Orientalium ecclesiarum – el decreto del Vaticano II sobre las Iglesias católicas orientales
Continuamos con la serie de exposición de las principales Herejías contenidas en el Concilio Pastoral Vaticano II o mejor dicho, el conciabulo infernal.
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El decreto Orientalium Ecclesiarum del Vaticano II trata de las Iglesias católicas orientales. También trata de las sectas cismáticas orientales, las llamadas iglesias no-católicas “ortodoxas”. Al tratar con los llamados ortodoxos en el # 27 de este decreto, el Vaticano II nos proporciona una de sus herejías más significativas.
Vaticano II, Orientalium ecclesiarum, # 27:
“Teniendo en cuenta los principios ya dichos, pueden administrarse los sacramentos de la penitencia, eucaristía y unción de los enfermos a los orientales que de buena fe viven separados de la Iglesia Católica, con tal que los pidan espontáneamente y estén bien preparados”[1].
Durante XX siglos la Iglesia Católica siempre enseñó que los herejes no pueden recibir los sacramentos. Esta enseñanza se basa en el dogma de que fuera de la Iglesia Católica no hay remisión de los pecados, definida por el Papa Bonifacio VIII. También tiene sus raíces en el dogma de que los sacramentos sólo benefician para la salvación de aquellos que están dentro de la Iglesia Católica, tal como lo define el Papa Eugenio IV.
Papa Bonifacio VIII, bula Unam sanctam, 18 de noviembre de 1302:
Por apremio de la fe, estamos obligados a creer y mantener que hay una sola y Santa Iglesia Católica y la misma Apostólica, y nosotros firmemente lo creemos y simplemente lo confesamos, y fuera de ella no hay salvación ni perdón de los pecados, como quiera que el Esposo clama en los cantares: “Una sola es mi paloma una sola es mi perfecta”[2].
Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia, bula Cantate Domino, 1441, ex cátedra:
“[La Santa Iglesia romana] firmemente cree, profesa y predica que nadie que no esté dentro de la Iglesia Católica, no sólo los paganos, sino también judíos o herejes y cismáticos, puede hacerse partícipe de la vida eterna, sino que irán al fuego eterno que está aparejado para el diablo y sus ángeles (Mat. 25, 41), a no ser que antes de su muerte se uniere con ella; y que es de tanto precio la unidad en el cuerpo de la Iglesia que sólo a quienes en él permanecen les aprovechan para su salvación los sacramentos y producen premios eternos los ayunos, limosnas y demás oficios de piedad y ejercicios de la milicia cristiana. Y que nadie, por más limosnas que hiciere, aun cuando derramare su sangre por el nombre de Cristo, puede salvarse, si no permaneciere en el seno y unidad de la Iglesia Católica”[3].
Los sacramentos de la Iglesia sólo pueden beneficiar para la salvación de aquellos que permanecen en la Iglesia Católica. ¡Este es un dogma! Sin embargo, este dogma es repudiado por la enseñanza indignante del Vaticano II de que es lícito dar la sagrada comunión a los que no permanecen en la Iglesia Católica. Los Papas a través del tiempo han proclamado que los no católicos que reciben la sagrada eucaristía fuera de la Iglesia Católica la reciben para su propia condenación.
Papa Pío VIII, Traditi humilitati, # 4, 24 de mayo de 1829:
“Jerónimo solía decirlo de esta manera: quien comiere el cordero fuera de esta casa perecerá, así como aquellos que durante el diluvio no se encontraron con Noé en el arca”[4].
Papa Gregorio XVI, Commissum divinitus, # 11, 17 de mayo de 1835:
“… quien quiera se atreviese a apartarse de la compañía de Pedro, ha de saber que está privado del divino misterio. Quienquiera, añade San Jerónimo, que comiere el cordero fuera de esta casa es un profano…”[5].
Papa Pío IX, Amantissimus, # 3, 8 de abril de 1862:
“… el que comiere del Cordero y no es un miembro de la Iglesia, ha profanado”[6].
Juan Pablo II y Benedicto XVI repitieron y ampliaron muchas veces esta herejía del Vaticano II. En el caso de Juan Pablo II, se enseña claramente en su nuevo Código de Derecho Canónico (canon 844.3- 4), en su Directorio para la aplicación de los principios y de las normas acerca del ecumenismo (nn. 122- 125) y en su nuevo catecismo (n. 1401). También hizo muchas referencias a esta herejía en sus discursos.
Juan Pablo II, Audiencia General, 9 de agosto de 1995:
“Por lo que concierne a los aspectos de la inter-comunión, el reciente Directorio ecuménico confirma y especifica lo que ya había afirmado el concilio, o sea, que cierta inter-comunión es posible, puesto que las Iglesias orientales tienen verdaderos sacramentos, sobre todo el sacerdocio y la eucaristía”.
”Se han dado indicaciones específicas sobre ese punto delicado según las cuales todo católico, al que le resulte imposible encontrar un sacerdote católico, puede recibir del ministro de una Iglesia oriental los sacramentos de la penitencia, la eucaristía y la unción de los enfermos (Directorio, n. 123). Recíprocamente los ministros católicos pueden lícitamente administrar los sacramentos de la penitencia, la eucaristía y la unción de los enfermos a los cristianos orientales que los pidan”.
Juan Pablo II, Ut unum sint, # 48, 25 de mayo de 1995:
“La práctica pastoral demuestra, en lo que se refiere a los hermanos orientales, que se pueden y se deben considerar diversas circunstancias personales en las que ni sufre daño la unidad de la Iglesia, ni hay peligros que se deban evitar, y apremia la necesidad de salvación y el bien espiritual de las almas. Por eso, la Iglesia Católica, según las circunstancias de tiempos, lugares y personas, usó y usa con frecuencia un modo de actuar más suave, ofreciendo a todos, medios de salvación y testimonio de caridad entre los cristianos, mediante la participación en los sacramentos y en otras funciones y cosas sagradas. … No se debe perder nunca de vista la dimensión eclesiológica de la participación en los sacramentos, sobre todo en la sagrada Eucaristía”[7].
Tres cosas llaman la atención en este párrafo: 1) Juan Pablo II llama a compartir los sacramentos, en especial la sagrada eucaristía; 2) él intenta justificar esto invocando “el bien espiritual de las almas”, lo que significa que está negando directamente la definición del Papa Eugenio IV, que dice que no se benefician para su salvación quienes reciben los sacramentos estando fuera de la Iglesia y; 3) Juan Pablo II nos recuerda que nunca olvidemos la “dimensión eclesiológica” de compartir los sacramentos – ¡lo que implica que con estos herejes y cismáticos con quienes se comparten los sacramentos también son miembros de la misma Iglesia de Cristo! ¿Puede el lector ver lo que esta herejía significa? ¡Significa que la Iglesia del Vaticano II, ahora liderada por Benedicto XVI, se considera ser o estar en la misma Iglesia de Cristo con aquellos a los cuales ella les da la sagrada comunión, los protestantes y cismáticos orientales!
Además de esta horrible enseñanza de darle los sacramentos a los no-católicos, el documento Orientalium ecclesiarum del Vaticano II propaga más la herejía del indiferentismo: la idea de que Dios aprueba todas las sectas heréticas.
Vaticano II, Orientalium ecclesiarum, # 30:
“Pidan también al Espíritu Santo Paráclito a fin de que Él derrame plenitud de fortaleza y de consuelo en tantos cristianos, perseguidos y oprimidos, de cualquier Iglesia que sean, que en medio del dolor y del sufrimiento valientemente confiesan el nombre de Cristo”[8].
Contrariamente a esta herejía del Vaticano II, el Espíritu Santo no se derrama sobre los miembros de cualquier secta que esta sea.
Papa León XII, Ubi Primum, # 14, 5 de mayo de 1824:
“Es imposible que el Dios sumamente veraz, que es la Verdad misma, suprema, el más sabio proveedor y premiador de los hombres buenos, apruebe todas las sectas que profesan falsas enseñanzas que a menudo son incompatibles entre sí y contradictorias, y confiera la salvación eterna a sus miembros… porque por fe divina profesamos un Señor, una fe, un bautismo… Por eso confesamos que no hay salvación fuera de la Iglesia”[9].
Papa San Celestino I, Concilio de Éfeso, 431:
“… recuerden que los seguidores de todas las herejías extraen de la Escritura inspirada la razón de sus errores, y que todos los herejes corrompen las verdaderas expresiones del Espíritu Santo con sus propias mentes malvadas y atraen sobre sus cabezas una llama inextinguible”[10].
Por último, operando sobre el principio de que todas las sectas son tan buenas como la Iglesia Católica, y que el Espíritu Santo aprueba todas las sectas heréticas, Orientalium ecclesiarum llama a los católicos a que compartan sus iglesias con los herejes y cismáticos.
Vaticano II, Orientalium ecclesiarum, # 28:
“Supuestos esos mismos principios, se permite la comunicación en las funciones, cosas y lugares sagrados entre los católicos y los hermanos separados orientales…”[11].
[1] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 2, p. 907.
[2] Denzinger 468.
[3] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 578; Denzinger 714.
[4] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740-1878), p. 222.
[5] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740-1878), p. 256.
[6] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740-1878), p. 364.
[7] The Encyclicals of John Paul II, p. 950.
[8] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 2, p. 907.
[9] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740-1878), p. 201.
[10] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 74.
[11] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 2, p. 907.