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el hombre mediocre

Ernest Hello, célebre pensador católico y polemista francés, logró una especial comprensión del alma humana.

Con la precisión de un cirujano, logró describir al hombre mediocre de manera excepcional.

La descripción del “hombre mediocre”, nos hace recordar el perfil de ese tipo humano que la secta del Vaticano II generó. Una triste caricatura de hombre, una parodia de católico, el cual tiene horror a las verdades que sólo la fe de Cristo enseña: por eso las omite, invariablemente. Por eso, todo dogma le resulta incómodo. Ahí la razón de por qué cuando el sacerdote moderno, experto en los sofismas y herejías del Vaticano II, prepara su sermón, prepara un sermón mediocre. Y como su sermón es mediocre: sólo consigue que los feligreses, en vez de progresar en la virtud, se estanquen en el peligroso pantano de la “mediocridad espiritual”. Es lo único que puede esperarse del “apostolado” de un sacerdote mediocre: la propagación de ese estado de espíritu en quienes lo oyen con la atención que su investidura le facilita.

Veamos qué comenta Ernest Hello:

El hombre superior eleva la frente para admirar y para adorar; el hombre mediocre eleva la frente para burlarse; le parece ridículo todo lo que está por encima de él, y lo infinito le parece vacío.

El hombre mediocre es mucho peor de lo que él cree y de lo que los demás creen, porque su frialdad encubre su malignidad. Comete infamias pequeñas que, de puro pequeñas , parecen no ser infamias. Pica con alfileres y se regocija cuando ve manar sangre, mientras que aún al asesino le da miedo la sangre que vierte. El hombre mediocre nunca tiene miedo. Se siente apoyado en la multitud de aquellos que se le parecen.

El hombre superior, incesantemente atormentado, desgarrado por la oposición entre lo ideal y lo real, siente mejor que nadie la grandeza y la miseria humana. Siéntese llamado con más fuerza hacia el fin ideal, que es nuestro fin, el fin de todos, y, sin embargo, más mortalmente dañado por la antigua caducidad de nuestra pobre naturaleza. Nos comunica estos dos sentimientos que él experimenta, encendiendo en nosotros el amor del Ser y despertando incesantemente la conciencia de nuestra nada.

El hombre mediocre no siente la grandeza, ni la miseria, ni el Ser, ni la nada. Es que no se arroba ni se precipita (por lo inmenso).

El rasgo característico, absolutamente característico del hombre mediocre, es su deferencia por la opinión pública. No afirma jamás, siempre repite. Sus admiraciones son prudentes, sus entusiasmos son oficiales. Admite algunas veces un principio, pero si tú llegas a las consecuencias de ese principio te dirá que exageras. Si la palabra exageración no existiera, el mediocre la inventaría.

El mediocre sólo tiene una pasión: el odio a lo bello. Quizás repita con frecuencia una verdad trivial en tono asimismo trivial. Expresa tú la misma verdad con esplendor y te maldecirá pues habrá encontrado lo bello, que es su personal enemigo.

Al mediocre, toda afirmación categórica le parece insolente, pues excluye la propuesta con­traria. Pero si alguien es un poco amigo y un poco enemigo de todas las cosas, lo considerará sabio y reser­vado, le admirará la delicadeza de pen­samiento, le elogiará el talento de las transacciones y de los matices.

Para escapar a la censura de intole­rante, hecha por el mediocre a todos los que piensan con firmeza, sería necesario refugiarse en la duda absoluta: e incluso en tal caso, sería preciso no llamar a la duda por su nombre. Por eso, se expresa en términos de opinión modesta, que respeta los derechos de la opinión opuesta, toma aires de decir alguna cosa y no dice cosa alguna. Es preciso añadir a cada frase una paráfrasis azucarada: ‘parece que’, ‘yo osaría decir que’, ‘si es licito expresarse así’.

“El mediocre dice que hay algo de bueno y de malo en todas las cosas, que es preciso no ser absoluto en los juicios. Si alguien afirma con fuerza la ver­dad, el mediocre lo acusará de exceso de confianza en sí mismo. El, que tiene tanto orgullo, no sabe lo que es el orgullo. El es modesto y orgulloso, dócil frente a los revolucionarios (1), y rebelde contra la Iglesia Católica. Su lema es el grito de Joab: ‘Soy audaz sólo contra Dios’ .”

 
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