del clero, de los que formaban parte las escuelas (véase TAINE, La Francia contemporánea).


Es la Iglesia la que fundó en Francia, para difundir por todas partes la instrucción popular, el Instituto de los Hermanos de las escuelas cristianas, cuando el jefe de los librepensadores, Voltaire, declaraba que era una tontería instruir al pueblo (merecen recordarse, a propósito de la obra de la Iglesia, los pensamientos íntimos del francmasón Voltaire. He aquí algunos extractos de sus cartas: “El labrador y el obrero no merecen ser instruidos: bástales manejar el azadón, la lima y el cepillo”. “Es esencial que haya gente ignorante. No hay que instruir al obrero, sino al buen burgués… El pueblo será siempre tonto y bárbaro”. “Los campesinos son bueyes que necesitan de un yugo, un aguijón y heno… Jamás se ha pretendido ilustrar a los campesinos, a los lacayos ni a los sirvientes: esto es propio de los apóstoles”. Tal es el amor que Voltaire tiene al pueblo).

Leed hoy día los Anales de la Propagación de la Fe, y veréis que, al lado de los misioneros que van a llevar la verdad a los paganos, hay religiosos y religiosas que fundan escuelas y difunden la instrucción popular. Así, en todas partes, en todos los tiempos y de todas maneras, la iglesia propaga la instrucción. Lo que ella teme es la ignorancia y la falsa ciencia.


b) Instrucción Secundaria: La Iglesia y la literatura. La Iglesia ha estimulado poderosamente, siempre y en todas partes, la literatura. Si el paganismo cuenta con los siglos de Pericles y de Augusto, la Iglesia ha producido los de León X y de Luis XIV, muy superiores, por cierto, a los dos primeros.

Desde el siglo IV la Iglesia fundó, para instruir a su clero, un colegio al lado de cada residencia episcopal y de cada monasterio. Estos colegios, fundados por los obispos y los monjes, estaban abiertos para todos los niños, así para los jóvenes clérigos como para la juventud laica: innumerables hechos lo testifican (véase MONTALEMBERT, Los monjes de Occidente).


El número de colegios no hizo sino aumentar con el transcurso de los siglos. Muchos de esos vastos edificios levantados por la Iglesia existen todavía…

La Iglesia salvó de las invasiones bárbaras los tesoros literarios de Grecia y de Roma. Son los monjes los que copiaron y conservaron las obras maestras de la literatura antigua.


“A no ser por los Papas, dice J. Müller, historiador protestante, sabríamos tan poco de los conocimientos de los antiguos, como lo que saben, de las artes y de las ciencias de los griegos, los turcos que ocupan su territorio”.

Antes de 1789 se contaban en Francia, para una población de 25 millones de habitantes, 562 colegios, con 72.000 alumnos. De éstos, 40.000 recibían instrucción gratuita; la caridad cristiana había fundado becas con este objeto.


Hoy (1920), para 38 millones de habitantes, los documentos oficiales no presentan más que 81 liceos y 325 colegios, con 79.000 alumnos; sólo 5000 tienen beca a expensas de los contribuyentes (véase DURUY, La instrucción pública y la Revolución).

c) Enseñanza Superior: La Iglesia y las ciencias. La Iglesia ha favorecido siempre, con todas sus fuerzas, la enseñanza de las ciencias, porque éstas conducen naturalmente a Dios, que se llama a sí propio el Dios de las ciencias (¿Qué es la ciencia? Es el conocimiento razonado de los seres. No hay más que dos clases de seres: el Ser infinito y los seres finitos que tienen su origen en el primero. Todo comprarse, pues, hacia el Ser Criador, a quien todos los pueblos aclaman, a quien los mundos revelan, a quien las fuerzas y leyes del universo manifiestan, a quien los astros y el sol glorifican, a quien la razón admira hasta en la creación del insecto de las flores, y cuya inmortal idea llevamos en nosotros mismos. Dios es el principio y fin de toda ciencia. No debemos asombrarnos pues, si la Iglesia se encarga de hacer conocer al mundo Dios y sus perfecciones, Dios y sus obras, y si ha cultivado la ciencia en todos los tiempos).


Desde los primeros siglos los apologistas se sirven de las ciencias humanas para exponer y defender los dogmas. Orígenes, san Justino, Tertuliano, etcétera; más tarde, san Crisóstomo, san Basilio, san Gregorio Nacianceno, san Jerónimo, san Ambrosio, san Agustín, etcétera, componen obras maestras de filosofía y de elocuencia.

En la Edad Media se despliega una prodigiosa actividad intelectual en los monasterios de Fulda, de Saint-Gall, de Corbie, de Cluny, etcétera; en las escuelas de París, de Orleans, de Cambrai, de Chartres, de Toul punto la Iglesia estableció entonces tres grados académicos: bachillerato, licenciatura y doctorado.


A contar del siglo XII los Papas fundan las universidades, donde se enseñan todas las ciencias conocidas, y que ostentan con legítimo orgullo a sus ilustres maestros: san Anselmo, san Buenaventura, Alejandro de Hales, Alberto Magno, Duns Scoto, santo Tomás de Aquino, el genio más grande que haya aparecido en la tierra.

En el siglo XIV, Europa contaba 64 grandes universidades, de las cuales 24 se hallaban en Francia. La universidad de París contaba 20.000 estudiantes; la de Padua, 40.000; la de Oxford, 30.000; la de Praga, 36.000, etc.


Bajo la égida y estímulo de los Papas, estos estudiantes cultivaban no solamente la teología y filosofía, sino la historia, la lingüística, la arqueología, la numismática. Las ciencias naturales progresaron notablemente a fines de la Edad Media, mucho tiempo antes de que Bacon hubiese expuesto el método para su enseñanza.

A la Iglesia, pues, se debe, en lo pasado, el honor exclusivo de haber contribuido al progreso intelectual de la humanidad. Durante más de 15 siglos fue la única que cultivó las letras y las ciencias.


-La mayor parte de los descubrimientos útiles se debe a miembros de la Iglesia. Al fraile Roger Bacon se debe el descubrimiento de la pólvora; el diácono Flavio de Amalfi inventó la brújula; el monje Despina, los anteojos; el papá Silvestre II, los relojes de ruedas; Gutemberg, la imprenta; el canónigo Copérnico, la rotación de la tierra; Cristóbal Colón descubrió la América, etc., etc. (véase P. NÉMOURS, Le Progrés pas l’Êglise).

-Puede decirse otro tanto de las Bellas Artes. Éstas nunca tuvieron asilo más seguro que las iglesias y los monasterios. En medio de las luchas incesantes de los siglos XII y XIII, se vieron arquitectos capaces de levantar nuestras majestuosas catedrales, y pintores y escultores que nuestro siglo no ha igualado todavía. Merced a la influencia de los Papas, Italia se convierte en la patria de las bellas artes, en el museo universal de la pintura y escultura, en el país de los magníficos monumentos del arte cristiano.


¿Qué hizo la Revolución francesa por la instrucción y la ciencia? En 1792, abolió todas las escuelas primarias, 562 colegios y 23 universidades, no conservando más que la de Estrasburgo, porque era protestante.

Los bienes y las rentas de estos establecimientos fueron confiscados y el personal se vio despedido o reducido a la apostasía. En 1801, Chaptal, ministro del Interior, decía: “La educación pública es casi nula en todas partes; la generación que frisa en los 20 años está irremisiblemente sacrificada a la ignorancia; las escuelas primarias no existen casi en ninguna parte” (véase Revue des questions historiques, abril de 1880).


Después de todo esto, nuestros librepensadores ¿tienen derecho para injuriar a la Iglesia y acusarla de haber favorecido la ignorancia? Si ellos hoy parece que fomentan la instrucción, puede decirse que lo hacen más por rivalidad contra la Iglesia que por amor al pueblo. Si el interés por el pueblo es su móvil, ¿por qué buscan la destrucción de las escuelas católicas? Si queréis la instrucción, dejad a todos los hombres la libertad de difundirla.

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3ª LA IGLESIA Y EL PROGRESO MORAL.- Hemos hablado antes de la transformación moral obrada por la Iglesia en el mundo pagano. El individuo, la familia y la sociedad fueron transformados de una manera tan radical en las ideas y en las costumbres, que jamás el paganismo, ni aún en sus hombres más ilustres, ofreció el espectáculo de virtudes semejantes. Para cualquiera que trate de darse cuenta de los hechos de la historia, la influencia de la Iglesia revela la acción de una causa superior y divina.

a) La Iglesia ha regenerado el individuo.- La Iglesia ha combatido sin tregua a todos los vicios que degradan al hombre y le hacen desgraciado: el orgullo, la codicia, el sensualismo.


Ha llegado a hacer practicar todas las virtudes que elevan el alma, la ennoblecen, la aproximan a Jesucristo, el gran modelo de toda santidad. Por eso se han visto florecer en la Iglesia las virtudes cristianas desconocidas de los paganos y los bárbaros: la humildad, el despego de los bienes terrenales, la castidad, la caridad fraterna (véase P. FÉLIX, El progreso por medio del cristianismo).

b) La Iglesia ha regenerado la familia.- El mundo pagano no conoció la compasión para con los débiles. La mujer era considerada como un ser inferior, un vil instrumento de placer. Joven, era vendida por su padre; esposa, era propiedad mobiliaria de quien la adquiría; madre, era envilecida por la poligamia y el divorcio.



 


El niño se hallaba a discreción del autor de sus días. En Roma, cuando nacía un niño, se le tendía a los pies de su padre. Si éste le tomaba en brazos, le era permitido vivir; si no, el niño era arrojado a la cloaca. El infanticidio era universalmente admitido y practicado en las naciones paganas.

[Nota del Transcriptor: en la actualidad, se puede comprobar cómo las sociedades se están paganizando de nuevo al volver a ésta práctica que menciona el P. Hillaire, por medio del aborto principalmente, de los anticonceptivos y abortivos]


¿Que hace la Iglesia? Proclama la santidad del matrimonio y sus dos leyes fundamentales: la unidad y la indisolubilidad. Estos tres hechos, la elevación del matrimonio a la dignidad de sacramento, la abolición de la poligamia y del divorcio, la condenación del poder arbitrario del esposo, restituyen a la mujer su dignidad moral. Vuelve a ser la compañera del hombre, la carne de su carne, el hueso de sus huesos; vuelve a ocupar su sitio de honor en el hogar doméstico, donde reina por la virtud y por el amor, como el marido por una dulce autoridad.

¡Que diferencia entre la situación humillante de la mujer pagana (y actual) y el papel tan puro, tan noble, tan delicado que nuestras costumbres asignan a la madre de familia! Pues he ahí el fruto del cristianismo.


¡Cuántas luchas no ha tenido que sostener la Iglesia contra las pasiones de los emperadores de los reyes para mantener la unidad y la indisolubilidad del matrimonio! Ha preferido perder naciones enteras, como Inglaterra, antes que faltar a su deber.

El niño, convertido por el bautismo en hijo de Dios, es el objeto de los más tiernos cuidados: para el las cunas, los asilos, los orfanatos, los colegios, las escuelas; para él las atenciones más solícitas de la más delicada caridad.


Las ignominias del paganismo: poligamia, divorcio, esclavitud, pesan todavía sobre la mujer en las naciones cuyas costumbres no ha transformado la iglesia: entre los musulmanes, árabes, chinos, etc., vive la mujer como en los tiempos del paganismo.

[Nota del Transcriptor: muy de tomarse en cuenta esta afirmación del P. Hillaire, pues en la actualidad, según esta descripción, las sociedades cristianas ya estarían paganizadas]


La dignidad de la esposa decrece por todas partes donde disminuye la influencia de la Iglesia [¡muy cierto!]. Las pasiones piden a gritos la libertad del divorcio. Desde el momento en que el matrimonio es soluble, pierde su carácter más venerable.

Dígase lo mismo del niño. Todavía hoy está en auge el infanticidio en todos los países extraños a la Iglesia [N. del T.: lo paradójico del asunto es que hoy día pasa en los países que se dicen cristianos]. El vasto imperio chino nos proporciona un ejemplo instructivo.


Más todavía: las estadísticas señalan un aumento prodigioso de infanticidios en todos los pueblos donde, bajo la influencia de la impiedad, va desapareciendo la moral católica.

c) La Iglesia ha regenerado la sociedad.- La Iglesia ha transformado la sociedad civil. Antes de Jesucristo el Estado lo absorbía todo: reinaba como déspota, y no tenía que rendir cuenta alguna de sus actos. El jefe del Estado lo era todo, los súbditos no eran nada.


[Nota del Transcriptor: otra afirmación muy elocuente del P. Hillaire, pues se pone en la actualidad en boga esta práctica del Estado, que a pesar de las mayorías cristianas, se pasan leyes anti-cristianas como la del aborto y otras tantas]

La Iglesia ha definido claramente los derechos y los deberes de los gobernantes y de los súbditos. Ella proclama que todo poder viene de Dios, y que, no por sentarse en un trono, los príncipes están menos obligados a obedecer las leyes de Dios y a gobernar a sus pueblos con leyes justas y sabias. Con eso la Iglesia ha puesto término a la tiranía del Estado. ¡Qué distancia entre Nerón y san Luis!…


De acuerdo con el principio de Jesucristo: “Dad al César lo que es del César”, el súbito se somete de buen grado a la autoridad legítima; pero ésta obediencia no le rebaja, porque se presta al representante de Dios. Por otra parte, conserva siempre una noble independencia. Cuando el poder humano, en sus órdenes o en sus leyes, contradice a la ley divina, el súbito repite altivamente las palabras de los apóstoles: Imposible, non possumus: hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.

d) La iglesia ha transformado las relaciones entre los pueblos. El derecho de gentes anterior a Jesucristo no tenía más que una ley: vae victis! ¡Ay de los vencidos! La guerra daba botín y esclavos. La piedad era desconocida de los vencedores.


La iglesia enseña a los pueblos que todos los hombres son hermanos, hijos de Dios, rescatados por Jesucristo. Con las costumbres cristianas el derecho de gentes se ha transformado; la piedad ha penetrado en los corazones; los enemigos heridos no son ya rematados en los campos de batalla; no se hacen ya esclavos; a los beligerantes no se les trata como a bárbaros.

La guerra siempre tiene sus rigores; pero la fraternidad cristiana impone deberes que los pueblos no pueden desconocer. Al derecho de la fuerza la Iglesia ha sustituido el derecho de la justicia. ¡Cuántas guerras evitadas por la intervención de los Papas!…


 
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